Nieve sobre Galve

viernes, 28 enero 2000 0 Por Herrera Casado

En las mayores alturas de la provincia, en el límite que entronca con Soria y Segovia, y a más de 1.300 metros de altitud sobre el nivel del mar, se encuentra uno de los pueblos más singulares de la serranía guadalajareña. Es Galve de Sorbe, el Galve vigilante sobre las áridas tierras de Pela, que avizora el hondón abrupto y movido en sus orillas del río Sorbe, nacido en los altos de la Somosierra. Su importancia fue tanta en siglos pasados, cuando las comarcas estaban más aisladas, que llegó a ser cabeza de un amplio Señorío tenido y gobernado por los Estúñiga.

Hoy merece una visita, si es posible llegar por las continuas y fuertes nevadas que están cayendo en la comarca, en uno de los otoños-inviernos más fríos y nevadores que se recuerdan en los últimos decenios. Antes eran aún más intensas las nevadas. En uno de sus escritos, recordaba Layna que su padre, médico de pueblos, había estado una temporada en Galve, teniendo algunas mañanas que abrirse paso, de casa a casa, gracias a largas sesiones de retirar la nieve y abrir pasadizos para comunicarse como entre túneles los vecinos. El lobo hacía entonces acto de presencia, en los largos inviernos en que se quedaba sin comida y se acercaba a los poblados, urgido por el hambre.

Un poco de historia

Una vez concluida la reconquista de la Transierra castellana, Galve pasó a formar parte del Común de Villa y Tierra de Atienza, siendo luego, en el siglo XIII, de propiedad del infante don Juan Manuel, quien levantó un primitivo castillo sobre el lugar. En la centuria siguiente pasó a pertenecer a la Corona por muerte del revol­toso Infante, y en 1354 el rey don Pedro I el Cruel dio Galve a Iñigo López de Orozco. Su hija doña Mencía casó con Men Rodrí­guez de Valdés, señor de Beleña, y a ellos compraron Galve, mancomunadamente, el almirante de Castilla don Diego Hur­tado de Mendoza, y el Justicia Mayor del Reino don Diego López de Estúñiga. En esta última familia quedó.

En 1428 fundó mayorazgo con Galve y los lugares de su tierra don Diego López de Estúñiga. Otro descendiente de éstos, don Diego López de Estúñiga «el mozo», levantó el castillo que actualmente otea sobre Galve en 1468. En poder de esta familia, la de los Estúñigas o Zúñigas, quedó largos años, y a ellos se lo compró en 1543 doña Ana de La Cerda, viuda ya de don Diego Hurtado de Mendoza, hijo segundo del cardenal Men­doza. El hijo de doña Ana, don Baltasar Gastón de Mendoza y de la Cerda fue nombrado por Felipe II en 1557 primer conde de Galve, y en esta familia, que enseguida adquirió también el ducado de Pastrana por herencias, siguió el condado serrano. Ya en el siglo XVIII, por entronques familiares, pasó a la casa de los duques de Alba, que entre otros muchos ostentan hoy el título de condes de Galve.

Fue este pueblo cabeza de un amplio territorio de lugares serranos, extendidos por los agrestes vericuetos de la ver­tiente sur de las serranías del Ocejón. Eran estos: Valdepini­llos, La Huerce, Zarzuela de Galve, Valverde de los Arroyos, Umbralejo y Palancares, más los actuales despoblados de Cas­tilviejo, Pedro Yuste, Majadas Viejas y La Mata de Robledo, que constituían el condado de Galve.

Lo que hay que ver

Conserva esta villa algunos variados recuerdos de su pasado. Son de admirar sus construcciones rurales, todas de firme sillería bien trabajada, dando sensación de reciedumbre y buen hacer: muchos dinteles tallados, algunas buenas rejas… y son especialmente curiosos los dos rollos o picotas que tiene Galve: una de ellas en la plaza Mayor, ante el soportalado Ayuntamiento, constando de un fuste cilíndrico y un remate pinacular con adornos góticos, lo que constituye un muy bello ejemplar de finales del XV o principios del XVI, y que viene a simbolizar la categoría de villa que tuvo Galve. También a la entrada del pueblo, por levante, se alza otra picota de la misma época y parecidas características.

