El Collado de Berninches

viernes, 14 agosto 1998 0 Por Herrera Casado

 

En el corazón de la Alcarria, limpios y silenciosos, en el valle del río Arlés, están Berninches y el Collado. La piedra y la histo­ria se mezclan con la hospitalidad de sus gentes, y el viajero que quie­re encontrar restos del pasado de su tierra y amistad de gente viva, no saldrá de allí decepcionado. Algunos libros, como la «Geografía histórica de España» de don Tomás López, nos hablan, muy de pasada, de estos núcleos de pobla­ción, de sus historias antañonas, de su arte escaso, de sus costum­bres. Pero el viaje hasta ellos, la conversación con el paisanaje, el pateo metódico de sus caminos, es lo que en definitiva dan valor a su conocimiento.

Hoy vamos a pasar un poco por encima al pueblo de Berninches, con su pintoresca situación colga­do de un monte, sus recurvadas y pinas callejas, su gran iglesia parro­quial dedicada a la Asunción, en la que el estudioso del arte rena­centista ha de encontrar fachadas, retablos y artesonados que serán de su gusto. Vamos a tomar un agreste caminillo que parte de la zona baja del pueblo, y entre fera­ces huertas, antiguos y venerables nogales, y una densa bosqueda de carrascos y frutales, vamos a ir badeando por su margen derecha el río Arlés, hasta dar, tres o cuatro kilómetros aguas abajo, en la anti­quísima estancia del Collado, uno de los enclaves primeros que tuvo la Orden de Calatrava por tierras de la Alcarria.

Hasta no hace muchos años, eran ruinas solamente las que que­daban de lo que fue poblado y caserío. Pero ahora, todo ello reconstruido y adecentado, parece cobrar nueva vida.

Vida que, por otra parte, va a ser alterada (ya lo está siendo, y de modo violento) por el paso del nuevo trazado de la carretera N-320 de Guadalajara a Cuenca, que para evitar las recurvas de bajada de Alhóndiga, se ha dirigido hacia Auñón atravesando el vallejo de la Golosa, y metiendo una auténtica «espada de asfalto» por el Collado, deja el templo de los calatravos a escasos 50 metros de la nueva vía, y rompe el limpio trazo del valle del Arlés… ¿qué han dicho los ecologistas de esto? Silencio, absoluto silencio. O los ecologistas viajan poco, o este (por alguna misteriosa razón) no es un tema rentable para los grupos ecologistas que operan en nuestro ámbito.

La historia del Collado

Se sabe por la historia, que ya en 1199, cuando el Papa Inocencio III creaba la Orden militar de Ca­latrava, Berninches (como simple caserío) y el Collado ya figuraban entre las pertenencias de la Orden, que en esta comarca poseía el casti­llo de Zorita, los enclaves de Pas­trana, Fuentelencina, Auñón, etc. En el Collado pusieron los calatra­vos una casa‑fuerte, algunos otros edificios auxiliares y levantaron con riqueza una iglesia. Su doble vertiente militar‑religiosa, en de­fensa de la Fe cristiana y de los Estados de la corona de Castilla, les hicieron siempre estar multipli­cados en esa faceta ambivalente, portando cruz y espada, y erigiendo en sus reductos castillo e iglesia en íntima convivencia: recordar, si no, el caso del castillo de Zorita.

