El monasterio jerónimo de Lupiana

viernes, 24 agosto 1984 0 Por Herrera Casado

 

En el término de Lupiana, asoma­do al borde de la meseta alcarreña entre una variada espesura y en un lugar pintoresco como pocos, Se le­vantan los restos del que fue Real Monasterio de San Bartolomé, pri­mero de los que la Orden de San Je­rónimo tuvo en España, y casa ma­dre de la misma durante varios si­glos.

La raíz de esta españolísima or­den monástica estuvo, pues, en tierra de Guadalajara, y fue plantada por hombres de esta ciudad. Un no­ble arriacense, don Diego Martínez de la Cámara, había erigido una er­mita en los cerros que rodean a Lu­piana, allá por los comienzos del si­glo XIV, y en su capilla mayor se había enterrado al morir en 1338. Los patronos de la ermita, que pa­saron a ser los alcaldes y concejo de Lupiana, recibieron la petición de un sobrino del fundador, un joven de Guadalajara, de conocida familia de ella, don Pedro Fernández Pecha, de colocar en su espacio lugar de recogimiento de eremitas. Solicitado al arzobispo toledano, don Gómez Manrique, accedió y en aquella altura se instalaron varios ermita­ños que, junto a Pedro Fernández Pecha, se dedicaron a la vida comu­nitaria y de oración, Dispuestos a fundar nueva orden bajo las normas y patrocinio de San Jerónimo, se trasladaron a Avignón, Pedro Fernández Pecha y Pedro Román, y después de varios ruegos recibieron de Gregorio XI la Bula de fundación con fecha del día de San Lucas de 1373, recibiendo de manos del Pon­tífice el hábito, que consistía en «túnica de encima blanca, cerrada hasta los pies: escapulario pardo; capilla no muy grande, manto de lo mismo», y cambiando de nombre en el sentido de adoptar en religión el apellido de la ciudad de que eran naturales, costumbre que hasta hoy han conservado los jerónimos. El fundador de la Orden, pues, fue fray Pedro de Guadalajara, quien al lle­gar a Lupiana, y ayudado de otros animosos compañeros, entre ellos don Fernando Yáñez de Figueroa y su hermano fray Alonso Pecha, se dedicó a levantar el primer gran monasterio de la Orden, lanzándose después por toda Castilla a fundar otras casas, y surgiendo en años y siglos posteriores grandes monaste­rios de la orden jerónima, como los de Guadalupe, la Sisla de Toledo, la Mejorada de Olmedo, San Jerónimo de Madrid, el Parral de Segovia, Fresdelval en Burgos, Yuste en Extremadura, Belem en Portugal y El Escorial, además de otro centenar de casas. La Orden fue muy podero­sa y jugó su papel en la política im­perial con Felipe II, quien siempre cuidó mucho de consultar a las altas jerarquías jerónimas algunas de sus decisiones, y en Lupiana se entrevis­tó con el general de la Orden en varias ocasiones. La Orden se disolvió­ tras la Desamortización, en 1836, pero en este siglo XX ha vuelto a renacer, contando con varios conventos en España, y teniendo ahora su casa madre en el Parral de Se­govia.

Al monasterio de Lupiana le col­maron de donaciones y favores los señores de la casa Mendoza. Mu­chos de ellos hicieron entregas de tierras y solares, de beneficios abultados, y de magníficas obras de arte. Incluso algunos, como doña Al­donza de Mendoza, hermana del primer marqués de Santillana, eligió la iglesia monasterial para su ente­rramiento. Los condes de Coruña y vizcondes de Torija quedaron con el patronato de su capilla mayor, que en el siglo XVI abandonaron para trasladar sus enterramientos a la parroquia de Torija. Fue ofrecido entonces el patronato del monaste­rio al rey Felipe II, quien lo aceptó en 1569, y correspondió dando al monasterio la jurisdicción completa de la villa de Lupiana, y todo su tér­mino. También los arzobispos tole­danos favorecieron mucho a San Bartolomé de Lupiana, entre ellos don Alfonso Carrillo, quien en 1472 ordenó levantar un claustro de pesado estilo gótico.

