El abside gótico inglés de Atienza
Fuera de las murallas de Atienza, a la derecha de la cuesta que asciende hacia el centro de la medieval villa, se encuentra el solar y las ruinas del templo de un convento franciscano de origen medieval. En el solar se construyó hace tiempo un bloque de viviendas. Y de la iglesia, que se hundió casi completamente hace muchos años, solamente quedan los muros del ábside, que pueden contemplarse desde fuera. En su solar se construyó un almacén de granos.
El estado actual de este ábside es de inminente ruina. Si no se hace algo pronto, este ábside de estilo gótico inglés vendrá al suelo. El propietario del monumento, un vecino de Atienza, ante la imposibilidad de cuidarlo como merece, se lo ha ofrecido, gratis, a la Administración Regional. No deja de ser un regalo comprometido, porque ser propietario del bien cultural que tratamos, supone gastarse algún dinero en cuidarlo y conservarlo. Pero teniendo en cuenta que el elemento forma parte del acervo artístico de nuestra provincia, de nuestra comunidad autónoma, parece lo más lógico que ese gasto recaiga en las arcas públicas: no puede pedírsele a un contribuyente que, además de los impuestos que paga, tenga que encargarse él de cuidar el patrimonio.
En un reciente libro que ha sido muy comentado, titulado “Patrimonio Desaparecido de Guadalajara”, el profesor García de Paz analizaba este monasterio con atención. Y decía cómo poco a poco, a lo largo de los siglos XIX y XX, había ido perdiendo elementos, salas, iglesia, enterramientos y todo lo que le hizo floreciente y visitado en la Edad Media y el Renacimiento. Solo conserva en el momento actual su ábside, verdaderamente hermoso, airoso, espectacular: uno de los pocos ejemplos de arquitectura gótica pura en la provincia de Guadalajara, y el único que puede calificarse de “gótico inglés” en ella. Todos cuantos han leído el libro, y le han comentado, han pedido que nuna se le pueda añadir ni una sola página más… ¿será posible que a estas alturas, y el día menos pensado, el ábside gótico de San Francisco de Atienza le sume una página nueva al “Patrimonio Desaparecido” de nuestra provincia?
La historia del monasterio
Hasta nosotros solo han llegado recuerdos documentales de este monasterio, y en todo caso escasos, muy fragmentarios. Aunque no existe un documento fehaciente que lo confirme, es seguro que ya en 1264 estaban asentados los franciscanos en esta importante villa castellana. Bien recibidos por la población, pues conocían la trayectoria ejemplar de la orden fundada por el santo fraile itainao, vieron nada más llegar las uñas puestas de frente de los curas del Cabildo atencino, que veían en ellos competidores y un peligroso punto de comparación respecto a sus propias costumbres. Los frailes, sin embargo, trataron desde un comienzo de llevarse bien con los curas, decidiendo hacer un sufragio y oficio de difuntos por cada elemento del Cabildo que falleciera.
Enseguida de su llegada, mediado el siglo XIII, se construyó un pequeño y pobre convento del que nada queda. A finales del siglo XIV, siendo señora de la villa doña Catalina de Lancaster, esposa de Enrique III, se iniciaron las obras, por ella sufragadas, de un nuevo templo, en arquitectónico estilo gótico. El asentamiento del convento estaba en la cuesta meridional del cerro atencino. Pero la enfermedad de la reina (una hemiplejia por hemorragia cerebral que la dejó inútil y desvariada) dejó al convento franciscano sin apoyo y con las obras paralizadas.
A fines del siglo XV la comunidad se sometió a la reforma propiciada por el Cardenal Cisneros, y se cambió a la Observancia. Una Bula de Alejandro VI, de mayo de 1493, llegó a Atienza con carta de los Reyes Católicos, haciendo observante al guardián del Convento, y dándole autorización para expulsar a los que no quisieran cambiar de estado a la renovada regla de la Observancia. A partir de ese momento, se renuevan las ayudas de los Reyes, y en 1495 Isabel y Fernando conceden un donativo de 100 fanegas de sal cada 4 años, tomadas de las cercanas salinas de Imón. En 1504 recibieron del ya viudo Fernando el encargo de catequizar a los muchos judíos conversos que al parecer habían quedado a vivir en Atienza. Y fue finalmente en 1507, con el Cardenal Cisneros de regente de Castilla, que recibió el de Atienza el título de Real Convento, haciendo al padre guardián del mismo Regidor Decano de la villa, con dos votos en el Ayuntamiento, y numerosas potestades concejiles que le hacían en la práctica alcalde mayor de la villa. Era así el guardián de los franciscanos la máxima figura, después del Rey, en la villa.
Ya en los años de inicios del siglo XVI el convento de San Francisco se desarrolló notablemente. Las obras de la iglesia se reanudaron y quedaron concluidas en forma de gran templo en el que los estilos gótico y renacentista se mezclaban curiosamente. Tres nobles señores, muy hacendados en Atienza, patrocinaron las obras y se reservaron los mejores espacios para su patronazgo y enterramiento: fueron concretamente don Hernando de Rojas Sandoval y su esposa doña Catalina Medrano Bravo de Lagunas, que decidieron tallar en las capillas del crucero sendos enterramientos de alabastro con sus estatuas yacentes, hoy perdidos, y el hermano de la señora, don García Medrano Bravo de Lagunas, que se quedó con el patronato de la capilla mayor. Añadieron rejas, altares, piezas muebles de orfebrería, la portada exterior del templo y un largo etcétera de mejoras, que le dieron estampa de gran edificio religioso.
