El Cuadrón: una fortaleza medieval descubierta
No sé qué nombre podría dársele al deporte que consiste en andar por Guadalajara. Muchos lo practican desde hace tiempo. Muchísimos lo van a empezar a practicar ahora. Y más cuando sepan que en su desarrollo pueden ocurrirles cosas tan hermosas como esta: a la que se va andando por los campos, subiendo cerros y descubriendo navazos, puede uno encontrarse en medio de los campos con un viejo castillo medieval medio arruinado sobre el que nadie escribió hasta ese momento una línea consistente ni su registro aparece en los libros de historia.
Una sorpresa en plena Alcarria
Algo así le ocurrió al autor de estas líneas cuando no hace mucho, una calurosa tarde de la pasada primavera, se lanzó por la provincia a buscar imágenes de castillos y fortalezas, con el objeto de aumentar su caudal de fotografías para un próximo libro que sobre este tema va a presentar. Layna Serrano, el indiscutible sabedor e investigador de estos temas, no llegó sino a apuntar en una línea la existencia de una vieja torre en término de Auñón, según decían antiguos pergaminos. Las Relaciones Topográficas del siglo XVI que los vecinos de Auñón enviaron al rey Felipe II, nombraban también, y describían someramente, la vieja torre del Cuadrón, como elemento inservible y medio arruinado. Y el libro de los Castillos de Guadalajara que escrito por Jorge Jiménez Esteban y editado por Penthalón hace poco más de un año la menciona e incluso fotografía con el nombre de «torre de Santa Ana», aunque confiesa no saber nada respecto a su historia u orígenes. De aquí pues los elementos indispensables para lanzarse a descubrir. Cualquiera puede hacerlo este próximo fin de semana. Hay que llegarse hasta Auñón por la “carretera de los pantanos” y, ya en la vega del Tajo, seguir la carretera que por Anguix y Sayatón les llevará hasta Pastrana y Almonacid de Zorita. En este camino, unos dos kilómetros después de haber iniciado esa carretera (es la comarcal 204 en el idioma de Obras Públicas), a la derecha y sobre un otero de suaves perfiles, se alza la vieja fortaleza. La situación, para los que lo tengan, en el mapa a escala 1:50.000 del Instituto Geográfico Nacional, en la hoja 562 correspondiente a Sacedón, es la de latitud entre 40º 28′ y 40º’ 29′ Norte, y de longitud entre 2º 47’ y 2º 48′ Este. Allí está señalada como «torre de Santa Ana» vigilante de una depresión que lleva el nombre de «barranco de Valdelagua».
Pero se trata, en realidad, de la «torre del Cuadrón» de las viejas crónicas. Y, por lo que yo pude comprobar sobre el terreno, lo que hoy se ve es el resto de un auténtico castillo. Del que apenas media torre del homenaje queda en pie. Pero esta auténticamente reveladora de su importancia y valor.
Lo que dicen los viejos papeles
Las Relaciones Topográficas de Auñón (año 1575) dicen lo siguiente, acerca de este edificio: «A los treinta y seis Capítulos dixeron: que en término de esta Villa ay una Torre de Cal y Canto de Sillería, a la cual llaman la Torre del quadron, y tiene un epitafio y letrero, el qual no se ha podido entender por ser letra mui extrangera y peregrina y que vulgarmente dicen: que la hizo el Rey Jaime de Aragon, para desde ella combatir una Ciudad y población que estaba en un cerro mui alto, que se dice el cerro de Campana. La muralla y edificios denotan lo que era la dicha habitacion, que están todos arrobinados, pero mucha parte de la muralla está por partes sana y va así dando noticia y muestra por donde iva la dicha muralla, que es mucha tierra, y que no se entienden aver otros epitafios, ni letreros ni antiguallas más de esto». A este texto, el editor de las Relaciones, el cronista provincial Juan Catalina García le ponía la siguiente nota al pie: «Permanece esta torre más abajo del ensanche que hace la vega del pueblo al acercarse al Tajo. Pero no sé que conserve inscripción alguna…. cuanto a lo tocante al rey D. Jaime de Aragón, no es cierto». Abundando en el tema, Jorge Jiménez describe con exactitud esta «torré de Santa Ana» aunque sin identificarla con «el Cuadrón», y dice que de la inscripción tan traída y llevada sólo se entiende la primera palabra, que es «Garcés».
