Trillo, paisajes e historia

viernes, 10 septiembre 1999 0 Por Herrera Casado

 

Trillo se ha ganado en estos últimos años varias etiquetas: la de villa nuclear, la de pueblo rico, la de espacio con más capacidad de crecer y prosperar que otros muchos de la Alcarria. Trillo es, sin embargo, uno de esos lugares íntimamente, antiguamente, alcarreños, lleno de encanto no perdido, y sobre todo, con ganas de enseñarlo y hacer partícipes a los demás de ello. Sobre todo ahora, con la perspectiva de poner en su término una industria de las que van a ser capitales en el siglo próximo, una industria del ocio. Porque su Balneario, en medio de una Naturaleza generosa y fantástica, pondrá a Trillo en otra dimensión de famas diferente a la actual, Y si no, al tiempo…

Esa Naturaleza de Trillo que no está suficientemente conocida. Sobre los tejados de la villa planean las siluetas de las conocidas «Tetas de Viana», montañas simbólicas, cargadas de historia, bellas por antonomasia. En el mismo pueblo, la cascada del río Cifuentes y su entorno, hoy bien urbanizado, aunque quizás de forma excesiva. El agua, en cualquier caso, sigue cayendo y produciendo esa sonoridad alegre que llama la atención de quien por allí circula. Y en el término, muy cerca de las casas, tras la revuelta del río, los Baños, con sus arboledas umbrosas, su música de pájaros, sus roquedales que vigilan desde

Villavieja, un interesantísimo poblado de época celtibérica, aún por estudiar…

Para degustar la belleza del pueblo de Trillo, y de su entorno, hay que ir un poco informado. Y eso es lo que persiguen las líneas que vienen a continuación.

Saber algo de historia, por ejemplo. Decir que en el lugar de Trillo existe población desde tiempos antiquísi­mos, pues los restos arqueológicos que hay en lo alto del cerro de Villavieja, como los que se encuentran en las inmediaciones de la ermita de San Martín nos están diciendo que hubo población desde los tiempos prehistóri­cos.

La población, más moderna, junto al río, tiene su origen tras la reconquista de la zona, que se verificó a finales del siglo XI, cuando la recuperación definiti­va, por Alfonso VI, de Atienza, Guadalajara y Toledo. En el Común de Villa y Tierra de Atienza quedó Trillo, rigiéndose por su Fuero. El señorío de ésta que entonces era simple aldea, quedó en manos de particulares, al menos desde el siglo XIII. Así, vemos que hacia 1244 era señor de Trillo don García Pérez de Trillo, noble castellano, de quien lo heredó su hijo don Pedro García de Trillo. Su viuda doña Mayor Díaz y su hija Francisca Pérez lo poseían en el comienzo del siglo XIV, cuando en 1301 las amparó el rey Fernando IV ante el asalto que por parte de alborotadores del reino sufrieron en su cortijo o castillete.

Doña Mayor poseía «el lugar entero de Trillo» en 1304, año en que le fue confirmada esta posesión por parte del mismo rey Fernando IV, contra Rodrigo Pérez que pedía inexistentes dere­chos. El 20 de octubre de 1313 tomó posesión del lugar, como señora del mismo, doña Francisca Pérez, que había casado con don Gil Pérez. En 1315 tuvieron que mantener lucha contra don Diego Ramírez de Cifuen­tes, que las usurpó parte del señorío. Las hijas de este matrimonio, doña Sancha, doña Toda y doña Mayor Pérez vendieron Trillo y su entorno, con todas sus pertenencias, sus términos, vasallos, molinos, montes, etc., al infante don Juan Manuel, en 1325, en precio de veinte mil maravedís. Y éste comenzó ese año la construcción de un poderoso castillo en lo más alto del pueblo.

Desde esta fecha hasta mediado el siglo XV, Trillo siguió los mismos avatares históricos que Cifuentes. En 1436 pasó a poder de la familia de los Silva, condes de Cifuentes, y a la jurisdic­ción de esta villa. Durante largo tiempo, Trillo sostuvo pleitos contra Cifuentes arguyendo que tenía jurisdicción propia, y que no tenía por qué ser considerada un barrio de la villa. Pero este derecho y solicitud no fue plenamente reconocido hasta que en 1749 Trillo fue declarado Villa por sí con jurisdicción propia. En el siglo XVIII sufrió graves daños en la guerra de Sucesión, y luego en el XIX los franceses hundieron el puente, en su retirada, no siendo reconstruido hasta 1817.

