Horche, la historia a un paso

viernes, 17 marzo 1995 0 Por Herrera Casado

La ermita de San Roque en Horche

Un breve paseo por la Alcarria más cercana a Guadalajara, nos lleva hoy hasta Horche, en la altura oteante de horizontes amplios, siempre abiertos y luminosos. Se sitúa este pueblo en lugar alto, sobre la meseta de la primera Alcarria, descendiendo en fuertes cuestas por la vertiente que da al profundo valle del río Ungría. Se trata de una villa antigua, llena de encantos tradicionales en sus calles, en sus rincones típicos, en sus fiestas, y en el carácter alegre de sus gentes. Actualmente conoce un crecimiento poblacional importante, surgiendo en su término numerosas colonias de tipo residencial.

Es abundante su término en bellezas naturales. Así, los pinares que llaman la sierra de Horche, en la otra orilla del Ungría, y el paraje denominado La Fuensanta por donde baja serpenteando la antigua carretera, y entre gran abundancia de arboledas aparece una fuente y un merendero.

Su breve historia nos dice de su existencia desde la Edad Media. La tradición del pueblo relata que fue conquistada a los moros por Alvar Fáñez de Minaya, primo del Cid, la noche del 23 de junio de 1085. Posteriormente quedó incluida en la jurisdicción de Guadalajara, formando en el Común de Tierra y aldeas de esta ciudad. Quizás fue en ese momento cuando realmente se creó este enclave, y sería poblado con pastores y ganaderos vascos que le pusieron nombre de clara raigambre euskera, pues no debe olvidarse que en vasco Or‑etxea (Or‑che, que es como siempre se escribió su nombre, sin la hache), significa la casa de arriba, o la casa en lo alto.

En 1537 consiguió de Carlos I, y tras abonar entre todos los vecinos la cantidad de 5.000 ducados, el privilegio de Villa, que posteriormente Felipe II, en 1557, amplió a no poder nunca ser enajenada de la Corona y señorío del Rey. En 1652, Felipe IV, cubierto de deudas, decidió vender la villa de Horche a don Rodrigo de Sandoval Silva y Mendoza, duque de Pastrana, pero el pueblo protestó inmediatamente, exhibiendo sus antiguos privilegios, y no llegó a realizarse la transacción.

El derecho que confería el privilegio de villazgo a levantar horca y picota, hizo que los de Horche decidieran poner esta última en medio de la Plaza Mayor, encargando en 1548 la talla de una picota al cantero de Guadalajara Pedro de Medinilla, quien realizó una obra magnífica, al parecer de gran envergadura, rematada en múltiples adornos de estilo plateresco. Hoy no queda nada de ella, ni nadie nunca se ocupó de describirla o dibujarla. También se hizo por entonces un escudo de armas propio de la villa, que consiste en dos cuarteles, uno sobre otro: en el superior, castillo de plata en fondo azul con dos olivos de su color a los lados; y en el inferior dos manos asidas, en su color, sobre campo azul. Las guerras de Sucesión y de la Independencia, asolaron a Horche, destrozando muchos edificios, muchas obras de arte, haciendo disminuir su población que, afortunadamente, ha vuelto a aumentar en los últimos años.

La iglesia parroquial de la Asunción, a un extremo del pueblo, es un enorme y bello ejem­plo de arquitectura renacentista. Se comenzó a construir en 1510 y durante la primera mitad del siglo XV   duraron las obras. De sillar y sillarejo al exterior, la torre es moderna, pues la antigua se hundió. A poniente y mediodía luce un gran atrio porticado, con columnas de piedra rematadas en bellos capiteles renacientes, traídos del cercano monasterio jerónimo de San Bartolomé de Lupiana, el siglo pasado. Esa es, al menos, la tradición que en el pueblo se mantiene. El interior, consta de 3 amplias naves, con cubierta de buen artesonado de ma­dera, obra de tradición mudéjar, aunque consta haber sido realizado en el siglo XVII. Nada queda del gran retablo mayor, obra plateresca de talla y pinturas, terminado en 1530, y des­truido en 1936. En la sacristía, amplia y de buena arquitectura, se ven tres tallas de buena pintura, del siglo XVI.

La ermita de la Soledad está a la entrada del pueblo viniendo de Guadalajara, en la meseta, y es una bella construcción del siglo XVI con atrio porticado delante, y un Calvario en las cercanías. Se inauguró en 1565. La ermita de San Roque, es de estampa tradicional, pero sin interés artístico.

La Plaza Mayor es de las más tradicionales de la Alcarria, cuadrada, soportalada en algunos lados, con un edificio de Ayuntamiento consistente en doble arquería arquitrabada, y torre para el reloj, y en un rincón una casa blasonada de antigua estampa. La vernos, en uno de sus fragmentos más característicos, junto a estas líneas.

Muchas calles conservan soportales, casas típicas, muchas flores, y adornos, demostrando el cariño de sus habitantes hacia el pueblo en que viven. También aparecen varias fuentes por el pueblo. El barrio del Albaicín se formó con los moros traídos, en número de 48 familias, de las Alpujarras rebeldes, en 1570. El barrio de las flores es digno de ser visitado.

