Guadalajara funeraria

viernes, 19 mayo 2000 0 Por Herrera Casado

Mañana sábado tendrá lugar en nuestra ciudad la reunión anual o Asamblea General de la Asociación Castellano-Manchega de Escritores de Turismo, que reúne a varias docenas de periodistas, novelistas, fotógrafos, escritores y artistas varios, siempre empeñados en estudiar, divulgar y dar a conocer por todos los medios posibles la singularidad de la oferta turística de nuestra Región.

En Guadalajara, y aparte del «Encuentro sobre Turismo Actual» que tendrá lugar en el Salón de Plenos del Ayuntamiento, a partir de las 10 de la mañana, los escritores castellanos que se agrupan en esta Asociación van a tener oportunidad de hacer un recorrido sorprendente y poco practicado por nuestra ciudad. Quizás sirva, incluso, de base para una nueva Ruta a ofrecer a nuestros visitantes. Van a recorrer los tres puntos claves de la «Guadalajara funeraria».

En San Francisco

Será la primera meta el panteón o cripta de los Mendoza en la iglesia de San Francisco de Guadalajara. Ese templo, que con el viejo monasterio entero ha pasado ya a propiedad municipal, alberga en su entraña uno de los más espectaculares espacios que imaginarse pueda. Un espacio escondido durante siglos, que si se consiguiera restaurar sería sin duda una de las principales atracciones de la ciudad. Es la cripta subterránea donde fueron enterrados, a lo largo de los pasados siglos, todos los grandes Mendoza alcarreños, desde don Iñigo López, primer marqués de Santillana, hasta el cuarto duque, también llamado don Iñigo López de Mendoza, escritor y protector de la cultura, o la sexta doña Ana, fundadora de conventos… y tantos y tantos personajes que dieron vida a la historia de esta ciudad.

El monasterio tiene un templo precioso, grande y capaz, luminoso y bello, todo él construido en estilo gótico de una sola nave, con pequeñas capillas laterales sin apenas fondo. Bajo el presbiterio, alzado, se abre la cripta o panteón de los Mendoza. A ella se baja por escaleras solemnes y cómodas desde la propia iglesia, o desde una puerta exterior abierta en el dorso del templo. Una vez abajo, el espectador se queda atónito al contemplar el espacio en el que, elíptico de planta y de bóveda, abre en sus paredes hondos nichos en los que todavía quedan restos fragmentados de las urnas funerarias que contuvieron los cuerpos, los huesos ya (porque pasaban antes unos decenios en el «pudridero» adjunto) de los mendocinos cuerpos. De mármoles rosados, verdes, blancos y negros, con yeserías doradas, y mil y un detalles de fastuosidad sin límites, esta cripta era en todo similar a la del Panteón Real en San Lorenzo de El Escorial. Construida por los arquitectos Felipe Sánchez y Felipe de la Peña a finales del siglo XVII y comienzos del siguiente, fue cuidado por los frailes mínimos y por los criados ducales, hasta que en 1808 fue todo ello destruido violentamente, profanado y roto por los soldados franceses de Napoleón. Así quedó, en ruina y lastimosa decadencia. Los duques de Osuna recogieron aquellos huesos y los trasladaron a mediados del siglo XIX a la cripta subterránea de la Colegiata de Pastrana. Y durante ya casi dos siglos, el silencio redoblado del olvido se ha paseado por aquel recinto, que debe recobrar, ya cuanto antes, la pátina cierta y verdadera de su origen.

