Un viaje a Irueste
En mi obra Crónica y Guía de la provincia de Guadalajara, editada el pasado año por la Excma. Diputación Provincial, y que reúne a lo largo de más de 600 páginas de gran formato cuanto de interés puede encontrar el viajero o curioso de los pueblos de nuestra provincia, quedó un solo pueblo sin mencionar: Irueste. Dicha falta, notada de inmediato por los buenos conocedores de nuestra tierra, fue motivada por un «traspapeleo» y final desaparición del texto manuscrito relativo a dicha villa alcarreña, quedan luego fuera de la mecánica de mecanografía y ordenaciones sucesivas del texto.
Pero lugar de tanta importancia y de tan subido interés para el conocimiento a fondo de la tierra alcarreña no podía quedar fuera del pormenorizado estudio de sus pueblos. Es por ello que en fecha reciente he vuelto a Irueste, arroyo de San Andrés arriba, surcando la estrecha y sinuosa traza de uno de los más recónditos y hermosos valles alcarreños. Y así he querido referir en estas breves líneas que siguen cuanto se sabe sobre este lugar, en texto que quiere guardar similitud de extensión y tratamiento que el resto de los dedicados a los demás pueblos de Guadalajara.
Espero que, si un día llega la segunda edición de la citada obra «Crónica y Guía de la provincia de Guadalajara», Irueste aparecerá, como se merece, junto al resto de las poblaciones, todas sencillas y cargadas de arte e historia, de nuestra tierra.
En lo hondo del valle de San Andrés, tierra de Alcarria en puridad completa, se acurruca el pueblecillo de Irueste, colgando en empinado cuestarrón de la margen izquierda de dicho valle. Pinares y olivos, pedregales y un pequeño cogollo de huertos a sus pies, forman los paisajes que le rodea, siendo la llanura cereal la que en el alto páramo le nutre. Es hoy todavía, como hace cuatro siglos decían de él los cronistas, «abundoso en fuentes y buenas aguas».
De su historia puede reseñarse que existe al menos desde la reconquista cristiana de la comarca alcarreña. En 1133 pertenecía al Común de Villa y Tierra de Guadalajara, y se regía por su Fuero. Este detalle de pertenecer como aldea, durante siglos, al alfoz de Guadalajara, hizo que su desarrollo fuera siempre mínimo. Como señor de siglo XVII. En 1647 fue vendido Irueste a don Juan Morales y Barnuevo, que a la sazón era también señor de Romanones. La compra se hizo en un alto precio, pues este magnate pagó al erario real más de un millón de maravedís. Entonces el nuevo dueño decidió cambiarle el nombre al pueblo, denominándolo Valdemorales por dar eternidad a su apellido. Pero sólo alcanzó a reflejarse este deseo en algunos documentos oficiales, permaneciendo su nombre tradicional hasta nuestros días.
Pasó después a la familia de los Torres, de Guadalajara. En 1752 era vizconde de Irueste don José de Torres y Mejías. En dicha familia recayó más tarde el título de condes de Romanones, ostentado en este siglo por un conocido personaje de la política liberal.
El viajero que acude a Irueste podrá deambular por sus calles admirando algunos ejemplos destacables de arquitectura popular netamente alcarreña, con muros de piedra caliza y adobes entramados. A la entrada, junto al río, se admiran una sencilla ermita de estrecho atrio, y el parador o portazgo que muestra su arquitectura recia y tradicional de la comarca. Por el puente de piedra, de un solo ojo, pasaba antaño el camino real.
En lo más alto del pueblo se encuentra la iglesia parroquial, que aunque de estilo románico en su origen, hoy no conserva nada de tal carácter, pues a comienzos de este siglo se hundió y fue rehecha por completo, a excepción de la torre, del siglo XVI, muy sencilla, toda e}la de piedra. Escoltando la entrada hubo un pequeño atrio, ya desmontado, de cuyas columnas se conservan los capiteles renacientes de un severo clasicismo. El ábside muestra al exterior una cornisa biselada que se apoya en ménsulas sencillas, y presenta estrechas ventanas. En las afueras del Pueblo hubo un rollo o picota, símbolo de villazgo, que fue desmontado hace tiempo.