El AVE pasará por Villaflores

viernes, 24 marzo 2000 0 Por Herrera Casado

Y por toda la provincia, claro está. El trazado del AVE va a cruzar de punta a punta la tierra de Guadalajara: la va a dividir en dos. Serán la Guadalajara de oriente y la Guadalajara de occidente. En medio el AVE. Esto, que para algunos es un logro, otros lo consideramos un mal. Un mal necesario, eso sí, porque es bueno que haya un tren de alta velocidad que una Madrid con Barcelona. Y es sobre todo bueno para los catalanes, porque así podrán ir los madrileños con más facilidad hasta la capital mediterránea, y establecer así «provechosas relaciones comerciales». Guadalajara es paso obligado de esa línea, no hay alternativa. ¿Catalanes y madrileños se han acordado de nosotros para algo más que para decir: «y pasará el tren por aquí… y por allí… y por en medio de esta provincia…»? Un tema sobre el que habría que debatir más ampliamente, por supuesto.

En un foro que es muy dinámico, muy plural, y en el que nadie se calla nada, como es el debate abierto en Internet en el portal independiente de Guadalajara, www.alcarria.com, mucha gente ha dado sus opiniones al respecto. Claro es que nuestros políticos, que no hacen otra cosa que hablar de las nuevas tecnologías, todavía no se han dado una vuelta por ese sitio, que está vivo, y lleno de gente moderna, y con ideas propias.

Villaflores junto al AVE

Este preámbulo viene a cuento de haber visto en días pasados el trazado del AVE por nuestro término municipal. Pasa justo a cien metros del palomar de Villaflores. De ese edificio emblemático que construyera hace más de cien años el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco por encargo de doña María Diega Desmaissières y Sevillano, la condesa de la Vega del Pozo, y que desde entonces a todos ha admirado por su belleza, su grandiosidad, su equilibrio de formas y su rotundidez en medio del campo cerealista de la primera alcarria, con el único cometido de albergar palomas. Un edificio romántico, donde los haya.

Ya en ocasiones anteriores hemos dejado en estas páginas nuestra preocupación por los elementos y conjuntos de la arquitectura del siglo XIX en nuestra ciudad y provincia. Concretamente en la ciudad de Guadalajara hay varias muestras importantísimas del eclecticismo arquitectónico de finales de la pasada centuria y comienzos de la actual, que suman uno de los conjuntos más valiosos que hoy pueden encontrarse en ciudad alguna. Muy especial es la mezcla del ladrillo y la piedra caliza que en este estilo se consigue, y ahí están ejemplos como el de la Fundación de San Diego (las Adoratrices) con su Panteón, su iglesia y sus edificios principales, hasta elementos como el Mercado de Abastos, la Cárcel Provincial, el conjunto de talleres y viviendas del Fuerte de San Francisco, la fábrica de la Hispano‑Suiza, el Cementerio municipal con su Panteón de los marqueses de Villamejor, más el Depósito del agua, el mismo Ayuntamiento. Todos ellos suman un acervo patrimonial interesantísimo.

Villaflores, entorno a proteger

En el actual término municipal de Guadalajara, enclavado en un territorio que durante siglos fue término de Iriépal, asienta el llamado «Poblado de Villaflores», un conjunto de edificaciones y espacios constituyentes de una explotación agraria y ganadera, que en los últimos años del siglo XIX fue ordenada construir, conforme a un plan racional y homogéneo, por su propietaria la condesa de la Vega del Pozo. Se encuentra este poblado en el borde de la antigua galiana de ganados trashumantes, que desde tierras y sierras de Molina y el Ducado se dirigían a la Mancha, Extremadura y Andalucía. Subiendo desde Iriépal, remontando el barranco del Val, pasando la fuente del mismo nombre y dejando a la derecha los altos de Chicharrero y Cabaña, se llegaba fácilmente a la alcarria de este pueblo ‑que así llaman al alto llano cerealista ocupado a trechos por carrascal y monte bajo- donde siguiendo la galiana se llega enseguida a Villaflores. Es de reseñar que este nombre fue el que llevó durante los siglos XVII y XVIII el actual pueblo de Iriépal, y que una serie de señores y familias potentadas mantuvieron durante varias centurias la preeminencia territorial del término, desde los Cárdenas en el siglo XVII, a los Ibarra y posteriormente Cortizos, propietarios de gran parte de las tierras productivas. Tras la revolución liberal de comienzos del siglo XIX, estos terrenos pasaron a los de la Vega del Pozo quienes afortunadamente para Guadalajara tuvieron una clara visión social en su actuación.

