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septiembre, 2001:

La ciudad encantada de Tamajón

 

Tamajón es la puerta de la Sierra Norte, la avanzadilla de los serrijones pizarrosos y los sabinares silenciosos, de las construcciones de arquitectura negra y los olorosos jarales. En Tamajón debe parar el viajero que suba hacia la “Sierra Negra”, hacia el Ocejón y el Puerto de la Quesera, a disfrutar de las Casas Rurales de Campillejo, Campillo de Ranas y Majaelrayo, a patearse la mínima belleza recuperada de Roblelacasa, y a descubrir que el mundo está limpio todavía, abierto y vacío por esas alturas a las que pone bóveda el cambiante pincel de las nubes.

En Tamajón hay varias cosas que ver, pero no es ese ahora nuestro objetivo. La iglesia parroquial románica, el Ayuntamiento /Palacio de los Mendoza, la casona de los Montúfar… sus plazas recoletas y sus largas y vistosas calles, son algunas de las cosas que el viajero puede degustar en su viaje. Eso sin hablar de la magnífica gastronomía que en sus “Casas de Comidas” puede degustarse. No. Nuestro objetivo ahora está un poco más allá, a un kilómetro largo del pueblo en dirección a Valverde y Majaelrayo. Justo a partir de la bifurcación de las carreteras que llevan a ambos sitios, empieza el sabinar y se muestra espléndida una de las joyas de la Naturaleza en la provincia de Guadalajara. Se trata de la “Ciudad Encantada” de Tamajón, a la que invito a ir a quienes quieran pasar un rato admirando tierra valiente y expresiva, paisajes únicos y vistosos.

Un sabinar perfecto

Compuesto de densas masas del Juniperus thurifera, en altitud que media de los 1.000 a los 1.100 metros, nos permite pasear sin problemas entre sus ejemplares antiguos y venerables, sin que la vegetación de arbustos, también muy desarrollada, nos moleste lo más mínimo. No es cuestión aquí de hacer literatura barata, a propósito del sonido del viento entre las ramas, etc, etc, ni aportar datos específicamente científicos de lo que allí se encuentra. Solo decir del valor que ese sabinar, amplio y todavía vivo, tiene de cara al conjunto del patrimonio natural de nuestra tierra. Desde siempre fueron respetuosos en Tamajón con este espacio boscoso, y las escasas labores agrícolas que en su torno se han hecho lo han respetado. La excepcionalidad de su situación geológica, a caballo entre el área de materiales paleozoicos de la Sierra, y las calizas cretáceas de inferior, permite ver contrastes interesantes en el suelo y la vegetación. El paisaje no, porque es homogéneo y tiene de mostrarnos la bravura serrana cubierta del verde oscuro del sabinar denso.

Es curioso reseñar la existencia de un edificio monumental, cargado de arte y leyenda, en medio de este bosque. A la orilla derecha de la carretera que conduce al pantano de El Vado y a Majaelrayo, se alza la ermita de Nuestra Señora de los Enebrales, patrona de Tamajón, a cuya imagen y devoción se han escrito también versos y endechas por los habituales vates de la mariología alcarreña. La ermita es realmente un templo grande, como de pueblo. Y en su portada luce el escudo, todavía policromo, de los Mendoza de Tamajón, una rama secundaria nacida del tronco de los Infantado arriacenses. En el interior, tras la reja que protege al templo por la necesidad/costumbre de tener siempre abierta una hoja de la puerta, se ve la gran pintura mural que recuerda la aparición de la Virgen sobre una sabina al sacerdote don Diego Castro de San Félix, quien al ir a decir misa (en tiempos remotos) al hoy desaparecido lugar de Majadas Viejas, le salió al paso un terrible reptil que le amenazó de muerte, siendo salvador por la intercesión de la Virgen aparecida. Es un lugar lleno de encanto, que merece una parada en medio del lustre de la vegetación serrana.

