El Cubillo de Uceda

viernes, 5 octubre 1984 0 Por Herrera Casado

 

En sitio alto y despejado, sobre el extremo norte de la meseta campiñera que media entre Henares y Jarama, casi asomándose a este úl­timo río, asienta el caserío, amplio y cómodamente urbanizado, de El Cubillo de Uceda. En su término quedan los mínimos restos de dos despoblados muy antiguos, Valdehaz y Pero crespo, este último con seña­les de edificios y una pequeña y ya derrumbada iglesia. También a unos dos kilómetros al sur del pueblo, en el lugar llamado «El Castillejo», so­bre un pequeño montículo en la junta de dos barrancos poco profun­dos, se ven restos de construcciones, con señales de muralla: precisaría una excavación y estudio arqueológico.

El nombre del pueblo deriva de la posible existencia de un castillete o torreón primitivo que defendiera el originario asentamiento de gentes en este lugar. Desde el momento de la reconquista y poblamiento de la comarca, El Cubillo estuvo incluido en el alfoz o Común de Villa y Tie­rra de Uceda, perteneciendo en se­ñorío a los arzobispos primados de Toledo. En el último cuarto del siglo XVI, el rey Felipe II enajenó todo el Común de Uceda, dando pri­vilegio de villazgo a las aldeas, y vendiendo a don Diego Mexía de Ovando la cabeza del territorio. El Cubillo de Uceda fue declarado Vi­lla con jurisdicción propia en 1583, y a partir de esa fecha no conoció otro señorío que el del Rey de España. Vivieron sus vecinos de la agricultura, fundamentalmente de secano, y también existió una gran tradición de fabricación de tejas y ladrillos en este lugar.

La iglesia parroquial, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, es un edificio muy interesante, artísti­camente. En su aspecto exterior destaca, en primer lugar, el ábside o cabecera, orientado a levante. Es de planta semicircular, y su fábrica es de ladrillo visto, dispuesto en for­ma de arquerías ciegas en tres cuer­pos, conformando un ejemplar magnífico de románico mudéjar. Debe ser lo único conservado de la primi­tiva iglesia del lugar, construida hacia el siglo XII o XIII. El resto del templo fue erigido de nuevo en el siglo XVI. Destaca sobre el muro de mediodía un atrio muy amplio, com­puesto de esbeltas columnas de ca­pitel renacentista, sobre pedestales muy altos, lo que le proporciona una gran airosidad y elegancia. La portada de este muro es obra de seve­ras líneas clasicistas. En el hastial de poniente, a los pies del templo, y centrando un muro de aparejo a base de hiladas de sillar y mampues­to de cantos rodados, muy bello, destaca la portada principal, obra magnífica de la primera mitad del siglo XVI, buen ejemplar del estilo plateresco de la escuela toledana. El ingreso se escolta de dos jambas molduradas y se adintela por un ar­quitrabe de rica decoración tallada con medallón central y abundantes grutescos, amparándose en los ex­tremos por semicolumnas adosadas sobre pedestales decorados y rema­tados en capiteles con decoración de grutescos. Lo cubre todo un gran friso que sostienen a los lados sen­dos angelillos en oficio de cariátides; dicho friso presenta una deco­ración a base de movidos y valien­tes grutescos, rematando en dentellones. En la cumbre de la portada, gran tímpano semicircular cerrado de cenefa con bolas y dentellones, albergando una hornacina avenera­da conteniendo talla de San Miguel, y escoltada por sendos flameros. Sobre el todo, ventanal circular de moldurados límites.

El interior, obra de la misma época, mitad del siglo XVI, es un equilibrado ámbito de tres naves, más alta la central, se­paradas por gruesos pilares cilíndri­cos rematados en capiteles cubier­tos de decoración de grutescos muy bien tallada. Sobre el muro norte aparece un gran medallón de talla en que figura la Virgen y el Niño. La capilla mayor se abre a la nave central, y se cubre con bóveda de cuarto de esfera, mientras que el resto del templo tiene por cubierta un magnífico artesonado de made­ra, de tradición ornamental mudé­jar, aunque con detalles platerescos, todo muy bello y bien conservado, obra de la primera mitad del si­glo XVI. El suelo de las naves está cubierto de numerosas lápidas se­pulcrales, con leyendas y escudos tallados, correspondientes a diversos vecinos del pueblo, seglares y eclesiásticos, de los siglos XVI y XVII. El conjunto del templo, en su aspecto arquitectónico y ornamen­tal, está claramente dentro del ám­bito artístico del plateresco toledano, muy en la línea de lo que hace por estas tierras Alonso de Cova­rrubias y los de su escuela.

En el pueblo se ven varios ejemplos notables de arquitectura popular campiñera, utilizando en facha­das el «aparejo toledano» a base de hiladas de ladrillo y mampuesto de piedra rodada, con diferentes y bellas soluciones; vanos arquitrabados con maderas talladas, decoración de ladrillo en jambajes de ventanas y en aleros; buenos ejemplos de hie­rros forjados en rejas y otros ele­mentos. En el extremo occidental del pueblo destaca el edificio o caserón que la tradición dice fue el primero edificado en El Cubillo, por Hernando García, cuando se fundó el pueblo. Se trata en realidad de un caserón de planta baja y principal, con fábrica de ladrillo, mampuesto y sillar Su puerta presenta gran dintel de piedra en el que se ve ta­llado un sencillo escudo de armas. Posee también rejas interesantes, Es indudablemente obra de final del XV o principios del XVI.

Cerca del pueblo, por su extremo meridional, asienta la ermita de la Soledad, hoy dedicada a Camposanto. Presenta una puerta de doble arco y en ella grabada la fecha de 1565. También es interesante, a la salida del lugar y en el camino ha­cia Uceda, la fuente de abajo, cons­truida en buen sillar en la época de Carlos IV.