Nuevo viaje a Santamera

sábado, 18 septiembre 1982 0 Por Herrera Casado

 

Hacía casi una decena de años de nuestro anterior viaje de uno de los rincones más apartados de nuestra geografía provincial: el enclave de Santamera, en plena serranía del Ducado, aguas abajo del río Salado, después de que éste atraviesa las fragosidades castilleras de Riba de Santiuste y las aprovechadas planicies de Imón. Resguardado entre un profundo hondón rocoso, zigzagueando su camino acuoso entre rojizas y grises murallas calizas, el río se acompaña de arboledas densas y va tallando un surco fino, cuajado de ecos en las orillas, rumbo de El Atance hacia Huérmeces.

El paisaje continúa, es lógico, similar a entonces. Nada ha alterado la paz serena del entorno. Las casas siguen como antes, algunas ya en ruina, otras sencillamente restauradas con el buen gusto aldeano que suponen los escasos caudales de sus dueños. No se ha construido nada nuevo, hasta ahora. Sigue siendo Santamera el pueblecillo casi medieval que meditó durante siglos su pequeñez y su sencillo aroma.

La iglesia es visita obligada para el viajero. No merece recordar otra vez sus detalles técnicos, su terminología descriptiva de una construcción de origen románico, medieval, con posteriores añadidos de todas las épocas. Su sencillo portón abocinado y semicircular marca la evocación de tiempos remotos. El interior, oscuro a pesar del luminoso día veraniego del exterior, orienta todas las miradas hacia el gran retablo mayor que preside el muro noble del presbiterio, cuajándole entero del color y el volumen de tablas y tallas. Lástima que su estado de progresivo envejecimiento y suciedad, le hagan cada día más oscuro, más gris, menos llamativo, haciendo casi olvidar los vivos colores que es casi seguro poseyó su primer día.

Se trata de un enorme retablo del siglo XVI. Es producto de los talleres artísticos que en esa centuria de apogeo económico y social de Sigüenza existían en la Ciudad Mitrada. Allí se contrataban pintores y tallistas, y los había muy buenos. Los mejores (Vandoma, Baeza, Pierres y tantos otros) se dedicaban en exclusiva a la Catedral. Gente de sus talleres hacían los retablos, las portadas, los altarcillos de los pueblos de la comarca. Esto ocurriría con Santamera. Allí dejó, por ejemplo, su huella un buen platero seguntino, Martín de Covarrubias, realizando en 1551 una magnífica cruz parroquial de plata que todavía se conserva. Allí, por ejemplo, también dejaron sus afanes artísticos el tallista Francisco de Vinuesa, que acabó la talla del relicario central o sagrario del retablo; el escultor Juan de Torres y el pintor Juan de la Bastida, que construyeron (era 1620) completamente el retablo para la ermita de Santa Emerenciana; el pintor seguntino Francisco del Castillo, que obró un retablo completo para este mismo templo. Todos ellos constan haber trabajado en el siglo XVII, y los datos son absolutamente fidedignos e inéditos hasta ahora, tan de primera mano como que los entresaqué leyendo el libro de fábrica más antiguo que se conserva en el archivo parroquial, y que por falta de tiempo (las prisas de nuestro siglo, siempre acechando) no pude estudiar más a mi sabor.

Del gran retablo mayor no pude obtener datos sobre sus autores. Lástima porque tendríamos dos nuevos nombres (el del pintor y el del tallista) para la historia del arte provincial. Lo que sí anotamos en esta ocasión fueron todos los temas iconográficos del retablo, que la oscuridad excesiva de la anterior visita nos lo impidió por completo. Presenta esta obra 15 magníficas pinturas sobre tabla, con trazo decidido, algo manierista y exagerado en los escorzos, pero con actitudes y dibujos que recuerdan (sólo en mediana calidad) lo de Pereda en la catedral de Sigüenza.

Describiendo estas tablas de arriba abajo y de derecha a izquierda, aparecen en ellas los siguientes motivos: en la cima central, el Padre Eterno. En el cuerpo superior, la Asunción de María, Jesús con la cruz a cuestas, el Calvario, la Resurrección de Cristo, y el martirio de San Sebastián. En el cuerpo medio, la Anunciación a María, la Natividad de Cristo, la Piedad o Enterramiento de Cristo, la Adoración de los Magos y San Gabriel alanceando al Dragón. Y en el cuerpo inferior aparecen estas otras escenas: la Misa de San Gregorio, la Ultima Cena, la Bajada de Cristo a los Infiernos y San Lorenzo. Todavía más abajo, en el banco o predela, se ven los doce apóstoles en cuatro grupos de tres. En el centro del cuerpo inferior, una hornacina cobija una buena talla del siglo XVI representando a una santa que las gentes del pueblo identifican con Santa Quiteria, pero que indudablemente viene a representar a la titular de la parroquia, María Magdalena, pues tal es el título de la iglesia según las libros del Archivo, y la talla representa a una mujer con un gran pote perfume entre sus manos, atributo  iconográfico clásico de la Magdalena. En el centro del apostolado inferior está el sagrario en madera con tallas de apóstoles, como obra hemos visto, de comienzos de siglo XVII debida a la gubia de Francisco de Vinuesa.

No es difícil encontrar una cierta firmeza iconográfica y un sentido homogéneo programático en este conjunto, un tanto azaroso en el orden descrito, de temas sacros indudablemente, en algún momento se debieron desmontar estas pinturas del retablo de Santamera, siendo posteriormente colocadas sin atender al orden anterior, ni siquiera a  un orden estricto de «Historia Sagrada». Pero la agrupación de los temas nos lleva a encontrar tres niveles en esta mezcolanza, que pueden ser enunciados como «escenas de la vida de la Virgen» y que serían la Anunciación, la Natividad, la Epifanía y la Asunción; otras «escenas de la Pasión de Cristo» y que estarían representadas por la última  Cena, Cristo con la Cruz a cuestas, el Calvario, la Piedad, la Resurrección y la Bajada de Cristo a los Infiernos. Y un último grupo que podríamos clasificar en «escenas y figuras de santos» que tendrían cierto favor en la devoción aldeana, y  que posiblemente se colocaran en el cuerpo inferior, San Sebastián, San Gabriel, San Gregorio y San Lorenzo, de los que una rebusca somera por los libros del archivo parroquial nos daría señal de su culto en forma de festividades, ermitas, etc. Es este de Salamanca un claro ejemplo de retablo en el que se mezclan y  entrecruzan diversos grupos temáticos, confluyentes de una devoción muy generalizada al santoral clásico y a los misterios de la Redención,  sobre los que el momento de la renovación espiritual del siglo XVI especial hincapié.

Para cualquier viajero que ahora se anime a recorrer las fragosidades de nuestra serranía seguntina, y no le tema a las carreteras todavía sin asfaltar (a Santamera se llega por un buen carril de firme que surge de la carretera que va de Sigüenza a Atienza, junto al puente de Imón), este viaje a tan bello pueblo, que añade además el interés de mostrar buenas reliquias del arte pretérito, puede resultar inolvidable y siempre complementario de un cada vez mejor conocimiento de nuestra provincia.