Un monumento recuperado: La Puerta de Bejanque

viernes, 6 octubre 1989 1 Por Herrera Casado

 

Todos saben que la ciudad en que vivimos, la Guadalajara que tuvo su fundamento ibero, sus memorias visigodas, su lúcido pretérito árabe, y su certero devenir comunero y castellano, atesoró a lo largo de tantos siglos un patrimonio monumental de estirpe varia y de brillo singular. Los años, los abandonos, las piquetas y los intereses acabaron con la mayoría de ellos. Alguna iglesia mudéjar de la docena que hubo; el palacio del Infantado como vestigio casi único mendocino; el palacio de los Dávalos como ejemplo huérfano de tantos otros caserones blasonados; y trozos de muralla, casi alientos puros, de lo que fué todo un mural pétreo y consistente. Eso es lo que queda de tanto brillo.

La muralla de Guadalajara cayó casi entera el siglo pasado. Lo que había sido una ciudad recoleta, montada en la espina calcinada de un derrame de la alta Alcarria, rodeada de dos barrancos mas o menos profundos, es hoy una urbe desbordada y amplia. En los planos aun puede distinguirse ese cogollo, con intenciones triangulares, que formó la ciudad durante siglos: la calle mayor como eje, y las rondas (Barrionuevo y Alvarfáñez) por compañas laterales. Toda esa ciudad antigua estuvo, desde tiempos de los árabes, rodeada de murallas compactas y fuertes. En esas murallas se abrían algunas puertas, que permitían la entrada a la ciudad, y que la impedían al cerrarse, de noche, y en casos de guerras.

De la muralla, tras su derrumbe programado en el siglo pasado, por aquello del crecimiento, del ensanche y de la modernización mal entendida, hoy solo quedan restos miserables, casi inaudibles e invisibles: un fragmento junto a los jardines del Infantado; otro en el barranco del Alamín, junto con el Alcázar, y muy poco en la calle de Ronda, cerca de la puerta de Bejanque.

Pero ahora nos encontramos que resurge parte de la muralla, precisamente aquí, en la Puerta de Bejanque, donde había sobrevivido el nombre de una parte de la misma, y donde apenas quedaba otra cosa que el recuerdo. El Ayuntamiento de nuestra ciudad, en una decisión que le honra y le cataloga como institución realmente preocupada por el mantenimiento y la promoción de nuestras reliquias arquitectónicas, ha decidido recuperar lo poco que hasta nuestros días ha llegado de esa Puerta de Bejanque. Y piensa hacerlo (en la idea han sido promotores muy decididos el propio alcalde, Javier de Irizar, y el primer teniente de Alcalde, Ricardo Calvo) abriendo el entorno y derribando la casa que se construyera el siglo pasado sobre los restos de la referida puerta. De ese modo, los recuperados fragmentos (un arco, parte del pétreo muro, algunos paramentos de ladrillo, etc.) destacarán con su imagen medieval sobre un área urbana abierta y luminosa. Un recuerdo nuevo de nuestro pasado tan lleno.

La Puerta de Bejanque era una de las más fuertes de la muralla. Estaba protegida por una torre de planta pentagonal, con su espolón de punta mirando hacia el Levante, y con dos ingresos a través de arcos: uno mirando al sur y otro al norte, cruzados en zig‑zag con objeto de obligar a los viandantes a hacer un recorrido bamboleante en su interior, y de ese modo proteger la puerta, la muralla y en definitiva la ciudad de ataques guerreros. Muy poco ha quedado de aquella puerta, que fué derribada en 1884: un plano realizado por los topógrafos militares de la Academia de Ingenieros, y un dibujo de Pascó, cuando con José Maria Quadrado visitó la ciudad en la segunda mitad del pasado siglo. Existen también algunos interesantes planos y croquis procedentes de la época en que se construyó la casa en que quedó empotrada parte de esa puerta: planos que ahora servirán para la reconstrucción y recuperación de este monumento, que puede constituirse, sin duda, en nuevo símbolo de la etapa actual municipal, preocupada y consciente de la importancia de recuperar en todo lo posible, aunque sean restos mínimos como éste, el legado patrimonial de nuestros abuelos. 

Así pues, dentro de poco tiempo, la Puerta de Bejanque dejará de ser un simple nombre evocador para constituirse en un monumento más que poder añadir a las guías, a los recorridos turísticos y a la imagen cierta, agradable y moderna de una ciudad que se preocupa (y aquí debe ir un aplauso especialmente dirigido a nuestro primer mandatario municipal, Javier de Irizar) por conservar su imagen y su esencia multisecular.