La Ciudad Encantada

Pero lo que centra el interés de nuestra excursión es la maravilla natural de “La Ciudad Encantada”. Primeramente, trataremos de describir con palabras técnicas, tomadas de la “Guía de Espacios Naturales de Castilla-La Mancha”, este espacio. Para luego comentar nuestras impresiones y sugerencias. Sobre una plataforma rocosa determinada por los estratos calcáreos del Cretácico superior, que se muestran en una llamativa posición horizontal, los procesos de erosión de la lluvia y de la disolución de las sales por el agua caída de las nubes han ido conformando esta muestra de formas curiosos. Se sitúa en los 1.000 metros de altitud sobre el nivel del mar, y en ella se han producido además intensos fenómenos kársticos, con creación de cuevas, una de las cuales, a la que llaman “La Cueva del Turismo”, sabemos que estuvo ocupada por los pobladores primitivos, habiéndose encontrado restos arqueológicos en su interior. Precisamente esa capacidad (distribuida uniformemente a lo largo de los siglos) de disolución de las rocas, y su erosión, ha proporcionado formas visibles al estrato que ha quedado al aire:  se encuentra diversas piezas en forma de monolitos aislados con forma de seta (lo que se llaman tormos en geología), así como pequeñas cavidades, socavación de paredes e incluso aparición de algunos puentes rocosos que le dan al ámbito una apariencia mágica, como de “parque temático” sin pagar entrada. Incluso pueden verses sobre la cima de la plataforma caliza algunas incisiones a modo de multitud de pequeños hoyos (lapiaz) que horadan la roca. Es finalmente de destacar el color y los contrastes que sobre las rocas aposentan: blanco, dorado y negro/gris intensos, todos ellos debidos al arrastre y escurrimiento del agua en el transcurso de las lluvias y el consiguiente depósito sobre ellas de óxidos de manganeso.

Es un placer andar subiendo y bajando estos roquedales de Tamajón. Uno piensa que se encuentra en un escenario (natural y viejísimo) en el que podrían representarse en cualquier momento emocionantes escenas de guerra y pasión. Se ven torres auténticas, gigantes envarados, sobre los las sabinas. Y un inmenso auditorio, con una escalinata preparada para que baje la artista principal, escalinata además tapizada por el agua que escurre desde algún nivel impermeable. Hay un gran puente de roca, efectivamente, y unos contrastes llamativos en el color de las paredes: desde el gris perfecto, que parece recién pintado, hasta los dorados solemnes y los negros pizarrosos. Un espectáculo de luz y silencio, una maravilla tan cerca…

En Tamajón tenemos, por tanto, la posibilidad de pasar un buen día de admiración de Naturaleza, de gozo artístico y de gusto gastronómico. En cualquiera de las direcciones que se salga del pueblo hay posibilidad de establecer paseos sencillos y cómodos por caminos que atraviesan bosques y miran siempre a la altura del Ocejón. Concretamente está muy bien señalizado el “Antiguo Camino de Tamajón a Retiendas”, que algunos llaman el camino olvidado y que pudiera rememorar, a los que lo anden con ganas de imaginar viejos tiempos, el paso de los monjes blancos del Cister en Bonaval o de los pardos frailes franciscanos del mismo Tamajón, junto a sus mulas, por entre los robledales de las orillas. En la oficina de Turismo de Tamajón se puede encontrar mapas concretos de esta ruta, otros más amplios de toda la sierra, y siempre la información abierta para quien desee hacer de este enclave serrano su lugar de inicio de los descubrimientos naturales de la Sierra Negra.

El marqués de Santillana, una vida y un tiempo

 

El mayor acontecimiento cultural de este verano, relacionado con Guadalajara, ha sido la Exposición que todavía permanece abierta (lo estará hasta el domingo 30 de septiembre) en Santillana del Mar (Cantabria). Un acontecimiento cultural y artístico de primera magnitud, que no debería perderse nadie que esté medianamente interesado en la historia de nuestra tierra y sus personajes, en la cultura medieval y el arte del Renacimiento. Porque en esta muestra que lleva por título «Marqués de Santillana, 1398-1458. Los albores de la España moderna» se ofrecen de forma completa y moderna todos los aspectos que permiten entrar, de forma viva y palpitante, en el mundo de don Iñigo López de Mendoza, en el mundo polimorfo de los Mendoza, de su mayorazgo amplio, de su poder generatriz de ideas, formas y caminos.

