Hita, un bastión castellano

sábado, 15 noviembre 1980 0 Por Herrera Casado

 

En el aporte riquísimo y abultado que nuestra tierra de Guadalajara ha dado al común acervo de la Castilla histórica, debe destacarse el enclave de Hita, vigilante y altivo sobre el tumultuoso ir y venir de tierras alcarreñas y campiñeras, como una atalaya siempre atenta sobre los caminos, los ríos los cielos y las arboledas de esta parte de Castilla. Conocer, aunque sólo sea muy de pasada, la historia de Hita, es apercibirse de una manera clara de la íntima conexión que la Alcarria y la Transierra del sur de la Cordillera Central supuso en la consolidación histórica de Castilla como reino fuerte, creador de una cultura y una tradición propia, tanto en sus aspectos netamente culturales como en los socio políticos. En estos últimos especialmente, la palabra que pronuncia Hita es la de una formación genuina de Comunidad de Villa y Tierra nacida en el siglo XII y pervivida hasta muchos siglos después, aun bajo el directo señorío de los Mendozas alcarreños. Su aspecto incluso, de fuerte posición con muralla circundante, castillo en lo alto de la peña enriscada, iglesias mudéjares, y estrechas callejuelas, pinta netamente la imagen de un pueblo medieval y castellano.

La importancia estratégica e histórica de Hita, comienza en la Prehistoria, siendo lugar fuerte de la población ibérica autóctona, y posteriormente ocupación señalada de los romanos, que durante varios siglos la ocuparon con el nombre de Caesada, tal como se la menciona en el itinerario de Antonino Pío, 22 millas arriba de Arriaca (Guadalajara). Situada sobre la calzada romana que conducía desde Mérida a Zaragoza, el puesto o mansión que Roma tenía allí instalado vigilaba el camino que desde Guadalajara ascendía por la margen derecha del Henares, pasando por tierras de Marchamalo, Fontanar y Yunquera, cruzando el río por donde luego estuvo «la barca» de Heras. Continuó su población hispano‑romana creciendo en siglos posteriores, y el año 712 vio arrasada su fortaleza y conquistada su posición por las tropas árabes En el mismo siglo VIII, un moro rebelado contra Abderramán, llamado Saquía, se hace dueño de amplias zonas de las orillas del Tajo y el Guadiana, y viene a los alrededores de Hita a establecer su cuartel general: en el cerro de Sabatrán, entre los actuales lugares de Hita y Torre del Burgo. Todavía se encuentran en este lugar restos de edificaciones y cerámicas que demuestran la estancia guerrera de este moro rebelde.

La población de Hita, bajo el do minio árabe, siguió engrandeciéndose. Gran parte de ella era cristiana, mozárabe, y otra numerosa colonia de judíos fue asentándose, como siempre al murmullo del comercio que en los cruces de caminos tiene su puesto. Próspera y fortificada, Hita fue uno de los objetivos de las tropas castellanas en su Reconquista de la Transierra de las vertientes más norteñas del Tajo. Alfonso VI, por medio de su capitán Alvarfáñez, reconquistó la zona del Jarama y el Henares, llegando hasta Toledo, en 1085. Tras esta toma de posesión de Hita por parte de las armas castellanas, la villa continuó albergando entre sus muros a la población heterogénea de razas y religiones que eran los cristianos-de gran carga mozárabe-los hebreos y los moros-ya en su aspecto mudéjar-. Es ésta, la de los siglos XII y XIII, la época de mayor apogeo de Hita, en que se crea su Concejo, su Común y su Tierra se hace poderosa y ancha, abarcando más allá de los ríos de Ungría y de Tajuña, amplias zonas de la Alcarria. Las milicias concejiles de Hita participan en todas las batallas cruciales de la reconquista con Alfonso VIII (en Las Navas) y Fernando III (en Sevilla). Su población hebrea, establece uno de los puntos de recaudación de impuestos de Castilla, bajo la dirección de Samuel Levy, que en su castillo hace centro de sus operaciones financieras. La población mudéjar, en fin, se dedica a construir edificios, iglesias, obras públicas, y a la artesanía manual de todo tipo. En estos momentos, Hita cuenta con un Fuero propio, que se extiende, homogéneo, a toda su población y a la del alfoz que comprende su Tierra y Común. El año de 1348, en que aparece la gran «peste negra» en España, es el momento en que se puede marcar el inicio del declive de Hita

