La Alcarria, un camino de mil destinos
Hace unas pocas semanas, se celebró en Cuenca, y organizada por la Asociación Castellano-Manchega de Escritores de Turismo, en la que se agrupan las mejores plumas que hoy vivas cantan y describen la realidad de nuestra tierra, una «Jornada de Actualización Turística» en la que me cupo el honor de intervenir con una ponencia que venía a tratar, no podía ser de otra forma, sobre la Alcarria y sus infinitas posibilidades turísticas.
Los lugares del interior peninsular, como las sierras negras del sotomonte guadarrameño, los llanos infinitos de la Mancha, y el bullir alegre de olivos y trigos de la Alcarria, tienen un gran porvenir turístico. Si me apuran, mejor aún que el de las costas, porque estas se están degradando a marchas agigantadas. Y el interior tiene cada primavera flores nuevas, largos horizontes que abrillanta el cierzo.
La Alcarria, punto de mira
La Alcarria, como digo, es un lugar de permanente atracción turística. Lo fue siempre, porque tuvo (el nombre mismo lo dice, que viene del euskera o ibero primitivo «la carria», el camino: recordar «el carril» como apelativo popular al camino sencillo, y «el carro» como elemento que va por los caminos) repito que tuvo una función caminera: La Alcarria fue lugar de paso entre ambas mesetas, entre la España mediterránea y la interior y aún céltica.
La Alcarria se hizo famosa, hace ahora cincuenta años, con el universal escrito de don Camilo. En próximos días ya, la semana que viene si no me equivoco, se cumplirá el medio siglo de la primera edición de aquel libro grandioso que sacó a la Alcarria de su silencio y la plantó en medio del mundo. «El Viaje a la Alcarria» de Camilo José Cela sólo corre por los caminos de la Alcarria de Guadalajara, pero qué duda cabe que la parte de esta comarca que corresponde a otras provincias (Cuenca y Madrid) ha podido hacerse, esponjarse algo más y saltar a la fama y al deseo de ser conocida.
La Alcarria es un espacio común a tres provincias: una comarca uniforme con características propias, con peculiaridades definidas. Se extiende por la mitad sur de la provincia de Guadalajara. Abarca zonas del sureste de la de Madrid, y se extiende por buena parte del noroeste de la de Cuenca. Sus horizontes nítidos y rectos en la altura mesetaria (en las alcarrias de nombre propio) son iguales siempre: tierras de pan llevar, viñedos, algunos bosquecillos de pinos o encinas. Caminos, caminos siempre.
Y en las cuestas que desde el alto van a los estrechos valles, el olivo, el matorral de carrasco, la salvia y el tomillo perfumando los ambientes. Al fondo siempre, los arroyos mínimos, los ríos definitorios: el Henares por su extremo norte; el Tajuña, corazón con el Tajo y el Guadiela de la comarca toda. Y el Escabas aún con el Júcar formando frontera por oriente, más acá de la sierra de Bascuñana, último murallón hasta el que llega la Alcarria.
La oferta turística de la Alcarria
En nuestra tierra alcarreña, -más allá de las playas, las pistas de esquí y los palmerales que brindan otros-, deben buscarse las rutas que ofrecen paisajes sorprendentes. Los tiene, hay que buscarlos o, por mejor decir, airearlos, contárselos a la gente. En ella deben establecerse nítidas las rutas monumentales, que son múltiples, que son densas, que tienen elementos como para entretener largos meses a un viajero curioso. Y aún deben establecerse en ella las rutas gastronómicas, porque la Alcarria tiene, en su clima de bondades permanentes, lugar para el buen cordero, para la caza corretona, para el vino acunado en las suaves lomas iluminadas por el sol de invierno. Mas los cangrejos, las truchas, los potajes y la miel, ese exquisito y paladino producto que en esta comarca encuentra su mejor expresión mundial: la Miel de la Alcarria es todo un paradigma de la gastronomía española y aún europea.
La personalidad a la Alcarria le viene a través de su paisaje, de su monumentalidad, de su gastronomía. Sin detrimento de realizar su promoción a base de rutas parciales, como páginas de una guía ideal que aún no existe, van aquí cuatro pinceladas de lo que personalmente creo es capital en esta comarca. Libros (siempre insisto en que por ellos ha de empezar la promoción de una tierra, buenas guías que estimulen la visita y den información veraz y de calidad) libros, digo, existen pocos. Quizás uno de los primeros fue el que escribió nuestro compañero de páginas José Serrano Belinchón, publicado por Editorial Everest en su popular colección de pastas duras.
Pero no es tarea bibliográfica la que aquí pretendo. Es tarea de decir cómo en Madrid, en Guadalajara y en Cuenca tiene la Alcarria preciosos gestos.