El Panteón de la duquesa

La segunda etapa, obligada, de este recorrido por la «Guadalajara Funeraria» es el Panteón y cripta de doña María Diega Desmaissières y Sevillano, condesa de la Vega del Pozo, y duquesa de Sevillano. Junto al Parque de San Roque, en lo alto de las masas de árboles, sobre la piedra de Novelda pálida y limpia, se alza el edificio más grandioso de la moderna ciudad. Una cúpula de tejas brillantes y esmaltadas de tono rojizo, cobija el singular espacio de la capilla, en la que un desorbitado lujo de mármoles, de esculturas, de polícromos mosaicos, de cuadros realistas, sirven para dar paso, por escalera estrecha y pina, a la cripta inferior, que parece que está debajo de tierra, pero en realidad se encuentra al nivel del suelo (antes de bajar hubo que subir las escaleras de acceso a la capilla). Allí el túmulo romántico de doña María Diega, llevado su féretro de llorosas jóvenes y pregonada su muerte y virtud por un ángel que lee la filacteria pía. Una niebla opaca parece adueñarse del recinto, en el que el arquitecto Velázquez Bosco dejó lo mejor de su ingenio y su técnica, y el escultor Ángel García Díaz su más vibrante vena de simbolismo francés.

El Panteón, de lejos y de cerca, es una joya de la arquitectura española, un triunfo del eclecticismo finisecular, una bomba estática de color y formas. Aunque su origen sea la misión funeraria y triste de albergar los cuerpos muertos, sobre la ciudad ejerce de rotunda silueta de alegría. Es un ejemplo de esa transformación que las cosas ejercen sobre los hombres. Una y otra vez merece ser visitado el Panteón de la duquesa, esa joya que atrae, hoy por hoy, a cientos, a miles de visitantes hacia Guadalajara.

En el Cementerio Municipal

El cementerio municipal de Guadalajara es un espacio poco paseado por los amantes de las Bellas Artes. Ellos se lo pierden, porque existen en él verdaderas joyas de la arquitectura menor. Tumbas solemnes, mausoleos distinguidos, capillas románticas… Panteones como los de la familia Chavarri, el de doña Josefa Corrido de Gaona, la tumba de doña Cándida Hompanera o el túmulo en forma de ermita de la familia Ripollés-Calvo.

Sin duda el más imponente de los monumentos funerarios del Cementerio de Guadalajara es el gran Panteón de los Marqueses de Villamejor, que tras ser construido según los planos y bajo la dirección del arquitecto Manuel Medrano, en 1898, quedó como uno de los relevantes edificios a destacar en las guías turísticas de aquella época, junto con el de la Duquesa de Sevillano, que por entonces se levantaba.

Entre los bosques de cipreses que dan su tono verde oscuro al recinto silencioso, se alza la alta cúpula de este edificio. Los marqueses de Villamejor, don Ignacio de Figueroa, y doña Ana de Torres, eran los padres de don Álvaro de Figueroa y Torres, Conde de Romanones, presidente del Consejo de ministros, alcalde de Madrid, ministro de Fomento, de Educación, etc., durante largos años del reinado de Alfonso XIII… Acaudalados y añorantes de su patria chica, la ciudad de Guadalajara, quisieron dejar sus restos en la tierra alcarreña, y su hijo mandó a su arquitecto particular, Manuel Medrano, hacer el proyecto y llevar a cabo esta obra singular, digna de admiración.

Se trata de un edificio compuesto por dos cuerpos, el primero de ellos sirve como basamento general, y se eleva unos dos metros sobre el suelo, descendiendo más de tres en el subsuelo, para servir de cripta. El segundo cuerpo es realmente una capilla u oratorio al que se accede por una escalinata, y que está precedido de un pórtico adelantado, un tetrástilo sobre columnas de capiteles compuestos. Esta capilla se remata en altura con una cúpula sobre la que aún emerge un alto tambor de vitrales. Su color de piedra clara, sus bronces y los elementos funerarios de capiteles y frisos (el reloj de arena, la guadaña, las palmetas y las lechuzas) le confieren cuando el sol cae de costado, en el amanecer o ya en la atardecida, un solemne significado de meditación, de fuerza telúrica. En el interior, al que se accede tras pasar por la puerta de recia contextura metálica, se ve el altar al frente, y a los lados los catafalcos de los marqueses, realizados en mármol sobre garras de león y adornados con los respectivos escudos nobiliarios de estos señores.

Un elemento sorprendente del patrimonio artístico y monumental de Guadalajara, que merece ser conocido por quienes gustan de buscar las más elementales huellas de la elegancia y la sorpresa.