Recuerdo de Bujalaro

viernes, 5 agosto 1988 0 Por Herrera Casado

 

Uno de los pueblos que culminan, en su recóndito valle, el territorio alcarreño antes de adentrarse en las sierras celtibéricas, es Bujalaro, un pequeño lugar al norte de Jadraque al que este cronista profesa un especial cariño por diversas circunstancias. Fuera una la de ser el lugar natal de ese magnífico escritor que se llama Antonio Pérez Henares, al que sus amigos llamábamos, en tiempos, simplemente «Chani». Fuera la segunda la de haber servido de lugar donde vio la luz primera María Teresa Butrón, trabajadora de la cultura en primera línea. Y fuera, en fin, la última pero no la postrera, la circunstancia de que un día de invierno, pusiera Lede sus ojos hermosos sobre la portada plateresca de su parroquial iglesia.

Quieren servir estas líneas de ofrecimiento para que nuestros lectores, sufridos y fieles, tengan una idea de donde poder dirigir sus pasos y sus miradas en la próxima ocasión en que salgan a pasearse la tierra alcarreña. Este lugar de Bujalaro ofrece el leve y mágico entronque entre lo real y lo soñado. Para el autor de estas líneas, se mezclan cuando lo evoca las imágenes de su iglesia parroquial, que es un monumento de primera línea del Renacimiento seguntino, duro en su perfil de piedra, asomante tras un cristal empañado, con el rostro dulce y la voz pretérita de la mujer que ama.

Este pequeño lugar fue en lo antiguo, tras la reconquista, en el siglo XII, parte de la tierra de Atienza. Años después, en el siglo XV, pasó a formar parte del Común de Villa y Tierra de Jadraque (incluido en su sesma del Henares) en cuya jurisdicción permaneció muchos siglos. En 1434, el rey Juan II hizo donación de Bujalaro, junto con Jadraque y otros muchos pueblos comarcanos, a don Gómez Carrillo, su cortesano. El hijo de éste, Alfonso Carrillo de Acuña, malcambió todo este territorio por el pueblo de Maqueda al cardenal don Pedro González de Mendoza, quien se erigió en señor de Jadraque y su tierra, levantó el castillo llamado de «El Cid» y fundó un mayorazgo con todo ello, denominado como «el Condado de El Cid», pasando a su muerte a poder de su hijo primogénito don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, marqués de Cenete, recayendo dos generaciones después, por uniones matrimoniales, en el duque del Infantado, en cuyo poder siguió hasta el siglo XIX en que fueron abolidos los señoríos.

La iglesia parroquial, que es lo que merece hacer el viaje hasta Bujalaro, está dedicada a San Antón. Es un edificio de la primera mitad del siglo XVI. Al exterior, y en el muro norte, muestra la portada de ingreso, valioso ejemplar de estilo plateresco, obra de los artífices que en esos momentos trabajan en la catedral de Sigüenza. A uno de esos grandes artistas, como fueron Alonso de Covarrubias, Nicolás de Durango, Francisco de Baeza, etc., debe pertenecer la traza y talla de esta magnífica portada. Se conforma de un arco semicircular flanqueado de adosadas columnas que apoyan en moldurados pedestales, y que se recubren totalmente de decoración plateresca muy fina, rematando en capiteles compuestos, sosteniendo un arquitrabe con leyenda y ornamentación del estilo, coronándose a los extremos por sendos flameros, mientras en el centro se yergue, escoltada por roleos, una hornacina de idénticas características a la de la portada, cobijando bajo venera una talla apreciable, aunque ya muy desgastada por la erosión, de la Virgen María. En la clave del arco de entrada se ve un escudo de las llagas de Cristo sostenido por ángeles, y en las enjutas de dicho arco aparecen San Pedro y San Pablo, con sus respectivos atributos. En el friso de la puerta aparece la siguiente leyenda: Ave Regina Cellor Ave Dna Angelor 1540, que desarrollada y traducida viene a decir: «Salve Reina de los Cielos, Salve Señora de los Ángeles, 1540». Sobre la hornacina de la Virgen hay otra frase de difícil lectura, por su desgaste. Y junto a ella, a su izquierda, hay empotrada en el muro una lápida de la época en que se lee, desarrollando las abreviaturas: «acabóse esta obra siendo cura el reverendo señor bachiller Suárez, Deán de Sigüenza y mayordomo Alonso Martínez Molinero».

El interior del templo es de una sola nave, con el presbiterio al fondo, algo elevado, al que se pasa por un gran arco de medio punto, algo irregular, apoyado en sendas pilastras con sencilla moldurada y decorado con bolas. El altar es barroco, hecho en 1753, de tipo popular, conteniendo una talla de San Antón. El artesonado de esta iglesia es de madera, muy interesante, con labores mudéjares en toda su extensión, obra del siglo XVI.

Poco más cabe mirar por la superficie, ahora brillante y en el recuerdo mojada, de Bujalaro. La imagen que, en línea y perfil escueto, acompaña estas líneas, pudiera servir de reclamo para que quien nunca estuvo en este pueblo se acerque a ver, en el reposo del día feriado, la silueta única de su portada. A Bujalaro volverá, sin embargo, el recuerdo de quien esto escribe. Porque allí estuvieron, y eso es suficiente título para darle categoría astral, un frío día de invierno juntos Orestes y la final, la dulce, la infinita Lede.