Imón en el corazón de Monje

viernes, 18 mayo 2001 0 Por Herrera Casado

 

Cuando Luís Monje Ciruelo veía cómo, el lunes pasado, entre el alcalde Bris, el periodista Fernández-Pombo y quien esto escribe, le presentaban en sociedad su libro “Guadalajara a mi través”, no podía evitar emocionarse. Porque después de 60 años (son los que cumple ahora de profesión) escribiendo a diario en los papeles, se le hace raro ver todo su saber y su opinar puesto entre las solemnes tapas de un libro. Y era lógico, tras haber recorrido decenas de veces la provincia, solo andando, o en comitivas de autoridades, que su caracterizada opinión y su aguda observación cuajaran en esta antología que acabamos de tener, con auténtico gozo, entre las manos.

Yo sé que Luís Monje Ciruelo ha puesto en este libro una ilusión de años, y lo deja en el estante de todos los aficionados a la literatura y el periodismo, de todos los alcarreñistas de devoción, como una ofrenda que él hace a la provincia, a la que también (como su admirado Layna) ha considerado siempre “su dama”. Pero lo ha hecho especialmente por algún lugar de la provincia en especial. Lo ha hecho por su lugar natal y el entorno: Palazuelos (siempre en la picota de la actualidad, hasta cuando sus vecinos se decidieron a levantar de nuevo la que desde siglos antes estaba tirada por el suelo de la plaza), Carabias, Pozancos, Imón, y sus salinas.

En el prólogo al libro de Monje, a esa Guadalajara eterna y actual que nos ofrece en sus casi trescientas páginas con la pasión y el conocimiento de quien se la ha pateado y puesto en altar, ya digo cómo considera a Guadalajara una corona hecha de pueblos tantos y con anécdotas tan variadas que ningún rey podría llevar en la cabeza porque moriría aplastado. Pues Monje tiene, lo sé porque se le cambia la mirada cada vez que se habla de ellas, unos cuantos lugares como joyas de esa corona. La suya particular. Uno es Palazuelos, donde está anclada su familiar historia. Y la otra Imón, esa “salada riqueza” a la que ha dedicado páginas excelentes.

Como ya dije en la presentación, y en el prólogo, cuánto siento y admiro sobre este libro y este escritor, solo me queda hoy recordar, por entretener a mis lectores, y como un homenaje a Monje y un aliento a que todos conozcan “su alta tierra aterida” estas salinas de Imón que son un lugar de ensueño y maravilla. Justamente admiradas por todos, pero más por Monje.  

Algo de historia

La población de Imón se encuentra en el norte de la provincia de Guadalajara, muy cerca de la de Soria, en el valle del río Salado, limitado por las sierras de La Pila y Bujalcayado, quedando a medio camino entre las poblaciones históricas de Atienza y Sigüenza.

El complejo de las salinas de Imón puede ser considerado como uno de los mayores exponentes de arqui­tectura industrial de la minería de la sal en España. Su extraordinaria calidad arquitectónica y su larguísima historia, supusieron la incoación de un expediente que finalmente cuajó con su declaración como Bien de Interés Cultural el 3 de Diciembre de 1979, estando desde entonces su integridad estructural protegida por el Estado.

Las noticias más remotas sobre estas salinas, que forman parte de un conjunto mucho más amplio de explotaciones de este producto, datan del siglo X, aunque con seguridad ya en épocas anteriores se procedió a su aprovechamiento. El momento de mayor apogeo, por las circunstancias sociales y económicas de la época, se situaría entre los siglos XI al XIII, momento en el que estas instalaciones se constituyeron en elemento de importancia crucial, casi vital, para la economía de los obispos y señores de Sigüenza, que de sus fondos sacan dineros en gran cantidad para la construcción de su catedral. Desde el siglo XIV hasta el XIX, las salinas se mantienen estancadas en su desarrollo, aunque siempre en plena producción. En 1870 se produce el desestanco de la sal, y entonces se reactiva su funcionamiento. Al año siguiente, en 1871, tras depender del Estado, se venden en subasta pública junto con las Salinas de la Olmeda. Las empresas consor­ciadas compradoras se unen en 1873 para explotar conjuntamente las dos instalaciones, creando una Sociedad denominada “Salinas de Imón y La Olmeda”, que todavía las explotan en la actualidad. Durante los años finales del siglo XIX y los primeros del XX, se relanza su explotación con la re­novación de las instalaciones y una cierta mecanización. Fruto de este auge es la Medalla de Oro que obtuvieron en la Exposición Universal de Barcelona de 1888.

