Fiesta y alegría en Brihuega

viernes, 15 agosto 1997 0 Por Herrera Casado

 

Hoy es la fiesta grande de Brihuega. Que es como decir la fiesta mayor de la Alcarria. Porque aparte de ser su Jardín, de ser su centro, de ser su doncella riente, es la que tiene una fiesta más sonada, más movida: las fiestas de la Virgen de la Peña… casi nada.

Una fiesta para todos

Es proverbial el carácter alegre y amable de los brihuegos, quizás heredado de aquellos mozárabes cordobeses que en la Edad Media hizo venir a este lugar el rey Alfonso VI; su espíritu festivo y su locuacidad les han ganado el sobrenombre de «los andaluces de la Alcarria». Y para sus fiestas, las más animadas y concurridas de toda la comarca, han sabido ganar la mirada de todos cuantos se ponen en su alrededor.

Ahora son estas fiestas, entre los días 14 al 17 de agosto se celebran. Y lo hacen en honor de su patrona la Virgen de la Peña. En los días previos al 15, que es la fiesta grande, se celebra un solemne novenario, cuyos sermones se ven asistidos por oradores sagrados del mayor relieve. Ya el sábado anterior al día 15 se han iniciado estas Fiestas con la proclamación de la Reina y Damas de Honor, así como con la lectura del pregón desde el balcón del Ayuntamiento.

La procesión de la Cera

La «procesión de la cera» abre las fiestas de Brihuega el 14 de agosto. Ese día, a la caída de la tarde, antes del rezo de la Novena de esa jornada, tiene lugar la procesión de la cera, un acto de carácter polifacético, podríamos decir que una mezcla de religioso y de popular, más de lo segundo que de lo primero. Nutrida de niños y ancianos, de muchos visitantes foráneos, de la banda de música local y de las autoridades, los protagonistas de las misma son los Gigantes que representan a Ali-Menón y a la Princesa Elima, seguidos de una abultada corte de Cabezudos, teniendo como único protagonista religioso el estan­darte de la Cofradía de la Virgen de la Peña, escoltado por los miem­bros de su junta directiva, y el capellán de la misma, quien además del cetro propio de su autoridad porta un ramito de espliego y una vela apagada. Recorre todo el pueblo esta procesión de la Cera, y a ella asiste, tanto participantes como espectadores, el pueblo entero.

La tradición da una explicación al origen de esta procesión, diciendo que se hace para conmemorar la primera vez que se sacó públicamente por Brihuega a la aparecida imagen de la Virgen. Tras la alegría del hallazgo por la infanta mora de una talla oscura y hermosa de la Virgen María, se dispuso pasearla en procesión y llevarla hasta la ermita de Santa Ana. Compraron para ello diversos hachones de cera a un comerciante judío de la villa, y se echaron al monte. Pasaron el día entre la ida, la comida, los cánticos y la vuelta, y al devolverle los hachones al judío para que los pesara y pagarle la cera consumida, este vio con sorpresa que nada faltaba, que pesaban tanto como al principio de la procesión. De allí surgió la tradición de pasear, el día antes de la Virgen, su estandarte y un velón apagado de cera, para que volviera a la parroquia con el mismo peso que tenía a la salida.

A lo largo de la procesión de la Cera se extiende por los suelos de muchas calles abundante masa de espliego, lo que le confiere un extraordinario olor a la atmósfera del pueblo. Esa costumbre se anida con la de llevar el sacerdote un ramo de espliego junto a la vela apagada: se dice que hace muchos años, una viuda pobre prometió a la Virgen mandarla un gran ramo de flores si su hijo, a la sazón en la guerra, regresaba vivo. Así ocurrió, y la buena mujer, agradecida, no pudo más que salir al campo, reunir una gran cantidad de espliego y entregarla sobre las andas de la Virgen. Se subastaron luego, y se obtuvo una gran cantidad. Desde entonces, el espliego es elemento inconfundible y esencial de las fiestas briocenses. Como lo es también, desde no hace mucho, la colocación de claveles y matas de albahaca sobre las andas en las que se pasea la Virgen por las calles de Brihuega.