Aquí, en el Collado, ya nada queda del palacio o casa‑fuerte de los comendadores. En su solar se le­vantó un edificio muy sencillo, en el siglo XVIII, que es el que, ya medio arruinado, hoy persiste. Pe­ro la iglesia primitiva aun permanece, incluso restaurada, y habla con elocuen­cia a los hombres de hoy, de la pasada grandeza que tuvo. El edificio es, indudable­mente, algo más que una simple er­mita. Alargada de levante a po­niente, orientada según la costumbre tradicional, sus muros son de fuerte aparejo de mampuesto y si­llarejo calizo, con bien labrado si­llar en esquinas y aleros. Estos se sujetan, en todo el circuito del tem­plo, por buenos modillones romá­nicos, de arista y lobulados. El mu­ro norte apoya en tres contrafuer­tes muy recios, y sobre el de Po­niente se debía levantar la torre, que tuvo fama de altísima y rodea­da de hiedra, de la que no queda hoy sino el suavizado y cubierto de tierra montón de escombros. Dos puertas tiene el templo. La princi­pal mira al sur. Es de arco amplio, apuntado, formado por tres arqui­voltas en degradación, de arista vi­va. Al norte hay otra puerta, más pequeña, también de arco apunta­do y cenefa dentada, que es la que sirve de entrada. Sobre los mu­ros de poniente y mediodía se ven algunos ventanales, estrechos y al­tos, de arco semicircular, de tradi­ción románica. Y en la parte de le­vante se alza, todavía íntegro aun­que en parte tapado por construc­ciones posteriores, el ábside del templo, semicircular, con ventana central, modillones, y todo el etcé­tera de detalles que nos lo sitúan claramente como construido en el siglo XIII, a poco de asentarse en el lugar los caballeros calatravos.

Por los restos de las bóvedas antiguas que hace años quedaban, se veían que eran estas bóvedas de tipo apuntado, gotizante. Original cubrición se conserva en el pres­biterio y ábside, que remata por levante la única nave. Un gran ar­co triunfal, semicircular, permite la entrada al recinto clave de la igle­sia. Este arco apoya en sendos ca­piteles de traza románica. El ábside se cubre por cúpula de cuarto de esfera, y deja asomar bajo los desconchados del revoco, el limpio sillar que en algunos puntos lleva decoración pictórica. Pegado al muro del fon­do del ábside, se colocó un retablo a comienzos del siglo XVII, obra sencilla de la época, con abundan­cia de columnas, nichos y frisos de­corados. De él queda la es­tructura y algunos relieves talla­dos en la predela, mas una talla magnífica de Santiago, quizás titular del templo, patrón de todas las caballerías militares, en madera policromada. La nave ha sido cubierta recientemente, con elementos modernos.

Durante varios siglos, la Orden de Calatrava siguió nombrando comendador del Collado, que ya en los siglos modernos quedó como mero título nobiliario. Así, los Guz­manes de Guadalajara, hasta el si­glo XVII, fueron comendadores del Collado y Auñón. Hasta el siglo XIX, Berninches y el Collado estu­vieron en manos de señores particulares: primero fue el tesorero real de Felipe II, don Melchor de Herrera, y su familia. Luego pasó a D. Pedro Franqueza, y más tar­de, en 1614, quedó por D. Luís de Velasco, marqués de Salinas, pre­sidente del Real Consejo, en cuyo mayorazgo llegó hasta el siglo XIX. Luego el Collado pasó a manos par­ticulares, hasta nuestros días, en que su dueño ha cedido gentilmen­te la propiedad de la ermita a la Hermandad de Ntra. Sra. del Co­llado, de Berninches, para que sea restaurada y utilizada nuevamente como centro de oración y romerías populares.

Es ésta una historia, lector, co­mo puedes ver, larga y movida. Vinieron los calatravos, se fueron los magnates del Siglo de Oro, pasó por manos de pobres y poderosos. Se alzó un templo, se derribó en un olvido, se volvió a levantar con entusiasmo, y ahora los coches pasarán, a velocidad de vértigo, por su cercanía, sin saber casi nadie qué dicen los muros de este Collado sugerente. La historia nuevamente, latiente e imparable, cruza por el enclave del Collado, y le impri­me vida. En cualquier caso, viajero amigo, baja hasta este lugar de la Alcarria más íntima, y admira allí la memoria vene­rable del Medievo, recuerda histo­rias de la tierra y sus hombres, res­peta cuanto la voracidad del tiem­po nos ha dejado.