La Exposición ha sido organizada por la Consejería de Turismo de Cantabria, y su presupuesto se ha situado en 250 millones de pesetas. Más de 2.000 metros cuadrados se abren a la contemplación de 350 piezas de arte y cultura, así como otros diversos espacios en los que la música, las proyecciones, las maquetas y los mundos virtuales ofrecen de forma completa la realidad de ese momento histórico que cabalga entre la decadente Edad Media y el incipiente Renacimiento, del que López de Mendoza es el auténtico introductor y adelantado. La exposición está dirigida por Araceli Pereda, directora de la Fundación Lázaro Galdiano de Madrid, y el patrocinio ha corrido a cargo de diversas firmas comerciales, entre las que mayor aportación ha tenido es la Caja Cantabria. Entrar a la exposición cuesta 500 pesetas por persona, y el horario de visita es de 10 de la mañana a 9 de la noche, de forma ininterrumpida.

La Exposición está situada en cuatro espacios distintos, cuatro edificios que son ya de por sí auténticos monumentos de una villa inigualable y maravillosa como es Santillana del Mar. En cada uno de esos cuatro edificios se ofrecen visiones complementarias de la vida del Marqués y su época. En cada una aparecen piezas de arte, libros, maquetas espléndidas, y se proyectan de forma ininterrumpida unos «mundos virtuales» que son realmente espectaculares, y entre los que destacan el gran libro en el que se va explicando los contenidos del «Trivium» y del «Cuadrivium», o la narración y detalles de un cerco y una batalla con una muralla como telón de fondo. También es espectacular el sistema audiovisual explicativo del retablo del Marqués de Santillana. Y se recrean ambientes en forma de escenarios, como los talleres de los diversos gremios, un comedor, un mercado virtual, etc.

Estos son los lugares en que se exponen las piezas, traídas hasta Santillana desde múltiples lugares: museos e instituciones españolas, museos extranjeros, colecciones privadas, etc. En principio se inicia la visita por la Torre de Don Borja, situada en la Gran Plaza de Santillana. En ella se exponen a lo largo y alto de sus pisos, las relaciones familiares del marqués: sus padres, sus parientes, sus hijos… por eso en este lugar aparecen referencias todavía más concretas y abundantes a la tierra de Guadalajara y sus personajes. Así, vemos en una sala de la torre de Don Borja el enterramiento de doña Aldonza de Mendoza, hermanastra paterna de don Iñigo (procede del Museo Provincial de Guadalajara) y el retrato pintado por Rincón de don Pedro González de Mendoza, gran cardenal de España, rodeado de sus colaboradores y «familiares» (procede de la Sala de Comisiones del Ayuntamiento de Guadalajara). Un espacio abierto en el que lucen estas piezas con mayor efectismo y belleza que en los lugares donde habitualmente permanecen.

Sigue la exposición en las Casas del Águila y de la Parra. En ellas se expone todo lo relativo al hombre de Estado, y por ende, la visión histórica de la Península Ibérica en el siglo XV, los diversos reinos (Castilla, Aragón, Navarra, Portugal y el nazarita de Granada) más las luchas por el poder en tiempos del rey Juan II y las artes de la guerra.

En el tercer recinto, el Palacio de Caja Cantabria, se expone cuanto tiene relación con el aspecto humanista de don Iñigo. Se trata fundamentalmente de una revisión de la Literatura de la época y se ofrecen piezas numerosas y bellísimas de libros miniados, muchos de ellos pertenecientes a la gran biblioteca que formó a lo largo de su vida el marqués de Santillana, y que hoy se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid. En este lugar está colocado el gran retablo de Nuestra Señora de los Ángeles, pintado por Jorge Inglés, y que ha sido cedido para la exposición por su propietario el actual duque del Infantado y marqués de Santillana, don Iñigo de Arteaga y Martín. Una pieza excepcional del arte español, que durante varios años estuvo custodiado en el Palacio del Infantado de nuestra ciudad, y en el que se muestra la imagen más conocida de don Iñigo retratado en oración ante la Virgen: un sistema audiovisual muy bien montado explica detenidamente el significado de las figuras que aparecen en este retablo, al que yo cifro como eje principal de esta muestra.

