Molina de Aragón en clave festiva
Este fin de semana se celebrará en Molina de Aragón su tradicional Fiesta del Carmen. El día 16 será el festejo a la Virgen por sus Cofrades, los tradicionales “cangrejos” que recorren en formación militar rigurosamente vestidos de rojo y blanco las calles del burgo. Hace un mes fue la evocación del Medievo, y todo junto supondrá uno de los momentos del año en que más público se junta por las calles evocadoras, y los rincones únicos, de esta ciudad alta que baña el Gallo.
Han pasado ya el tumulto de las fiestas y mercados medievales, en Sigüenza, Molina, Tamajón, Pioz… Quizás un día haya que reflexionar acerca de esta fiebre que ha entrado en nuestra tierra de celebrar fiestas medievales, llenar las calles y plazas de tenderetes que venden artesanías, hierbas y almendras, y vestirse todos a la usanza de hace 700 años. Me gustaría que fuese un deseo auténtico de encontrarse todos con sus propias raíces. De saber de sus orígenes, de sus pecados y arrepentimientos, de sus formas de vivir más naturales. Mucho me temo que hay más cosas detrás. Que hay empresas que montan estos encuentros con el pasado para dar buenos resultados contables a fin de año. Y el buen deseo de autoridades locales por resaltar la existencia de su municipio ante la previsible afluencia de gentío que busca sobre todo comer algún buen pulpo o jamón, según se pasa camino del escenario donde entretendrán a sus niños con un cuentacuentos o una representación de titiriteros en clave de chanza. Porque la Edad Media tuvo alguna cara más que la jocosa que sale en estas ocasiones.
Molina de Aragón, en la encrucijada
A Molina ha llegado la memoria de la Edad Media. Realmente, Molina es solo pretérito. Es Edad Media, es Renacimiento, es Ilustración….. es el ejército poderoso de don Manrique, de doña Blanca. Es la admiración que en sus vecinos suscita el aguante de una independencia que dura dos siglos. Es la capacidad de fortificarse dentro y fuera, cubrir de castillos y atalayas el territorio, poner pairones en cualquier cruce de caminos, alzar templos románicos, palacios grandiosos, inmensos rebaños de merinas que en el invierno duro del altiplano bajan a pastorear en la remota Andalucía. Molina es el poder de sus concejos, la riqueza de sus ganaderos, la pujanza de sus comerciantes. Molina está, durante siglos, en el centro de la península ibérica, en el cruce y desarrollo de todos sus caminos. Y es precisamente cuando llega el progreso, cuando se trazan vías de ferrocarril primero, y luego carreteras y hasta autopistas, cuando, como en una actuación de “magia potagia”, Molina desaparece, nadie sabe donde está, y nadie ha ido. Se olvidaron de Molina al hacer las carreteras, los trenes y los aeropuertos. Los únicos que se acuerdan de Molina son los propios molineses. De esos, no falla ninguno.
La gente y las cosas de Molina
Si uno se pone a recordar a los molineses ilustres, no le caben las memorias dentro de un libro. Una recopilación de todos hizo hace tiempo don Claro Abánades, en un libro que, como casi todos los suyos, sigue manuscrito (mecanografiado perdón, para ser más exactos) en el Archivo Municipal al que dejó legada su obra inédita. Será benemérito quien lo saque a luz, y dé pie a que sean recordados tantos hombres y mujeres del pasado que pusieron su vida al servicio del territorio. Desde el primer señor, don Manrique de Lara, al actual alcalde, don Pedro Herranz, que tiene en la mano siempre la antorcha de la supervivencia. Pasando por gentes como el licenciado Núñez y el regidor Sánchez de Portocarrero, sus capitanes e historiadores, hasta don Antonio Sanz Polo, reconstructor de castillos y don Santiago Arauz de Robles, analista del problema rural molinés.
