Sigüenza y Salzburgo ¿pronto hermanadas?
Una de las acciones que mayor dinamismo desde el punto de vista cultural y social confieren a las ciudades es su hermanamiento con otras de similares nombres, características e historias. En nuestra provincia hay varios lugares hermanados con otros del mundo, especialmente europeo. Nuestra capital, Guadalajara, lógicamente está hermanada con sus homónimas de México y Colombia. Y Sigüenza lo está con Sainte-Librade-sur-Lot, en Francia, lugar de donde procede la santa patrona de la Ciudad Mitrada.
A raíz de un reciente viaje de trabajo por Centroeuropa, que me llevó por Alemania y Austria, tuve ocasión de pasear mi admiración por el recinto urbano de Salzburgo, una de las ciudades más hermosas y exquisitas de nuestro viejo continente. Un lugar que, aparte de su universal fama por haber sido la patria de Wolfgang Amadeus Mozart, de quien se conservan las casas donde nació y vivió, tiene unas características de historia y diseño urbanístico que está pidiendo a voces ser hermanada con nuestra vieja ciudad de Sigüenza.
Y digo esto por muchas razones. Porque si ese hermanamiento suele hacer conocerse mejor a los respectivos pueblos, mirarse unos en otros para admirarse y quererse, a sus habitantes también les da oportunidad de ahondar mutuamente en sus esencias, tener más vivas las señas de identidad mutuas. Sigüenza debería iniciar el estudio de la posibilidad de hermanarse con Salzburgo, porque ambas ciudades tienen una historia y una estructura que parecen estar calcadas, «clonadas» como hoy se diría. Aunque Sigüenza con un aire medieval y longevo predominante, y Salzburgo con una estampa y una música netamente barrocas.
Durante siglos, ambas ciudades tuvieron una estructura social de señorío fundamentado en el poder temporal de sus obispos, que en el caso seguntino fueron siempre caballeros-militares y humanistas-sabios, y en el de Salzburgo más bien estetas y amantes de las bellas artes (y en demasiadas ocasiones de las bellas mujeres). En su altura, en la prominencia visible de su entorno urbano, alzaron sus castillos-residencias, obra del mismo Medievo en Sigüenza y un poco posterior, del Renacimiento pleno, en Salzburgo. En la parte baja de la ciudad, junto al río que las riega (el Henares en nuestra serrana población, y el Salzach en la ciudad austriaca) se levantaron sus respectivas catedrales. De estilo románico con posteriores añadidos en Sigüenza, y el clamor blanco y dorado del barroco en la majestuosidad brillante del Dom salzburgués. Fuentes por doquier, coronadas por los escudos de sus obispos y señores. Tanto en Castilla como en el Tirol, el agua que surge de las frías y altas nieves llena de fuentes calles y plazas.
El palacio de Mirabell y sus jardines
Cualquiera que llega a Sigüenza se sorprende de la severidad de sus líneas, de la majestuosa presencia de su castillo, en lo más alto, residencia de sus obispos en la antigüedad. Y a nada que se haya informado sabrá que en la parte baja, en la cuestuda calle de Villaviciosa, se encuentra la que fue en sus orígenes Universidad seguntina, y luego, (hoy todavía) palacio episcopal.
Exactamente igual sucede en Salzburgo. En lo alto de un empinadísimo cerro, al que hoy se puede subir en un tren cremallera desde el cementerio de San Pedro, se alza el viejo castillo, que desde el siglo XVII dejó de ser lugar de residencia arzobispal y principesca para pasar a ocupar espacio en la parte baja y amable de la ciudad. Ahí se encuentra hoy el palacio y los jardines de Mirabell, joyas arquitectónicas e históricas del mágico Salzburgo de nuestros días.