Finalmente, el recorrido por esta enorme y prolija exposición acaba en las numerosas salas del Museo Diocesano. En ellas se expone lo relativo a la época del Marqués. De una parte la economía y la sociedad, con una maqueta de un mercado medieval, y ambientes inspirados en la vida cotidiana del siglo XV. Hay alusiones al comercio, las alcabalas, los cambistas, los campesinos… y también a los viajeros por el mundo, los barcos y la Iglesia, con sus universidades, monasterios, hospitales y catedrales.

En todos estos cuatro espacios expositivos, se muestran piezas de calidad como cerámicas de Manises, arquetas mudéjares, piezas de orfebrería, cuadros (como el martirio de San Lorenzo del maestro de Budapest), esculturas (como el grupo de Santa Ana, la Virgen y el Niño de Belorado), el tesorillo judío de Viviesca, el estoque del segundo conde de Tendilla, que procede del Museo Lázaro Galdiano, y el libro Ceremonial de Pedro IV el Ceremonioso, además de muchos otros «Libros de Horas», traducciones al castellano de clásicos griegos y latinos, miniaturas, etc.

Repito que para un alcarreño que conozca su historia pretérita, que aprecie el recuerdo de sus figuras señeras y las huellas artísticas de esas pasadas épocas, la exposición sobre el Marqués de Santillana en su villa marina de Cantabria es toda una deslumbrante aparición, algo que ninguno deberíamos perdernos. Ya solo quedan 10 días para poderla contemplar, así es que va siendo momento de apresurarse. El recuerdo durará, eso es seguro, toda la vida.

En recuerdo de los alcarreños valientes

 

Ahora que ya estamos inmersos en la Fiesta grande de la ciudad, no estará de más recordar a algunos de sus vecinos que dejaron memorable huella de sí. No porque hoy sean ejemplos a imitar, sino más bien porque son siempre individuos singulares, que si bien las modas cambian y las hazañas se cifran en otros valores, la sangre fría y el brillo de la aventura siempre es un factor que merece ser observado.

En guerras y tempestades surgieron las figuras de los valientes. Si ellas se dedicaban (hablo de la Edad Media, del Renacimiento, de siglos muy pasados) a rezar y ornamentar altares, ellos iban a las guerras contra el turco, defendían su honra y la de su familia con fieros duelos en las calles, y algunos hasta hacían verdaderas barbaridades que con asombro contemplamos, como si fuera un retal pretérito de la columna de “Sucesos”. Aquella Guadalajara que se limitaba al contorno de su amurallamiento medieval cristiano, y que desde San Ginés (el campo del mercado, por el sur) descendía calle mayor en línea hasta el Alcázar, con su Puerta de Madrid, al norte. O por poniente la línea del barranco de San Antonio y el torreón de Alvarfáñez como límite del burgo, hasta, el barranco del Alamín, sus viejos muros alcazareños, su torre albarrana que hoy otea el recobrado “parque lineal” por el levante, era la ciudad en que cabían los milagros y las posturas de reto. Más directa relación humana que la que hoy se estila, siempre pasando por la “rueda de prensa” o la denuncia judicial, o la tunda descalificadora “a nivel de comentario”. Tiempos  en los que había valientes, alcarreños decididos de los que hoy traemos un recuerdo, si no ejemplar, al menos curioso.