Entre los elementos que la rica historia de Horche nos ha ido dejando, figura el viejo convento de franciscanos, nominado de San Juan de la Penitencia, que fue fundado en 1602 por don Jerónimo de la Rúa, catedrático de Teología en la Universidad de Alcalá, y cura de Horche durante una temporada. El convento se instaló en la casona de este prócer, y la iglesia se comenzó a construir en 1623, con dinero aportado por él y notables ayudas del Concejo, acabando su edificio en 1655. Antiguas crónicas hablan de las riquezas y obras de arte que poseía este templo, entre ellas una gran reja de hierro forjado, dando paso a la capilla mayor; el Cristo de las Misericordias; la Virgen de los Remedios, etc. Desapareció esta comunidad de franciscanos a raíz de la guerra de la Independencia, y hoy quedan sus restos, restaurados magníficamente por su actual propietario, que ha sabido rescatar parte de la iglesia y un bello patio de arquitectura de tradición mudéjar. Del castillo de Horche nada queda, pues ya en el siglo XVI sólo como tradición y antañón recuerdo se tenía la existencia de un castillo antiguo, llamado de Mairena, en las cercanías de la ermita de San Sebastián, por donde hoy dicen Trascastillo. En su término municipal, en la llamada «Cueva de la Galiana» se han encontrado restos arqueológicos de la época musteriense.

Hubo en Horche, desde el siglo XVI, numerosas fábricas de paños y lienzos, constando la existencia de hasta dos decenas de telares y un centenar de personas dedicadas a esta artesanía, de la que nada queda hoy en día.

Si la fiesta tiene en Horche un significado especial, es preciso rememorar para nuestros lectores cuales sean los orígenes de tan acendrada tradición. Fueron muy numerosas, en los siglos pasados, las Cofradías y Hermandades que los vecinos de Horche crearon para su mutua ayuda, culto religioso y organización de fiestas. Entre ellas pueden recordarse el priostazgo del Santísimo Sacramento formado por los sacerdotes, nobles y caballeros de la villa, y que tenía entre otras misiones las de celebrar muy sonadas fiestas en el Corpus Christie, montando espectáculo de «pólvora, novillos y comedias» además de unas famosas Danzas del Santísimo. El Honrado Cabildo de Coronados del Señor San Nicolás estaba formado por la intelectualidad de la villa, y desfilaban a coro en todas las fiestas del pueblo. La Cofradía de San Blas repartía en su fiesta una «caridad» a todos los vecinos, consistente en tortas, queso y vino. La Congregación del Niño Jesús, fundada en 1611, ponía a sus cofrades en la obligación de hacer penitencia rigurosa todos los viernes del año, flagelándose y celebrando simulados responsos por cada uno de ellos para avivar en sus mentes la idea de la muerte.

Las fiestas grandes de Horche se celebran con motivo de la Virgen de la Soledad, el día 8 de septiembre y en las siguientes jornadas. Además de los actos religiosos, procesión multitudinaria hasta la ermita, etc., son muy famosos sus festejos taurinos, con tradicional encierro por las calles, lidia de los toros en la plaza, y otros muchos festejos populares como desfile de carrozas, concursos, etc., que atraen a millares de personas de toda la comarca. El espíritu alegre de los horchanos sabe poner el justo tono de optimismo y gracia a estas sus fiestas tradicionales.

Muchos son los personajes ilustres que a lo largo de los siglos han nacido en Horche. Por mencionar sólo a los más notables, recordamos aquí a Domingo Román, obispo que fue de Orense en el siglo XV. Miguel Pérez vivió en el siglo XVI. Fue catedrático en Sigüenza, y muy versado en todo tipo de sabiduría astronómica, geométrica, etc., escribiendo un monumental libro titulado «Teatro y descripción del mundo y del tiempo». Otro escritor de la época,‑ fue fray Juan Calvete de Horche, jerónimo en El Parral, que dio a luz un libro titulado «Historia de la vida del glorioso San Frutos», en el que con gran conocimiento trata de muchas noticias de la historia segoviana. El más conocido de los varones ilustres de Horche es fray Juan de Talamanco, monje mercedario, nacido en 1692, que escribió a lo largo del siglo XVIII numerosos libros, muchos de ellos todavía inéditos. El más conocido de ellos es una magnífica «Historia de la villa de Horche», impresa en Madrid en 1748, y que presenta con gran cantidad de datos el pretérito devenir de la villa. También vivió muchos años en Horche, y aquí murió en 1908, don Cristóbal Pérez Pastor, académico de la Real de la Lengua Española, y gran bibliógrafo y estudioso de la obra de Cervantes. De Horche era también don Ignacio Calvo Sánchez, erudito historiador, y buen escritor sacro y profano, que publicó, en varias ediciones, una graciosa interpretación del Quijote en latín macarrónico titulada «Historia domini Quijoti Manchegui. Traducta in latinem macarronicum per Ignatiuni Calvum, Curam misae et ollae». Un precioso libro del que no nos estorbaría tener hoy una edición actualizada.