En el fondo del profundo valle que forma el arroyo de la Solana, que baja desde las sierras de su nombre, y de Umbría Negra, hacia el ancho Tajo, asienta el caserío de La Puerta, mínimo enclave, aun más empequeñecido ante lo soberbio del paisaje, en el que altas rocas y manchas espesas de pinar y carrascales forman un conjunto de gran belleza. Un enorme murallón de rocas empinadas que surge, como portón o empalizada, en este valle, dio en lo antiguo nombre a este pueblo. Para cuantos gusten de admirar soberbios aspectos de la naturaleza, solo la visión de La Puerta colmará sus deseos.
De su historia podemos decir, brevemente, que tras la reconquista de la zona en 1177, cuando Alfonso VIII conquistó la ciudad de Cuenca, el caserío de La Puerta quedó señalado en los límites occidentales del territorio asignado al Común de Villa y Tierra de Cuenca: dicho límite lo formaban los lugares de Mantiel, Cereceda, La Puerta, Viana, Escamilla, Peralveche y Arbeteta, todos en la actual provincial de Guadalajara.
Siempre incluida en la jurisdicción conquense, y gobernada por su Fuero, figura en el siglo XV como parte del señorío feudal de don Pero Núñez de Prado, noble alcarreño a quien se lo arrebató mediante cierta componenda con visos de legalidad el arzobispo don Alfonso Carrillo, primado toledano y alborotador político en el reinado de Enrique IV. Este purpurado se lo donó a su sobrino don Lope Vázquez de Acuña, y su hijo, don Lope de Acuña, terminó vendiéndoselo en 1485 a Iñigo López de Mendoza, primer Conde de Tendilla, en cuyos sucesores, luego marqueses de Mondéjar, permaneció hasta el siglo XIX.
Del antiguo castillo o torre vigía que para guardar esta parte del valle pusieron sus señores en la Edad Media, no queda resto alguno. Es de sumo interés la iglesia parroquial, obra del siglo XII, a poco de ser reconquistada la zona. Es de una sola nave, rematada a levante por ábside semicircular con medias columnas adosadas, y alero sujeto por canecillos y modillones, algunos con representaciones antropomórficas y foliáceas. En el centro de este ábside aparece una ventanilla aspillerada cuyo arquillo descansa en robustas columnas de capitel decorado con hojas de acanto. La puerta de ingreso se abre en el muro sur, y hoy se oculta bajo atrio o portal cerrado que le priva de su normal y bella perspectiva. Consta el ingreso de cinco arquivoltas semicirculares, en tres de las cuales se ven baquetones rotos o zigzagueantes, con decoración muy típica del románico castellano; en la más exterior aparecen cabezas de clavo o flores cuadrifolias Estas arquivoltas apoyan en sendas columnas adosadas, rematadas en capiteles de vegetación foliácea. En el interior se reproduce la planta semicircular del ábside; se presenta un gran arco triunfal de ocultos capiteles, y se ven restos ínfimos de antiguo artesonado mudéjar. Todo el templo sufrió reformas en el siglo XVI, pero aún así muestra ser una de las buenas iglesias del románico rural alcarreño.
En la iglesia parroquial de La Puerta, se conserva una de las joyas de la orfebrería provincial. Se trata de la cruz procesional, obra personal de Francisco Becerril, realizada en 1545. Está construida en plata repujada, y mide 97 cms. de altura y 47 cms. de envergadura. Toda su superficie aparece cuajada de figurillas g grutescos, detalles ornamentales y roleos que la confieren el aspecto denso y espectacular de las más características obras de la orfebrería hispana del Renacimiento. En su anverso presenta, al centro, una impresionante talla en plata de Cristo crucificado, y en el reverso se corresponde con un gran medallón en el que figura el arcángel San Miguel acuchillando al Demonio. En los extremos de la cruz figuran diversas figuras, todas ellas en escorzos valientes y bien resueltos: arriba Se ve al pelícano simbólico alimentando a sus crías, y en los extremos aparecen las santas mujeres, y los cuatro evangelistas, con sus atributos. En la macolla, dividida en dos pisos, aparecen los doce apóstoles cobijados bajo foseles sostenidos por columnas y cariátides. Decenas de cartelas, grutescos, trofeos y arreos militares se engarzan con roleos sin fin. Es la suma total del buen hacer orfebre. Distribuidas por la cruz, se ven las marcas y punzones del artista y de su ciudad: el cáliz conquense y una F montada sobre un becerro.
Francisco Becerril es la figura más relevante de una familia dedicada al arte de la platería. Nacidos y residentes en Cuenca, trabaja durante el siglo XVI junto a su hermano Alonso, y luego junto a su hijo Cristóbal. Los tres forman un taller de gran crédito, del que salieron obras comunes de extraordinaria factura, con aportaciones de formas muy originales a la orfebrería española. Francisco Becerril fue activo entre 1528 y 1572. Obra suya personal conocemos, además de la cruz de La Puerta, la custodia de Villaescusa de Haro (hoy en la catedral de Cuenca) y las coronas de la Virgen del Sagrario y su Niño, con esmaltes y piedras preciosas. Eran suyas la impresionante custodia de la catedral de Cuenca y el portapaz de los caballeros santiaguistas de Uclés, desaparecidos en guerras. Del taller común salieron las espléndidas custodias de La Ventosa y Buendía (Cuenca) y como obra personal de Cristóbal puede destacarse la custodia de la iglesia de San Juan, en Alarcón (Cuenca).
El recorrido por La Puerta debe completarse admirando los interesantes ejemplos de rejas populares, y por el término, si el viajero tiene tiempo suficiente, y junto a la orilla izquierda del río Tajo, debe verse la antigua y bella ermita de Nuestra Señora de Montealejo, a la que se tiene gran devoción en la comarca, y en la que se celebran todos los años alegres romerías. Es, en definitiva, un rincón más, interesante como pocos, de nuestra inacabable provincia de Guadalajara.