En 1606, el Arzobispo y Príncipe de Salzburgo, Wolf Dietrich von Raitenau, inició la construcción de un palacio fuera de las primitivas murallas de la ciudad. Lo encargó al arquitecto Salome Alt, llamado «el Altenau». Su sucesor, el príncipe-arzobispo Paris Lodron (1619-1653) incluyó el nuevo palacio y sus jardines dentro de un extenso espacio amurallado, en el que vivió largos años cuidándolo personalmente. El príncipe Arzobispo Franz Anton von Harrach remodeló extensamente el palacio entre 1721 y 1727, con la colaboración del famoso arquitecto barroco Lucas von Hildebrandt, quien consiguió finalmente homogeneizar las diversas partes antiguas en un solo y resplandeciente palacio. Un desastroso incendio lo destruyó en abril de 1818, haciendo desaparecer los frescos que decoraban sus salas y que habían pintado Johann Michael Rottmayr y Gaetano Fanti. Fue Peter de Nobile, arquitecto de la corte de Viena, quien reformó el palacio arzobispal de Salzburgo con su actual imagen neoclásica. Los múltiples detalles de estuco y adornos en torno a los vanos le confieren su esplendor. La gran escalera de mármoles, suntuosa y magnífica, es obra de Lucas von Hildebrandt, quien dotó a la balaustrada de grandes «putti» de mármol blanco. Los nichos de los muros se adornan con las obras del escultor Georg Raphael Donner (1726), resultando una escalera que es una de las muestras más espléndidas del barroco europeo.
En el interior de este edificio se visita el «Salón de Mármoles», en el que Leopold Mozart, y sus hijos Wolfgang Amadeus y Nannerl interpretaron en diversas ocasiones sus piezas maestras ante la corte arzobispal. Hoy está considerado como uno de los más bellos espacios del mundo donde resuena de vez en cuando la música mozartiana. Todavía en el siglo XIX, relevantes príncipes-arzobispos vivieron en este edificio: recordar al Cardenal Maximilian Josef von Tarnóczy, y el legendario monje capuchino Joachim Haspinger, leal compañero de armas del patriota tirolés Andreas Hofer.
Los Jardines de Mirabell son el complemento perfecto del palacio Arzobispal. Un lugar plácido, brillante, que sirve de avenida visual ante las cúpulas de los templos salzburgueses y el supremo orgullo de su fortaleza. Fueron construidos a instancias del Príncipe-Arzobispo Johann Ernst Graf Thun en 1690, según los planos del arquitecto Johann Bernhard Fischer von Erlach. En 1913 se colocó ante su puerta la impresionante escultura del Pegaso, de Kaspar Gras (1661). Las míticas figuras de la balaustrada de estos jardines fueron talladas por Bartholomäus van Opstal y Johann Fröhlich, y de Fischer von Erlach son los elaborados vasos que decoran esta misma balaustrada.
Al oeste de los jardines, en 1704 se construyó el Heckentheater (Teatro cubierto). Son muy vistosos y extraños los dos enanos tallados en piedra que hacen guardia en la puerta de los jardines, y los otros siete que resaltan sobre las murallas de los mismos. En Salzburgo son llamados los Zwerglgarten, y fueron mandados tallar por el Arzobispo Franz Anton Graf Harrach, quien llegó a reunir 28 enanos en su corte, formando al mismo tiempo una compañía teatral con ellos. Olvidados y arrinconados mucho tiempo, en 1921 volvieron a colocarse donde hoy se ven. En 1854, el Emperador de Austria Francisco José mandó abrir al público los jardines de Mirabell.
Pienso que sería una tarea aplaudida por todos que este posible hermanamiento entre Sigüenza y Salzburgo se llevara a buen término. Supondría abrir, un poco más, las fronteras del conocimiento de nuestra Ciudad Mitrada hacia Europa, donde un inmenso caudal de turistas que buscan historia y arte tendrían una nueva referencia en España. Y al mismo tiempo, una ocasión de oro para fundamentar y crear lazos de conocimiento y aprecio entre los pueblos europeos, único modo de crear una Europa fuerte, culta y solidaria, como reacción ante la barbarie separatista y montaraz de algunos restos cavernícolas que pueblan algunas montañas de nuestro viejo y sabio Continente.