Horche y sus oportunidades
El pasado sabado se celebró en Horche la anual fiesta de la Asociación Cultural “Fray Juan de Talamanco”, en la que se entregaron las distinciones a los distinguidos de la localidad. Este año han recaido en Isabel Cano, profesora de la Universidad de Alcala, la Asociación de Belenistas de la villa, la Hermandad de San Sebastián, y dos jóvenes alumnos del Colegio de la localidad. Alegría desbordante y promesas de futuro. Una prueba de que en Horche sí hay algo que se mueve, y eso es la cultura y el buen espíritu.
Una historia de villazgos
Resultó que al final de la comida, entrega de premios y discursos varios, me pidieron que dijera unas palabras, en las que aproveché para rememorar un tema que a Horche le vendría de perlas, cual sería rescatar de su memoria, ahora casi perdida, un monumento que le daría perfil nuevo y oportunidades de recuperar parte de su historia. Sería poner de nuevo en pie su rollo o picota, que sabemos existió, pues cuando en 1537 el emperador Carlos le concedió el privilegio de ser villa por sí y administrar la justicia entre sus ciudadanos sin tener que recurrir a instancias superiores, se alzó con toda pompa y solemnidad un monumental rollo de piedra caliza tallada, diseñado y dirigido en su construcción por Pedro de Medina, un prestigioso arquitecto guadalajareño de aquella época.
La compra de su jurisdicción le costó al vecindario la nada despreciable suma de 5.000 ducados. Años después, otro privilegio del rey Felipe II aseguró a Horche la capacidad de no poder ser enajenada nunca del señorío real. Cosa que a punto estuvo de no ser cumplida, pues un siglo después, en 1652, Felipe IV cubierto de deudas decidió ofrecérsela en venta al duque de Pastrana don Rodrigo de Sandoval Silva y Mendoza. Las protestas del pueblo y la exhibición de sus antiguos privilegios, impidieron que tal hecho llegara a consumarse.
En el siglo XVI, tras la declaración de Villa por el Emperador Carlos, se celebraron en Horche las consabidas ceremonias de amojonamiento del término, toma de posesión de los escribanos, visita a las tiendas, y colocación del rollo en el centro de la plaza mayor, siempre con la connotación de ese derecho a regirse, en las cosas referidas a la justicia, por sus propios vecinos.
Sobre cuatro gradas de planta cuadrada, se alzó el rollo de piedra tallada, con fuste liso en la parte baja y estriado en la alta, y con remate de múltiples adornos platerescos, posiblemente cabezas de leones o bichas, en los cuatro lados de su capitel culminante. En un escorzo muy parecido a los que hoy vemos en las plazas mayores de Valdeavellano o de Luliana.
La historia fidedigna la encontramos en el texto de las “Relaciones Topográficas” que Horche mandó al Rey Felipe II en 1575. Allí se dice que, en aquella ceremonia solemne que duró varios días “…luego passaron a levantar Picota, y Horca, signos de la jurisdicción alta, y baxa: la Horca…; la Picota se levantó en la plaza nueva, enfrente de la Casa del Ayuntamiento, y a pocos pasos de un Olmo, que entonces llenaba con su pompa la mayor parte de dicha Plaza…” Esa primera picota, para el momento, la construyó un maestro albañil vecino de la villa, llamado Miguel de la Hoz, y fue construida de yeso y piedra suelta. Pero en 1548, tras varios acuerdos del Concejo, se realizó el encargo al ya mencionado arquitecto arriácense Pedro de Medina, quien la construyó, según nos refiere José María Ferrer González, “labrada toda de piedra pajarilla con columnillas estriadas y remates labrados, estando coronada de escarpias y en un ángulo pendiente la argolla de utilidad penal”.
Este rollo o picota de la plaza mayor de Horche duró solamente hasta 1590, en que según se lee en un documento del Archivo Municipal, y con más detalle lo refiere fray Juan Talamanco en su “Historia de Orche”, la tiró un ráfaga de aire el día del Corpus de ese año. Habían puesto un gran toldo en la plaza, para representar bajo él un teatro de Comedias propio de la festividad, y ataron algunas cuerdas de la lona a la picota. Se levantó un fortísimo viento, que finalmente acabó derribando el monumento. Quedaron las piedras tiradas, las quisieron llevar a otras partes, reconstruir, etc. Pero nunca más se levantó el rollo horchano. Ojalá que, según me dijeron el pasado sábado quienes tienen siempre presente a su pueblo para mejorarlo, que están pensando en hacer su reconstrucción lo más fielmente posible. Así sea.