La carrera de los toros

Pero hoy día 15 es el de la fiesta grande de Brihuega. Una solemne función religiosa se celebra en la iglesia cuya titularidad pertenece a la Virgen de la Peña, y por la tarde sale procesión con la imagen de la misma, talla románica de las que pueden catalogarse como «Virgen negra», revestida profusamente de telas ricas y de joyas, recorriendo entre el fervor popular las principales calles de la localidad.

Mañana, por el día 16, es el del «encierro». Quizás la parte más conocida y popular de estas fiestas briocenses, de estas fiestas que son la esencia de la Alcarria toda.

La tradición de soltar los toros por las calles, y correrlos a toda velocidad por ellas, se remonta a varios siglos, por lo que bien puede considerarse al de Brihuega entre los encierros de toros más antiguos de España. Por la tarde, se sueltan desde el camino de Valdeatienza los toros junto a algunos cabestros, y recorren a toda velocidad las calles en las que los más valientes (y son miles…) retan a los animales y les provocan con rollos de papel en los costados. Al final, se dejan escapar por el campo, y ya bien entrada la noche grupos de jóvenes, caballistas y motorizados se dedican a buscarlos, recogerlos y guardarlos en la corraliza construida delante de la iglesia de San Felipe.

En la mañana del día 17, tras el paseo de la autoridad local con banda de música por las calles que recorrerán nuevamente los toros, se procede a soltar los animales, y hacer lo que se denomina «la bajada» desde San Felipe a los chiqueros de la Plaza de Toros, donde finalmente son lidiados y muertos por primeras figuras del toreo en la tarde de ese día.

Ya para el lunes 18, se deja lo que se denomina «correr el toro», una antigua tradición relacionada con la gastronomía, pero que forma parte indisoluble de las fiestas de la patrona. Miles de briocenses se marchan al campo a merendar carne de los toros sacrificados la víspera, sumadas las viandas con ca­britos y corderos asados, escabeche, jamón, buenas raciones de vino, etc.

La Virgen de la Peña y su leyenda

Estas fiestas de Brihuega, que se hacen en torno a la devoción de una Virgen aparecida, radican en la tradición que, desde hace muchos siglos, se cuenta de cómo apareció y se desveló entre las rocas rojizas (la «Peña Bermeja») la imagen oscura y dulce de María Virgen. En la esencia de las leyendas castellanas aparecen siempre los viejos ocupantes moros. Es una princesa mora el eje de esta tradición. La joven Elima, hija del rey Ali Menón de Toledo, quedó encantada del enclave de Brihuega y del castillo que sobre sus peñascos rojizos había, y le pidió a su padre poder quedarse allí una temporada de descanso. Rodeada de una pequeña corte de mujeres de compañía, y de un criado, antiguo prisionero cristiano o mozárabe llamado Ponce, y apodado «el Cimbre» pasó algunas semanas. Ponce intentó instruir a la princesa Elima en la doctrina cristiana, y ella estaba empeñada en conocer a la Virgen, de la que tantas maravillas le decía el criado. Una noche, desde la ventana de su habitación castillera, vio un gran resplandor sobre el abismo rocoso, y distinguió a la Virgen María con el Niño en brazos, que descendió lentamente bajo las rocas que sustentan la fortaleza. Referido el hecho a Ponce, éste se ofreció a bajar, atado a una cuerda, a lo hondo del precipicio, y al rato fue izado llevando entre sus manos una talla de la Virgen que la tradición dice ser la misma que hoy se venera en el pueblo. El caso fue que la conversión y bautismo de Elima fue instantáneo, y sobre el roquedal, junto al castillo, mandó hacer una ermita, que andando los años, por parte de los arzobispos toledanos, fue convertida en gran iglesia mayor del pueblo. Es curioso añadir que otros dos hijos del rey moro toledano Alí Menón, también se convirtieron al cristianismo tras sendas apariciones milagrosas de la Virgen: Casilda y Pedro (Alí-Petran) en Burgos y Sopetrán, respectivamente.

