Cogolludo: plaza y palacio

viernes, 24 junio 1988 0 Por Herrera Casado

 

Cualquier ocasión es buena para darse una vuelta por Cogolludo. Incluso la de comerse un buen cabrito asado en alguno de los comedores de la gran plaza mayor cogolludense. Sale uno del santuario de la gastronomía alegre y dispuesto a ver solo el lado bueno de la vida. Y en la Plaza grande de esta villa serra­na, en el ámbito ancho y luminoso de Cogolludo, se encuentra el viajero a gusto, feliz, rodeado de hermosos edificios, de agrada­bles caserones, de perspectivas nuevas.

La Plaza Mayor de Cogolludo es un amplio recinto de planta rectangular, ordenada en el siglo XV, cuando los duques de Medinaceli construyeron su palacio, diseñado para presidir una gran plaza. Los edificios que la circundan son posteriores, del siglo XIX: destacan entre ellos el aislado Ayuntamiento muy típico, con su torre del reloj, metálica; una casona noble con escudo nobiliario, y otra con las armas y símbolos de la Cruz de Calatrava y del Santo Oficio de la Inquisición; dos largas hile­ras de casas con soportales confieren a esta plaza un aire pecu­liar y reciamente castellano. En su centro, la gran fuente. Todo ello ha sido restaurado, con gran acierto, en fechas recientes.

Preside esta plaza, en su extremo nordeste, el palacio de los duques de Medinaceli. Fué mandado construir por don Luis de La Cerda, primero de los duques, en la última década del siglo XV. Se trata de un palacio que refleja ya el nuevo estilo rena­centista, no solo por sus detalles arquitectónicos y ornamenta­les, sino por el espíritu que revela, olvidando la función cas­trense que hasta entonces ha tenido el palacio señorial, abando­nando torreones y cerrados muros, y adoptando la amable horizon­talidad, la alegre apertura toscana: es un lugar para vivir, no para luchar.

Se piensa como probable autor del proyecto y director de la obras en el arquitecto Lorenzo Vázquez, que trabajó en Valladolid para el gran Cardenal Mendoza, y en Guadalajara para su sobrino don Antonio de Mendoza, en la misma época (última década del siglo XV y primera del XVI) y con el mismo estilo.

El palacio de Cogolludo presenta una amplia fachada rectangular, hecha para presidir una gran plaza. Su planta es de un cuadrilátero muy regular, muy equilibrado, con patio central. La fachada se cubre por entero de sillería almohadillada, al estilo florentino, con imposta a media altura y cornisa alta de óvulos y dentellones. Se corona por un pretil en el que descansan escudos nobiliarios sobre paños de calado follaje y encima una crestería de palmetas y candeleros, todo ello muy en la línea de lo introducido por Vázquez en España de la mano de los Mendoza alcarreños.

En el centro de la fachada luce la portada, que consta del vano adintelado, molduras en su derredor y un par de columnas adosadas cubiertas de relieves vegetales, muy finos, rematando en sendos capiteles compuestos. Sobre este vano, aparece un friso con menuda labor de cornucopias y rosetas, y aún encima una cornisa con resaltos.

Sobre el vano luce, magnífico, el frontispicio, de figura semicircular algo rebajada. Se ciñe por varias molduras y palme­tas, estando orlado en su borde superior con tres grandes imáge­nes de controvertida iconografía: mientras algunos creen ver tres flores de lis, elemento heráldico de los la Cerda, otros lo interpretan como tres grandes mazorcas de maíz henchidas de grano y orladas de suculentas palmetas, quizás indicativas de la parti­cipación del duque de Medinaceli, apoyando los proyectos de Cristóbal Colón, en el descubrimiento de una nueva tierra, Améri­ca, de donde procede este cereal. Similares motivos, sin embargo, se encuentran adornando las portadas del Colegio de Santa Cruz en Valladolid y del convento de San Antonio en Mondéjar, obras de Lorenzo Vázquez. Este tema ornamental está tratado anteriormente en Italia por el Brunelleschi, y divulgado por Desiderio.

A los lados de este frontispicio se ven sendos candele­ros con escudos de la familia constructora, y en el centro del tímpano aparece un escudo de los Medinaceli tenido por serafines, sobre un fondo reticular de rombos tachonados. Sobre la portada luce un magnífico escudo ducal, tenido por angélicos seres, incluido dentro de gran corona de laurel con sus ataderos. A lo ancho de esta fachada, y simétricamente dispuestas, se abren seis ventanas de arcos gemelos, partidas por delgadas columnillas, bajo copete florenzado en el que luce también el blasón ducal, y con orlas y penacho de hojarasca gótica.

Se pasa al interior atravesando gran salón, y de ahí se llega al patio, cuadrado, de estructura y decoración renacentis­ta. Hoy sólo queda la serie de columnas, capiteles y arcos correspondientes a la galería inferior. Primitivamente constaba de dicha galería inferior, y otra superior. La escalera surgía desde el lateral norte del patio, arrancando desde dos arcos escoltados de pilastras adosadas, en la misma forma que el palacio de don Antonio de Mendoza, en Guadalajara, el Hospital de la Santa Cruz en Toledo, etc. Lo que hoy puede contemplarse es la galería baja, compuesta de cuatro arcos en los lados paralelos a la fachada y de cinco en los otros. Dichos arcos son carpaneles, con molduraje de arquitrabe, posando sobre columnas cilíndricas y adheridas en los ángulos a machones de sillería. Los capiteles son muy típi­cos, característicos de lo que se ha dado en llamar «renacimiento alcarreño»; unos son jónicos, de alta garganta estriada, corona de hojitas brotando sobre el collarino, y aun flores en los costados del ábaco sobre los roleos de sus volutas; otros son compuestos, con las estrías de la garganta retorcidas en espiral.

La galería superior, ya inexistente, aunque con posibi­lidades de ser reconstruida, tenía columnas que sustentaban zapa­tas con triples roleos laterales, de tipo toscano, muy adornadas; encima de ellas, dinteles monolíticos con escudos ducales. Aún se ven restos de las sobrepuertas de la escalera y un par de chime­neas decoradas con follajes góticos y tracerías mudéjares.

En el piso superior del cuerpo de fachada, al que se accede por una escalera (que se construyó modernamente en lugar inexistente previamente) existe un amplio salón en el que destaca la magnífica chimenea realizada a base de labor mudéjar y deta­lles góticos, en yesería, destacando en su centro gran escudo de los duques de Medinaceli tenido por un par de alados serafines.

Todas estas maravillas pueden, y deben contemplarse cuando el lector viajero se adentre por las carreteras zigzagueantes de Guadalajara, y alcance en su ruta esta plaza mayor de Cogolludo en la que parece ser el aire más limpio y la voz humana tomar resonancias de tiempos pretéritos. En definitiva, una buena excusa, el cabrito de los soportales y el palacio de la tallada piedra, para pasar un día pateando provincia.