Para el viajero que hoy llega a Trillo, son de interés no sólo las calles y plazas del pueblo, en las que a pesar de las modernizaciones de los últimos años, que han corrompido en buena medida el ambiente tradicional, aparecen buenos ejemplares de casonas típicas, con clavos y alguazas antiguas, etc., y muchos rincones de gran belleza urbanística rural.

Destaca la iglesia parroquial dedicada a Santa María de la Estrella, situada en eminencia sobre el río y llegándose a ella desde la plaza mayor, o desde un puentecillo que cruza sobre el río Cifuentes. Es obra grandiosa del siglo XVI, con fuerte fábrica de mampostería y sillar, alta torre, y atrio cubierto rodeado de barbacana sobre el río. Tiene tres puertas de acceso, pero es la del mediodía la principal, con detalles ornamentales del período renacentista (segunda mitad del siglo XVI) y buenos hierros en clavos, argollas, cerrajas, etc. El interior es de una sola nave, con techumbre de madera muy sencilla.

El retablo que cubre la pared del fondo del presbiterio está traído desde el abandonado templo parroquial de Santamera, y es una verdadera joya (además, muy bien restaurado hace poco tiempo) de la escultura y pintura renacentistas. Múltiples escenas de la Vida de Cristo le adornan con su fuerza multicolor.

Entre algunas casas y corrales de la parte alta del pueblo, se quieren adivinar los restos del antiguo castillo medieval que construyera don Juan Manuel hacia el año 1325.

El puente sobre el río Tajo es magnífico. Dice la tradición del pueblo que fue construido por los moros. Su origen es medieval, y en el siglo XVI ya llamaba la atención por ser de un solo ojo, muy firme y bello. Necesitó reparaciones en el siglo XVIII. En el XIX, los franceses le derrumbaron, y hacia 1817 se volvió a reconstruir de nuevo, durante el reinado de Fernando VII, como puede leerse en una piedra de la baranda. Aún en este siglo ha sufrido reformas, ampliaciones y añadidos.

A dos kilómetros río arriba de Trillo se encuentran los Baños de Carlos III, que pervivieron en su utilización balneoterápica hasta mediado este siglo. La utilización de las aguas termales que surgen en la orilla izquierda del Tajo (aguas clorurado‑sódi­cas, sulfato‑cálcico‑fe­rruginosas y sulfato‑ cálcico‑arsenicales) es muy antigua, pues se sabe que los romanos tuvieron aquí asenta­miento y de ellas se aprovecharon (se llamaban Thermida por ellos). Durante siglos, y en plan absoluta­mente espontáneo, se ofrecieron estas aguas a cuantos precisaban la salud o la mejoría en sus afecciones reumáticas, hasta que en el siglo XVIII, y por parte de la Administración del Estado Borbónico, se puso en marcha el plan de su racional aprovecha­miento y uso. A partir de 1772 se iniciaron estudios, a cargo de don Miguel María Nava Carreño, decano del Concejo y Cámara de Castilla, para aprovechar mejor estas aguas, que entonces se acumulaban «en inmundas charcas donde se maceraba el cáñamo y sin limpieza alguna». Se arreglaron fuentes, se levantaron edificios, se hicieron magníficos jardines, paseos y bancos de piedra, transfor­mando todo en un recinto auténticamente versa­llesco. Don Casimiro Ortega, profesor de Botánica del Real Jardín de Madrid fue encargado de estudiar la composición química y propiedades salutíferas de las aguas. Se inauguraron los baños en 1778, y en 1780 se abrió el Hospital Hidrológico, en el mismo pueblo de Trillo, del que aún queda el edificio.

Y para los que puedan prolongar unas horas más su excursión, decir que en el término de Trillo se conservan las ruinas del monasterio cisterciense de Ovila, que en 1930 fueron vendidas por sus dueños al periodista norteamericano W.R. Hearst, el cual hizo desmontar la iglesia, el refectorio, la sala capitular y parte del claustro, para llevarlo a su país en barco, y allí recons­truirlo. Hoy puede el viajero contemplar en Ovila (si es que le dejan pasar los propietarios, cosa últimamente un tanto complica­da) los restos de la iglesia (muros, arranque de bóvedas, algunos ventanales ojivos), de la bodega (ejemplar completo de recia sillería y bóveda de cañón, del siglo XIII), del claustro (del que quedan dos costados compuestos de doble arquería en severo estilo clasicista, construido a partir de 1617) y de la gran espadaña de la iglesia (de tres vanos para las campanas, obras también del siglo XVII). Este monasterio fue fundado en 1181 por Alfonso VIII, y su historia, larga e interesante, fue escrita en inolvidable libro por Francisco Layna Serrano.