Viaje a Arbancón

sábado, 5 junio 1982 0 Por Herrera Casado

 

Para un fin de semana de esta todavía lluviosa primavera, podría el lector proponerse hacer un corto viaje por la provincia, y en él colocarse como meta uno de esos lugares encantadores, por lo curiosos y desconocidos, que todavía nuestro territorio provincial conserva. Es lugar sería Arbancón, al que se llega yendo primero hasta Cogolludo, y desde allí, en escasos kilómetros, subiendo por la carretera que detrás del castillo se desvía hacia Muriel y Tamajón.

En un recuesto que domina estrecho valle tributario del río Aliendre, a escasa distancia de Cogolludo por el norte, asienta este pueblo, dinámico y renovado en los últimos años, sede de una nutrida colonia veraniega. Su aspecto de caserío apiñado en torno a la iglesia es muy típico. Sus calles estrechas y retorcidas, en las que abundan las casas de construcción popular, con soportales, tallados aleros, dinteles de piedra, etc., son encantadoras.

Perteneció desde la reconquista al pequeño alfoz o tierra de Cogolludo, bajo cuya jurisdicción quedó, usando su fuero. Como esta villa, estuvo bajo el señorío de la Orden de Calatrava, y posteriormente bajo el almirante don Diego Hurtado de Mendoza y su hija doña Aldonza, duquesa de Arjona, pasando definitivamente, en los finales del siglo XV, a la casa ducal de Medinaceli, en la que permaneció hasta el siglo XIX. Dice la tradición del pueblo que aquí asentó unos días Cristóbal Colón, cuando viajó a Cogolludo a visitar al duque, y aquí en Arbancón probó el cordero que tan ricamente condimentan sus naturales.

Entre los edificios notables a contemplar, figura en primer lugar la iglesia parroquial, que es una magnífica obra arquitectónica del siglo XVI. Al exterior destaca la portada orientada a mediodía, bello ejemplar renacentista en su período de clásica severidad. A los pies del templo se alza la torre, acabada en 1660. El interior consta de tres naves, separadas por cilíndricos pilares toscanos de anillados capiteles de los que arrancan las bóvedas de los tres tramos que componen cada nave; estas bóvedas son de crucería de traza gótica en el crucero, y con relieves renacentistas en el resto. El ábside es poligonal y se cubre también de retablo mayor, magnifica obra de talla y pintura, del siglo XVII. Sus composiciones pictóricas presentan soberbias escenas de la Historia Sagrada, realizadas por magistral pincel de la escuela madrileña del Siglo de Oro.

Conserva la parroquia una buena cruz de plata, obra también del siglo XVII.

Es muy interesante la Plaza del Ayuntamiento, ámbito de planta irregular en el que destaca el edificio concejil, con torre del reloj y torrecilla metálica; una gran fuente de piedra tallada, rematada en airoso pináculo, y varios notables edificios de estructura y arquitectura popular, como los que en imagen acompañan estas líneas, completan de forma pintoresca el aspecto de Arbancón.

Pero a este pueblo de la preserranía guadalajareña hay que llegar en ambiente festivo. Son muchas las que allí se celebran. Es muy solemne la Semana Santa. En San Juan, ahora para junio, se celebra festejo juvenil por los campos que rodean al pueblo. Para el 8 de septiembre se celebra festejo juvenil por los campos que rodean al pueblo. Para el 8 de septiembre se celebra con gran solemnidad la fiesta de la Virgen de la Salceda. Pero la más interesante es la fiesta de las Candelas, el 2 de febrero, en que sale a las calles del pueblo la botarga, un hombre revestido con traje azul y verde, careta, porra y castañuelas, todo de madera y fabricado por él mismo, pintado con vivos colores. Lleva un cinto con campanillas, y al hombro unas alforjas o cesto. Va de casa en casa tocando las castañuelas, y lleva en su mano una naranja y el que la quiera coger, recibe un golpe de la porra. Pide el «aguinaldo», haciendo «mogigangas y tonterías». No canta ni dice palabra, aunque los chicos le preguntan el nombre y se meten con él. Cuando acaba la fiesta, se entregan los atavíos al alcalde, que los guarda para otro año. Antiguamente salía el botarga acompañado de los bailarines, que solían ser seis u ocho, y que iban vestidos de domingo. Sacaban a la Virgen en procesión, figurando que María iba a misa tras la cuarentena de su divino parto. Los bailarines y la botarga danzaban delante de la Virgen, y la ofrecían un par de pichones y los típicos «pestiños», pequeños grumos de harina y miel que las mujeres del pueblo fabrican ese día. Es también muy característico de Arbancón el sabroso guiso del cordero.

Con estos datos, y el buen humor y hospitalidad que saben derrochar las gentes de Arbancón hacia los forasteros que llegan hasta su rincón serrano, está asegurado un buen día de excursión, y, por supuesto, se cumplirá una etapa más de ese inacabable libro del deambular guadalajareño, del conocimiento meticuloso de nuestra hermosa y rica tierra.