Ocurrió, pues, que al recuperar Iriépal su antiguo nombre, el usado de Villaflores quedara como nominativo de una de sus más amplias parcelas. Y en ella instaló esta familia su poblado agrícola, que hoy admiramos. Consta fundamentalmente de un gran edificio central, con corrales, graneros, amplio patio, cuadras, etc.; una capilla minúscula precedida de cementerio; una serie de viviendas adosadas, de dos pisos; un palomar gigantesco, cilíndrico, ya entre los campos de mieses, y un par de grandes pozos con norias para extraer el agua con abrevaderos adjuntos para el ganado. También existen aún diversos almacenes, una caseta junto a la carretera de Cuenca, y una entrada subterránea a un espacio hoy derrumbado de uso incierto, quizás bodega.

Todos los edificios son grandiosos, perfectamente acabados, bellísimos de composición. En ellos alterna el ladrillo con el sillarejo calizo, siempre tratado con el meticuloso cuidado de unos indudables planos previos, trazados, -hoy ya lo sabemos- por la mano del arquitecto Velázquez Bosco.

El edificio central es de proporciones inmensas. Su frente está formado por gran portalón rematado en cuerpo con el nombre del poblado, el escudo de la familia, el año de la construcción (1887) un reloj y un campanil, y a ambos lados aparecen cinco ventanales por lado, con frisos de ladrillo y segunda línea en lo alto de ventanas más pequeñas. Frente al edificio, un gran espacio empedrado apto para la trilla y faenas agrícolas.

De los otros edificios que forman el interesante conjunto de Villaflores, destacan la pequeña iglesia o capilla, con un cuerpo avanzado en el que se abre la puerta semicircular, y un cuerpo alto en cuyo frente se adosan anchas pilastras de ladrillo sosteniendo gran friso y frontón con labores finas de ladrillo. Arriba un alto campanil.

Y al mismo palomar, el que ahora será arropado por las vibraciones del paso de los trenes de Alta Velocidad, que se columbra airoso sobre el campo alcarreño, es ya habitual elemento para quien cruza la carretera de Cuenca: de planta circular, con alta basa de piedra, el ladrillo y el sillarejo alternan, con algunos detalles de cerámica.

El problema actual

La propiedad del conjunto lo tiene aquello en total abandono. Grandes temporadas cerrado el edificio grande, y ahora ya tabicados sus vanos; la iglesia sin uso; las casas ya vacías y con desplomes en los patios y aleros que nadie arregla. Si Villaflores se ha mantenido hasta ahora en buenas condiciones, durante más de un siglo, es porque se ha utilizado y ha cumplido su misión. Pero diversos factores comienzan a amenazar el conjunto, lo que ha hecho preocuparnos. Por una parte, repito, el abandono creciente de los propietarios actuales. Por otra, la afluencia que en primavera y verano allí se observa de multitud de gentes de la ciudad que suben a pasar la tarde, ensuciándolo todo, cuando no alguna que otra banda de jóvenes aburridos cuyo único entretenimiento radica en destrozar lo que les cae a mano.

Una vez más, me atrevo a enviar una llamada de atención para cuantos tienen responsabilidades en la cosa común y pública. Aunque este poblado de Villaflores es una propiedad privada, supone sin duda alguna un importante capítulo del acervo de Guadalajara. El ayuntamiento de ella, el día en que se ponga a tener ideas geniales para hacer más grata la vida, el trabajo y esparcimiento de sus ciudadanos, pudiera ir dándose una vuelta por allí, y meditando qué puede hacer (qué convenio con los dueños, qué uso como lugar de esparcimiento, de convivencia, etc.) con Villaflores. Puestos a pensar, pudiera ser que se encontraran con que muchas soluciones a ciertos problemas no tratados (léase lugar de deportes, parque abierto para pic‑nic, centros juveniles, colonias infantiles veraniegas, pistas de footing, incluso centros culturales varios, de cine, de espontánea declamación o cante, etc.) tendrían un nombre y un lugar esperando: Villaflores.

Coda a este pensamiento: estas palabras no son de ahora. Las publiqué exactamente iguales hace 20 años, y para desgracia de todos, siguen teniendo validez hoy mismo. Ahora que empezamos a fijarnos un poco más en este poblado por la sencilla de razón de que una nueva amenaza se cierne sobre él: el sonoro paso, próximo y cierto, de los Trenes de Alta Velocidad, cargados de madrileños rumbo a Barcelona.