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julio, 1990:

Villaescusa de Palositos, el románico abandonado

La iglesia de Villaescusa, tal como la vio el autor de este reportaje en julio de 1990

 

Después de atravesar bosques, arroyos y pedregosos caminos en cuesta; lejos, muy lejos de cualquier otra parte, donde ni siquiera con automóvil se puede llegar, aparece en lo alto de la montaña un antiguo templo abandonado. La frase podría ser el inicio de un relato de aventuras por la agobiante selva yucateca. O por el gélido Zanskar himalayo. La verdad es que la hemos hecho realidad hace tan sólo un par de semanas. Y en plena provincia de Guadalajara. De forma mucho mas prosaica que en esas remotas regiones del planeta, pero no menos peligrosa y arriesgada, llegar hasta Villaescusa de Palositos, un enclave ya abandonado de la Alta Alcarria, es hoy por hoy toda una aventura que además se ve rematada por la plenitud estética de contemplar un templo románico hasta ahora inédito.

El viaje no es apto para cardiacos ni para ñoños. No se recomienda ir con niños. Se parte de Pareja, se asciende a la meseta de la tercera Alcarria por una pista del ICONA, aceptable pero muy polvorienta. Se deja a un lado Torronteras (donde vive una familia de austriacos hospitalarios) y se sigue por valles, rebollares, trigales y lomas, eligiendo al azar entre un sin fin de veredas y caminos de herradura sin indicación alguna. Cuando se escoge el buen camino, y se divisa la silueta de Villaescusa a lo lejos, después de haber hecho unos 18 kilómetros desde Pareja, hay que dejar cualquier medio de locomoción y echar a andar los dos últimos kilómetros. Es duro, hay que reconocerlo, pero merece la pena.

En lo alto de la loma donde descansa la osamenta de Villaescusa de Palositos (todo son ruinas, o lo serán muy pronto), se alza aún como en milagro permanente la iglesia que fuera parroquial y hoy es templo abandonado y digno. Se trata de un elemento de arquitectura netamente románica, en un buen estado de conservación y con una estructura que mantiene en toda su pureza las líneas iniciales con que fué construida. Tiene en el muro de poniente un gran parche, generado en tiempos en que allí debió abrirse un boquete. Y a lo largo del eje central del ábside se está abriendo peligrosamente una gran hienda. Pero todo lo demás está limpio y pulcro, como si hubiera sido construido (no inaugurado, que eso entonces no se llevaba) ayer mismo.

La iglesia está orientada de forma clásica. La planta es rectangular, alargada de poniente a levante. La puerta de ingreso, única, está en el centro del muro sur. Sobre el extremo poniente de ese muro se alza la espadaña de tres vanos. Los muros de poniente y del norte están lisos, cerrados herméticamente, sin el más mínimo adorno. El extremo de levante ofrece el airoso y elegante ábside de planta semicircular perfecta, con cuatro semicolumnas adosadas, apoyadas en basamentas polimolduradas, y en los tres espacios que dejan libres se abren sendas ventanas, aspilleradas. La central es algo más amplia y tiene una cenefa ancha y moldurada linealmente que cubre el arco semicircular superior y aún se alarga algo a los lados. Las laterales están hoy cegadas.

La puerta de ingreso es simple pero muy hermosa. Se inserta en un cuerpo que sobresale ligeramente del muro del templo. Se forma de un vano semicircular, abocianado en profundidad, con un arco externo decorado con bolas lisas, y luego otros dos arcos de arista viva que a través de una imposta moldurada apoyan en pilares adosados.

El interior es de una sola nave despejada, con tres tramos, algo más corto el occidental, y un ábside elevado y más estrecho que la nave. Esta se cubre de entramado de madera hoy tapado con falso techo de yeso, y el presbiterio con bóveda de cañón de piedra. Rematando todo, un ábside de planta semicircular, también cubierto de bóveda de cuarto de esfera, de piedra. La longitud de la nave es de 13 metros y su anchura de 9, adoptando el plano de este templo una forma en todo tradicional y del más puro y riguroso estilo románico rural. En siglos posteriores se le añadió sobre el costado sur un rudimentario edificio (que no puede ser calificado mas que de feo garito) para servir de sacristía. Hoy le falta el techo. Junto a estas líneas damos el rudimento de plano que elaboramos sobre la marcha, como un «apunte de campo», pero que da idea de la forma y dimensiones del templo. Lo dibujado en negro es la primitiva obra románica.

