Zorita, la alcazaba real y calatrava
El pasado jueves, 1 de junio, tuvo lugar en lo alto del castillo de Zorita, -que visto desde la orilla del Tajo, al que protege y controla- parece un barco desarbolado y poderoso, un acto curioso cuando menos, y que finalmente resultó entretenido y aleccionador. Porque un grupo (afortunadamente muy numeroso) de amigos y viajeros de la tierra alcarreña, nos reunimos bajo las bóvedas del templo románico de los caballeros calatravos a escuchar a los autores de sendos libros que allí quisieron ser presentados en sociedad.
Pocas veces, y más en los cómodos tiempos que corren, se animan varias docenas de personas a escalar las difíciles trochas pedregosas que acceden a la altura de una fortaleza castellana, en una tarde de amenazante tormenta, para escuchar las razones que un par de escritores quieren dar acerca de su intención y propósito al escribir sus libros. Eso hizo Serrano Belinchón, mi compañero de página, al hilo de la recentísima aparición de su obra sobre «El Condestable» don Álvaro de Luna, hombre de cortes y guerras, de castillares y revueltas. Y eso hice yo, con motivo de exponer, muy brevemente, las razones que me han llevado a escribir y publicar un libro titulado «Guía de Campo de los Castillos de Guadalajara» en el que ofrezco la posibilidad, a cuantos desean conocer de forma somera y cómoda, las historias y los perfiles del medio centenar de castillos medievales que aún quedan en pie por la provincia que nos acoge.
Zorita, el bastión calatravo
El sitio emociona, nada más llegar y plantar los pies ante la vieja puerta de acceso a la villa. Emociona aún desde lejos, al ver ese enorme castillo, con pintas de irse a caer de un momento a otro, sobre la orilla brillante del río Tajo. Y si alguien en esa postura, ante esa visión única, no se emociona, realmente ha perdido el don de la humanidad, la vena de la sensibilidad más sencilla, y no vale para andar viajando por la Alcarria. Debe retirarse a alguna ciudad llena de bares, cines y bancos.
Zorita fue un punto estratégico de primer orden en desde la época de los visigodos. Ellos pusieron su ciudad, amurallada y potente, un poco más abajo, en lo que hoy se conoce como Recópolis. Pero ya los árabes, tras arrasar esa ciudad, se situaron en la roca fuerte, en la tobiza roca que domina mayor espacio y brinda mejor seguridad. Árabes primero (rebeldes a la autoridad califal de Córdoba) y cristianos luego (el rey castellano Alfonso VII, su heredero el octavo Alfonso, los Castros y Laras, los maestres y caballeros de Calatrava, entre otros) dieron vida a esta fortaleza, que dominaba el río y, sobre todo, el puente que lo cruzaba, y que hacía de ambas orillas una sola ciudad, poderosa y conocida en toda Castilla como un lugar de prestigio, de fuerza militar, de riqueza económica, de tolerancia religiosa: el fuero de Zorita señalaba la posibilidad de existir los barrios de judíos, de mozárabes, de cristianos; imponía las cuotas a pagar en el pontazgo de su ancho puente, y daba razón de la altura de su fortaleza.
Subir hoy a Zorita
Es muy cómoda la subida y consiguiente visita a la alcazaba de Zorita de los Canes. Llegando desde Pastrana, Zorita muestra su plazal con restaurante incluido apoyado en el machón enorme del inconcluso puente sobre el Tajo, el que pensó hacerse en tiempos de Felipe II tras haber derrumbado el anterior una fuerte avenida del río. Con el coche se llega fácilmente, carretera adelante y junto al Tajo, hasta una curva empinada que permite aparcar en la base de los muros orientales. Desde ahí, por empinada pero cómoda senda, se arriba al castillo, al que se entra por dos puertas sucesivas, la llamada puerta del hierro, que ofrece primero un apuntado arco de origen cristiano, y después el aquillado de tipo árabe, con el hueco del terrible rastrillo férreo entre ambas.
Dentro ya, lo primero que se admira es el templo románico de los caballeros-monjes. En esa iglesia, de altas bóvedas de cañón, capiteles floreados, ábside semicircular cubierto de cúpula de cuarto de esfera, y cripta en el centro, mágica por su pequeñez y silencio, donde se veneró durante siglos a la Virgen del Soterraño, el viajero percibe mudo el sonar del Medievo. Detrás de ella, el patio de los caballeros, con sepulcros de maestres calatravos en los muros, el acceso por escaleras a la gran «sala del moro», el pasadizo quebrado y oscuro por el que se llega a la gran terraza donde la princesa de Éboli también miró el lento discurrir de las aguas hacia Toledo ¿las mismas que hoy bajan, preñadas de silencios, paridas por el dorado roquedal del Alto Tajo?
Luego se admira la sala preciosa y sorprendente, recién excavada, donde pudieron hacerse las armas y utensilios de metal que usaban los habitantes del castillo: una fragua excavada en la roca tobiza, es muestra fehaciente de lo que todavía queda por excavar y descubrir en este castillo de Zorita de los Canes, que está aún por descubrir en su esencia, por dejar boquiabiertos a los miles de viajeros que irán llegando ante su estampa.
Sorpresa y admiración
Para muchos que la pasada tarde del 1 de junio llegaron a Zorita por primera vez, y pudieron pasearse por la altura de su meseta habitable, la fortaleza del Tajo causó sensación de poder, de grandeza, de indómita pujanza. Eso me dio también a mí el primer día que la visité, hace ya, -para mi desgracia- muchos años. Pero la sorpresa que Zorita despierta en quien por vez primera la visita se convierte luego en admiración de por vida, en entusiasmo y propósito de volver una y mil veces más. A contemplar desde la altura los paisajes que la rodean. O a descubrir poco a poco, sin prisas, los mil y un detalles que encierra.
Por ejemplo, desde la iglesia que hace unos días sirvió de improvisado y aireado salón donde se presentaron nuestros libros de medievales ecos, se puede subir por estrecha escalera de caracol a lo alto de la torre que el templo tiene adosada, y que permite aún mejor perspectiva, sobre el Tajo, la Alcarria y el propio castillo.
En la escarpadura del valle del Bodujo se alza, orgullosa e imbatible, la torre albarrana, en la que aún se lee con nitidez la frase que recuerda al maestre calatravo Pero Díaz, y en pasmo unánime se ven los sistemas defensivos de la torre, por donde se podían lanzar flechas, aceites, perros, todo lo imaginable para defenderse de cualquier ataque inesperado.
Y en fin sus ángulos. Se mira por donde se mire, el castillo de Zorita corta y en sus perfiles domina el viento, las luces de amaneceres y ocasos, los olvidos. Alzado eternamente, joven y poderoso siempre, ahora se encuentra con que en el pueblo todos, desde su alcalde Dionisio Muñoz, concejales, niños y paseantes, le quieren y le protegen, y piden a quien se acerque hasta allí que diga a otros que Zorita existe, que esa maravilla de arquitectura e historia se alza en la Alcarria y merece ser visitada, recordada, dibujada en la memoria de quien tenga un mínimo de sensibilidad.