Forma y figura de las salinas de Imón

La estructura actual de estas salinas de Imón, tan fáciles de visitar para quien cruza los altos serrijones que median entre Sigüenza y Atienza, nos ofrece un conjunto de almacenes situa­dos en la zona central, y la típica distribución por partidos de explotación (zonas de estanques y compartimentos donde se acumula el agua del río) recibiendo un nombre propio que lo identifica, con sus norias, recocederos y albercas. El conjunto de edificaciones que hoy vemos data de finales del siglo XVIII, habiendo sido reformado en el siglo pasado y nuevamente adaptado a lo largo de éste que ahora acaba. Cinco norias existen todavía, aunque sólo tres de ellas (la Mayor, la del Rincón y los Masajos) están en funcionamiento. En la llamada ?noria de Enmedio? se conserva la primitiva noria de arcaduces de ba­rro cocido, engranaje de madera y suelo tratado para el trabajo del animal. Las norias tienen planta octogonal, con estructura de madera que se enlaza con el vértice de la cubierta. Los muros son de sillería y mampostería, formados por piedra caliza cogida con mortero de cal.

De los tres grandes almacenes que tuvo en principio, sólo dos de ellos están en pie; el más moderno de ellos, el de San Pedro, construi­do en el siglo pasado, es el que está en rui­nas. Los dos restantes, San José y San Antonio, pueden calificarse de auténticas obras de “ingeniería popular”. Su estructura está hecha a base de grandes pórticos formados por pies derechos de madera, muy esbel­tos, y una entreplanta a base de sue­lo y viguería de madera que permite el acceso de vehículos: en principio allí accedían las mulas y las vagonetas con las que se explotaba el conjunto, pero ahora también entran vehículos de motor.

El almacén de San Antonio conserva el pórtico que protege la entrada principal. También se man­tiene en pie la chimenea del gene­rador que existía en el almacén. El almacén de San Antonio es de me­nor anchura, su planta es más rectangu­lar (48 x 27 metros), y el de San José es de planta algo más cuadrada (40 X 35 metros). También sus crujías son algo diferen­tes, así como el número de pies de­rechos por cada una de ellas.

Son curiosas las rampas que existen en las fachadas poste­riores de estos almacenes, y que fueron construidas a mediados del siglo XIX para eliminar el desnivel existente entre el suelo y la entre­planta del almacén, donde la sal iba acumulándose en grandes montones. La descarga que se hacía por la puerta prin­cipal, suponía que poco a poco las caballerías pisoteaban la sal, por lo que, ya sucia, había que eliminarla, originándose gastos innecesarios.

Hasta hace pocos años se conservaba junto a la fachada pos­terior del almacén de San José, la torre con parte de la maquinaria que ayudaba a subir las vagonetas por la rampa. El almacén de San José tiene adosados a su fachada dos edificaciones construidas a prin­cipios de siglo, configurando su ac­ceso principal. Otra edificación que aún se mantiene es la casa del guarda, situa­da en la parte sur del partido de las Tiñosas. Los materiales empleados en todas estas construcciones son la mampostería en los muros, la sillería en las esquinas y cercos, la madera en la estructura interior y en las cubier­tas, que la sal conserva en perfecto estado, y la teja curva árabe cerá­mica en las cubiertas.

Otro aspecto muy caracterís­tico y a destacar por su calidad es el empedrado de los caballones y las alber­cas, así como los muros y muretes de mampostería de los recocederos. Llama la atención también cómo aparecen los enlaces de piscinas cruzando los caminos, las acequias y los desagües, con un encofrado de madera visto y permanente, que permite un perfecto cerrado con tapones del mismo ma­terial. La conservación de las ins­talaciones es muy buena, a excepción del llamado “partido y recocedero de Torres” y su noria, que hoy están en un estado ruinoso, llevan­do sin uso más de medio siglo.

Antonio Herrera Casado