Los Mendoza y América

viernes, 9 octubre 1992 0 Por Herrera Casado

 

Ha llegado, por fin, el gran día. El próximo lunes, día 12, medio mundo estará de fiesta. Aquí, en América, desde donde hoy escribo, la fiesta se vive de forma llamativa. El «Columbus Day», que tradicionalmente se celebra el segundo lunes de octubre, este año coincide con el aniversario por antonomasia: con el 12 de Octubre que conmemora los Quinientos Años del Descubrimiento de América. Es cierto que aquí, en Nueva York, la jornada tendrá un tinte demasiado italianizante: como todos los años, en la gran parada que discurre por la Quinta Avenida, unos se vestirán de indios, y otros de andalucistas pinzones. El Almirante de la Mar Océana sigue siendo considerado como un genovés, el primero, que se vino a las costas atlánticas del Nuevo Mundo. Y aunque pasado el estruendo de la cabalgata, los más de diez millones de habitantes de la ciudad se irán a festejarlo a su modo (como casi siempre, a evocar el jazz de Peterson y Gillespie en el «Blue Note» o el «Village Gate», o a mover el esqueleto en «Mars»), en esta ocasión recorrerán las calles de la «gran manzana», como los campos y las selvas del continente todo, las frases evocadoras de una fecha mágica: la de aquel 12 de Octubre de 1492 cuando del palo mayor de la carabela «Santa María», la voz de Triana gritara «¡Tierra!» y las cortinas de un espectáculo único y maravilloso se abrieran para siempre.

En esa aventura estuvo presente la tierra y las gentes de Guadalajara. ¿Alguien lo recordará, justo en esa fecha, en nuestra pequeña ciudad castellana? Conviene recordar, ya desde hoy, que en aquel barco de madera y lienzos al que la pasión serena de Cristóbal Colón llevó hasta las costas de San Salvador, viajaba un Mendoza, un tal Diego que luego quedó en el «Fuerte Navidad» siendo acuchillado por los indios. Pero le siguieron muchos más. De nuestra tierra fueron precisamente estos Mendoza quienes más gentes llevaron, tanto de su apellido como de familias y círculos con ellos relacionados. Si alguien tuvo la responsabilidad cierta de hacer posible el viaje colombino, ayudándole y proporcionándole dinero y pertrechos, fue el alcarreño don Pedro González de Mendoza, hijo del marqués de Santillana, y Gran Cardenal de España. Desde su puesto de Canciller de la Corte de Isabel y Fernando, promovió el apoyo moral y presupuestario hacia el navegante y geógrafo Colón, creyendo desde un principio en la posibilidad de llegar al Japón por el mar de Occidente, y ayudándole luego en los siguientes viajes a lo que ya se daba por un Nuevo Mundo en el que Castilla tendría tanto que decir.

En el siguiente siglo, el XVI, muchos fueron los Mendoza y gentes de Guadalajara que viajaron al Continente recién descubierto. El afán de aventura, de poder y de imaginación que muchos de ellos tenían, terminó por montarlos en las naves que partían de Sevilla y dejarlos como en prolífica siembra por toda la América conocida y colonizada. Así, entre otros muchos cuya relación se haría pesada e interminable, cabe hoy recordar a don Antonio de Mendoza, el primer Virrey de la Nueva España (de México) que dio muestras de su atinado saber de gobernante, instaurando, entre otras cosas, la primera Universidad del Nuevo Mundo. O a Pedro de Mendoza, que tras dejarse en la empresa hasta la última moneda de su personal fortuna, y finalmente la vida en el regreso, se fué hasta la desembocadura del Río de la Plata fundando allí la ciudad de Buenos Aires. O a don Juan de Mendoza y Luna, tercer marqués de Montesclaros, del que recientemente hacía yo en Madrid una evocación ante los embajadores de diversos países sudamericanos, y que puso el nombre de su familia y de la tierra alcarreña en que nació por todo lo alto, cuando de su buen gobierno en México y en el Perú quedó constancia hasta hoy mismo.

De otros muchos pioneros salidos de nuestra tierra cabría hablar en esta hora solemne. De fray Pedro de Urraca, que desde Jadraque se subió a la meseta andina, y por Quito y Lima fue dejando la huella de su bondad y su inteligencia; de Nuño Beltrán de Guzmán, el capitán arriacense que fundara la ciudad de Guadalajara en el llano de Atemajac, en la altiplanicie tapatía; del seguntino Francisco López de Caravantes, que escribiera a mitad del siglo XVII su grandiosa «Noticia General del Perú», obra fundamental para conocer la historia de la colonización hispana en aquellos territorios; del bondadoso obispo de México don Juan Beltrán de Guzmán, o del de Puebla de los Ángeles, el molinés Fabián y Fuero; de aquellos señalados virreyes, todos mendocinos y alcarreños, como el torijano Lorenzo Suárez de Mendoza, los conquenses Andrés y García Hurtado de Mendoza, o el pastranero Gaspar de la Cerda Sandoval Silva y Mendoza…

Pero tengamos la fiesta en paz. No voy a tratar de martirizar a mis lectores con plúmbeas listas de nombres, pero sí quiero que quede, en estas páginas de NUEVA ALCARRIA que corren por todos los hogares de Guadalajara como voces familiares y antiguas, la constancia de que en esta tan señalada hora de la conmemoración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América (o del Encuentro de las dos culturas, como la progresía cursi ha dado en llamar) a la raíz más honda de nuestro pasado cultural le ha tocado decir con voz muy fuerte que de aquí surgieron gentes, ideas y pasiones que llevaron a forjar en buen modo eso tan grande y tan hermoso que es hoy América. Lástima que de nuevo tenga que lamentar que ocasión tan alta haya sido desatendida culturalmente por las instituciones públicas que en Guadalajara se ocupan, ‑o se deberían ocupar‑ de promover estos temas.

Desde las ventanas del «Plaza» estoy viendo, más allá de las hojas que ya amarillean en Central Park, el tráfico humano y automovilístico de la Quinta Avenida. Dentro de unos días desfilarán los pulcros «wasp» del Queens y los alegres morenos del Bronx, junto a los bullangueros habitantes de «Little Italy» o los sufridos vecinos de «Chinatown» por esta calle riente y luminosa. Dirán, desde este lado del Océano, que están felices de vivir, de vivir aquí en América, de saber que esta tierra se hizo un día albergue para todas las razas gracias a la idea luminosa de un español, de Cristóbal Colón, y de otros muchos castellanos y andaluces que con él se hicieron a la mar en una aventura apasionante y peligrosa. Una aventura que terminó con éxito el 12 de Octubre de 1492 y que ahora, cinco siglos después, conmemoramos en ambas orillas del grande y tenebroso mar que nos une. Feliz Aniversario para todos.

Nueva York, 5 de octubre de 1992