El río Henares en los libros

viernes, 20 mayo 1994 0 Por Herrera Casado

 

Este fin de semana, Guadalajara va a celebrar su anual Feria del Libro. Unos días dedicados a la búsqueda y captura de esas piezas que nos permiten viajar lejos sin movernos de casa, charlar con las figuras del pasado, meditar sobre el mundo y las gentes, sobre el corazón y sus motivos. Serán tres días en los que el libro se mostrará -resplandeciente de color y palabras- entre los árboles de la Concordia, dejándonos volar entre sus páginas hacia remotos refugios. Uno de ellos, (aunque cercano, siempre arcano) será el río Henares, que también en los libros encontró su refugio.

Algo de geografía

El río Henares es el fenómeno geográfico que, junto a su hermano el Tajuña, las hoces del Alto Tajo, y las serranías del Ocejón, confieren carácter a nuestra tierra: la identifican y le entregan su rostro propio. Nace junto a Horna, en las altas parameras que median las dos Castillas. Soria de un lado, del otro las vegas frías de la seguntina tierra. Correrá entre huertas pronto, entre barbechos, y lamerá los pies de ermitas y castillos: Desde la Virgen de Quintanares hasta las altas terreras frente a Mejorada, son verdes orillas y anchas praderas las que riega. Puentes viejísimos como el de Wad-al-Hayara, y arboledas como las del Cañal las que acompaña. O ruinas prehistóricas como en Espinosa, y altas escarpas cual las de Alarilla o Cutamilla, sin olvidar esos enclaves de primor y ensueño como cuando en Baides parte en dos al pueblo, y allí le miman poniendo un paseo arbolado junto al manso correr de sus aguas, ejemplo que deberían seguir en otras ciudades (Sigüenza, Guadalajara, Alcalá incluso) que parecen vivir a espaldas de ese Henares que las da vida, y las regala historia.

Un libro antiguo sobre el Henares

Puestos a recordar el río Henares con motivo de la Feria del Libro de Guadalajara, no cabe mejor referencia que la de evocar una obra del siglo XVI en la que se pone a nuestro «padre río» como elemento básico de la acción y los cantares. Es una obra desconocida, rarísima de encontrar si no es en la reedición facsimilar que en 1978 hizo de ella la Biblioteca Pública de las Palmas de Gran Canaria. Y jugosa y simpática a más no poder, a pesar de que Cervantes, en el severo escrutinio literario que hizo en la mansión de don Alonso Quijano, el bueno de Quijote, no la salvó de las llamas. Es su autor Bernardo González de Bobadilla y se titula Primera parte de las ninphas y pastores del henares, aunque jamás apareció la parte segunda (que nunca es buena) siendo impresa en 1587 en Alcalá, en el taller de Juan Gracián. El autor confiesa que nunca vio este río, pero le suponía tan famoso, tan bonito, tan poético todo su entorno, que a la hora de crear una gran obra de tipo pastoril no le cupo la menor duda de ambientarla en las orillas del Henares. Así decía para justificar su elección, en el prólogo de la obra:

Al qve me preguntare la causa que me mouio a querer en este mi pobre librillo tomar por blanco y principal intento, el procurar dezir algo de lo mucho que ay en la discreta gente que tiene su morada en las partes que riega Henares, rio apazible y poco en escripturas celebrado, por la falta de conoscimiento de escriptores.

Esas son las escuetas razones que da González de Bobadilla para poner aventuras de amor y pena por el Henares. Y empiezan ellas con palabras que centran el tema y glorifican la tierra de la Alcarria. Así lo hace:

En las vmbrosas riveras que el apazible henares con mansas y claras olas fertiliza, andaua el pastor Florino mas cuydadoso de alimentar el fuego que en su coraçón se criaua, que de apacentar su ganado por las viciosas y regaladas yeruas de los floridos prados.

Para aclarar posibles perplejidades, diremos que Florino es el protagonista, un sencillo pastor enamorado de Roselia. Y que el tal Florino no es feliz (eso cree él) pues padece el «mal de amores». Peor es no padecerlo, pienso yo. O, por lo menos, más aburrido. No cabe duda que el amor de Florino se mece bajo las alamedas de las orillas del Henares. El dice así:

Pues desseas saber el nombre de la que tan fuerte guerra me haze, sabras que es aquella cruel y desamorada Roselia, en cuya presencia se suelen reuestir los verdes prados de nueuas y vistosas flores, y Henares ensoberuecer sus olas, los sotos sacudir las ramas de sus alamos.

Los lamentos del pastor protagonista se suceden, y así el río va adquiriendo tintes de escenario turbulento, apasionado, siempre vivo y hermoso:

Henares repressando su acelerada corriente hauia estado escu­chando lastimas tan dolorosas, los vientos estauan en calma sin atreuerse a bullir en toda aquella comarca. Y luego aparece la madre de nuestro atribulado personaje, que le busca también en la maraña de yerbas y arboledas que escoltan las aguas (en el siglo XVI tan limpias como hoy las soñamos) del Henares. Dice así el autor: La dulce alua de la aurora descubria su rosado semblante escla­reciendo los sotos y florestas del honoroso Henares quando con presuroso paso la aldeana Farmenia yua buscando a su hijo Florino.

No podían faltar en una novela pastoril renacentista las ninfas del río. Y así las invoca Bobadilla Sacras hermanas podeys asseguraros de su recato y buen termino que pastor es nacido en la deleytosa ribera de Henares, rio merecedor de ser celebrado, a do nuestro padre Apollo ha querido muchas vezes transplantar nuestra morada y habitacion, segun esta cercado de frondosas arboledas. Tampoco falta la alabanza a las tierras que el río riega, y a los personajes famosos que en sus orillas nacieron: Pues yo te prometo, que en ingenio tan subido y habilidad lleuan la prima a muchos de los muy famosos, y que en el poco espacio, por do Henares sus cristales vierte, nacen tan cendrados entendimientos que harto tenemos por aca de celebrarlos, y enco­mendar a la perpetua memoria.

En este libro, viejo y solemne, que guarda entre frases huecas algunas tiernas referencias a nuestra tierra, el Henares se pinta siempre deleitoso y mágico. ¿A dónde hay que acudir ahora para verlo así? ¿Al espacio que media entre los dos puentes de Guadalajara, donde el color ya no es azul, como lo viera Florino, sino gris manganeso, ó verde pus? ¿A las estrechas y rocosas angosturas de Moratilla, donde aún resuena cantarín y puro? Merece la pena, en cualquier caso, darse mañana una vuelta por algún lugar del Henares. A Jadraque se puede ir, ó a Carrascosa. A la Barca de Azuqueca, o a la de Heras. Sentarse un rato sobre una piedra de la orilla, en las terreras de más abajo del Hernando, y sacurdirse nostalgias, apurar recuerdos, mirar como las aguas bajan, aunque sucias, todavía vivas y sonoras.