Descubriendo el castillo del Cuadrón
Hacía calor al ascender el montículo sobre el que se eleva la torre. El arroyo que a sus pies discurre, proveniente de los altos cerros que median entre el Tajo y el Arlés, estaba casi seco. Cerca, muy cerca, el Tajo ensanchado todavía por la represa de Bolarque. Cientos de tiendas de campaña rodeadas de coches, niños, señores en chándal, y demás parafernalia a las orillas del gran río. En lo alto, el silencio. La brisa chocando con las esquinas lastimadas. Y contando en un idioma ininteligible una historia imposible.
Lo que queda del Cuadrón es parte de su gran torre del homenaje. Tenía ésta tres pisos. La entrada, orientada al noreste. De planta aproximadamente cuadrada, de unos diez metros por lado, la planta baja se cubría por bóveda de crucería de la que aún se ven los arranques de los nervios. La planta media era de bóveda encañonada, apuntada, soportada por dos arcos fajones de los que también se ven, los arranques laterales. A esta planta se subía por una escalera que iba por dentro del grueso muro, y de la que aún quedan señales. Esta escalera seguía ascendiendo hasta la tercera planta, una terraza descubierta protegida posiblemente por almenas que ya no existen. La altura total, unos quince metros. Su construcción, de firme sillarejo calizo, con refuerzos de sillar en las esquinas. En el muro de la planta baja, casi al alcance de la mano, un escudo heráldico que aún mantiene su policromía original: un castillo de tres torres, de oro, sobre campo de color rojo. El emblema de la nación castellana.
Pero hay más. En derredor de esta torre, se ven los restos de su recinto exterior: un gran cuadrilátero de muros de casi un metro de espesor, totalmente derruidos, que en sus esquinas tenía torreones, semicirculares, posiblemente con única función de refuerzo constructivo. Su acceso estaba abierto al noroeste, y en su derredor, un amplio foso que aún se hace evidente a pesar de haberse ido rellenando, a lo largo de los siglos con los materiales del desplome de la muralla. En el interior del espacio castillero, nada de señalar sino es la incierta boca de un pozo junto al costado norte de la torre.
De forma apresurada, pero muy próxima a la realidad, hice un apunte de esta vieja fortaleza que junto a estas líneas. Y las fotografías que ofrecen el aspecto del Cuadrón (el nombre le viene, sin duda, de la planta cuadrada del edificio) desde norte‑noroeste, con la estructura evidente de su primitiva construcción. El muro del sur, que es el que se ve desde la carretera, está totalmente cerrado, a excepción de una pequeña saetera a la altura de la segunda planta.
¿Quién y cuando construyó este castillo vigilante de un pequeño arroyo y de la vega del Tajo? Los detalles arquitectónicos revelan que sin duda fue alzado a mitad del siglo XV. En una época en la que esta región del medio Tajo se, vio sacudida por una violenta guerra (casi doméstica) en el seno de la Orden militar de Calatrava, señora del territorio. Don Juan Ramírez de Guzmán, a quien se le conoce en las viejas crónicas con el sobrenombre de «Carne de Cabra», se autonombró maestre de Calatrava frente a la auténtica magistratura del infante don Alfonso de Aragón. Conquistó todas las villas y fortalezas de la encomienda de Zorita, y durante años luchó contra Auñón, el único enclave que permaneció fiel al maestre Alonso de Aragón. Quizás fue éste quien mandó construir esta fortaleza, y de ahí quedó en la memoria popular (como un siglo después se escribía) que fue levantada por el rey Jaime de Aragón, la figura que en las legendarias memorias aparecía como gran rey y guerrero.
En cuanto a la leyenda tan controvertida, efectivamente existe, y muy al acceso del lector, curioso. Un ancho dintel de piedra, caído del que formaba la puerta de entrada, y hoy empotrado en el suelo, deja en parte ver un letrero escrito en caracteres góticos, y del que, lo confieso que sido incapaz (a pesar de estar largo rato intentándolo, en todas las posturas imaginables) de leerlo, La palabra Garcés que dice Jiménez no la he visto por ninguna parte. Todo un reto para próximos viajeros.
Una oferta, pues, que a mis lectores recomiendo no desaprovechen. Un castillo nuevo que sumar a ese centenar de viejas fortalezas que hacen grande a nuestra tierra de Guadalajara. Una forma ideal de iniciar un periplo castillero por nuestros caminos sin fin.