Orígenes de los Mendoza
Es el apellido Mendoza el que con más asiduidad y fuerza suena en cuantos párrafos se pronuncian relativos a la ciudad y tierra de Guadalajara. De su prole innumerable surgieron figuras que han llenado páginas y han forrado museos. Gentes dadas a la política, a la guerra, al arte, a los conventos y a las intrigas; gentes que, simplemente, han servido para ocupar un puesto en ese árbol genealógico al que, en el devenir de once siglos, han dado faz y nombre a miles de sujetos. Desparramado el linaje por toda España, y aún luego por América y los extremos océanos, la familia Mendoza necesitaría no un volumen, sino entera enciclopedia para ser historiada con minuciosidad, con pasión, con el detalle que requieren muchos de sus hijos y hazañas. De su primitivo árbol surgieron diversas líneas o ramas, que más o menos proliferaron y dieron vegetal cobijo a sus protagonistas. Los duques del Infantado son quizás, entre nosotros, los más conocidos y numerosos. Otras familias y títulos, Mendozas también, unen su apellido a edificios majestuosos, solares recios, y aventuras guerreras: los condes de Coruña, los señores de Yunquera, los príncipes de Mélito, los condes del Cid, los marqueses de Motesclaros, los condes de Priego pusieron su huella en la parda silueta de la Alcarria, y aquí dieron cimiento y altura a nuestra historia.
Múltiple y variadísima la epopeya de este linaje, existen varias obras y crónicas que refieran, con más o menos amplitud y rigor, el complicado engranaje de las familias y los personajes (1). Si con un breve espacio solamente contamos, justo será ascender hasta los orígenes de esta «gens» y situar en lo posible su nacimiento, su solar, sus primeros pasos, sus iniciales correrías por España. Es lógico que sólo mitologías podemos mostrar en este caso. El poder alcanzado por la familia en los años del Renacimiento, hizo que unos por aduladores y otros por pagados de sí mismos, cronistas y mendocinos elevaron a la categoría de linaje casi cósmico y sin principio el suyo. De Adán hablan algunos, otros solamente de Indíbil y Mandonio, los valientes íberos que eternizaron sus nombres antes de nuestra Era. También de don Pelayo, y por ende de los visigodos, dijeron otros venir. Y ya en el plano más cabal, aunque todavía quimérico, de los tiempos históricos, propusieron unos su descendencia de doñas Urraca, la hija de Alfonso VI, que tuvo un hijo adulterino, hecho «a hurto» y de ahí les vino el sobrenombre de Hurtado, mientras que otros decían ser su origen del Cid Campeador, leyenda que tan a pies juntillas se creyó el gran Cardenal don Pedro Gonzáles de Mendoza, que a uno de sus hijos legitimados puso por nombre Rodrigo Díaz de Vivar, y le buscó el título de Conde del Cid que los Reyes Católicos le concedieron, añadiéndoselo al de marqués de Cenete que por méritos propios ostentaba.
Es el hecho cierto que los Mendoza surgieron del solar alavés, -a un par de leguas de la ciudad de Vitoria-, de Mendioz o Mendoza, que en el castellano significa Montefrío. Se trata de un breve caserío en el que existe un fuerte torreón medieval. Ese fue, verde y húmedo, el primitivo corazón de tan anchurosa hueste. De ella saldría, quien en 1331 vino a Guadalajara, a casarse con doña Juana, hija de Iñigo López de Orozco, y ya quedó aquí afincado en calidad de germen de tan prolija corte.