El comendador Rodrigo de Campuzano

En la segunda capilla, toda oscura y alumbrada de velas temblorosas, según se entra a la iglesia de San Nicolás, a la derecha, aparece el mausoleo tallado en alabastro del caballero don Rodrigo de Campuzano, de quien dicen los historiadores que era “gran soldado y hombre de mucha erudición de Historia y letras humanas”. Es una estatua soberbia, mal entrevista por el perenne oscurecimiento de la piedra, robado al ambiente. Estuvo en la vieja iglesia de San Nicolás (que ocupaba el solar donde hoy está el Banco de España) y se pasó a esta de los jesuitas en el siglo XIX. Está tallado (para mí no existe ninguna duda de ello) por el mismo escultor que hizo la yacente estatua de El Doncel de Sigüenza. Delicado el trazo, vigoroso el gesto, a los pies un pajecillo llora también su pena apoyado en el casco del caballero. Pues bien, esa maravilla de escultura sirve hoy de anclaje material al recuerdo intangible de este hombre, que según Pecha era “uno de los principales caballeros hijosdalgo de esta ciudad”.

En 1461 tuvo una pendencia con don Juan de la Puente Zavallos, y decidieron resolverla como se acostumbraba entonces: en duelo de sables en un descampado fuera de la ciudad, probablemente en el camino que salía hacia oriente desde la ermita del Mamparo. Se juntó mucha gente a verlos reñir, y a poco de empezar Campuzano le dio “tal cuchillada en la cabeza a Juan de la Puente que se la abrió y le derribó en tierra”. Los padrinos del duelo llegaron entonces, y el de Juan le declaró por vencido, para que no siguiera dándole cuchilladas hasta la muerte. Campuzano, contento y ufano, dio una gran limosna a los clérigos de San Nicolás.    

Diego de la Serna y el león perdido

En una ocasión memorable como fue la visita del Rey de Francia Francisco I a la ciudad de Guadalajara (cuando prisionero desde Pavía era conducido hasta Madrid para sufrir prisión en la Torre de los Lujanes), los duques del Infantado obsequiaron el monarca galo con una semana de fiestas y demostraciones. Además de los muchos regalos que le hicieron cuando marchó Henares abajo, y de los banquetes levantados en su honor sobre los salones largos y luminosos del palacio ducal, se organizó una fiesta única, propia de países bárbaros según declaró el Rey, pero emocionante siempre y muy aplaudida por el pueblo: en la gran plaza pública que se abría ante la fachada del Palacio del Infantado se celebró una “lucha de un toro y un león” para ver quien sobrevivía. Todo el público rodeando la empalizada, el rey francés, ministros españoles y la familia Mendoza al completo mirando desde las ventanas superiores de la fachada, ocurrió que el león hizo un extraño y se escapó corriendo, lanzándose primero al patio de los “Leones” (sería querencia de nombres) y luego a la escalera del palacio, donde rugiendo amenazaba desde lejos con desgarrar las carnes de quien se le acercara.

Ante el dilema surgió un hombre, Diego de la Serna Bracamonte, que servía a los duques de Mayordomo. Era además hidalgo, hombre principal, muy valiente y de grandes fuerzas. No se lo pensó dos veces: cogió un hacha encendida, subió hasta el rellano y se acercó al león, que se amansó asustado al ver no sólo a un hombre tan valiente, sino la tea inflamada que llevaba en su mano izquierda. Con la derecha ocupada de la espada le amenazó, se la puso en el sobaco, y con esa misma mano derecha le agarró de la melena y le arrastró hasta su jaula, “casi en peso levantado, llevó al león por todo el patio y passeóle por la Plaza, entróle en la Huerta del duque donde estaba la leonera y dejóle encerrado en ella, con admiración de el Rey de Francia, de el duque y de los demás que no acababan de darle gracias por haberlos librado de las garras…” En fin, toda una hazaña que es justo que todavía hoy se rememore.

