Las tarascas del Corpus de Guadalajara

viernes, 3 junio 1988 1 Por Herrera Casado

 

La festividad del Corpus Christi ha tenido desde hace largos siglos muy cumplida manifestación en nuestra ciudad. Además del significado puramente religioso, que hoy prima, en épocas anteriores fué una auténtica «fiesta popular», en la que todo el mundo se echaba a la calle, en una jornada en la que solía ser buena la temperatura, y además de asistir a los oficios religiosos y contemplar el paso de la procesión, con su Cofradía de los Santos Apóstoles revestidos según antiquísima tradición, se divertían con las representaciones teatrales que el Ayuntamiento ofrecía, así como con los desfiles de pantomimas, gigantes, cabezudos y tarascas. Por la tarde había alguna justa de tipo medieval como residuo del predominio caballeresco en la Edad Media. 

De este modo, podemos decir que la fiesta del Corpus alcanzó toda su plenitud en el siglo XVI, época de la que existen muchos datos relativos a su celebración, entre ellos los contratos que hacía el Ayuntamiento a las compañías de comediantes y danzantes para que ejecutaran sus saberes en las calles. En 1586, el Concejo contrató a un tal Angulo, «maestro de hacer comedias», para que se encargara de realizar todo el conjunto de actos profanos que ese día tendrían lugar en Guadalajara: dos representaciones teatrales, en forma de autos sacramentales, y otra de simple devoción; tres entremeses cortos en las calles de la ciudad; una danza de máscaras, y otras cosas. Por todo ello, el Ayuntamiento debía pagar al tal Angulo 150 ducados. Por esos años, el Concejo contrató a dos vecinos de la ciudad (Miguel Zapata y Pedro Palacios) para que por su cuenta montaran la «Historia del Martirio de San Mauricio y el Emperador Maximiano», que además contaría con la presencia de ocho tarascas para que en forma de danza amenizaran la función.

Hoy recordaremos precisamente esa imagen de la tarasca que amenizaba habitualmente las procesiones y representaciones del día del Corpus en toda España, siendo en Madrid muy sonada esta figura, y alcanzando en Guadalajara un relieve primordial. La Tarasca era una máquina de madera montada sobre ruedas, habiendo en su interior uno o varios individuos que la hacían moverse y caminar. Dicen los escritores de la época que representaba al demonio Leviatán, y parece ser que su nombre deriva de la ciudad provenzal de Tarascón, donde según la tradición existió un gran demonio o serpiente a la que venció en lucha Santa Marta. En las procesiones españolas del Corpus salía este armatoste como recuerdo del demonio vencido por la santidad.

El viajero Brunel, en su «Voyage en Espagne» que redactó a partir del que hizo en 1655, describe así la Tarasca que aparecía en la procesión del Corpus de Madrid: «un serpentón de enorme tamaño, con el cuerpo cubierto de escamas, de vientre ancho, larga cola, pies cortos y boca grande y abierta. Pasean por las calles a este espanto de niños, y sus conductores, ocultos bajo el cartón y papel de que se compone, le manejan con tal arte, que quitan los sombreros a los descuidados. Los aldeanos sencillos le tienen mucho miedo, y, cuando los coge, la gente ríe a carcajadas». Era esa la especialidad de la Tarasca de Madrid: coger los sombreros de la gente descuidada, especialmente de los aldeanos que ese día se echaban al camino para acudir a la fiesta más sorprendente de la Corte, que en esa jornada bien podía calificarse «de los milagros».

En Guadalajara, como hemos visto, salían varias tarascas habitualmente. No hemos encontrado descripción concreta de las mismas, pero en cualquier caso representaban lo mismo: culebras o dragones que se entretenían en asustar a la gente, especialmente a la menuda. Una referencia a esta costumbre la encontramos en la biografía que de fray Pedro de Urraca escribió en el siglo XVII el fraile mercedario Felipe Colombo. Dice que cuando el jadraqueño Urraca fue a América, por hacerse el simple aparentó asustarse mucho, como si un niño fuera, de la tarasca que salía en la procesión del Corpus en Lima. Y dice que a pesar de haber visto muchos años salir a la tarasca en las procesiones del Corpus en Guadalajara, aparentó asustarse como de cosa nunca vista.

La tarasca se completaba con otra figura que, sobre un sillón, desfilaba montada encima del artilugio: era la «tarasquilla», y solía ser una chica joven que vestía con cierta extravagancia, pero generalmente sacaba a la calle las últimas modas del vestir y peinar, de forma que todas las mujeres se fijaban en ella, sabiendo cuales serían las tendencias de la moda femenina en los meses siguientes. En los días posteriores a la procesión, peluqueros y sastres no daban a basto haciendo peinados o vestidos que fueran «como los de la tarasquilla», porque así era la costumbre y a todas les gustaba. Venía a ser un anuncio «televisivo» sobre ruedas y en plena procesión del Corpus Christi.

Esa figura de la tarasca, aunque hoy ya no se ve en ninguna de las procesiones del Corpus, era un elemento sustancial de la misma, y durante muchos siglos fue uno de sus atractivos. No el único, pues al menos en Guadalajara la cantidad de comparsas, gigantes y cabezudos, danzantes, botargas, músicos y comediantes que desfilaban por las calles junto a la carroza del Santísimo, sumados a los Apóstoles, a los soldados y a las gentes que representaban al pueblo en los cargos del Concejo, formaban bajo el sol brillante de Castilla un variopinto conjunto que, con los ojos de la imaginación, vemos y añoramos.