Los mieleros de Peñalver

viernes, 13 enero 2006 1 Por Herrera Casado

Está preparando el Ayuntamiento de Peñalver un gran libro que contiene la historia de la villa, su catálogo monumental, el recuerdo de sus costumbres, la nómina de sus naturales destacados… y en ese libro, que muy pronto estará en la calle, completando saberes y quereres de la Alcarria, no podía faltar una amplia referencia a los personajes más característicos del pueblo, y de la comarca toda: a los meleros. Que se movieron por el mundo (traspasaron frontreras y mares, pasando a Marruecos, a las Islas Británicas, a mil y un sitios del terráqueo globo) llevando en la boca el nombre de ¡Miel de la Alcarria, de la Alcarria miel!, y su producto colgando de las grandes alforjas que les salían del hombro.

Meleros de la Alcarria

Un interesante estudio del escritor y periodista Pedro Aguilar, publicado en los Cuadernos de Etnología de Guadalajara, del año 2003, nos trae a la memoria la vida y los milagros de los meleros de Peñalver. Comenzaba diciendo que “desde Peñalver han salido decenas de jóvenes a vender miel con sus alforjas, sus cubetos y el típico blusón negro, que a comienzos del siglo pasado era a rayas, y con el que los peñalveros recorrían las calles de media España vendiendo miel desde finales del siglo XIX”.

El término de Peñalver es uno de los que en la Alcarria más cantidad de colmenas posee, y mejor calidad en la miel de sus abejas obtiene. Era lógico, pues, que en torno a esa miel, hoy con denominación de origen propia, surgieran desde antaño oficios paralelos al de estricto cosechador de miel, al de apicultor. Uno de esos oficios era el de colmenero, encargado de fabricar las colmenas; otro el de cerero, que se dedicaba a comprar y vender la cera de los panales para con ella fabricar las velas. Y finalmente los comerciantes y vendedores de esos productos, los típicos mieleros, que efectuaban su misión de distribuidores y vendedores al por menor, llevando su mercancía a todas las partes de España, y aún del mundo en torno. Su figura ha llegado a ser emblema de toda una provincia, la de Guadalajara, especialmente a través de la iniciativa que la directiva de la Casa de Guadalajara en Madrid adoptó hace unos años, de instituir como galardón la figura del mielero, que sería de oro para los más ilustres, de plata para el común de los homenajeados, y de barro, en forma de esbelta estatuilla, para instituciones y protectores especiales. Además, esa figura ha sido luego elevada a categoría de estatua, de tal modo que en la plaza mayor de Peñalver se ha puesto una, labrada en bronce. Otra similar en el cruce de la carretera que desde la de Cuenca va a la villa, y otra en una rotonda del barrio de Aguas Vivas en Guadalajara.

Decía un antiguo pasodoble que “De Madrid y Sevilla salen toreros y de Peñalver salen mieleros”. Y como un homenaje popular a su figura, continuaba la canción: “Miel de la Alcarria grita el mielero/ que recorre toda España y el mundo entero./Pantalón de pana y estrecho de culo, mielero seguro”.

Por lo que respecta a la forma de trabajar de nuestros mieleros peñalveros, podemos decir que lo más normal es que salieran del pueblo, en el otoño, y se fueran andando o en transporte público hasta las capitales de provincia y grandes ciudades donde empezaban a vender su mercancía, que llevaban a cuestas. Desde los años del comedio del siglo XX, empezaron a utilizar sus propios medios, como motocicletas y aún pequeñas camionetas.

Su forma de vender era entrar en una casa de vecinos, y ponerse a llamar a todas las puertas. También al recorrer las aceras gritaban “De la Alcarria. Miel…!” Y había mucha gente que paraba a comprarles. Pero la venta se hacía así, de casa en casa. Cuenta Aguilar que Félix del Castillo, un mielero veterano, y otros por el estilo, le contaban su modus vivendi: “Al llegar a las casas, la mujer preguntaba el precio y si estaba conforme, sacaban un recipiente, casi siempre un cuenco de barro o cristal y el mielero introducía una paleta de madera en su cubeto y untaba un buen trozo de miel que depositaba en el cacharro de la compradora. Se cobraba por golpe de paleta, o por kilos”.

