El viaje a Colombia. Cartagena de Indias y la arquitectura colonial española

viernes, 25 octubre 1991 0 Por Herrera Casado

 

Si hay alguien a quien le guste de verdad la arquitectura y el urbanismo, no puede dejar de hacer un viaje hasta Cartagena de Indias, en la costa caribeña de Colombia. Ese es el enclave ideal donde la historia ha cuajado en forma de ciudad planificada, medida y realizada para un sólo fin: ser defendida, ser guardadora de riquezas, de culturas diversas, de canciones. Y en cada una de sus múltiples calles, de sus infinitas esquinas, han surgido los edificios que uno por uno, y todos juntos, mejor evocan una cultura y una época concretas. La España ultramarina de los siglos XVII y XVIII. Viajar a Cartagena de Indias es adentrarse, en un instante, en aquel tiempo maravilloso y soñado.

Cartagena fue el puerto más importante de España en América. Codiciado de los piratas y las naciones enemigas, hubo de defenderse con una imponente muralla que cerraba su contorno completamente. En realidad, asentaba el burgo sobre una isla, que una vez amurallada quedaba defendida sin problemas. Hoy está unida a isla de Manga, a las arenas de Bocagrande y al continente por diversos puentes y terrenos desecados.

En su interior surge la maravilla. Planificada por los españoles como una neta ciudad de nueva planta, su callejero es una cuadrícula perfecta, aunque sus dos grandes plazas hacen ángulo forzado con la muralla. A través de la puerta o torre del Reloj, se entra en la Plaza de los Coches, donde hasta el siglo pasado se vendían esclavos negros y se almacenaban los tejidos y las mercancías que vendrían a la metrópoli. Más allá, la gran plaza de la Aduana daba albergue al edificio del Ayuntamiento y al de las Aduanas. Cerca, y ya en las calles rectas y perpendiculares, surgen la catedral, el colegio de los jesuitas con su gran iglesia de San Pedro Claver, la Universidad, el palacio de la Inquisición, el convento de Santo Domingo, el de Santa Clara, el de San Agustín, el de San Diego, y tantas ermitas, y tantos palacios, y tantos mesones, y tantos hospitales, que hacen a las calles, hoy atiborradas de una sonora masa humana de negros y mulatos, parecer un continuo museo de goces visuales.

Muy pocas ciudades en el continente americano pueden competir con la maravilla de Cartagena. Quizás La Habana y su malecón; México y su Coso mayor; San Juan de Puerto Rico con sus defensas; Quito y Lima. Quizás Popayán también, en Colombia. Y nada más. Cartagena supera a todas en cuanto a amplitud, a cantidad de edificios, a densidad de detalles.

En esta ciudad sudamericana se encuentran algunas excepcionales muestras de la arquitectura colonial hispana. Algunas dan su ejemplo al exterior, en las fachadas y estructuras generales. Tal es el caso de las Casas del Concejo, hoy Ayuntamiento; en la Casa de la Aduana; en el Cabildo, en el palacio del Marqués de Valdehoyos, en la propia iglesia de Santo Domingo. Otras, en cambio, ofrecen lo mejor del estilo en su interior. Y así ocurre con los patios umbrosos y magnificentes de San Francisco, de la Candelaria de Popa, de Santo Domingo, o de la Casa de las Damas donde tiene hoy cobijo el increíble Mesón de la Candelaria.

El mejor de los historiadores que ha tenido Cartagena de Indias, el sevillano Marco Dorta, cree que la mayoría de estos edificios fueron construidos durante el siglo XVIII. Así lo colige del detalle de ser de esa centuria la Casa de la Inquisición, y las demás construcciones, que suman varios centenares, piensa serían de la misma época. Hay algunas, sin embargo, más antiguas. Y en la isla de Manga quedan muchas otras del XIX y principios de este siglo.

Antes de esas fechas ya estaba la ciudad repleta de grandes caserones típicos. Así lo dice fray Pedro Simón, quien en 1628 escribía de «la mucha suma de ventanaje y balcones volados» que llenaban las calles del «corralito de piedra». La Casa de la Moneda fué, en cualquier caso, elevada antes de 1630, y algunos de los otros edificios de la Plaza Mayor o de la Aduana son de esa época.

Lo más característico, al exterior, de la casa colonial cartagenera, es la gran voladura y aparato de sus galerías. Semejan en gran modo a las que existen en los pueblos vascos y montañeses del norte de España. O a los que pueblan algunas localidades canarias. En cualquier caso, su origen es español, y su función la de guardar del sol a la fachada, dando un respiro de aires frescos a sus habitantes. El Adelantado de Canarias, don Alonso Luis Fernández de Lugo, llevó al reino de Nueva Granada gran número de «artífices y oficiales, para fábricas y edificios y otras cosas en orden al ennoblecimiento y perpetuidad de la tierra».

En su interior, destaca siempre el patio, poblado de columnas y arcos, a veces en doble piso, aunque el segundo suele ser de madera. Un denso enramado de mangos, ficus, y cocoteros, más los espesos enramados de la cayena, dan sombra permanente al ámbito. Aunque en la «ciudad vieja» existen ejemplares bellísimos, quizás el más completo es el del edificio de la calle del Espíritu Santo, en el barrio de Getsemaní, que ha conservado su estilo barroco popular y colonial. Se trata de una fachada con dos ventanas, con rejas de madera, cubiertas por tejaroces y descansando en repisas, corriendo bajo la cornisa del tejado una hilera de mútulos. La puerta se flanquea de columnas rematadas de arquitrabe, friso y cornisa, y sobre la clave del dintel se curvan la cornisa y el friso, formando una especie de ménsula que sostiene una hornacina.

En la calle de las Damas, la casa del mismo nombre, que hoy es sede del Mesón de la Candelaria, y cuyo esquema pongo junto a estas líneas, es otro de los maravillosos ejemplos de la arquitectura colonial civil en Cartagena. La fachada con gran portón, ventanas enrejadas y enorme mirador. el interior con ancho zaguán, patio cuajado de vegetación y corredores amplios, que dan paso a las habitaciones de alto techo. En lo más subido de la casa, una torreta servía a los dueños para mirar la bahía y ver si se acercaba a puerto algún barco de su propiedad. La noche húmeda, la música de cumbias que alguien canta en un salón, y las medias luces de escaleras, tránsitos y corredores, dan al lugar un encanto inenarrable.

Es este uno más de los atractivos de esta Cartagena de Indias que te invito, lector, a visitar en cuanto tengas la oportunidad de hacerlo. Porque además de sus paisajes, de su clima diferente, y del encanto de sus gentes, está la impar definición urbanística y arquitectónica de su trazado colonial, que hace realidad, al contemplarle, cualquier sueño por complicado que fuera.