Hita, siempre de actualidad

viernes, 5 junio 1998 2 Por Herrera Casado

 

Unas por grandes, otras por curiosas, y muchas porque tienen significado de esencia en la historia de nuestra tierra, en Guadalajara hay decenas de localidades que vencen el paso del tiempo por sus propios méritos. Además de la episcopal Sigüenza, de la caballeresca Molina, de la principesca Pastrana, está la arciprestal Hita, la villa del alto cerro, de la medieval algarabía, de los perfiles sorprendentes y luminosos.

Siempre de actualidad Hita, esta pasada semana lo ha sido por varios motivos, de los que en este periódico aparecen, me imagino, referencias puntuales. Fueron sus fiestas en honor de la Virgen de la Cuesta este pasado fin de semana. Hubo versos en las ruinas de San Pedro, procesión, salves, muchas gente bien vestida, música, bailes… y hubo (pienso que en una línea de importancia que sobrepasa lo coyuntural y entra en el ámbito de lo trascendente) una nueva propuesta de cultura: un libro que ha tenido desde hace tiempo, y ahora otra vez la recobra, la capacidad de dar a Hita su auténtico sentido de esencia histórica. Me estoy refiriendo a la Historia de Hita y su Arcipreste que escribió el profesor don Manuel Criado de Val hace 25 años, y que agotada su primera edición enseguida, ha visto estos días su segunda edición puesta en la calle. Con motivo de la Feria del Libro de Madrid, y al mismo tiempo en plena Fiesta de las Flores de Hita, el pasado sábado, bajo el mágico arco de ladrillos de San Pedro, se presentó públicamente la nueva edición de esta obra que es todo un monumento de trabajo, de saberes y de sorpresas.

Hita, una historia densa y sorprendente

Saber de la Historia de Hita es saber de la historia de Castilla toda. Porque en ella el río de la historia tiene orillas firmes, aguas bien trazadas. Punto de referencia en una tierra parda y lisa, la «Peña Hita» que vieron hace más de dos mil años los celtíberos que rondaron el fértil valle del Henares fue enseguida lugar de vida y habitación. Más todavía cuando se dieron cuenta, los hombres primitivos, que su masa era mansa, y que con facilidad podían hacerse cuevas amplias, generosas y seguras en el corpachón del cerro. Así sirvió luego de espacio fortificado para los romanos, de castillo altísimo y codiciado para los árabes, y de punto crucial de caminos, de poderes y suficiencias para los castellanos cristianos que desde 1085 la poseyeron.

En Hita se han dado cita todos los paradigmas de nuestra nación castellana. Es una villa mozárabe (así la califica el profesor Criado de Val) y luego una villa mudéjar. Es un lugar de residencia de cristianos, espacio donde los Mendoza labraron su poder primero, y en la larga nómina de sus posesiones, el «señorío de Hita» figuró siempre en primer lugar. Y es también una villa de densísima presencia judía, hasta tal punto que su aljama fue la más importante del valle del Henares, después de la de Guadalajara capital.

En ese lugar, que además tuvo (hoy es sombra de aquella grandeza, pero en la sombra se rastrean sin dificultad las miradas seguras de la gloria) monumentos singulares, una muralla espectacular, el castillo fortísimo en lo alto, iglesias mudéjares, conventos dominicos, escudos nobiliarios en cantidad inimaginable, y mil cosas de asombro, el visitante de hoy navega sus cuestas sin dificultad y con entusiasmo. Porque en los últimos años, además, Hita ha mejorado notablemente en su urbanismo, hasta el punto de que es posible ascender, aquí y allá, con coche por sus callejas, cosa hasta hace muy poco impensable. Y la mejora de sus edificios, de su plaza, de sus accesos, la hacen un lugar que emociona. Desde el jardinillo que rodea por poniente las ruinas de San Pedro, la vista del pueblo (y de los inmensos campos que se le rinden debajo) es por demás agradable. Pocos sitios dan con tanta pureza esa imagen de medievalismo, de antigüedad respetada, de esencia cierta y agradable.

Y por Hita pasó el marqués de Santillana, también ahora de actualidad, por su centenario. Pasaron grandes capitanes que hicieron las Américas; pasó Hernando Colón midiendo y contando, y Jerónimo Münzer, y los Reyes Católicos. Pasaron asombrados los franceses a los que luego combatió el Empecinado. Y pasó (días terribles, mejor para ser olvidados) la Guerra Civil Española, que dejó a Hita totalmente destrozada. Después de todo, en la serenidad de este fin de siglo que en paz celebra fiestas, lee libros y canta canciones, Hita es hoy un lugar apacible y hermoso. Un lugar al que hay que ir, andarlo, pasar un buen rato mirando sus perspectivas.

Un libro de esencias y sorpresas

La obra «Historia de Hita y su Arcipreste» que acaba de publicar don Manuel Criado de Val, es un libro que va a encantar a muchos. Por su lectura fácil y amigable. Por sus grabados en color que ofrecen perspectivas del pueblo y de los personajes que en él vivieron. Por su análisis profundo (el mejor que existe, sin duda) del Arcipreste de Hita, ese Juan Ruiz huidizo, gracioso, poeta y rompedor de moldes. En esta nueva edición, el profesor Criado aporta nuevas investigaciones, y nos da la última, la más moderna visión del Arcipreste: como músico, como auténtico arcipreste, como poeta que anda los caminos de Castilla y pone en Valdevacas «su lugar amado», un espacio que se identifica con un antiguo pueblo del valle del Ungría, señorío siempre de los arzobispos toledanos.

La historia cronológica de Hita (en el fondo, una historia de la Alcarria, porque muchas de las cosas que pasan por el valle del Henares son reflejo de las que en este cerro ocurren) se ve sumada de la consideración de los personajes que la hacen. Aquí se lee, resumida con claridad, para cualquier entendedera, la historia de sus señores los Mendoza. Aquí se apunta ese manido y cierto «convivir» de las tres culturas, árabes, judíos y cristianos, más que en ningún otro sitio (o por no exagerar, como en Toledo) unidas. Aquí surge, en fin, la serie amplia de referencias viajeras a Hita… Es todo un modelo de «historia local» que se traspasa a sí misma y adquiere caracteres de historia nacional, de universalismo incluso. Al menos occidental. Una obra que salió andando, el sábado pasado, de entre las ruinas de San Pedro, cuando la tarde de primavera pintaba en el horizonte, por poniente, nubes en forma de lenteja y coliflor, frío a dentelladas, aire que movía el pelo y las faldillas. Una evidencia más de lo que Hita está hoy haciendo: fijar su imagen de gran centro histórico, de maravillosa referencia monumental, típica, medieval, literaria y turística, en estos momentos del fin de siglo.

Pero siempre, y al final, la misma pregunta ¿para cuando un restaurante en Hita? ¿Para cuando la infraestructura mínima turística que acoja a tanto viajero que aquí llega cada fin de semana?