Rumores monjiles en Cifuentes
Todavía se mantiene en la alcarreña villa de Cifuentes, la comunidad sencilla de las capuchinas de Nª. Sra. de Belén, después de haber pasado no pocos avatares desgraciados en los últimos años de su historia1.
Se conmemora, sin embargo, en estos días, el cincuenta aniversario de su «refundación» después de la guerra civil. Son las Bodas de Oro de una comunidad religiosa que ha pasado a formar, reforzada, parte de la historia de la Alcarria. El pasado lunes, y como un acto más en este bloque de simbólicas conmemoraciones que para recordar su presencia entre nosotros se están organizando, di una charla en Cifuentes en torno al Cifuentes monacal que durante siglos ha tenido una voz nítida en el conjunto del devenir histórico de la Alcarria toda.
Hoy, como pequeño homenaje a esta comunidad de mujeres entregadas a los demás en oración y trabajo, pongo muy resumida la historia de este «Convento de Nª Señora de Belén», cuyo interés queda demostrado con solo leer las líneas que siguen.
A comienzos del siglo XVI, la casa de Silva era la que regía los destinos y marcaba las rutas de Cifuentes. Con su palabra se movían las tierras, con su dinero se levantaban los edificios. A estos señores todopoderosos, verdaderos príncipes del Renacimiento alcarreño, deben las monjas cifontinas su fundación y establecimiento: quedó viudo don Fernando de Silva, conde de Cifuentes, y decidieron las doncellas y servidoras de su fallecida esposa, con un recio espíritu implacable, muy de la época, dedicarse a la oración y el recogimiento. Y, no teniendo sitio mejor para ello, subieron al ya por entonces abandonado castillo, y allí se dedicaron a la vida contemplativa. Iba al frente de ellas doña Isabel de Silva, hermana del Conde, que escogió para sí y sus seguidoras la regla de San Francisco, habiendo recibido previamente el permiso eclesiástico para titularse Beata de la Orden Tercera franciscana.
Impresionado don Fernando con tan repentina y firme decisión, no dudó en fundar y construir a sus expensas un monasterio para ellas. Obtuvo las Bulas correspondientes de Clemente VII, edificó en las afueras de Cifuentes, junto a la ermita que llamaban «Nª. Sra. de la Fuente» o de Belén, un edificio conteniendo el claustro, las celdas, la sala capitular, el refectorio y locutorio, y habilitó para iglesia de la Comunidad dicha ermita. Catorce meses después de acometer las obras, bajaron del castillo las beatas y quedaron sometidas a la autoridad, que suponemos suave y llevadera, de sor Mencía Alvarez como abadesa, sor Francisca de San Juan, y otras monjas franciscanas traídas del Convento de San Juan de la Penitencia, de Toledo. Era el año 1527. Y don Fernando no cesó nunca, hasta su muerte, de ayudar y hacer regalos sacros a las monjitas. Igual que harían más tarde sus sucesores, nombrados por él patrones de la fundación. Tomó posesión de la casa, en ese año, fray Alonso de Ocaña, guardián del Convento de franciscanos de Cifuentes, por delegación del provincial de la Orden, fray Diego de Cisneros, recibiendo a la comunidad en su obediencia.
Muy pronto tuvo anejo el Convento un Colegio de doncellas, que también creó y dotó don Fernando de Silva, con asistencia de su hermana doña Isabel. Se admitían en él hasta doce jovencitas cifontinas, más o menos relacionadas, por cuestión de linaje o servidumbre, con la familia Silva. Hacían una vida comunitaria distinta a la de las monjas, aunque cada chica tenía asignada una monja tutora («Madre, maestra o portera») con la que pasaba unos años de oración y educación especial. Tiempo después, la joven tenía opción a elegir entre la boda o la profesión religiosa. Y uno se pone a pensar, casi sin quererlo, ¿cómo tendrían estas chicas pretendientes? Porque ni existían vacaciones ni la luz del sol les daba si no era en el recogimiento del patio claustral, detrás de altos muros y tupidas rejas. El caso es que según atestiguan los documentos, algunas se casaban. Y entonces era el patrón del Colegio, el conde Silva de turno, quien dotaba a la doncella «conforme a la calidad de su persona, que a todo esto se tiene mucha atención», según nos dice el padre Salazar en su Crónica.
Fue habitado, durante el siglo XVII, de algunas monjas de extraordinarias dotes; crecidas, sin duda, al aire enrarecido que ese siglo respiró, sin que aparentemente nadie tuviera la culpa de ello. Las mayores exaltaciones místicas, prodigios sin cuento y admoniciones proféticas, fueron dictadas de la boca de sor María‑Inés Martínez de la Cruz y Santa Rosa, la monja de Trillo que hizo llenar, en su época, montones de cuartillas y horas de conversación y chismorreo. Más normal fue sor Francisca Inés, abadesa del Convento, pero también de grandes dotes místicas.
La vida de la Comunidad fue sencilla en extremo, sin sufrir grandes anomalías o estremecimientos, hasta la consabida llegada de la horda francesa, que desbarató un tanto su tranquilo devenir, y la posterior ley de Desamortización de 1835, que aun no pudiendo expulsarlas de su casa, por ser más de doce las profesas en esos días, sí que les dejó huérfanas de todo sostenimiento económico, comenzando allí una pobreza extrema de la que aún no han salido.
El 22 de julio de 1936 tuvieron que dispersarse y vivir ocultas en las casas del pueblo o sus alrededores, contemplando impotentes cómo unos quemaban y destrozaban su archivo y pobres enseres, y otros derrumbaban, mediante el incontrolado bombardeo, el edificio entero. Acabada la guerra civil, se reunieron nuevamente las monjas franciscanas, decididas a continuar, a costa de cualquier sacrificio, en su Convento de Cifuentes. Por intercesión del obispo seguntino, doctor Alonso Muñoyerro, vinieron en 1941, procedentes de Plasencia, cuatro monjas capuchinas bajo la dirección de la madre Corazón de Jesús Ponce de León. Y en diciembre de 1945 autorizaba el Papa la instalación de comunidad capuchina en el remozado edificio, siendo el 1 de enero de 1946, y de eso se ha cumplido el medio siglo, cuando la nueva comunidad echó a andar definitivamente.
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1 ver JUAN CATALINA GARCÍA, Aumentos a la Relación de Cifuentes. Memorial Histórico Español, tomo XLII, págs. 345 y 384; FRAY PEDRO DE SALAZAR, Crónica de la Orden de San Francisco en la provincia de Castilla, pág. 451; FRANCISCO LAYNA SERRANO, Historia de la villa de Cifuentes, págs. 130‑138; SALAZAR Y CASTRO, Historia de la Casa de Silva. En el Archivo Histórico Nacional, sección Clero, legajos 78 a 94 se conservan gran cantidad de documentos a esta institución referentes, muy en especial sobre censos, juros, apeos y otras cuestiones económicas.