Luis de Orejón frente a Barbarroja

El mito de la lucha contra el Islam por parte de los caballeros cristianos, sucedido desde los inicios de su secular lucha sobre el suelo hispánico, se concentra en la historia de Luis de Orejón, un valiente hidalgo alcarreño que metido a soldado del Emperador Carlos I, el año de 1538 se halló en la batalla que contra el ejército otomano tuvo lugar en territorio del reino de Sicilia, concretamente en la fortaleza de Castilnovo,  localizada en la costa de la actual Grecia. Murieron en la batalla varios naturales de Guadalajara, y fueron apresados otros. Concretamente el capitán Luis de Orejón, familiar de los Morales y Barnuevo, gente de mucho dinero y poderío en la ciudad por esos años, fue hecho prisionero y llevado hasta Constantinopla, donde quedó como esclavo. Un día vió que uno de los dirigentes de la comunidad judía le insultaba, y profería blasfemias contra Cristo. El alcarreño no pudo sufrirlo, y según nos cuenta Hernando Pecha con todo detalle, “tomó un pedazo de ladrillo, y mostró el esfuerzo de su brazo” porque le sacudió un ladrillazo al rabino que lo dejó muerto allí mismo. Se armó el correpondiente alboroto, a Orejón le sometieron a más dura pena de la que ya tenía, y le condenaron a morir en la horca. Como no se callara, según le llevaban por las calles de Estambul a ahorcarle él iba cantando por qué le mataban. Llegó a oidos del sultán Barbarroja que a un cristiano le iban a ahorcar porque había matado a alguien que blasfemó contra su propio Dios. Y al ser esto un motivo legal de muerte por parte de los musulmanes, el sultán le salvó y le llevó consigo como esclavo. Siete años más vivió en el palacio turco aprendiendo las lenguas de aquellas gentes (turco, árabe, griego, etc) de tal manera que un día consiguió escaparse de su prisión, y llegar tras muchos sufrimientos y calamidades que darían para un nuevo “Viaje de Orejón por el Mediterráneo” (es que se parece tanto al viaje de Baldassare que acaba de escribir Amin Maalouf que no me resisto a dejar constancia del hecho) acabando en Génova donde un familiar remoto suyo, riquísimo y poderoso (Antonio de Mendoza, que allí estaba de embajador) le acoge y le salva, después de invitarle a comer en su palacio todavía vestido el fugitivo con sus viejas ropas mamelucas.

Aunque alcarreño, a su vuelta se quedó a vivir en Barcelona, donde casó con Beatriz de Bustamante y quedó de feliz muestrario de viajero, aventurero y emigrante sabedor de lenguas. Suponemos que aprendería el catalán en la ribera del mar nuestro.

La crueldad de Petrique

Y para acabar un triste suceso que alarmó a la población de Guadalajara allá en la Edad Media, concretamente en 1398. Vivían en el barrio de Budierca dos hermanos, hijos de un labrador honrado. En perpetua discordia, encontraban cada uno en su propio hermano el motivo más fácil y cercano de armar alboroto. Un día se desafiaron y salieron a batirse con espadas “a la Cruz de Piedra, más allá del Mamparo, en la encruzijada de los dos caminos, uno que va a Sanct Cristóbal, y a Chiloeches otro”. Y Petrique a la primera le soltó un sablazo que dejó muerto a su hermano allí mismo, de inmediato, sin darle tiempo a confesión. Salió huyendo, al ver lo feísimo de su acción, “y nunca se supo más de él ni muerto ni vivo”. Un ejemplo triste, también, pero memorable por lo que a la ciudad supuso de acumular en su colectivo subconsciente un fratricidio estúpido. Tantos fratricidios se darían luego, en tiempos más recientes y civilizados…. que uno no tiene ya confianza en ningún tipo de evolución ni de progreso. Que cada uno se lo monte como pueda, especialmente en esta Fiesta que ahora nos envuelve, y de sablazos pocos.