En cuanto a la época de construcción de este edificio tan interesante, creo que no puede asignarse a la época clásica del románico alcarreño, sino algo posterior. Sería un edificio construido a finales del siglo XIII o incluso ya en el XIV. Y ello por varias razones. Una es la datación tardía, documentada, de los monumentos románicos alcarreños (el templo mayor de Cifuentes, cercano y al norte de este de Villaescusa, es obra probada de hacia 1260). Otra es ese adorno de bolas puesto en el arco externo de la portada, que se ofrece clásicamente en las obras góticas de los siglos XIV y XV en toda Castilla. Incluso la moldura simple de la ventana central del ábside, y las basamentas de las semicolumnas del mismo, son elementos ornamentales de simplicidad y elegancia acordes con tiempos más modernos. Es una obra esta de Villaescusa de Palositos indudablemente románica, que no en otro estilo puede incluirse, pero de una construcción muy tardía. Más incluso de lo que aquí nos atrevemos a apuntar.

En las piedras bien talladas del ábside se ven tallados múltiples signos lapidarios o «marcas de cantería» propias de los diversos canteros que las hicieron. Dos signos solamente, aunque muy repetidos, se ven en este templo. Una «a» mayúscula gótica, y una cruz simple.

Ni que decir tiene que la iglesia románica de Villaescusa, que aquí presentamos con carácter de primicia a incluir en el catálogo, tan numeroso y denso, del románico alcarreño, está vacía de todo adorno, cubierto su pavimento de varios centímetros de excrementos de oveja, y en su interior un hálito biológico que nos transporta a los días de la Creación, de puro auténtico.

De todos modos, recomiendo a mis lectores vivamente el viaje hasta este abandonado y mágico enclave de la Alcarria. A una altura de casi 1.100 metros sobre el nivel del mar, envuelto por el espectacular silencio del campo primigenio, después de este paseo no les quedará ni asomo de duda para escoger una frase que con cierto gancho publicitario, resuma la peripecia: «Guadalajara: toda una aventura». Porque llegar hasta Villaescusa de Palositos, y volver para contarlo, no admite otro epílogo que este farde.

Tortonda, el románico soñado

 

Muy malo debía estar el camino hasta Tortonda, desde Alcolea del Pinar, en los años 30 de este siglo. Y aún algo después. Pues don Francisco Layna Serrano, a quien no arredraban las trochas polvorientas o guijarrosas, no se llegó nunca hasta este lugar recóndito y bellísimo del ducado de Medinaceli, en el que hubiera podido encontrar una iglesia románica sorprendente, espectacular, única. Hoy no es que esté mucho mejor el camino, porque para entrar en él desde la carretera general Madrid‑Barcelona a la altura de Alcolea, se juega uno el bigote (quien lo tenga) y el cráneo todos. Pero luego el firme es asfáltico, y las revueltas entre un robledal primero, choperas y alamedas después, y un definitivo sinclinal, tomadas con la paciencia y el gusto que la tarde iluminada y verde de la primavera imponen, terminan por compensar cualquier sacrificio, y alientan sin remedio la nostalgia por quien debería haber estado en la aventura.

La iglesia parroquial de Tortonda es uno más de los ejemplos que nos ofrece el románico rural de Guadalajara. En este caso anclado el caserío dentro de lo que geográfica e históricamente se consideran tierras del Ducado de Medinaceli. El pueblo nació en tiempos de la repoblación del siglo XII, en torno a alguna antigua torre redonda que le prestó el nombre: Tortonda, torre redonda. De inmediato comenzó la construcción del templo parroquial, situado aislado del caserío, y en su parte más alta.

De la antigua construcción, hoy solamente queda la galería del norte, plenamente románica, del siglo XIII en su primera mitad. El resto del templo fué reedificado en el siglo XVI, formando una sola nave alta, con remate de crucero, presbiterio y un añadido para sacristía detrás de éste. Sobre el crucero surge una gran linterna ochavada, y encima del primer tramo de la nave, se levantó la gran torre de las campanas, que ocupa toda la anchura del edificio, y que se remata en una terraza almenada, recordando como sin querer a las torres de la catedral de Sigüenza, edificio matriz que indudablemente ejerce una notable influencia estilística.