El señorío de Hita durante la Edad Media castellana pasó con frecuencia de unas a otras manos: conquistada por Alvar Fáñez para el poder real, la reina doña Urraca se lo regaló, en 1119, a su «pariente» Fernando García, también conocido en las antiguas crónicas como Ferrán García de Hita, que estuvo casado en primeras nupcias con una hija del conquistador Alvar Fáñez de Minaya. Sucedió en el dominio del lugar su también pariente Martín Fernández, famoso capitán en las tropas castellanas de Alfonso VII. En el siglo siguiente, en 1274, aparece como señora de Hita la Infanta doña Berenguela, hija de Alfonso X, a la que sucede su sobrina la infanta doña Isabel, hija de Sancho IV. Junto a Hita y Ayllón, doña Isabel figura como señora de Guadalajara en 1280. Pasó luego al rico hombre don Diego Fernández de Orozco, y de éste a su hijo Iñigo López de Orozco, gran capitán en los ejércitos de Alfonso XI, y hombre que llegó a apoderarse y hacer señorío de grandes extensiones en la actual provincia de Guadalajara. Extensiones que, por unos u otros medios, habían de pasar luego, aun ampliadas, a la familia Mendoza. Así ocurrió con Hita. El enganche de don Iñigo López de Orozco al partido de Pedro I el Cruel, y el de don Pedro González de Mendoza al de su hermanastro Enrique de Trastamara, hizo que, ya en camino de victoria este último, y aun sin haber logrado su total asentamiento en el trono, le hiciera donación al Mendoza de los señoríos de Hita y Buitrago, por carta dada en 1 de enero de 1368. Este don Pedro González de Mendoza instituyó en 1378 un mayorazgo dejando a su hijo don Diego Hurtado de Mendoza, almirante de Castilla, estas villas de Hita y Buitrago, con sus ya anchos territorios. Así fue éste de Hita, enclave primero de la presencia mendocina en tierras de la Alcarria. Estos magnates fortificaron la villa, levantaron definitivo y majestuoso el castillo en lo alto del cerro, tallaron su bellísima puerta fuerte a la entrada de la población, y establecieron en ella para su cuidado y defensa, a diversos alcaides entroncados con su propia familia. De mediados del siglo XV datan, pues, la puerta y el castillo, hoy este último totalmente en ruinas, y aquélla a medio restaurar tras su desmoche en la guerra civil de 1936‑39. Incluida en el señorío de los Mendoza, Hita fue desde el siglo XIV asiendo de una importante aljama hebrea; centro de convivencia de mudéjares; y reducto de linajudas familias de hidalgos castellanos, representando fielmente, todavía durante varios siglos, el espíritu aglutinante de razas y culturas que había mantenido la Castilla Nueva de la Baja Edad Media. Hasta el siglo XIX es tuvo incluida en el señorío de Mendozas y Osunas. En la Guerra Civil de 1936‑39, largo tiempo mantenida como línea de frente de batalla, quedó reducida a escombros desapareciendo prácticamente, incluso sus más distinguidos monumentos, entre los que se encontraba alguna iglesia mudéjar y varios palacios.

El sentido tradicional castellano del que lógicamente nunca podrá renunciar, lo hereda Hita de esa estructura del Común de Villa y Tierra que durante varios siglos fraguó su ser y fundamentó la razón de ser y de vivir de sus gentes. De ser cabeza de un territorio al que defender, tuvo más acentuado que los pueblos de esa tierra su sentido universalista, al acoger gentes de las tres razas y religiones (los cristianos, los árabes, los judíos). De ese conjuntado caminar de unas y otras culturas, le nació a Hita la fama y la importancia de enclave crucial en la Castilla Nueva, en la Castilla donde lo mozárabe era más rico y lo mudéjar más prolífico.

De su historia ya vemos que queda, flotando sobre el caserío, retazos muy claros y contundentes: una razón de ser castellana que la une sin pausa y sin cisura los pueblos y tierras de entorno al Duero, de las sierras ibéricas y los páramos castellanos. De su arte, que viene a ser la huella de la historia, pocos restos nos quedan. La ya mencionada muralla, a trechos caída y a trechos levantada y el castillo casi fantasmal en lo alto. De la iglesia de Santa María quedan restos notables de su ábside mudéjar, y en lo alto del caserío, la iglesia de San Juan, que es un edificio también de origen mudéjar, reconstruido en gran parte. Guarda de interesante el magnífico artesonado de la capilla de la Virgen de la Cuesta, y la imagen de esta advocación, talla exquisita de estilo gótico policromada. Rodea como zócalo todo el templo, que es de tres naves, una larga e interesante serie de lápidas recogidas entre los escombros de las iglesias que poseyó Hita, y que vienen a ser pétreo documento, sellado por magníficos escudos de armas tallados de lo abundante del grupo hidalgo que habitó Hita en los siglos del Renacimiento y Barroco. Es una de las más antiguas e interesantes lápidas la que cubrió los restos del alcalde de la villa y fortaleza, don Fernando de Mendoza cuyo escudo se ve, repetido, en trazado entre bellos trazos góticos y exquisitas cardinas.

Este ejemplo de Hita, bastión castellano en plena Alcarria, es uno de los muchos ejemplos que en nuestra tierra de Guadalajara podemos encontrar, que nos viene a confirmar el ser hondamente castellano que nuestra provincia tiene, y del que nunca podremos renunciar.