Pero vayamos con esa relación, a caballo entre la leyenda y la realidad, que nos de pintoresca y brillante el cronista Pecha (2). Tenía él un largo acopio de documentos donde poder beber los orígenes de la familia. Y es por ello que aunque revuelto con noticias de inventado cariz, podamos suponer vierto el cordón maestro. Cuenta que entre los caballeros visigodos que murieron en la batalla de Guadalate, portón de la Edad Media estaba el duque de Arduyzo, el mayor de los godos. Un nieto suyo legítimo, Lope López, quedó como señor de la provincia de Altamira, a donde no llegó la morisma. Fuese a Escocia a casar, y lo hizo con la infanta Fresusina, hija del rey Alpino, regresando el matrimonio a Vizcaya, surgiendo de esa unión el primogénito Fortún López. Es a éste al que consideran los Mendoza como su más remoto y primer aspirante. A Fortún López le llamaron su contemporáneos el Infante don Zuria, dicen que por lo blanco de su piel. Valiente y dirigente nato, fue hecho capitán de las provincias vascas en la ocasión en que don Alonso el Magno, rey de Asturias, acudió a ella con intención de anexionarlas. Zuria respondió «juntándosele no sólo la Plebe, sino los Ricos hombres y nobles infanzones de la tierra, y formóse un escuadrón de valientes soldados.
Se trabó la batalla en el campo de Padura, y tanta sangre derramaron los asturianos y leoneses, que desde entonces tomó aquel lugar el sobrenombre de Arrigorriaga, que quiera decir Piedras Bermejas, por como se pusieron de empapadas del líquido elemento. Y añade el cronista que, tras aquella batalla, que sucedió en el año 780, los vizcaínos, alaveses y guipuzcoanos eligieron por señor y cabeza a don Zuria, y de él derivó, por línea directa la gran casa de Mendoza. Anote bien esta leyenda quien quiera entender el fárrago de aventuras y batalles que tan maravillosamente pintó Rómulo Cincinato en los techo de la «Sala de las Batallas» del palacio del Infantado: es la historia de don Zuria la que allí se escucha dibujada.
Casó dos veces don Zuria. La primera con Iñiga, hija de Zenón, el anterior señor vizcaíno. La segunda con doña Dalda Estíguiz, hija y heredera de Sancho, señor de Durango. De ella tuvo a Manso López, heredero de la casa y señorío vasco a quien sucedió su hijo Iñigo, él cual casó con Elvira Laynez, nieta del juez de Castilla Laín Calvo. Hijo de estos fue otro Iñigo López, a quien Pecha hace primo carnal del Cid Ruy Díaz. De este fue siguiendo la línea en derechura, con Iñigos y Lópeces, en abundancia, dando algunas figuras importantes, como el López Iñiguez de Mendoza, que batalló junto a Alfonso VI en la toma de Toledo; Iñigo de Mendoza, que participó en Las Navas, y Ruy López de Mendoza que llegó a Almirante de Castilla en tiempos de Alfonso X. El entronque con Guadalajara lo establece, ya lo hemos recordado, don Gonzalo Yáñez de Mendoza, montero mayor y cortesano de Alfonso XI, que en la primera mitad del siglo XIV casa en Guadalajara con la heredera de los Orozco, y aquí se queda. Luego vendrá don Pedro López de Mendoza, primer señor de Hita y Buitrago; su hijo, Diego Hurtado de Mendoza, el gran Almirante de Castilla; su sucesor don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana e introductor del Renacimiento por sus versos y sus afanes humanísticos. Y, en fin, su primogénito don Diego Hurtado de Mendoza, primer duque del Infantado, que da manantial a esa corriente noble aún hoy viva.
NOTAS:
(1) Layna Serrano F.: Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI, Madrid 1942, Tomo I, pág. 43; Arteaga y Falguera, Cristina de: La Casa del Infantado Madrid 1940, tomo I ‑ Gutiérrez Coronel, D.: Historia genealógica de la Casa d e Mendoza, Archivo Histórico Nacional, Sección Osuna, legajo nº 3.408, año 1772; Salazar y Castro, L.: Historia Genealógica de la Casa de Lara, Archivo Histórico Nacional.
(2) Pecha, Hernando: Historia de Guadalaxara, edición de la Institución de Cultura Marqués de Santillana, Guadalajara, 1977, pág. 172 y ss.