Esa influencia de la iglesia mayor seguntina se traduce en Tortonda no sólo en la torre de las campanas, almenada como si fuera una fortaleza defensiva, sino en varios detalles de la parte románica que aún queda. El atrio de este templo está abierto al norte, lo cual es una excepción en la ordenación habitual de las iglesias medievales. Solamente las de Baides y Carabias entre las hoy existentes ofrecen esta característica.

El atrio de Tortonda, aunque restaurado en parte hace años, todavía necesitado de una definitiva actuación dignificadora, ofrece una estampa evocadora y bellísima. Tal como vemos en el esquema adjunto, que hicimos en nuestro reciente viaje a la villa, aparece una galería de siete arcos, siendo el central más ancho y alto, abierto hasta el pavimento, para servir de ingreso al recinto. A sus lados, separados de él por jambas anchas, se abren cuatro arcos semicirculares que apoyan en breve moldura, en capiteles y columnas que a su vez descansan sobre pétreo basamento.

Los arcos están afirmados por doble columnata y, por lo tanto, por doble línea de capiteles. Estos son magníficos, de tema vegetal, muy estilizados, ofreciendo en diversos modos racimos de hojas de acanto que en las esquinas rematan en volutas, tallados con gran limpieza y elegancia. Una parte de estos arcos, concretamente dos del lado derecho, están ocultos todavía por las reformas posteriores, que consistieron en la construcción, en su lugar, de una puerta, obra del siglo XVI, semicircular con arquivolta externa de bolas. También tenía un ingreso este atrio por su cara oeste, pero hoy está tabicada. Es por ello que decimos, que aún le queda al templo parroquial de Tortonda algunos arreglos que le dejen en condiciones de ser admirado como merece.

A la hora del atardecer primaveral, cuando el sol se deja caer sobre los muros pardorojizos de la gran torre y de las arcadas de la galería románica de Tortonda, el silencio de la serranía verdecida acompaña al viajero y le obliga a titular soñado este románico. Porque lo fué antes y lo será siempre, mientras la realidad no se ajuste a su deseo.

Las portadas románicas de la Catedral de Sigüenza

 

Cuando, desde cualquier instancia, se aborda el estudio del arte románico en la provincia de Guadalajara, la atención se va como sin quererlo hacia esos ejemplos magnos y singulares de los templos parroquiales de los pequeños pueblos alcarreños y serranos: Albendiego, Villacadima, Cifuentes, Atienza, Pinilla, Viana y tantos otros. A la catedral de Sigüenza se la ignora casi sistemáticamente, quizás por pensar que su misma grandilocuencia la aparta del genérico ámbito. Y no es así, o no debe ser así. Porque precisamente la catedral seguntina es la iglesia mayor de la diócesis, el ejemplo y la referencia continua de donde los maestros constructores, los artífices y tracistas, los escultores de metopas y capiteles sacaron su primera muestra. El edificio catedralicio debe ser tomado, por tanto, como obligada referencia y elemento a estudiar en cualquier planteamiento, por sencillo que sea, que se haga en torno al románico de Guadalajara.

La semana pasada veíamos el tema del proyecto primitivo, de la planta del templo y del conjunto de su cabecera formada por cinco ábsides semicirculares puestos en paralelo. Hoy abordaremos el ámbito que se establece en la fachada principal de la catedral, en el muro occidental de la misma, donde se sitúan los ingresos nobles y donde surgen, con unas modulaciones muy específicas, las portadas que luego serán modelo y cifra del resto de las iglesias alcarreñas y diocesanas.

Este muro de poniente no comenzó a levantarse sino en los años iniciales del siglo XIII, concretamente en el periodo de gobierno del obispo don Rodrigo. En su prelatura, que abarca los años 1192 a 1221, se realizaron las partes bajas del muro occidental, o pies de la catedral, con sus tres puertas y las ventanas que hay sobre ellas, así como los cuerpos inferiores de las dos torres.