El Albaicín, barrio de mozárabes
En Horche existe un barrio que, como en Granada, o en Pastrana, llaman popularmente “el Albaicín”. Muchos creen que fue creado cuando los Reyes Católicos expulsaron de España definitivamente a los árabes, y estos en nombre de mudéjares fueron quedando convertidos y practicando oficios artesanales por pueblos y ciudades de Castilla. No es así. El propio Talamanco, referencia permanente de la historia horchata, y sujeto que ha dado nombre a la asociación cultural que hoy promueve tantas cosas en la cercana villa, nos cuenta que fue de otra manera su inicio y doblamiento: cuando el rey Alfonso el Batallador de Aragón atacó la comarca de Alcaraz en 1124, se le unieron muchos cristianos mozárabes (cristianos que residían en territorio de Al Andalus desde los inicios de la ocupación islámica de la península) de la ciudad de Baeza. Y una vez triunfantes, pidieron al Rey que les señalase espacios, barrios, villas, donde poder instalarse, ya en territorio castellano. Eso es lo que dice la tradición, que en buena parte es legendaria y supera en muchos puntos a la realidad. Pero sin duda que fue de resultante de ese hecho que vinieran a poblar en Horche algunos mozárabes, que pusieron sus inicialmente humildes casas en la cuesta de las cuevas de la Cañada. Dedicaron el barrio a San Andrés, apóstol y mártir en cuyo día se produjo, el año 1227, la conquista de la ciudad de Baeza. Y de ahí que siempre haya sido popular en Horche ese nombre, el de Andrés, puesto que los del Albaicín crearon también una Hermandad o Cofradía que rememorara aquel hecho y sus propios orígenes.
La Hermandad de San Sebastián
Entre los premiados de la pasada semana, está la Hermandad de San Sebastián. Lo han merecido por el trabajo, personal y entusiasta de todos sus cofrades, en la restauración dignísima de su ermita. Está situado este templo en lo más alto del pueblo, en el borde de la meseta desde donde se divisa todo el amplio valle del Ungría. Sus fundamentos se alzan sobre las viejas piedras del castillo, la fortaleza árabe que conquistara Alvar Fáñez de Minaya la noche mágica del 24 de junio de 1084. Juan Catalina García opinaba que la ermita se fundó realmente “bajo el castillo” y no sobre los restos de la fortaleza. Ese castillo que pasó luego a ser cristiano, y llamado de Mayrena, en memoria de una “María Reina” que lo ocupó al principio, tiene ahora la estampa sencilla y fuerte de una ermita con espadaña que de sus piedras rescata la imagen guerrera y medieval, y de sus limpias paredes la memoria de la devoción que a San Sebastián siempre se le tuvo en Horche, por protector ante plagas y enfermedades, y por sus propios méritos, que no fueron pocos.
La Historia de Orche
Así, sin hache, quieren los horchanos que se escriba el nombre de su pueblo. Y no por razón de rebeldía o empecinamiento baldío, sino por así se escribió, hasta el siglo pasado, en los documentos oficiales del Ayuntamiento y Chancillerías, y porque así figura en la portada del libro que sobre la Historia del pueblo escribió, a mediados del siglo XVIII, su hijo más ilustre, el fraile mercedario fray Juan de Talamanco. Un libro que aunque reeditado en 1986, vuelve a ser rareza bibliográfica, pues tanto interesa la historia del pueblo entre sus propios habitantes, que estos se la han ido pasando de generación en generación, y algunos aprendiéndosela casi de memoria. Porque es curiosa, aleccionadora y emocionante en muchos capítulos. En todo caso, porque e sla raiz propia de un pueblo que se retrata en las obras y las memorias que hoy quedan, y en el porvenir risueño y con toda seguridad positivo que le aguarda.