Algunos reyes de España visitaron luego este lugar y convento: así Felipe II, en 1592, a su regreso de un viaje a Tarragona, se alojó con los franciscanos atencinos, y adoró la reliquia de las Santas Espinas que guardaban con veneración. Lo mismo hizo su hijo Felipe III pocos años después, y su nieto Felipe IV en 1660, que también visitó convento y reliquias. Finalmente, en los días de la Guerra de Sucesión, en 1706 más concretamente, Felipe V de Borbón volvió a visitarlo. Por entonces lo poblaban 20 frailes que enseñaban Filosofía a los vecinos de Atienza.
La Guerra de la Independencia acabó con esta institución. En 1811 huyeron los frailes, tras el ataque que el General Duvernet hizo a 7 de enero devastando la villa y sus defensas, y ensañándose especialmente con los edificios religiosos. Desde entonces todo quedó en ruina y destrozado, y los años que han pasado no han hecho sino remachar ese abandono y destrucción, hasta el punto de que sobre el solar que ocupó la iglesia se edificó un almacén de granos, y sobre el que albergó al monasterio se han construido después unos edificios de viviendas. Finalmente, el ábside empieza ahora a tambalearse, socavado de siglos y de humedades.
Lo que queda del edificio
Hoy solamente queda en pie el ábside del templo conventual. Construido, como hemos visto, a finales del siglo XIV, en un estilo gótico inglés muy puro, ofrece planta semicircular, y muros de sillar oscuro separados por contrafuertes. En cada uno de los cinco paramentos que constituyen ese ábside se abre un alto y estrecho ventanal, de arco muy apuntado, con arquivoltas que en dos niveles apoyan al interior sobre ménsulas de ornamentación vegetal, y al exterior lo mismo. En uno de ellos quedan todavía los festones que le hacían agrelado, pero tanto ese como los demás, están actualmente tabicados. El interior, solo visible penetrando al almacén de granos mencionado, ofrece desolación, y los arranques del arco mayor que daba paso al presbiterio, con restos de arquivoltas apoyadas sobre capiteles y pilares de planta circular adosada.
Según podemos ver en una de las fotos aportadas, actualmente está sufriendo un peligroso proceso de separación las piedras altas de los arcos, de tal modo que pronto empezarán a desprenderse las que queden holgadas, arrastrando enseguida a las contiguas. Un hundimiento anunciado, si no se toman pronto las medidas necesarias para su contención.
Atienza, una villa románica
Uno de los mayores goces estéticos que el viajero por Castilla puede obtener es el de contemplar, por vez primera, la silueta de la villa de Atienza en la distancia. Desde cualquiera de los cuatro puntos cardinales por los que aborde su aproximación, la imagen medieval y evocadora del conjunto fortificado de Atienza quedará grabada permanentemente en la retina de quien así la admire.
El aspecto de Atienza es el de un castillo rodeado de una puebla densa y empinada. Sobre la eminencia rocosa surge la fortaleza medieval, con un torreón mayor en la punta meridional, y restos de murallas, algibes y puertas. Del castillo surgían diversas líneas de murallas, progresivamente más fuertes, y surcadas de portones de acceso al pueblo. Hoy se ven restos de todos estos «cintos» amurallados, y entre las dos plazas más importantes del lugar aún se conserva el llamado arco de arrebatacapas, de remate apuntado sujeto por columnas cilíndricas y capiteles de decoración vegetal.
Los templos parroquiales de Atienza son todos, a excepción de la iglesia de San Juan, de estilo románico puro. Son estos:
- la iglesia de la Santísima Trinidad, con ábside semicircular de influencia segoviana, y gran profusión de ornamentación vegetal.
- la iglesia de Santa María del Rey, cabeza de un antiguo barrio desparecido en las guerras entre Castilla y Aragón del siglo XV, que ofrece su gran portada meridional, semicircular y cargada de figuras antropomórficas
- la iglesia de San Gil, con ábside semicircular, y delgados ventanales que le iluminan, añadida más modernamente de una portada renacentista
- la iglesia de San Bartolomé, con su atrio porticado y su gran puerta multidecorada, más el interior, intacto desde el siglo XIII
- la iglesia de Santa María del Val, fuera de la actual población, con decoración de atletas medievales en las arquivoltas de su portada, etc.
- La iglesia de San Juan, su actual parroquia, fue primitivamente románica, pegada a la muralla interna. Reformada en el siglo XVI, hoy luce como un elegante ejemplo de templo columnario, renacentista, adornado de múltiples retablos de esculturas y pinturas.
Espacios tradicionales de Atienza
En la Plaza del Trigo, que es uno de los ejemplos más hermosos y típicos de los plazales castellanos, y en la del Ayuntamiento, se concreta el aire más nítidamente tradicional de esta población.
La primera de estas plazas contiene edificios soportalados con algunos ejemplos de palacios (el del Cabildo eclesiástico de Atienza entre éllos), y la segunda muestra el edificio concejil con gran escudo real sobre el balcón principal, otros palacios de hidalgos, y una fuente central llamada «de los delfines» por ofrecer tallados estos animales. A partir de estas plazas se abren cuestudas y estrechas calles en las que son inacabables los ejemplos de casonas nobles, mezclas espléndidas de la arquitectura rural de la zona con portaladas adoveladas rematadas de escudos señoriales.
Otros edificios singulares que ofrece Atienza son el Hospital de Santa Ana, construcción barroca con portada en la que surge un tallado medallón de la titular, y un patio sencillo y elegante; la fuente de la Villa en el cruce de los caminos que traen los viajeros a élla; la posada del Cordón, medieval albergue con tallada cenefa franciscana en torno a la puerta de entrada; el ábside gótico del Convento de San Francisco, motivo de esta crónica, y decenas más de singulares arquitecturas.
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