La estructura de estas puertas, que estarían terminadas hacia el año 1220, es de una tipología totalmente románica. También lo es la de las ventanas que dan luz a la parte occidental de las naves, desde esta fachada occidental.

Dicha fachada muestra un paramento central en el que surgen las tres puertas principales, correspondiéndose cada una de ellas con las respectivas naves del templo. La central es mayor que las laterales, y todas ellas, menos la del norte, sufrieron en el siglo XVIII mutilaciones severas y el picado de la ornamentación de sus arquivoltas. Estas puertas ofrecen, como acabamos de decir, un estilo plenamente románico.

En la puerta septentrional, la única que ha llegado intacta hasta nosotros, vemos la estructura de arcada semicircular con múltiples arquivoltas en degradación que establece el abocinamiento del ingreso. Sobre sencillo basamento apoyan las columnas, que son seis a cada lado, más la jamba interna. Estas columnas rematan en sendos capiteles de decoración vegetal, apareciendo sobre ellos una imposta decorada con palmetas entrelazadas. Y de esta arrancan finalmente las arquivoltas, que ofrecen decoración muy bella, inspirada en motivos geométricos y vegetales. De dentro afuera encontramos el dintel arqueado; luego una arquivolta cubierta del taqueado jaqués; otra con sucesión de hojas unidas por retorcidos tallos; otra con labor de cestería o entramado de cintas, en una línea de orientalismo muy acentuado; y finalmente la arquivolta más externa ofreciendo una sucesión de piñas rodeadas de tallos ondulados formando óvalos.

También en esta fachada aparecen ventanales románicos, de múltiples arquivoltas en degradación, de liso baquetón, apoyadas en columnas con capiteles vegetales, muy similares a las puertas descritas anteriormente. Sobre la parte central del paramento de esta fachada, se abre un rosetón circular, rehundido en el muro a partir de numerosos arcos baquetonados y moldurados que le abocinan. Al exterior lleva una cenefa de puntas de diamante, y al interior, un círculo central del que emergen doce columnillas o radios. Este rosetón es posterior, del siglo XIV.

La fachada occidental de la catedral seguntina se escolta por dos fuertes torres almenadas, de carácter militar: fueron iniciadas, como hemos dicho, en el siglo XIII en el episcopado de don Rodrigo, siendo acabadas en el XIV la del sur y en el XVI la del norte, conservando el estilo primitivo. Los cuatro cuerpos de que consta cada una están separados entre sí por una estrecha moldura, y los paramentos apenas se horadan por estrechísimas ventanas, excepto el más alto, donde se abren una pareja de vanos semicirculares en cada muro. El remate de estas torres está compuesto a base de almenas cúbicas rematadas en bolas. Una impresionante colección de campanas y un espléndido panorama de la ciudad, pueden ser contemplados desde su altura.

Lo que está muy claro es que la admiración de clérigos, de maestros de obras y del pueblo fiel ante la ingente construcción que en Sigüenza crecía fue cuajando enseguida en los modos constructivos de los templos cristianos de la comarca. La evidencia está en el estilo de las portadas de las iglesias parroquiales de Santiago y de San Vicente, en la parte alta de la misma Sigüenza. Iglesias que, fundadas por el obispo Cerebruno, se reformaron y construyeron sus portadas en el primer cuarto del siglo XIII. Y de esa forma se heredan tantas otras (recordar Villacadima, Hijes, Viana de Mondéjar, Valdeavellano, y tantas otras. Del aspecto de la fachada derivarían luego algunos monumentos rurales tan singulares, como la parroquia de Tortonda, uno de los elementos más hermosos del románico de Guadalajara, todavía muy mal conocido, que en la próxima semana analizaremos.

La Catedral de Sigüenza, espejo del románico

 

Cuando se trata de estudiar el estilo románico, y muy especialmente su arquitectura, en la provincia de Guadalajara, es imprescindible tomar como referencia la catedral de Sigüenza. Y ello por varias razones. Es la primera, por ser el templo de Santa María de Sigüenza el principal lugar de culto de la diócesis, donde celebran sus ceremonias el Obispo y sus canónigos. Es otra razón, la fecha de construcción de la misma, en la segunda mitad del siglo XII, cuando muchas otras iglesias se están construyendo. Y es la tercera, el prestigio de sus arquitectos, en su mayoría venidos de tierras francesas, especialmente del Languedoc, de Normandía y Borgoña.

