La ruina renovada de Establés

viernes, 19 noviembre 1999 0 Por Herrera Casado

 

Castilla, como su propio nombre indica, es la tierra donde crecieron los castillos en tiempos antiguos. Lugares expresivos de la fuerza y el poder de algunos, y también de un modo de vida que se nos sugiere a través de sus siluetas. En toda Castilla (y no olvidar que Guadalajara pertenece, entera, a ella) hubo cientos, miles de castillos. En nuestra provincia quedan aún en pie un buen puñado de ellos, y al menos treinta pueden catalogarse de visitables, de monumentales, de históricos y atractivos.

Pues bien: uno de esos castillos que suponen ser la seña de identidad de nuestra tierra es el de Establés. Un pueblecito con medio centenar de habitantes, donde la mayoría de sus naturales emigraron a Barcelona. Como siempre, la savia castellana dando vigor a las tierras costeras, en este caso a la catalana. Y ese castillo, al que siempre llamaron todos el de la mala sombra, luego veremos por qué, está tratando de sobrevivir a pesar de su también mala suerte, que debería ser el otro título que llevara. Porque tras haber sido una ruina a mediados de este siglo, fue comprado y rehabilitado, aunque nunca del todo, y a la muerte de ese propietario se ha puesto en venta y todavía nadie se ha hecho cargo de él, con lo que la ruina vuelve a imperar en este escenario.

Llegar a Establés, cualquier día del año, pero más en invierno, que es cuando impresiona verle, a sus 1.150 metros de altitud, con los ribetes blancos de la nieve por sus costados, es contemplar la ruina: impresiona.

Los castillos de Guadalajara, como los de toda Castilla, están protegidos por una Ley de Patrimonio que realmente no se cumple. Esa Ley obliga a los propietarios a arreglar los susodichos castillos, a tenerlos en perfectas condiciones. Y si eso no es así, pues la administración entonces debe hacerse cargo, adquiriéndolos para su Patrimonio. Lo que en realidad ocurre (y ahí está el ejemplo de Galve de Sorbe, de Riba de Santiuste, de Pelegrina, de Escamilla y de tantos otros más) es que los propietarios se desentienden de ellos, y la Administración no gasta nada en ellos, ni inicia los procedimientos de adquisición que debiera.

En estas divagaciones que son, más que literarias verdaderamente metafísicas, porque van más allá de la realidad y lo palpable, llegamos a Establés.

Queremos saber de su historia. Y nos encontramos con la silueta del castillo en lo más alto. Con la espadaña de la iglesia, de tinte manierista. Con la olma seca, -ya solo un tronco dolorido- de su plaza. Y con la calle del maestro D. Materno Conesa, que hace muchos decenios dio enseñanza a los niños que vivían en el pueblo. Hoy ya no hay ninguno. Hoy solo quedan viejos, añorantes y dóciles, y entre ellos, casi como una excepción, Domingo Alonso, que se entretiene en hacer esculturas sobre las rocas del término. Como un verdadero Buonarotti molinés, Domingo se va al monte, entre los pinos, escoge una roca de perfiles suaves, y con su cincel y su martillo empieza a buscar la forma que Dios dejó dentro en el principio de los siglos. Así ha sacado a la luz un banco tallado en cuyo respaldo dice ser ese el lugar conde se relaja: «Aquí me siento feliz» dice Domingo Alonso, y explica en letra de palote tallada sobre la roca su filosofía de la vida, que en resumen es la de todos los castellanos: aguantar el chaparrón y esperar con serenidad la llegada de la muerte.

El castillo de Establés

La importancia estratégica, en los tiempos medievales, del lugar de Establés, situada en un camino natural que asciende desde Aragón, a través del río Mesa, hacia el centro del Señorío de Molina, hizo que ya en los comienzos de la repoblación del territorio, hacia el siglo XII en su primera mitad, se colocara en la parte más alta del valle un torreón de vigía, y a sus pies el pueblo, entonces humilde, que progresivamente fue creciendo en habitantes y valor. Ese torreón era una de las primitivas fortalezas defensivas del independiente señorío (primero los Lara y luego los monarcas castellanos). En 1432, D. Álvaro de Luna, como canciller del rey Juan II, ordenó que el castillo de Establés fuera reparado.

En ese mismo siglo XV, cambió bruscamente el destino histórico del pueblo, al ser violentamente conquistado por D. Gastón de la Cerda, conde de Medinaceli, en cuya casa y territorio quedó incluido este lugar y otros cercanos. El Común de Villa y Tierra de Molina solicitó repetidas veces de sus señores, los Reyes Católicos, que les fuera devuelto el lugar y castillo de Establés. Siendo su alcaide, por los Medinaceli, D. Pedro de Zurita, este se negó a obedecer las órdenes reales, y los monarcas se vieron obligados a utilizar la fuerza enviando como alcalde ejecutivo a Diego de Riaño. El 1841, y tras ciertas escaramuzas guerreras entre las gentes del Común de Molina, capitaneadas por su Regidor D. Luís Fernández de Alcocer, y el entonces alcaide Sancho Díaz de Zurita, Establés pasó de nuevo a ser del Común molinés, donde prosiguió durante siglos.

El castillo destaca sobre el caserío, parece que le corona. Esta fortaleza, de impresionantes muros y aspecto sobrecogedor, fue construida tal cual hoy se ve, por orden de su señor el conde de Medinaceli, en 1450. Fue encargado de la erección de la fortaleza un tal Gabriel de Ureña, que utilizó su crueldad para conseguir baratos los materiales (piedras, vigas, etc.) y de ahí que el recuerdo de sus malos modos quedara desde entonces grabado en los naturales del pueblo, que estos todavía denominan castillo de la mala sombra al que preside la silueta de su pueblo.

Es fortificación típica de su época, constando de fuertes muros que establecen una planta cuadrada, rematando sus esquinas con cubos semicirculares, siendo el torreón de su punto sur el más fuerte de ellos. La entrada, escoltada, de torre y garitón, la tiene al nordeste. El interior está vacío y ya en ruinas completas las dependencias que el anterior propietario había comenzado a construir para habitarlo.

Otras cosas de interés, aparte de la iglesia parroquial, hay en el término: además de las esculturas de Domingo Alonso repartidas por el pinar, está la llamada torrecilla, que se encuentra casi entera, y es muestra de las fortificaciones que en estos terrenos puso el Señorío de Molina por su cercana frontera con Aragón y el Común y señorío de Medinaceli; y la torre o despoblado de Chilluentes, que hace de límite con el término de Concha, y que permite contemplar, en medio de alto y estrecho valle, ya en los pies de la sierra de Aragoncillo, una gran torre defensiva levantada en el siglo XII, con cinco pisos de altura, de la que sólo restan dos de sus muros, así como una pequeña iglesia románica,‑‑la parroquial de aquel antiguo pueblo de Chilluentes que quedó despoblado en el siglo XVI‑‑ dedicada a San Vicente, y que entre sus muros encierra una pila románica, mostrando su ábside semicircular con ventanal central, aspillerado, decorado con sencillos elementos geométricos y helioformes. Un elemento más, castillo y torreones, que dan forma y silueta a la tierra molinesa, anclada por tantos motivos en el pasado glorioso y hoy silente de sus fastos.