Suma de Ángeles

viernes, 26 mayo 2006 0 Por Herrera Casado

Como va a ser breve, no quiero dilatar un día el anuncio y comentario a la exposición que se acaba de abrir (y ya está a punto de cerrar) en las salas bajas del Palacio del Infantado de Guadalajara. Se trata de la titulada “Ángeles Marianos”, y ofrece los lienzos, de gran tamaño, que presentan los doce ángeles que se pintaron para adornar los muros de la capilla de los Montesoro y Rivas en la iglesia parroquial de Tartanedo, de esto hace más de 250 años.

Inaugurada por la Consejera de Cultura Blanca Calvo, el pasado jueves 17 de mayo, en la víspera del Día Mundial de los Museos, se ofrece en una alargada estancia de rojos muros, en la zona correspondiente a la antigua Sala de Escipión.

Alternando con paneles explicativos, llenan los muros con su fuerza y serenidad doce figuras pintadas al óleo sobre lienzos, que representan a doce seres angélicos, teóricamente los mismos que forman la corona de la Virgen María, llevando en sus manos y en cartelas o escudos, los símbolos de la Letanía Lauretana. Tienen más, sin embargo, que estos simples detalles enumerados. Tienen la fuerza del arte barroco hispano, pues son sin duda piezas ejecutadas en los talleres de pintura del Cuzco, en las alturas incaicas del virreinato del Perú, y aquí traidas por encargo de un noble y acaudalado ganadero molinés, hace más de dos siglos y medio.

Imágenes andróginas

Decía José Luis Sampedro en su novela Octubre que “Los ángeles son andróginos castos”. Todos los seres andróginos son, por esencia, castos, puesto que se trata de especies biológicas básicas que poseen los dos sexos, pero no pueden fecundarse a sí mismos. Aunque los ángeles han sido considerados siempre masculinos, al menos en el cristianismo moderno, y sus nombres, especialmente los de los arcángeles, que son los más usados, han sido dados a los varones (Miguel, Rafael, Gabriel y Uriel), no dejan de ofrecer, hoy todavía, una inquietante imagen hermafrodita. Y dado que hay tanta gente, al menos en nuestro país, que no tiene nada qué hacer, no sería extraño que ante la exposición que hoy comento se levante de nuevo la bizantina cuestión, clásica en el anaquel de las frases hechas, de tratar en hondura, con amplitud y hasta en Congreso, sobre “el sexo de los ángeles”.

Viene esta disquisición a propósito de lo que, en el rato que estuve viendo la exposición “Ángeles Marianos” que hasta el próximo 30 de mayo se expondrá en las salas bajas del Palacio del Infantado, se levantó entre algunos espectadores: “aunque son ángeles, parecen mujeres”, “es que son ángeles y no tienen sexo”, “es que los ángeles realmente son femeninos”… etc.

En la muestra aparece espléndida la docena de ángeles procedentes de Tartanedo. Hace 30 años, en ocasión de visitar la iglesia parroquial de aquel pueblo molinés, dedicada a San Bartolomé, acompañado de mi buen amigo Teodoro Alonso, que allí tiene casa, la de sus mayores, pude admirar la capilla del lado meridional del crucero: la que fundaron en el siglo XVIII los Montesoro y Rivas, un linaje de procedencia italiana, que había afincado en la planicie molinesa durante los años de la pujanza económica generada en torno a la ganadería lanera.

Allí estaba, como en penumbra, el conjunto artístico barroco más impresionante del templo: en un muro colgaba, medio deshecho, un enorme cuadro representando el Juicio del Rey Salomón (hoy ya restaurado) y en ángulo los muros ofrecían sendos retablos pequeños, uno de Santa Catalina y otro de la Inmaculada Concepción, rodeados hasta la cubierta con pinturas de trampantojo que simulaban grandes retablos barrocos, rematados por los escudos del linaje, y adornados de una telas que mostraban, oscuros, sucios y ajados, doce ángeles de apreciable factura. De aquella visita guardo la fotografía que acompaña estas líneas, en la que se da idea de cómo era originalmente el espacio.

Muchos años después, y gracias a la continua atención que hacia los valores del templo siempre demostró Teodoro Alonso Concha, se consiguió que la Junta de Comunidades los sacara de allí, los llevara a Toledo, y los restaurara. Hecha tal imprescindible tarea, este invierno pasado se mostraron en una exposición en la sacristía del convento de San Clemente de Toledo, y ahora se exponen en el palacio del Infantado de Guadalajara, como paso previo a su traslado y definitiva colocación en el lugar de donde salieron, la capilla Montesoro de la iglesia de Tartanedo.

