Ilustres de hoy, Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo
Aunque tiene todavía en el hablar prendido el dejecillo extremeño donde vivió su infancia, y recuerda a todos que su nacimiento fue en la capital, en Madrid, personalmente creo que en lo más seguntino que hay, después de la estatua del Doncel, es el personaje que hoy ocupa esta página: el doctor Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo, que lleva en cada palabra, en cada mirada y en cada gesto, la pura esencia de la Ciudad Mitrada.
Don Juan Antonio, como le llaman los seguntinos, ha alcanzado recientemente la soñada madurez de la jubilación. Pero esa retirada sólo lo ha sido de los madrugones, de las guardias permanentes y de los compromisos diarios ineludibles. Ahora, sin parar un momento, sigue dedicando su vida a lo que siempre ha sido su pasión: conocer Sigüenza, estudiar su historia, contársela a los demás, pintarla con sus acuarelas desde cualquier perspectiva, comer en Sigüenza, pasearse la Alameda.
Porque Martínez Gómez-Gordo ha sido, es todavía, todo lo máximo que puede ser uno en su pueblo (el de adopción en este caso): médico de cabecera de todos los seguntinos, ginecólogo y pediatra de todas las mamás y todos los niños; geriatra de todos los abuelos; y palabra afable y comprensiva de todos cuantos alguna vez se sintieron enfermos en los últimos cuarenta años. Ha sido, además, poeta, escritor, conferenciante, pintor, animador cultural, organizador de actos, de congresos, de conmemoraciones, de exposiciones… además ha sido concejal, y Alcalde. Y desde hace muchos años se le reconoció su mérito y su aplicación con el título, honroso como pocos, inexistente hasta que él llegó, de Cronista Oficial de la Ciudad de Sigüenza.
Obras son amores
La actividad de Martínez Gómez-Gordo se ha centrado, sin embargo, en el camino de la escritura. Son decenas, casi un centenar, de escritos todos ellos sustanciosos, con aportaciones novedosas, investigaciones y apreciaciones nuevas sobre elementos de la historia de Sigüenza, de sus monumentos, de sus personajes e instituciones. Quizás su obra más importante (agotada desde poco después de aparecer, en 1978) sea la titulada «Sigüenza: Historia, Arte y Folklore». Le ha escoltado, antes y después, otros muchos escritos, más breves, pero siempre enjundiosos. Como las varias ediciones de «El Doncel de Sigüenza: Historia, leyendas y simbolismo» (desde 1974), de «El Castillo de Sigüenza», que desde 1989 ha alcanzado una tirada de 20.000 ejemplares y ha sido traducido al inglés. Sobre la figura de Santa Librada, sus mil interpretaciones, leyendas y hagiografía, ha escrito Martínez Gómez-Gordo muy varios artículos. Uno de ellos, en forma de folleto, llevaba el título de «Leyendas de tres personajes históricos de Sigüenza: Doña Blanca, Santa Librada y El Doncel» (1971). Después ha colaborado con nuevas interpretaciones en Congresos, Encuentros del Valle del Henares, conferencias en Francia, etc.
La Cocina de Guadalajara
Uno de los aspectos mejor estudiados por nuestro personaje es todo lo relativo a la Gastronomía de Guadalajara. Verdadero experto en el arte del cocinar (y del yantar, por supuesto), desde hace muchos años el doctor Gómez-Gordo ha ido recogiendo recetas, modismos en el hacer las comidas, detalles curiosos, clasificación de manjares, etc. Nacido de su especialidad médica cual es la Endocrinología y lo relativo a la Nutrición, la dietética ha sido el hilo conductor por el que Juan Antonio Martínez llegó a la gastronomía. Animado por ese otro gran conocedor del tema, y buen amigo suyo, el molinés-seguntino doctor Alfredo Juderías, se lanzó a publicar un libro sobre «La Cocina Seguntina» (1984), otro sobre «La Miel en la Cocina» (1991), y finalmente su gran obra de gastronomía provincial, firmada conjuntamente con su hija Sofía M. Taboada: «La Cocina de Guadalajara» (1995). Dirige además un Boletín cuyo título es «Sigüenza gastronómica», en cuyo número 6, el distribuido en la última muestra de Fitur, publica nuestro autor un enjundioso trabajo sobre «La caza en la mesa», y en él aparecen las numerosas actividades de la Cofradía Gastronómica Seguntina «Santa Teresa», cuya presidencia ostenta nuestro autor.
Marañón en «sus» recuerdos
La profesión médica de la que vivió Martínez Gómez-Gordo durante años, y que ya ha dejado por imperativos de la edad, ha sido también fuente de escritos y publicaciones. Quizás sea el más interesante y suculento ese «Marañón en mis recuerdos» en el que puso Gómez-Gordo la intimidad de varios años junto al gran maestro de la Medicina española del siglo XX, formándose como alumno y luego colaborando como dibujante en la cátedra de este doctor, en el Hospital Provincial de Madrid. Pero en la temática médica, la obra más destacada al menos en la tirada ha sido su «Cartilla de Puericultura», de la que llegó a alcanzar cinco ediciones desde 1969.
La vida sin pausa de Gómez-Gordo
El motor de actividad tanta ha sido sin duda una jovialidad continua, y una incansable curiosidad. Hoy su aspecto es, a pesar de los años (Madrid, 1924) el de un hombre joven que no para: o está cavando el huerto de Alboreca, o está dirigiendo una visita por la catedral ante un grupo de 50 profesores universitarios que le escuchan admirados. Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo vivió su infancia en Mérida, aunque nació en Madrid. Volvió a la Corte donde estudió la licenciatura en Medicina, fundando en 1950 la Revista «Lecturas Médicas». Trabajó en la capital y luego ganó plaza de Pediatra en Sigüenza donde se estableció y quedó a vivir, en amor perpetuo.
¿Qué decir además de este hombre, que es llama viva, corazón abierto, y generoso siempre? Que pinta como los ángeles. Son de ver sus retratos a la acuarela de Sigüenza entera, de su catedral, de su Alameda; o los bodegones sutiles, latientes, cálidos… además sabe centrar el gesto de cualquier ser humano, y hace caricaturas. Dirige la Revista «Anales Seguntinos» de estudios científicos sobre la Ciudad Mitrada. Lo hace desde hace muchos años, en solitario, poniendo dinero de su bolsillo. Porque además (y esta propaganda no debiera hacerla, porque encima redundará en su contra) Gómez-Gordo es generoso hasta el límite, no conoce el valor del dinero, no lo aprecia. Hace las cosas con corazón, sin valorar en pesetas su tiempo, y su saber. Hace, por ello, amigos en cualquier parte, y añade a todo cuanto más arriba he dicho, esa última maravilla que al ser humano le queda, y que él cultiva como pocos: sabe ser amigo de quien le acepta por tal. Yo presumo de serlo. Por eso he escrito este artículo. Es lo menos que se merece.