Además de la miel, llevaban quesos y aún fiambres, también para la venta, y dicen que las mujeres de las ciudades estaban encantadas de poder adquirir, en la puerta de su casa, productos que sabían recién llegados del campo. Pero el precio que pagaban no compensaba nunca el gran esfuerzo que nuestros meleros hacían, cargando todo tipo de cosas en sus grandes alforjas, sobre los hombros, a través de las calles, subiendo y bajando escaleras, incluso metidos en el Metro…

Estaban fuera del pueblo durante el invierno, regresando siempre que podían por Navidad, Semana Santa, Corpus y la Virgen de la Salceda en septiembre. Se movían juntos, casados y solteros, por  cuadrillas. Dormían en pensiones y se cocinaban ellos mismos. Muchos fueron al País Vasco, donde era muy apreciada la miel de la Alcarria. Y en Cataluña, y en Valencia, a pesar de haber allí buena miel. Otros, después de la guerra, llegaron a viajar hasta Marruecos, para vender de casa en casa su mercancía. Y añade Aguilar que

“estos alcarreños han pregonado el nombre de su tierra por toda la península y sin duda han sido sus embajadores más constantes. Gentes honradas, tenaces y extrovertidas que enseguida se amoldaban a la sociedad que les caía en suerte, convirtiéndose en personajes no sólo conocidos, sino queridos por todos”.

Lo más bonito es que entre ellos, cuando andaban por esos mundos, se ayudaban mutuamente, y si alguno necesitaba algo, los demás se lo proporcionaban. Si se encontraban en alguna ciudad, ellos se reunían y hacían alguna merienda, porque en el fondo, y aunque en barcos separados, sabían que todos salían del mismo sitio. Un compañerismo muy acentuado reinó siempre entre los mieleros de Peñalver.

Por recordar a algunos de los más populares mieleros, cabría aquí hacer la referencia de Emilio González, sin duda el más querido, que perdió la vida al lanzarse al mar para salvar a un extranjero que se estaba ahogando: el mar se los tragó a los dos. Se le hizo en Peñalver un homenaje al que no faltó nadie. Otro muy popular era Saturnino, un peñalvero que medía dos metros y que llegó a vender la miel a los clientes de los primeros pisos desde la calle, porque al primer piso aún alcanzaba. Todavía hoy en Santander hay un dicho que dice: “Eres más alto que Saturnino el mielero”. Ha habido otros que destacaron además como campeones de pelota a mano, o incluso como famosos toreros. Los últimos alcaldes de Peñalver, Teodoro Pérez Berninches, y José Angel Parra, han sido también mieleros en su juventud, y este último se ha recorrido el País Vasco, en torno a Zumárraga, a pie y sin descanso. Otros aún hubo que se hicieron después famosos por otras causas, como José Luis Sedano, triunfador en el arte del toreo.

Y termina Aguilar su ronda de evocaciones: “Aunque la miel no ha dado fortunas, sí permitía que los mieleros viviesen holgadamente. Un buen mielero podía vender entre cuatro y cinco kilos diarios y algún que otro lomo o queso manchego. Como buenos comerciantes, los peñalveros han sabido ahorrar e invertir.  Por eso, a pesar de la dureza de su oficio, no se quejan en demasía y le están agradecidos a la miel. Guadalajara debe estarles agradecidos a ellos porque han sido sus mejores embajadores a lo largo de más de cien años, e incluso ahora, aunque más sedentarios, lo siguen siendo”.

Frases sobre Peñalver y los peñalveros

Según el Diccionario de Gentilicios y Seudogentilicios de la provincia de Guadalajara, que escribió María del Pilar Cruz Herrera, a los peñalveros se les conoce con el apelativo de agalloneros (razón: porque querían hundir en el agua un agallón con el culo), gatos (porque iban por todas partes vendiendo miel, afanándose la vida) y mieleros. Este apelativo, que es ennoblecedor, porque se refiere a un trabajo, deriva de la ocupación de muchos peñalveros, que hoy hemos recordado, y que supone que al menos desde hace siglo y medio se dedicaron a la venta ambulante de miel, quesos y otros productos, por toda España.

De todos es sabido que los pueblos siempre hablan mal de sus vecinos. Por la Alcarria corría la frase “En Peñalver, ni borrica, ni mujer”, y aún había quien la completaba: “En Peñalver / ni borrica, ni mujer / ni hombre si puede ser”. Más conocidos, y favorables, son los dichos que ensalzan su laboriosidad a prueba de bomba: “En Peñalver, de una libra hacen diez”. Y esta otra, que aquí viene al cuento perfectamente: «En Irueste, Ruguilla / y en Peñalver / fabrican las abejas / la rica miel».

Otros muchos dichos relacionan a Peñalver con la miel, y con su trato de vendedores a los habitantes de la villa: “De Madrid y Sevilla salen los toreros / y de Peñalver los mieleros”, y para acabar esta otra  “No todo el monte es orégano, ni toda la miel es de Peñalver”.