La iglesia parroquial es obra del siglo XVI, y presenta una fábrica inexpresiva de sillarejo, con portada de dovelas bien trabajadas, pero sin otro detalle artístico destacable. Al construir este templo, fue derribado el primitivo románico que asentaba en su mismo lugar: se trataba de una construc­ción con abundante talla, tanto de arquivoltas, cenefas e impostas de temas vegetales y geométricos mudéjares (de los que aún pueden verse fragmentos empotrados en el sillarejo del muro norte del actual templo) como de capiteles, de tema vegetal y de iconografía varia (se conservan algunos distribui­dos en muros y dinteles de las casas del pueblo; uno de ellos muestra una escena de la pasión de Cristo).

El castillo de Galve

La estampa más habitual de quien vio Galve y lo recuerda es la del fuerte y alzado castillo sobre el cerro dominante. La fotografía de Luis Monje Arenas que acompaña este reportaje nos le trae vivo y palpitante, aunque un tanto gélido por la blancura helada que cubre las tierras y las edificaciones, recién caída en este invierno.

Es este castillo obra de la segunda mitad del siglo XV, erigido por los Estúñigas, cuyos escudos aparecen distribuidos en las talla­das piedras de muros y estancias, sufrió luego el abandono y la ruina, el destrozo programado en la guerra carlista, y la reconstrucción arbitraria que su nuevo dueño le ha impuesto recientemente. Consta de un amplio recinto externo, de ele­vada muralla almenada, en la que se presentan sendas torres cuadrangulares en las esquinas, más un cubo semicircular ado­sado al comedio de la cortina sur. Sobre la esquina noroeste se alza la hermosa torre del homenaje: de planta cuadrada con fuertes muros de sillar, en lo alto de las esquinas rompen su línea recta cilíndricos garitones sobre repisas varias veces molduradas, luciendo cada uno un escudo de los Zúñigas constructores. Se remata esta torre con un saledizo sujeto por modillones de triple moldura. Tiene su interior, ya restaurado, cinco pisos, en uno de los cuales aparece una gigantesca chi­menea de piedra sillar, con gran arco escarzano, y ventanales escoltados de asientos de piedra, y una superior terraza desde la que se contempla un increíble panorama. El problema actual que le aqueja al castillo es el abandono en que le tiene su propietario, que además impide la entrada y visita al mismo, habiendo tapiado por completo con bloques de cemento su puerta principal. Una actitud que atenta contra el patrimonio histórico-artístico de la provincia y que desde los niveles ejecutivos de la administración debería ser considerada.

Y la fiesta

Aunque la fiesta grande de Galve es en octubre, en su primer domingo, en honor de la Virgen del Pinar, hoy se ha trasladado esta celebración al mes de agosto, por aquellos de que es cuando están en el pueblo la mayor parte de sus «hijos». En estas fiestas actúa el grupo de danzantes que se acompañan de zarra­gón y músicos dulzaineros. Son nueve en total estos danzantes y visten camisa blanca con corbata de colores vivos; pantalón corto y medias, muy claras; alpargatas blancas; chaleco oscuro y una chaqueta del mismo género y color que el pantalón. En la cabeza llevan un pañuelo multicolor atado a la nuca. El zarragón viste de modo similar, con medias oscu­ras, y se toca la cabeza con una especie de bonete con gran borla, llevando en la mano unos palotes huecos para hacer diferente ruido que los danzantes. Ejecuta este grupo una serie de danzas de paloteos, y culmina su actuación con «el Castillo», en que, puestos unos sobre otros, los danzantes forman una torre humana que culmina con uno de ellos puesto hacia abajo. El simbólico rito propiciador de riqueza y fecundidad agrarias, se completa con la fiesta de San Juan, día en que estos danzantes danzan y gobiernan el pueblo.

Todo ello (naturaleza, patrimonio y costumbrismo) hacen de Galve un lugar clave para conocer la altura de nuestra serranía, para viajar al menos una vez en la vida hasta su silueta ahora tan blanca y fría.