Grandes figuras intelectuales de la Orden ocuparon el priorato de Lupiana en el siglo XV: fray Luís de Orche, en 1453; fray Alonso de Oropesa, en 1456; y fray Pedro de Córdoba, en 1468. Cada tres años Se reunía el Capítulo general, jun­tándose los priores de todos los monasterios de España en la Sala Capitular del cenobio alcarreño En el siglo XIX, al ser vendido en pú­blica subasta, lo adquirió la familia Páez Xaramillo, de Guadalajara, de la que pasó a los marqueses de Bar­zanallana, sus actuales propietarios.

Para el visitante es de destacar, no sólo el lugar bellísimo, muy fron­doso, en que se encuentra. Puede admirar aún su patio de entrada, galerías y salones con buenos artesonados, una pequeña capilla, el claustro antiguo, obra en ladrillo, y el claustro grande más los restos de la iglesia.

El claustro grande es una hermo­sísima muestra de la arquitectura renacentista española. Fue diseña­do, en su disposición y detalles or­namentales, por el arquitecto Alon­so de Covarrubias, en 1535. Y cons­truido por el maestro cantero Her­nando de la Sierra. Presenta un cuerpo inferior de arquerías semi­circulares, con capiteles de exube­rante decoración a base de anima­les, carátulas, ángeles y trofeos, y en las enjutas algunos medallones con el escudo (un león) de la Orden de San Jerónimo, y grandes rosetas talladas. Un nivel de incisuras y cinta de ovas recorre los arcos. La par­te inferior de este cuerpo tiene un pasamanos de balaustres. El segundo cuerpo de este claustro consta de arquería mixtilínea, con capite­les también muy ricamente decora­dos y los arcos cuajados de peque­ñas rosáceas, viéndose tallas mayo­res en las enjutas. Su antepecho, magnífico, en piedra tallada, ofrece juegos decorativos de sabor gótico. En uno de los laterales se añadió un tercer cuerpo, que, si rompe en parte la armonía del conjunto, añade por otra una nueva riqueza, pies figuran columnas con capitales del mismo estilo, antepecho de balaustres, y zapatas ricamente talladas con arquitrabe presentando escudos. Los techos de los corredores se cubren con sencillos artesonados, y en las enjutas del interior de la galería baja aparecen grandes meda­llones con figuras de la orden. En frases de Camón Aznar, máximo co­nocedor de la arquitectura plateres­ca española, refiriéndose al claustro de Lupiana, dice que «el conjunto produce la más aérea y opulenta impresión, con rica plástica y ale­gres y enjoyados adornos emergien­do de la arquitectura», es «obra ex­celsa de nuestro plateresco».

De lo que fue gran iglesia parro­quial sólo quedan los muros y la portada. Fue construido el conjun­to a partir de que en 1569 se hicie­ra cargo del patronato de la capilla mayor el rey Felipe II, mandando a sus arquitectos y artistas mejores, que entonces tenía empleados en las obras de El Escorial, a que dieran trazas y pusieran adornos en este templo. La traza, lo mismo que la Sala Capitular, es obra de Francisco de Mora. En la fachada se advierte una portada dórica, de severas líneas, rematada con hornacina que contiene estatua de San Bartolomé. En lo alto, gran frontón triangular con las armas ricamente talladas de Felipe II. El interior, de una sola nave, culmina en elevado y estrecho presbiterio. La bóveda, que era de medio cañón con lunetos, se hundió hacia 1928. Lo mismo que el coro alto, a los pies del templo, enorme y amplio; el templo se decoraba, en bóvedas del coro, del templo y del presbiterio, con profusa cantidad de pinturas al fresco, obra de los ita­lianos que decoraron El Escorial. Nada ha quedado, ni siquiera una sucinta descripción de ellas.

Bibliografía:

CAMÓN AZNAR, J.: La arqui­tectura y la orfebrería españolas del siglo XVI, Summa Artis, to­mo XVII, Madrid, 1970, pp. 247, 248 y 387.

QUILEZ, J.: Documentos de inte­rés para la Historia del Arte, en «Revista Investigación», núm. 3, 1969, p. 70‑74.

HERRERA CASADO, A.: «No­tas del plateresco: El claustro de Lupiana». «Revista Minutos Me­narini», núm. 67, octubre 1973.

HERRERA CASADO, A.: Mo­nasterios y conventos en la pro­vincia de Guadalajara. Guadalaja­ra, 1975, pp. 249‑263.