De origen virreinal

Los cuadros de estos ángeles, sin embargo, vinieron de más lejos. Sus formas, sus actitudes, sus ropajes, sus adornos, todo indica que proceden de los talleres de pintura de la ciudad de Cuzco, una de las más importantes, junto con Lima y Potosí, del virreinato del Perú, en el que fue primer mandatario un paisano nuestro, el mondejano Antonio de Mendoza, y por el que luego pasaron otros varios alcarreños, que allí llevaron de ayudantes y funcionarios a gentes de la Alcarria, y de donde vinieron otros, aristócratas y nobles de medio pelo, a vivir en Guadalajara.

La riqueza del entorno, que recibía herencia capitalina de los incas, y se llenaba de ideas nuevas, mezcla de lo indígena andino, lo recién llegado del barroco andaluz, y lo naturalmente crecido de la pujanza criolla, dio un arte peculiar que levanta la admiración de quien contempla sus palacios, conventos e iglesias. Cuzco, la fría y lejana capital del virreinato, dio un estilo de pintura de ángeles que no ha sido igualado por ninguna otra escuela. Y es de ella de donde surgieron, sin duda, los doce cuadros de ángeles que vinieron a ser colocados en los muros de la capilla de Tartanedo. Desconocemos las circunstancias de su llegada, compra, autoría, etc. Pero de lo que no cabe duda es que proceden de allá.

Porque entre nosotros, sin ir más lejos, tenemos excepcionales conjuntos de arcángeles pintados: mirar, si no, los cuatro arcángeles de Bartolomé Román que procedentes de algún convento exclaustrado se ofrecen en el Museo Provincial de Bellas Artes. O los cuatro arcángeles que adornan las pechinas de la bóveda principal de la ermita de Nuestra Señora de la Luz de Almonacid de Zorita, iglesia que fue primitivamente del convento de los jesuitas de aquella localidad. Pero los ángeles de Tartanedo no se parecen a ellos. Son más sencillos, sin duda, pero tienen el aire neto de la mezcla indígena-barroca del virreinato.

Estos doce ángeles, pintados sobre fondo neutro de grises y ocres, se nos ofrecen en actitudes amables, cariñosas, dulces, como de paso de danza, en andadura sosegada. Sus vestiduras son amplias, rimbombantes, de capas y faldellines, con algunas corazas, botas y rodilleras especialmente hermosas, broches ricos en el pecho, y largos pelos sobre suaves facciones que, a nada que se observen, nos dejan en esa duda que expresábamos al comienzo, en esa confusión de sexo e intención que muestran. Todos ellos llevan en su mano un escudo o cartela en el que se pinta una figura tomada de la Letanía de la Virgen, por lo tanto son ángeles que quieren honorar a María Madre de Dios, llevando sus poéticos iconos tomados de los Salmos: “Electa ut Sol”, “Fons signatus”, “Scala Salutis”, “Lilia miner spinas”, etc. Tres de ellos añaden un símbolo, pudiendo ser caracterizados como arcángeles: el principal, el jefe de todos ellos, es Miguel, con vara de mando y gran sombrero de plumas coloreadas. Otro es San Rafael, caracterizado por su bordón y su esclavina como arcángel caminero. Y el tercero, que levanta en su mano izquierda un puñado de rosas, se trata de San Gabriel. Los demás son ángeles, del montón, ninguno armado, pero elegantes, soberbios, bellos e inolvidables. Sin nombre propio, pero nacidos de la corona de estrellas (doce estrellas) que la virgen María Inmaculada lleva.

Estamos, pues, ante una oportunidad única: la de admirar este conjunto de telas recién traídas de Toledo, sabiamente restauradas, que van a ir a parar a su destino último, la iglesia de Tartanedo, donde ya serán, -y siento ser así de pesimista, pero a las pruebas de lo que pasa en nuestra provincia me remito-, bastante más difíciles de ver: por su colocación en alto, y porque la iglesia suele estar cerrada. Ahora en el Infantado, durante cuatro días todavía, mis lectores tienen la oportunidad de avistarlas, de disfrutar con sus elegantes atuendos y sus delicadas poses, como en un desfile de moda angelical y cuzqueña.    

Apunte

El folleto explicativo de la Exposición

Quien visite la exposición “Ángeles marianos” podrá llevarse una valiosa información impresa en un exquisito folleto. Suficientemente ilustrado con fotografías del pueblo, la iglesia, y la capilla, muestra una información exhaustiva del entorno y de las piezas que se muestran. De ellas se dan detalle de fechas y estilo, descriptivos, así como las fotografías de todos los ángeles y arcángeles. Unas páginas finales dan cuenta y muestran con fotografías en qué ha consistido la tarea de restauración de estos cuadros, pidiendo y consiguiendo con ello el merecido aplauso a tan cumplida y meritoria tarea.