Picotas y Rollos, Símbolos de belleza

viernes, 18 octubre 2002 0 Por Herrera Casado

I

Esta semana y la próxima dedicaré mi habitual memorando de la tierra guadalajareña a acompañar con palabras breves las estupendas imágenes que nos ha conseguido Luis Solano, todas ellas mirando la piedra limpia y tallada de las picotas de la Alcarria. Un paseo por los 40 enhiestos surtidores (no de sombra y sueño, como el de Silos) de piedra y hierros, de leones y aguiluchos tallados, de escudos que puestos sobre el plinto fiel de la memoria nos dicen cómo algunos lugares tuvieron, en su tiempo (era el siglo XVI o incluso antes) capacidad de juzgar en la villa cuanto de alteración y reyerta en ella ocurría.

Esa es la significación de los rollos, no otra más macabra como se ha ido dando a entender con más morbo que consistencia histórica: los rollos y picotas que se alzan a la entrada de nuestros pueblos, o en medio de sus mayores plazas, significaban que la villa tenía esa condición y capacidad de juzgar los delitos que en ella se cometían. Los hubo por toda Castilla, pero en Guadalajara, en la Alcarria, se adensaron. Y hemos tenido la suerte de que por mor de conservadores, en nuestros pueblos se hayan mantenido vivos, palpitantes casi, retadores de la luz del sol, estos rollos que ahora nos sorprenden.

Han sido varios los libros que han expuesto en forma de catálogo y descripción minuciosa los más de 40 rollos que hay en Guadalajara. Fue José María Ferrer González primeramente, con un artículo en la Revista Wad-al-Hayara en 1980, y más recientemente Felipe Mª Olivier López-Merlo, en 1998, quienes nos han dado ese catálogo a conocer. Un estudio más amplio de Mariano Martín Rosado también ha servido para dar a conocer los rollos de Guadalajara. En definitiva, un tema este que ya ha sido ofrecido por estudiosos y viajeros, pero que siempre es merecedor de una insistencia. Y de un reposado viaje por la Alcarria para descubrirlas. Entre ellas, la mejor quizás de todas: la de Fuentenovilla, espléndida columna rematada casi en templo, que fue siempre el referente y paradigma de estos monumentos.

En las imágenes del fotógrafo Luis Solano, parecen cobrar vida propia estas picotas. Unas en su totalidad, limpias y esbeltas. Otras en sus fragmentos, en sus detalles minuciosos: remates de tallada piedra como el de Peñalver, que ofrece el escudo de su señor, don Juan Juárez de Carvajal, obispo de Lugo, o los de las picotas de Lupiana y El Pozo de Guadalajara: la primera ofreciendo cuatro seres alados de imponente aspecto; la segunda, con sus cabezas de serios y tristes leones que parecen oficiar su rito de pedir paz y darla a cualquier precio desde la altura vertiginosa de la columna caliza.

Rollos como el de Ruguilla, sencillo y humilde, pero con las argollas aún de su más antiguo cometido, el de exponer a la vergüenza pública a los delincuentes. La de Moratilla de los Meleros, que yo diría es una picota misteriosa, con sus tallas que se ven y no se ven de los vientos, y la de Budia finalmente, solemne y hermosa, una modelo perfecta que se luce en la pasarela de los pinos eternos y los chopos temporales. Un conjunto de hermosas imágenes que sirven de reclamo de nuestra tierra.

II

Seguimos esta semana con más imágenes de rollos y picotas de la Alcarria. Luis Solano, el joven fotógrafo que sabe retratar la quieta realidad de la provincia, nos ha ofrecido la singularidad de su visión para ilustrar este recorrido por el conjunto de picotas alcarreñas. Son estas, lo recordábamos la pasada semana, elementos  parlantes de la historia: en muy pocos lugares del mundo caben tantos monumentos similares, que explican con su verticalidad la singular forma de administrar justicia en los pueblos. Plazas mayores, solanas y encrucijadas son los espacios donde surgen airosas.

Si la Alcarria es la que más densamente las atesora, repartidas por la provincia aparecen otras muchas. En algunas ocasiones, a pares, como ocurre en Galve de Sorbe, donde hoy vemos dos de estos rollos, el más singular el de l aplaza mayor. Y en Cifuentes, que lo tienen también repetido. Cerca está Torija, que sobre el plinto de circular planta ve alzarse su columna poliestriada, puesta en avizor sobre el viejo Camino Real, que se va hacia el Tajuña desde el hondo y generoso Henares. Por las alturas surgen los rollos de Alaminos también, del que aquí vemos en detalle de coleccionista su león rampante. Y por los valles surgen Alarilla y Castilmimbre, Valdeavellano y Valderrebollo, con sus respectivos galardones justicieros, cuajados de rallas, de sombras, de leones y flameros. Cruces también, aunque esas se las pusieron luego, como para darle un barniz de cristianismo a lo que no lo tuvo, en absoluto, en su inicio. Y en otros casos, sirven a la vez de fuente y luminaria, como la de Alarilla, que es una picota muy bien aprovechada, a la que incluso le han tallado recientemente el escudo heráldico municipal que sirve para identificar la historia panorámica de la villa.

Además de las siete imágenes de hoy, y otras tantas de la pasada semana, la riqueza de picotas guadalajareñas no acaba en estas hermosas imágenes. Son muchas más, de las que no cabe olvidar los valientes símbolos que aún se alzan en Villaviciosa, en Brihuega, en Mohernando, o en Atanzón, por recordar algunos. Incluso debemos mencionar los que desaparecieron, porque estorbaban (como el caso de Guadalajara, que ha vuelto a ver levantada en un parque su antigua picota) o porque se los llevó el viento (literalmente, y aunque cueste creerlo, esto es lo que dicen las viejas crónicas de Horche).

Todas las picotas, las que vemos, las que intuimos, las que fueron y ya no están, todas tienen su palabra de sabia conseja, su porte de raiz que se va hacia el cielo, pero que nos da prueba de un seguro ser antañón. Hoy sirven, más que nada, para fraguar un par de rutas y volver a recorrer la Alcarria con este motivo. Un viaje más por nuestra tierra, con la voz de Cela por un lado, y la figura de sus cuarenta picotas en el horizonte.