Un horchano ilustre, Ignacio Calvo Sánchez

viernes, 15 enero 1988 0 Por Herrera Casado

 

En la multitud de figuras que la provincia de Guadala­jara ha dado a la historia, las hay que destacaron por sus hechos militares, otras por su santidad, y no pocas por su sabiduría y genio. Este personaje que vamos a recordar hoy, aunque comulga de varias de esas vertientes, nos sorprenderá por la gracia y origi­nalidad de una de sus producciones, que aunque no la más conocida de las suyas, sí que merece destacarse en el ámbito de su perso­nalidad conjunta.

Recordaremos brevemente a D. Ignacio Calvo Sánchez, natural de Horche, y que a pesar de haber discurrido su vida a caballo entre el siglo pasado y el actual, todavía es guardado su recuerdo con gran viveza entre las gentes de esta populosa villa alcarreña, pues su fama de sabio, y su continua actividad cientí­fica le valieron el honor de ser profeta en su tierra, cosa que, en los días que corren, muy pocos lo han conseguido.

Nació este personaje en 1864, haciendo sus estudios religiosos en la ciudad de Toledo, y dedicando su vida sacerdotal por diversos lugares de la archidiócesis primada. En el mismo Toledo quedó dando clases de Arqueología y Arte en el Seminario diocesano. Otra gran temporada de su vida discurrió por la ciudad y universidad salmantina, donde llegó a ser bibliotecario de los Studii Salmanticense. Su aplicación a la historia, y muy especial

mente a la arqueología, de la que era un verdadero especialista, le valió el nombramiento de Académico correspondiente de la Real de Historia, así como jefe del Gabinete de Numismática del Museo Arqueológico Nacional, en época en la que dirigía este centro el también alcarreño y Cronista Provincial D. Juan Catalina García.

Ignacio Calvo fue paladín de los estudios arqueológicos de campo en las altas planicies celtibéricas. Aparte de las excavaciones iniciadas bajo su dirección en los poblados arévacos de Termancia y Osma, realizó personalmente muchas búsquedas de materiales arqueológicos por las tierras llanas de la Alcarria, e incluso hasta la provincia de Jaén, en el Castillar de Santieste­ban, y en el Collado de los Jardines junto a Despeñaperros, llegó su pasión científica.

Como erudito de todas las historias, y galante escritor de fina ironía, participó en varias ocasiones en los Juegos Florales de Salamanca, en los que obtuvo tres premios señalados. Además publicó una obra titulada Salamanca a vista de pájaro, y otra de historia sobre los Orígenes de la Diócesis de Madrid‑ Alcalá. En su parcela de arqueólogo, dejó múltiples referencias a sus excavaciones en las páginas de la «Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos», y en las «Memorias» de la Junta Superior de Excavaciones Arqueológicas. Es fama en Horche que llegó a juntar un magnífico y sorprendente Museo particular de arqueolo­gía, que guardaba en su casa del pueblo, y que hoy está en paradero desconocido.

Pero la más curiosa y entretenida de sus obras es, sin duda, la traducción al latín macarrónico que en sus años jóvenes hizo de la inmortal obra de Cervantes «Don Quijote de la Mancha», empresa que surgió, según él mismo cuenta en el prólogo a la misma, de forma verdaderamente casual, pues como castigo a una travesura en el Seminario toledano en que se encontraba estudian­do, el Rector del mismo le impuso la tarea de traducir al latino alguna obra clásica española. Se decidió Calvo nada menos que por El Quijote, y sus párrafos salieron tan chuscos, que al leerlos, el severo Rector no pudo por menos que echarse a reír con todas sus fuerzas, y exclamar: Sufficit, Calve, jam habes garbanzus aseguratum. Ignacio Calvo había iniciado de esa manera su obra que luego llegaría a alcanzar varias ediciones (tengo en mi biblioteca la de 1966). La primera salió en 1922, con un prólogo‑ carta escrito por su amigo el profesor don Manuel Anaya.

En esa primera edición, se titulaba Calvo curam misae et ollae, y adornaba su portada con el ex‑libris en que una lámpara de aceite iluminaba un abierto libro en que se leía, en líneas superpuestas: «I C S / HORCHE /(Alcarria)/ TEOLOGIA / ARQUEOLOGIA / NUMISMATICA», en alusión a sus más caras aficiones, y todo ello amparado por la frase latina «Comede volumen istud». Aunque la traducción del Quijote al latín se había intentado en varias ocasiones, nadie había tenido hasta entonces la paciencia de terminar la empresa. Calvo Sánchez hace, en aquella ocasión de principios de siglo, el intento de poner la famosa y universal novela cervantina, en un macarrónico latín que, a pesar de tomar el son del Lacio, se hacía perfectamente comprensible para los mesetarios cacúmenes, y a éstos servía de rumor gracioso cuando no de restallante carcajada. Y para muestra, basta un botón, cual puede ser la ocasión aquélla en que a Sancho Panza sentara mal la cena, y a la mañana tuviera problemas con la motilidad de sus intestinos. Dice así el traductor alcarreño:

«In momento isto, frigiditas mañanae, quae yam incipie­bat, metivit se in intestinibus Sanchi et revolvens coenam diei anterioris, armavit in suo ventre unam tempestatem sine relámpa­guis, sed cum tronitos surdos, quos escuderus reprimebat apretan­do dentes et apretando óculum qui non videt lucem…»

El eminente prologuista Anaya, decía tras haberse leído de un tirón la obra del horchano, que solo tuve tiempo para reír, y no para discurrir acerca de su mérito… Quizás sea esta una faceta del ilustre escritor y sabio don Ignacio Calvo, la menos conocida de entre sus paisanos. Y yo propondría, ya que hoy hemos dado en recordarle y homenajearle en el silencio de la hogareña lectura, tener al cura alcarreño por el más destacado de los humoristas de nuestra tierra, en la que se han producido, a lo largo de los siglos, militares de postín, santos varones, sabios sin tacha y artistas únicos, pero gentes dedicadas a hacer reír a los demás, no sé porqué, ha habido muy pocos…