Alustante se mueve y mucho

 

Estos días ha sido Alustante noticia permanente. De    una parte porque en agosto tuvo sus fiestas Música, cine y deportes, en general), se movió a modo en reivindicación de su carretera (Comarca en Marcha por la CM-2112), se celebró un importante Encuentro y debate en torno al problema de la despoblación y el desarraigo en las áreas rurales de Molina (las primeras “Jornadas de Desarrollo rural en el espacio del Señorío de Molina –Alto Tajo”), y acaba de abrir una página web que a pesar de su endiablada complejidad nominal, (http://elephas.worldonline.es/ricorico) es todo un ejemplo de una presencia completa, moderna y útil en la Red universal. Además, y es fundamentalmente por lo que traigo hoy a la memoria de todos este lejano lugar del Señorío molinés, acaba de publicar con el empeño y apoyo de su Ayuntamiento y la Asociación Cultural “Hontanar” un folleto que explica con todo detalle lo que significa y contiene el mejor edificio del pueblo: la iglesia de Santa María de la Asunción. Todo un patrimonio, conjuntado y cuidado al máximo, que es orgullo de alustantinos/as y meta viajera (eso espero) para cuantos buscan descubrir joyas olvidadas dispersas por la provincia.

Un estudio completo y condensado

El autor del texto y la investigación previa es Diego Sanz Martínez, verdadero estudioso y conocedor en profundidad de la historia de su pueblo. Ya ha dado muestras de su saber en múltiples artículos publicados en la Revista “Hontanar” y en otras tribunas. Las fotografías del folleto han estado a cargo de José Ordovás Blasco, y la maquetación supone todo un acierto, consiguiendo así una pieza bibliográfica que considero novedosa, muy útil y sobre todo informativa con capacidad de animar a quien lo lea a pasearse por el recinto de este edificio, cuajado en su interior de preciosas tallas, conjuntados retablos y sorprendentes piezas de orfebrería, que la constituyen en un pequeño museo. Todo lo apartado que Alustante pueda parecer a quien mire un mapa de la provincia (son 198 kilómetros por el camino más corto, desde Guadalajara) y el dato de que se encuentre a mitad de camino (en kilometraje por carretera) entre su capital de provincia y Valencia, supone sin embargo un contraste con la fuerza con que llama a las gentes a que vengan a visitarlo, a empaparse de su gracia.

La iglesia de Alustante es un edificio monumental construido a lo largo del siglo XVI. Hubo un templo anterior, medieval, que probablemente fue más humilde, menos artístico y más endeble, de tal modo que a partir de 1514 se inició la construcción de su capilla mayor renovada. Por ahí empezó la nueva edificación, por su cabecera. El maestro de obras Juan de Lagazpia fue quien se encargó de llevar hacia lo alto los muros y cubrir su espacio abovedado, con un estilo gotizante que rememoraba (así se hizo en toda España a lo largo del siglo XVI) arquitecturas medievales, pero ya con la fuerza y la calidad de lo moderno. A partir de 1531 se iniciaron las obras del cuerpo de la iglesia, y en 1534 se acabó la llamada “capilla postrera” que no era otra que los propios pies del templo. Así pues, en el primer tercio del siglo XVI se concluyó el edificio de este templo, que se vio completado con su magnífica portada renacentista en 1540, trazada y dirigida por el cantero Pedro Vélez, un verdadero artista del renacimiento castellano. Esta construcción mayúscula, y definitiva, fue costeada por los propios de la parroquia, el pueblo y “personas singulares”, pudiendo decir de ella que es toda una sinfonía de esfuerzos. Aunque esta iglesia tiene tres naves separadas las laterales de la central por gruesos pilares, es de una sola nave su cabecera o presbiterio, remediándose más adelante esa homogeneidad con la construcción en los extremos laterales, a modo de “neobrazos”, de sendas capillas, una de ellas dedicada al Santo Cristo de las Lluvias, y otra a Sacristía.

Otro elemento singular, antiguo y hermoso de este templo es la torre. Quizás el elemento más antiguo, pues se sabe que ya en la Edad Media sirvió de defensa y aún al lugar donde asienta el templo llaman “barrio del Castillo” como si sobre la peña desnuda en la que reposa la torre hubiera habido originariamente una fortaleza. La función fronteriza de Alustante, entre una Castilla y un Aragón que durante muchas temporadas estuvieron en guerra, no nos hace parecer extraño el hecho de que esta villa contara con un castillo del que la torre de la iglesia es el vestigio más cabal. También en el siglo Xvi, pero a continuación de la conclusión del cuerpo del templo, se hicieron reformas en la torre. Desde 1552, en que se levantó la tribuna del coro actual, incluida en la estructura torreada, los arquitectos-canteros Pedro y Juan del Vado construyeron la original escalera de ascenso por el interior de la torre, el tan famoso y sonado “caracol de Alustante”, consistente en una escalera de espiral continuada sin espigón central, en cuyo lugar aparece un hueco que permite mirar de abajo hacia arriba, o viceversa, el discurrir vertical de esta escalera, con un efecto óptico singular e inolvidable. Para muchos, sin duda, el mayor atractivo de la villa.