La gente de Molina tiene un apego especial por su tierra. Quizás fraguado en la distancia, en el estar lejos de ella la mayor parte del año. En el invierno, Molina desaparece del todo: se queda sin gentes, y allí arriba hay niebla. Pero va andando en el pecho de muchos. Por eso en el verano estalla la actividad, todo son fiestas, y se preparan nuevas ideas. Sé que en agosto, mediados, se va a celebrar en Tortuera, por todo lo alto, la presentación de un gran libro sobre esa villa. Cuajada memoria de un espacio único y singular. Y en Molina estos días la Fiesta del Carmen, de arraigo medieval, el nuevo Museo abierto, las calles llenas.
Monumentos en pequeño
Para quien es de allí, o para esos viajeros que quieren saber de un territorio hispano rico de historias, maravilloso de paisajes, pleno de patrimonios, no está de más recordar algunos de sus detalles que dicen de la Tierra, que expresan ese sabor a misterio y sorpresa.
En Milmarcos podrá verse, aún en la penumbra fresca de su templo parroquial, la pila bautismal románica que es una verdadera joya del arte medieval, desconocida. La descubrí hace muchos años, en mis estancias por aquellas latitudes con algunos de sus más animosos hijos, que luego han vuelto y ahora empujan: Fernando Marchán, Iturbe, los Escolano… Esa pila tallada a medias sobre la durísima roca molinesa, ofrece la imagen de una infinita retahíla de mitras o de bastones, puestos en el dibujo sencillo de lo medieval más puro. Milmarcos tiene muchas más cosas que ver, pero este detalle ya por sí mismo merece una visita.
Cerca de la capital, están las ruinas de Castellote, un pueblo que fue grande y hoy es sólo un espectro: en los muros de su derruida iglesia, tal como se ve en la fotografía adjunta, alguien pintó con detalle y parsimonia, pero dando gritos: “Pueblos del Señorío, salvemos nuestra tierra”. Alguien de fuera, pero que lleva a Molina en el corazón, ha adquirido recientemente Novella, otro poblado cercano a la capital, para salvarla del silencio, y darla vida.
En Turmiel, junto al río Mesa, que corre desde las arideces de Anquela hacia Aragón, sobre unos cantiles rocosos que invitan a soñar con alcores y castillos, con lanzas y cides, se mantiene entera la ermita de Palmaces. Tiene detalles románicos, algunos canecillos, el aire todo de la Edad Media pintada sobre su silueta firme. Esas ermitas molinesas, perdidas en lo alto, esas torres, esos chozones grandes de techo de sabina, son los restos de una civilización, que no deberíamos permitir que se perdiera.
Más que Edad Media: la Arqueología
De los restos del Señorío, lo más interesante está aún por descubrir. Es la arqueología, los yacimientos celtibéricos, los castros y necrópolis, los asentamientos junto a los ríos y sobre los peñascos. Desde hace años, una meritoria y meticulosa campaña dirigida por Arenas y sus gentes, está poniendo de relieve lo que fue la Molina prehistórica o remotamente vieja: el asentamiento judío, pero los sucesivos estratos de la humana huella sobre el gran cerro del castillo. En Herrería, muy cerca, se excavó completo el castro del Ceremeño. Y en Rillo de Gallo aparecieron los abrigos con pinturas rupestres más interesantes de toda la provincia.
En La Yunta y en Embid, los campos de urnas. Y por Aragoncillo su bosque fósil. La orilla derecha del Ebro, abarcando la Cordillera Ibérica entera, pero muy especialmente en el altiplano molinés, fue asentamiento largo de lo que podríamos decir (en un exceso de celo patrio) fue el origen de nuestro país: la Celtiberia. Seguirán encontrándose puntos, altozanos y valles cubiertos del silencioso recuerdo metálico de las espadas y los cascos. En el Cabezo del Cid, que es cerro plano y amable, pero alto y firme como pocos, vigilante del caserío de Hinojosa, se han encontrado muchísimos restos celtíberos, y por allí aún está pendiente el estudio de sitios como ese, como la Loma Gorda de Cubillejo, como la docena de castros de Prados Redondos, y como el Cerro de la Cantera de Hinojosa. Prehistoria, Edad Media, Molina del pretérito…