Por todo ello, quien quiera tener una visión general y, sobre todo, relacional, de las construcciones románicas en Guadalajara, debe estudiar y tomar como referencia inicial este gran templo que sobre las orillas del Henares fué alzándose a lo largo de los siglos de la Baja Edad Media, con cambios constantes sobre su diseño inicial, pero con una innegable fuerza de influencia sobre el resto de las iglesias rurales de su entorno.

El reciente estudio de Mª Carmen Muñoz Párraga sobre las fábricas románica y gótica de la catedral seguntina, ha posibilitado la datación concreta y definitiva de la construcción de este edificio. Así, sabemos que el primer obispo don Bernardo de Agen no inició ninguna obra, sino que se limitó a concentrar el culto de su naciente diócesis en la antigua iglesia de Santa María junto al río (hoy Santa María de los Huertos). Fue el segundo de los prelados, el también francés don Pedro de Leucate, quien hacia 1150 inició los trabajos. Comenzó por trazar el proyecto y allanar el terreno, señalando el lugar para la edificación, que estaba a media ladera, entre la puebla antigua, civil diríamos, que rodeaba al castillo, y la eclesiástica, de origen romano, junto al río, en sus orillas, en torno a la iglesia de Santa María.

El proyecto primero, elaborado por arquitectos languedocianos, consistía en un templo de tres naves, con marcado crucero, cabecera de cinco ábsides en degradación, y torres de fortaleza en las esquinas de la fachada principal, y en los remates de los brazos del crucero. Seguía los esquemas del románico cluniacense más puro, por entonces de moda en los territorios castellanos y gallegos dominados en gran parte por eclesiásticos de esa región francesa. La misma catedral de Elna, en el sureste rosellonés, de donde procedía don Pedro, tenía esta estructura.

Entre 1150 y 1200 se trazó la planta del templo, se alzaron los ábsides de la cabecera y se pusieron los cimientos de los muros laterales y las torres. A finales del siglo XII estaban consagrados los cinco altares de la cabecera. Esta estructura fué establecida como norma en la arquitectura cisterciense. Es de señalar que en la catedral de Sigüenza, propiamente románico solamente existe lo hecho por el llamado «primer taller» o grupo de maestros constructores, todos franceses como lo fueron los del «segundo taller». El primer taller trabajó entre 1150 y 1170, y fué el autor de la planta, del proyecto inicial y nunca desestimado, así como de los ábsides, crucero, torres esquineras y naves. Los obispos franceses Pedro de Leucate y don Cerebruno, fueron los promotores de estas obras iniciales.

En el esquema adjunto vemos la estructura primitiva del templo catedralicio de Sigüenza, según interpretación de P. Dumot para el libro «El Arte Gótico en España» de Elie Lambert. Puede observarse las tres naves catedralicias, las dos torres de planta cuadrada, auténticamente de fortaleza, que se colocan en las esquinas de la portada occidental, y los cinco ábsides semicirculares que forman la cabecera, con accesos paralelos desde el transepto.

Esta cabecera, como todos saben, fue modificada y definitivamente eliminada en la segunda mitad del siglo XVI, cuando se decidió construir el deambulatorio o girola detrás de la capilla mayor, eliminando para ello las capillas laterales a ésta, y transformando las de las esquinas en los espacios que hoy ofrecen la capilla del doncel (al sur) y la sacristía de los mercedarios (al norte).

En cualquier caso, esta evocación de la parte románica de la catedral de Sigüenza, de la que apenas sólo los datos y el recuerdo quedan, puede servir para centrar el tema del análisis de todo el arte románico en nuestra provincia, al menos en esa amplia zona influenciada durante la Baja Edad Media por la iglesia seguntina: a lo largo de los valles del Henares, Tajuña y Tajo, las iglesias que se construyen entre los siglos XII y XIII, numerosísimas, tienen siempre presente la forma de la catedral, reconocida como el ejemplo máximo a imitar. A la semana que viene trataremos de otro arquetipo en el románico alcarreño: las puertas de ingreso al gran templo de Santa María de Sigüenza.