Y un Museo denso

Como complemento del continente, el propio edificio parroquial, está el contenido. Que como decía al principio es todo un plantel de piezas que conforman un Museo único y merecedor de una visita. Me ha llamado especialmente la atención en el folleto de Sanz Martínez, porque yo no la conocía, la existencia de una imagen románica muy bien restaurada, y de un efecto extraordinario: es la Virgen de Cirujeda, tallada entre los siglos XIII y XIV, y procedente de una aislada ermita que fue parroquia en su día del lugar de Cirujeda, despoblado hace siglos en el camino de Alcoroches.

Lo más llamativo del templo alustantino es, sin duda, el retablo mayor. Que fue restaurado puesto ya en uso el año pasado, devolviéndole una brillantez y un vigor artístico propio más bien de una catedral. Este retablo, que rellena por completo el muro de fondo del presbiterio, está construido en dos etapas. La primera fue a mediados del siglo XVII, siendo tallado  y ensamblado por Juan de Pinilla, Teodosio Pérez y Pedro Castillejo. Nos quedan sus nombres, y el aroma de la escuela de Giraldo de Merlo que en sus líneas se respira. Pero no sabemos qué funciones o tareas acometió cada uno de ellos en su construcción. El pintor aragonés Bernardino Tollet fue quien dio color a esta maravilla. Aún a finales del siglo XVII se colocó una gran orla o guardapolvos que remataba la estructura renacentista y la acoplaba totalmente con el muro, colocando en ese espacio, además de complicadas florituras, sendas estatuas de los caballeros Santiago y Jorge, patrones de las caballerías castellana y aragonesa, respectivamente.

En el retablo, que se compone de tres cuerpos y ático, con cinco calles en los dos cuerpos inferiores y tres en la superior, más una predela, se admiran grupos de tallas polcromadas con santos, santas y escenas de la Vida de Cristo. Maravillas de movimiento y vigor que no pueden decirse en simples líneas. Además en el interior del Sagrario hay una compacta escultura de la Sagrada Cena, todo ello desbordante de color y limpio como la patena.

Más cosas de la parroquia de Alustante: el Cristo de las Lluvias, muy venerado aunque su talla no sea un portento del arte; el Nazareno caído con la Cruz a Cuestas, de escuela madrileña, donado en 1681 por el hijo del pueblo don José Rezusta Otaduy. Y en el patrimonio móvil de esta misma parroquia la gran cruz procesional de plata, tallada al mínimo detalle por el platero seguntino Martín de Covarrubias, que puede ser calificada, sin exageración ninguna, como la mejor pieza de orfebrería renacentista del Señorío molinés. Al menos, a mí no me consta que haya otra pieza mejor.

Y si se me permite alargarme un poco más aún destacaré, como lo hace el autor de este folleto modélico que estoy comentando, los retablos dedicados a la Natividad y a Santa Catalina, que ocupan los testeros de las naves laterales. Ambos son de complejidad barroca en su decoración, pero centrados por sendas tallas que son muy singulares: la de Nuestra Señora de la Natividad es de principios del siglo XVI y la de Santa Catalina que según la tradición proviene también de la iglesia de otro pueblo abandonado o ermita en el camino de Ródenas. Cuatro estatuas barrocas de santos jesuitas las acompañan. Como se ve, en definitiva, un espacio de arte y teología, en el que el viajero puede pasar un momento de intensidades puramente estéticas. Una forma perfecta, este folleto editado por Ayuntamiento y “Hontanar” de Alustante, de dárnoslo a conocer.