Música y músicos de Guadalajara (yII)
Durante el siglo XIX son bastante numerosas las figuras relacionadas con el mundo de la música que produce nuestra tierra. Manuel Sardina (Sigüenza,? ‑ Sigüenza, 1847), fue bajonista en la capilla de la catedral de Segovia, pasando en 1799 a la Capilla Real. Urbano ASPA (Sigüenza, 1809 Madrid, 1884) forma en la serie de los llamados «niño prodigio» por su precocidad en el uso del arte sonoro. En 1833 ya era Maestro de Capilla de la Catedral seguntina, trasladándose a Madrid en 1842 donde se desarrolló su vida. En ella llegó a componer más de 300 obras, algunas de gran envergadura, y todas ellas de carácter religioso: misas, oficios fúnebres, misereres, etc., destacando el «Símbolo de San Atanasio», y «Las Siete Palabras». José Flores Laguna (Las Inviernas, 1817 Madrid 1888). Estudió música y canto en Sigüenza, y en el Coro de Infantes de la catedral hizo las veces de tiple. Todavía joven, obtuvo el puesto de contralto en el prestigioso coro del Convento do las Descalzas Reales de Madrid, y fundó el Centro lírico Sacro ‑ Matritense. Su gran afición, sin embargo fueron los estudios de paleografía musical, la enseñanza del arte del canto, y la composición de obras para coros y orfeones. Como obra de investigación, destaca «Bidiapasones» tonos, tetracordes y signos musicales usados en los primeros tiempos» y la publicación en versión moderna del «Canto de los peregrinos flamencos» contenida en el códice de Calixto II. Entre sus obras didácticas, son de reseñar la «Instrucción teórico ‑ práctica de la música de catedral», «Método de canto llano y figurado», «Grupo de las llaves y transporte de los tonos», «Localidad fija de las siete notas de la escala», «Curso musical teórico – práctico para uso de los orfeones» y muchos otros que le colocan a la cabeza de los teóricos musicales de nuestro siglo XIX. Finalmente, en su faceta de compositor, se le deben múltiples obras para coro, José Casado (Cogolludo, 1831 ‑ ?) se distinguió como profesor de piano en varios colegios de Guadalajara y Madrid, y en su vertiente de compositor dio numerosas obras de tipo religioso y profano. De él recordamos una zarzuela breve «El obsequio», que ganó medalla de bronce en la Exposición Provincial de Guadalajara de 1876 Santiago González Delgrás (Guadalajara, 1780 Algete, 18; 7) fue profesor de trompa en la capilla de la Encarnación de Madrid y de los Guardias de Corps. Gregorio Bueno de la Plaza (Las Inviernas, 1817?) se formó también en el Colegio de Infantes de Coro de Sigüenza, y aunque dominaba la trompa, el violín y el contrabajo, fue su especialidad el órgano. Cubrió por oposición las plazas de organista catedralicio en Berlanga de Duero y en Sigüenza más tarde, quedando de él algunas interesantes composiciones. Dos magníficos pianistas dieron también en este siglo Guadalajara, contribución de nuestra tierra en la época de mayor apogeo de ese instrumento. Antonio María Alvarez Bedekstein (Guadalajara 1815 ‑ Madrid, 1844) cursó con brillantes sus estudios en el recién creado conservatorio madrileño, obteniendo muy pronto una medalla de plata a su calidad interpretativa, y una clientela numerosa. Pablo Barbero Casal (Hita, 1847 ‑?) estudió en los conservatorios de Madrid y París. siendo allí discípulo de Herz. Comenzó a labrarse una sólida reputación de pianista en la capital francesa, obteniendo varias medallas de oro en interpretación y composición, pero enfermó y tuvo que regresar a Madrid. Concertista de fama, recorrió España entera, siempre muy aplaudido. En Guadalajara fue encargado por el municipio de organizar una Banda de Música, consiguiéndolo con 60 voluntarios nacionales a raíz de la Revoluci6n del 68. Luego se estableció en Madrid, donde se dedicó a dar clases de piano y a componer numerosas piezas, zarzuelas como «La Estudiantina» y «Pensión de demoiselles», así como valses, polcas, fantasías, nocturnos, etc. Fue director del sexteto del Teatro de la Comedia (15).
De vida turbulenta y romántica fue el cantante Tirso de Obregón y Pierrad (Molina de Aragón, 1832 Molina de Aragón, 1889) que ingresó en el Conservatorio de Música de Madrid en 1852, dedicando su bella voz de barítono a la zarzuela y a la ópera. Su carrera fue siempre jalonada de clamorosos éxitos. En 1867 fue nombrado director de la Sección lírico‑dramática del Conservatorio madrileño. Ingresó como caballero en la Orden de Carlos III. Y cerramos esta sucinta relación de músicos alcarreños del siglo XIX con la figura de Félix Flores (Guadalajara, 1815) quien de muy pequeño se trasladó a Lupiana e ingresó en el convento jerónimo de San Bartolomé, aprendiendo allí, de la escuela tradicional de música de este cenobio, los rudimentos del solfeo, la composición, y el órgano. Pronto destacó con sus cualidades musicales, diciendo don Hilarión Eslava cuando trabó conocimiento con él «que no había conocido otro que solfease igual» que el padre Flores (16). Dolencias gástricas (¡tanto comían los jerónimos!) le hicieron salirse de la Orden, y reposar una temporada en el Desierto de Bolarque. Después se lanzó a la práctica de la música, en la que descolló claramente (17).
A tan larga relación de siglos y de personajes, hoy podemos añadir figuras notables que han de seguir poniendo muy alto el nombre de Guadalajara dentro de la historia de la música: el pianista seguntino Gerardo López Laguna, los guitarristas molineses Segundo Pastor y José Luís Martínez, y otra larga serie de nombres e instituciones que laboran sin descanso por este arte sin par.
(15) Martín, Alfonso: Pinceladas: Don Pablo Barbero y Casal, Flores y Abejas, número 136, 4 abril 1897, página 4.
(16) Cordavias, L.: Rasgo histórico del Monasterio de Lupiana, Guadalajara, 1922.
(17) Hernando, B.: El Padre Flores, Madrid 1897.