Retablos y pinares

sábado, 4 julio 1981 0 Por Herrera Casado

 

Serán muchos los que entre nuestros lectores aún se estén preguntando qué poder hacer este fin de semana, incluso solamente el domingo: a dónde ir que poder pasar un día agradable, con la familia o los amigos, y al mismo tiempo poder conocer algunas cosas de todo ese conjunto de maravillas que algunos dicen encierra Guadalajara. Bueno; pues vamos a ser prácticos y vamos a poner aquí un par de ideas que se puedan llevar a la práctica. Dos rutas que mañana domingo, podamos recetar a los automóviles de nuestros lectores y que les garanticen, a unos, el arte; la naturaleza a otro, en dosis no demasiado fuertes, pero lo suficientemente vitalizantes como para querer repetir otro día.

Un viaje ha de ser de tema artístico: la «Ruta de los retablos renacentistas» la podríamos llamar, y transcurrirá por lugares variados del cogollo de la Alcarria; el otro irá un poco más lejos: la «Ruta de los pinares del Alto Rey» se podría denominar, y nos llevará hasta los límites más norteños de la provincia, allí por donde los repliegues serranos de nuestra tierra se tapizan densamente de pinos y roquedas.

Para hacer la ruta de los retablos iniciaremos el viaje por la carretera de Cuenca o de los Lagos. Pasamos Horche y bajamos al amplio valle del Tajuña. Desde el «empalme de Tendilla» que llaman, unos cuatro kilómetros antes de llegar a este pueblo nos desviaremos a la derecha, y ascenderemos, sin problemas, y por una carretera de repetidas curvas, hasta Fuentelviejo, cuya iglesia parroquial encierra un precioso retablo de comienzos del siglo XVI, con varias pinturas sobre tabla, en las que se ven escenas de martirios de santos. Enmarcadas las pinturas por carpintería de grutescos y finas labores platerescas, y rematado por un escudo de la familia Velázquez. Se trata de un retablo todavía mal estudiado, en cuanto a escuela, temática, etc., pero de una alta categoría e importancia en el contexto del arte renacentista alcarreño.

Bajamos nuevamente a la carretera de los Lagos, atravesamos Tendilla con su larga presencia soportalada, y subimos las cuestas de la Salceda, dejando a la derecha las ruinas de este antiquísimo monasterio franciscano. En la meseta ya, con una larga recta por delante, no iremos demasiado aprisa, pues enseguida sale, a la izquierda, la desviación de Peñalver, que está a unos tres kilómetros, y a donde hemos de llegar a contemplar otra magnífica pieza de arte, cual es el grandioso retablo de su parroquia, obra que llena por completo el muro del presbiterio. Es obra muy estimable de principios del siglo XVI, de la escuela castellana, con 16 tablas de pinturas en las que se representan parejas de apóstoles de cuerpo entero (las de la predela o cuerpo inferior) y otras de la vida y pasión de Jesucristo, en orden actualmente poco ortodoxo, que está esperando no sólo su colocación lógica, sino la limpieza y restauración que indudablemente merece. Los cuadros se separan por finas columnillas góticas y calados doseletes, y todo el conjunto se cubre de un guardapolvo de labores platerescas. En la calle central aparece, aunque muy alta, una exquisita talla de la Virgen del Rosario, en alabastro blanco, y encima todavía un Calvario de talla también bueno. Este retablo ha de figurar, cuando algún día nuestras autoridades se decidan a proporcionarle el cuidado y la restauración que merece y repetidas veces hemos pedido, entre lo mejor de la pintura castellana del primer Renacimiento.

Volvemos a la carretera general, continuamos en dirección de Cuenca, y un par de kilómetros más allá volvemos a desviarnos, ahora hacia la derecha, por una carretera que nos llevará a Fuentelencina, otro de los pueblos grandes y con tradición en la Alcarria, que es famoso por sus fiestas de San Agustín, celebradas a fin de agosto. El retablo de su iglesia, dedicado a la Asunción de la Virgen, es grandioso y llamativo, obra posterior a los anteriores, puede fecharse hacia la mitad del siglo XVI, y sabemos que en 1575 ya existía. Alterna en él la pintura y la escultura. De la primera, varias tablas con escenas de la vida y pasión de Cristo. De escultura, varias figuras de apóstoles, medallones inferiores con escudos del obispo toledano Silíceo y del Emperador Carlos, y en la calle central, tres magníficos grupos escultóricos en los que vemos la Asunción de María cuajado de figuras y actitudes, el grupo de Santa Ana, la Virgen y el Niño; y, encima de todo, el Calvario. Es ésta una obra de escuela toledana, cuyo autor ignoramos por haberse perdido totalmente los archivos parroquiales, pero que podemos situar en el círculo berruguetesco, o de los autores que hicieron los ya también desaparecidos retablos de Almonacid y Mondéjar. El viajero quedará auténticamente impresionado de esta obra cuando la vea por primera vez.

