Castillos de Guadalajara: el de Pioz (I)
En estas épocas de vacaciones, en que se dispone de mayor tiempo libre para poder recorrer la tierra en la que se vive, no es mala idea visitar algunos castillos, que en la nuestra abundan, y son expresión fidedigna y atrayente de la rica historia que entre todos hemos creado a lo largo de los pasados siglos. En este sentido, vamos hoy a visitar el castillo de PIOZ, cercano a la capital, fácil de acceso y sumamente interesante por lo que hace a su historia y su estampa. Primeramente recordaremos los avatares de su erección, y luego repasaremos con detenimiento su figura.
La fortaleza de Pioz, en plena meseta de la Alcarria, es uno de esos castillos en los que apenas si la historia ha dejado huellas de interés en las crónicas que de él tratan, y tampoco aporta novedades estructurales que puedan situarle en un lugar destacable o excepcional en el conjunto de la arquitectura medieval militar. Sin embargo, para quienes gusten de evocar el pasado intrigante de un tiempo en el que estos edificios eran la sede de los poderosos, y la concreción de unas teorías sobre el arte de hacer la guerra en el Medievo, el castillo de Pioz posibilita la visión real de uno de estos ejemplos. Es todo un paradigma, completo y latiente.
Recorrer su contorno, mirando desde los diversos ángulos sus fosos, el recuerdo de su puente levadizo, el paseo de ronda y sus adarves, cruzar la poterna misteriosa, y ver la gran torre del homenaje o las cruceadas troneras de los garitones de la barbacana, son un cúmulo de sensaciones que difícilmente pueden encontrarse juntas en otro lugar. Visitar esta antigua fortaleza, hoy silenciosa de abandonos pero repleta de motivos evocadores de lejanos siglos y epopeyas, es quizás el mejor estímulo para adentrarse con gusto en el mundo sugerente de la castillología hispana.
Ya hemos dicho que la historia de Pioz es muy escasa en acontecimientos. Perteneció esta pequeña aldea, desde los años finales del siglo XI en que posiblemente se fundó tras las iniciativas castellanas de repoblación, al Común de Villa y Tierra de Guadalajara, siendo de señorío real, hasta que mediado el siglo XV, el rey Juan II de Castilla entregó el lugar en dote a su hermana Catalina, cuando ésta casó con su primo, el turbulento infante de Aragón don Enrique. Pero este mismo Rey, pocos años después, se lo quitó alegando que su cuñado le movía guerra, y lo entregó en donación generosa a su afecto cortesano don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana.
A la muerte de éste en 1458, pasó a su hijo predilecto, el que fuera gran Cardenal de España, don Pedro González de Mendoza, quien enseguida inició la construcción de un castillo, en el que muy posiblemente deseaba plasmar las ideas que sobre castillos‑palacios tenía recibidas de Italia, en orden a fraguarse para su residencia en caso de peligro político, un magno edificio a la par lujoso y seguro. En 1469, sin embargo, desistió de su idea, y puso sus miras en Jadraque y Maqueda, lugares de mayor importancia estratégica para sus objetivos, y dotados ya de sendos castillos en los que poder desarrollar más ampliamente sus ideas constructivas.
En esa fecha, el entonces obispo de Sigüenza propuso al noble castellano Alvar Gomes de Ciudad Real, secretario del rey Enrique IV, un trato, consistente en el cambio de su villa de Pioz con el iniciado castillo, los lugares de El Pozo, los Yélamos y algunos otros enclaves de la Alcarria, por la fortaleza y villa amurallada de Maqueda. El trato aceptado, Pioz pasó a las manos de la familia de los Gomes de Ciudad Real, en la que destacaron algunos elementos como políticos y poetas durante el siglo XVI. Ellos continuaron la construcción del castillo, completándole tal como hoy lo vemos en los años finales del siglo XV. Después, y sin apenas haber servido para su residencia, y mucho menos para ser el protagonista de ninguna batalla, la fortaleza se vio abandonada, y aunque los dueños pusieron alcaide y encargados del mantenimiento de la casa fuerte, el progresivo deterioro que procura la falta de uso dio tras muchos siglos el resultado que hoy puede comprobarse.
En la próxima semana continuaremos hablando de Pioz, de este magnífico castillo en el que muros y troneras parecen hablarnos de aquellos remotos siglos en los que la guerra era una peripecia cortesana, y de la que podían sacarse poesías y obras de arte. La fortaleza gigantesca alcarreña de Pioz es uno de ésos ejemplos.