La Virgen de la Peña es una imagen románica de tipo seden­te al estilo de las que se tallaban en los siglos XII-XIII heredadas de la escuela de Clermont, y muy abundan­tes por Aragón y Cataluña, de las que quedan ejemplos como la Virgen de Torreciudad o la de Montse­rrat.

La época de su llegada a Brihuega debe estar en torno al año 1220, fecha en la que aparece un sello de un documento del arzobispo Ximénez de Rada con la efigie sedente de María. Sentada en su trono y con el niño en su rega­zo es el modelo iconográfico en el que fue venerada por reyes, arzobispos y pueblo briocense durante más de tres siglos hasta que hacia 1540, y siguiendo las modas de la época, se decidió vestirla, cubriéndola con manto, corona y rostrillo. También entonces se construyó el camarín del ábside de su iglesia en el que fue venerada tanto tiempo.

En la Guerra Civil española de 1936-39 sufrió importantes desperfectos, especialmente la cabeza del Niño Jesús, que se perdió. En 1939 se hizo una nueva en los Talleres de Arte Granda, y pocos años después el escultor Ricardo Font la sustituyó por la actual. Todavía en 1987, y en los talleres que la Conferencia Episcopal Española tiene en Madrid para la Conserva­ción y Reparación de Arte Religioso, se ha sometido a la medieval talla de la Virgen de la Peña a un minucioso proceso de restauración que la ha devuelto su original esplendidez.

Los brihuegos y las brihuegas

Solo me queda, para terminar este artículo que quiere servir de vocero y clarín de las fiestas de Brihuega, dar un apunte sobre los brihuegos y las brihuegas. ¡Qué gente única, que grupo sin par…!

El carácter de los brihuegos es muy particular, especialmente alegre, bromista y dicharachero. Hasta tal punto, que se ha dado en llamarles los andaluces de la Alcarria, lo dije antes. Ello puede ser debido a que en el siglo XI, cuando Alfonso VI anduvo de señor por estos pagos, gracias a la donación del castillo, pueblo y comarca por el rey toledano Al-Mamún, hizo venir a repoblar este lugar a numerosos mozárabes de Al-Andalus, gentes que ya quedaron para siempre aquí, insuflando su alegría a los modos de vivir. Esto es lo que se dice, y, en cualquier caso, la realidad lo confirma.

Y lo confirma con el hecho de la abundancia de poetas de corte popular, de gentes dadas a la copla, a la rima fácil, al ovillejo, que es como un zéjel de altura mesetaria. Los nombres de José Jara, Demetria Leal, Aurelio González (el rey del ovillejo) y José Magaña son algunos de los más altos ejemplos de esta faceta costumbrista de Brihuega.

Los brihuegos y brihuegas siempre tuvieron fama de bien plantados, de elegantes. No en balde en el resto de la Alcarria, a las figuras de la baraja (sota, caballo y rey…) se las llama gente de Brihuega. Dice Cela en su «Nuevo Viaje a la Alcarria» que En Brihuega la gente tiene buena planta, suele tener buena planta y sabe ir por la vida con mucha dignidad y empaque, casi todos parecen aristócratas. Otro aspecto a considerar desde el punto de vista de la geografía humana briocense es la pregonada fama de belleza que tienen sus mujeres. Ya en el siglo XVIII, un cronista viajero decía de ellas que están tenidas, con razón, por las más esbeltas y graciosas hembras de la Alcarria, y García Marquina en su Guía del Viaje a la Alcarria nos lo recuerda también, sabiendo de qué va. Cualquiera puede constatarlo, a nada que se dé una vuelta por sus calles, más aún en un día de fiesta como es hoy, en que la gracia estalla, y corre por las calles.