Por Madrid, ribera del Tajuña, el propio valle es una verdadera joya de tibiezas y calma: los pueblos de Tielmes, Orusco, Carabaña y Perales van escoltando al río que baja solemne. Y en los altos, el Nuevo Baztán, con su maravillosa traza de Churriguera en edificios y urbanismo, resume historia, paisaje y objetivos.
Por Guadalajara son más abundantes las ofertas. En la provincia alcarreña por excelencia, la capital se extiende en su límite, junto al Henares. Pero en su interior se alzan poblaciones de un carácter histórico y monumental impresionante. Las villas de Brihuega, de Cifuentes, de Pastrana, por citar sólo tres sonoras y de todos conocidas, son elementos que justifican una acción contundente de promoción. A Brihuega llaman «el jardín de la Alcarria», porque además de estar regadas (calles, plazas y jardines) por el agua que surge de las altas rocas hacia el Tajuña, en ella aparecen los impresionantes jardines versallescos de la antigua Fábrica de Paños. Y allí se encuentra el castillo medieval que fue sede de los arzobispos toledanos. O las iglesias de Santa María, San Felipe y San Miguel, joyas inigualables del románico de transición. En Cifuentes se mezcla castillo de don Juan Manuel (que tantos tuvo por toda la región en que vivimos) con arquitectura románica de altos vuelos (la puerta de Santiago). Finalmente en Pastrana, hoy más noticia que nunca, al protagonizar su Palacio Ducal la venta que ha hecho el obispado de Sigüenza a la Universidad de Alcalá, nos encontramos con un porvenir de oro. Ojalá que recibiera de las instancias administrativas regionales el apoyo que merece: el Museo de su Colegiata, con la colección de tapices más impresionante que se guarda en España (después de las de Zaragoza y La Granja) debería recibir una atención inmediata y definitiva. En cualquier pueblo de la Comunidad europea en que tuvieran esos seis tapices, haría ya tiempo que habrían construido, exprofeso, un museo para albergarlos. El embrujo de sus calles, la evocación de sus historias celestinescas, teresianas y ebolescas (por denominar de alguna forma esa mezcla indefinible de aventuras místicas y amorosas que Ana de Mendoza y Teresa de Cepeda protagonizan por sus retorcidas callejas) hacen de Pastrana el lugar ideal para un viaje, para muchos viajes. El paisaje que la rodea, impresionante, es pura Alcarria. Si alguien no sabe definirlo, que se vaya y lo vea.
Tajo arriba, el viajero se encontrará lugares como Zorita de los Canes, con su castillo calatravo; Sacedón, la capital de los Embalses; Pareja, con su evocación de los obispos conquenses en cada calle y en cada palacio; y Trillo, con la promesa de sus Baños siempre en la mano, que nunca cuajan y sin embargo podrían centrar un nuevo valor del turismo alcarreño, el de los balnearios serranos. Balnearios que, sin embargo, en la raya misma de la Alcarria sí están cumplidos y gozan de saludable latido: los de Solán de Cabras.
Y ya en Cuenca la Alcarria tiene notables cimas y banderas muy claras: Priego, a la puerta ya de la Sierra, es una de ellas. Con su artesanía del barro tan maravillosa; con su monumentalidad aplaudida y los paisajes que el Escabas le forma tan espectaculares. Por los bajos campos de en torno al Guadiela están Valdeolivas, con ese templo fantástico todavía poco conocido. Y Ercávica, las mejores ruinas romanas de toda la comarca, en las que aún palpita el espíritu de los artistas del Lacio.
Huete es, quizás, el mejor exponente monumental de la comarca en Cuenca. Huete ha sido bien tratado en cuanto a urbanismo, y espléndida suerte la ha cabido en cuando a lo monumental. Sus iglesias, sus monasterios, sus portadas platerescas, su copia innúmera de blasones y frontispicios se miran, como en un espejo, en la restauración hecha al convento de la Merced, en el que ese alcarreño de pro que es Florencio de la Fuente ha puesto el Museo más increíble que ningún turista imaginara encontrar.
Pero basta ya de elogios, basta de palabras solemnes. Aquí lo que se pretende es que esta tierra enjuta y valiente sea mejor conocida, apreciada por todos. Gozada por la mayor cantidad posible de seres civilizados. Ojalá que muy pronto de la Alcarria no pueda darse aquella definición que don Camilo dijera hace ahora medio siglo: que «La Alcarria es un hermoso país al que a la gente no le da la gana ir… y menos miel, que la compran los acaparadores, tiene de todo…» Ya le va dando ganas de ir, y, aunque nunca haciendo colas, como los japoneses en El Prado, no le vendría nada mal a este lar de carros y carriles que se le alzaran las infraestructuras suficientes para mostrar a todos lo hermoso que es.