Siguiendo esta carretera de tramos rectos que atraviesa la Alcarria, llegamos pronto a Pastrana, hasta cuya Colegiata, hoy en obras de restauración, nos dirigimos en derechura. Su retablo puede muy bien rematar el periplo artístico que hemos realizado. Cubriendo el gran presbiterio, surge oscuro, pero cargado de buenas pinturas y tallas de santas, santos, mártires y, en el centro, San Francisco, con carpintería de sobrio estilo renacentista herreriano, y una magnífica pintura sobre una piedra de ágata representando la Asunción, regalo del Papá Urbano VIII. El retablo es obra del pintor Matías Gimeno, quien lo realizó en la primera mitad del siglo XVII, y no tiene nada que ver con el que hubo antiguamente, antes que éste, que llevaba pinturas y tallas de Juan de Borgoña y Alonso de Covarrubias, retablo del que nada queda y que, incomprensiblemente, algunas guías modernas aún dan por existente. Desde Pastrana, donde el viajero, según la prisa que se halla dado en recorrer esta ruta, aún podrá disfrutar de sus otros interesantes monumentos y callejuelas, regresaremos a Guadalajara.

Para los más camperos está la otra ruta de los Pinares del Alto Rey. Iremos hasta Jadraque, y de allí, cruzado el río Henares por el puente de la estación, pasaremos por La Toba, dejando a un lado, a la izquierda, el Congosto de San Andrés, hoy ya destrozado por el pantano que se construye allí, y subiremos hasta Hiendelaencina, antiguo enclave donde tuvo vida la minería de plata. Poco después de pasado el pueblo, la carretera se sumerge en el bello cauce, bravío y duro, del Bornoba, que baja fresco y brillante desde las ya cercanas sierras. Pasado Bustares, donde el Santo Alto Rey se ofrece en su majestad y presencia de montaña sagrada, encontramos a la derecha una carretera perfectamente asfaltada que nos conduce hasta la base militar que hay cerca de la cima del monte, a unos 1800 metros de altura. Seguramente, el cuerpo de guardia nos pedirá el carnet de identidad mientras estemos allí, pero merece la pena subir para contemplar los extraordinarios panoramas que desde la altura se contemplan. Con muy poco esfuerzo podremos aún llegar a la misma cumbre, donde una antigua ermita, dedicada al Santo Alto Rey de la Majestad, sirve de nexo de unión a todos los pueblos de la vertiente de esta montaña, que allí se reúnen en romería a mediados de octubre.

Bajamos otra vez y seguimos carretera hacia el pueblo de Aldeanueva de Atienza, que muestra,  hundido en su vallecillo a la izquierda, el tipismo de su arquitectura rural, hecha a base de pizarras. La carretera, que bordea la montaña por el norte, atravesando hayedos y praderas, asciende hasta el alto de Pelagallinas, a unos 1.600 metros de altitud, donde iniciamos la bajada, en medio ya de un denso pinar, hacia el amplio valle del alto Sorbe. A media bajada, un lugar ideal para  comer y pasar un buen rato: se trata de un pequeño refugio y unas grandes mesas con bancos, todo de madera, que, junto al arroyo Pelagallinas, y en el cruce de varios caminos forestales, ha construido ICONA. Todo aquel bosque permanece cubierto de nieve varios meses al año, y en el verano se convierte en una de las zonas más frescas y agradables para ir de excursión, lo mismo que toda la zona pinariega de los contornos. Bajando luego Por la misma carretera, arribamos a Condemios de Abajo, y desde allí el camino hacia Atienza es fácil y ameno. En la alta villa acastillada podremos terminar el día visitando sus múltiples iglesias románicas o simplemente echando un vistazo a la maravillosa «Plaza del Trigo» que nos transporta a la Edad Media con poca imaginación que le echemos.

Y nada más. A hacer los bártulos y a preparar las tortillas, que mañana parece que va hacer bueno