Los arzobispos toledanos, señores de la Alcarria

sábado, 17 noviembre 1979 1 Por Herrera Casado

 

Viene hoy a este rincón de los recuerdos alcarreños, una página múltiple, amarillenta ya, que rememora aconteceres, nombres y lugares de la Edad Media en nuestra tierra. Página que nos habla del feudalismo de castillos, de arzobispos enérgicos, de batallas. Envejecida crónica que quiere unificar las sueltas noticias que de los arzobispos toledanos, en trasiego de señoríos y mandatos, aún restan en viejos librotes o en pergaminos ajados.

La tierra de la Alcarria cae suavemente declinando -llana meseta horadada por los barrancos o valles de arroyos que corren hacia el Tajo- en dirección NE‑SO, y es en alguno de sus anchos valles (el Jarama, el Henares o el Tajuña) camino seguro y fácil para pasar de una a otra Castilla. La Edad Media, época de luchas constantes, ve esta región como un punto clave para el control de la península. Y así es que en ella la historia -la de las batallas y los guerreros- se densifica y rezuma nombres y fechas. Tras la reconquista a los árabes de esta comarca, parte de ella queda bajo el control señorial de un imperio feudal castellano, cual fue el de los arzobispos de Toledo. Tres lugares clave en esa senda que comunica las dos Castillas y Aragón, pasaron a poder de estos señores: Uceda (sobre el Jarama), Alcalá (en el Henares) y Brihuega (sobre el Tajuña). De algunas de estas posesiones veremos ahora datos y detalles.

Brihuega surge sobre las bermejas peñas, en la orilla derecha del curso medio del Tajuña; a sus pies, rientes huertas, pobladas alamedas, y en lo alto, sobre los cuestarrones resecos la meseta alcarreña, pletórica de cereal granado (1). Poblado ya en los tiempos prehistóricos, fue de los árabes en su época de dominación, y allá, en su esquina reducta, levantaron embrión de astillo. En la segunda mitad del siglo XI, el rey toledano Al‑Ma­mun donó aquel enclave a su migo Alonso, huido de la corte castellana, de la que llegará a ser monarca con el título de Alfonso VI. En 1085 conquistará éste a Toledo y su comarca. Al año siguiente, a los quince de las calendas de enero de 1086, el monarca dará a la Iglesia de Toledo y a sus arzobispos, esta que ya entonces llama villa, para que fueran señores de ella (2). En realidad, se trataba de un aislado castillete sobre el valle, pero tan fuerte y útil que los arzobispos decidieron poblarlo y fortificarlo, dándole vida y siglos (3). Así, será el tercer obispo toledano, don Juan, quien «ensanchó el logar a los pobradores, e pobró el barrio de San Pedro», teniendo nacimiento, en siglo XII la villa de Brihuega como tal (4). En 1207, el arzobispo don Martín López de Pisuerga hospedó, en su castillo de Brihuega al rey don Alfonso VIII. Pero el momento de empuje y auténtico crecimiento es el que le hace vivir el famoso arzobispo don Rodrigo Ximénez de Rada, quien obtuvo de los reyes diversas mercedes beneficiosas para los pobladores y nuevos vecinos. Así en 1215, Enrique I concedió el permiso de celebrar feria el día de San Pedro. Este prelado, que engrandeció Castilla con su colaboración a la corona y su ingenio y su capacidad organizativa, gustó de pasar largas y frecuentes temporadas en su castillo de Brihuega. Consta que su asistencia a la villa alcarreña fue asidua entre 1224 y 1239. Hacia 1242, o poco antes, concedió un fuero propio a Brihuega, clave de su posterior desarrollo (5). Y proporcionó los medios necesarios para la construcción de tres nuevas iglesias (la de Santa María de la Peña, San Miguel y San Felipe), que marcaron, con su característico sello artístico, el estilo de transición del románico al gótico, en una simpleza decorativa y pureza de líneas muy propia de lo cisterciense (6). Incluso en su castillo consta que hizo construir una sala (que hoy se conoce como «capilla del castillo») de altas nervaturas góticas por cierre, rasgados ventanales y decoración en los muros de claro signo mudéjar (7). Todavía serán otros arzobispos del siglo XIII los que, con su cariño y afición al enclave alcarreño, marquen su prosperidad y crecimiento. Así, hacia 1256, el arzobispo don Sancho y su hermano, el rey Alfonso X, permanecieron una larga temporada en su castillo. En esa fecha, concretamente, es cuando se convino en señalar a Brihuega como sede de los concilios provinciales, en los que tomaban parte, junto a los primados, los obispos de Palencia, Segovia, Sigüenza, Osma y Cuenca (8). Otro obispo llamado don Sancho este hijo de Jaime el Conquistador, gustó de acudir a su dominio del Tajuña, y del arzobispo don Gonzalo García Gudiel (1280-1299) consta que benefició mucho a su villa alcarreña, obteniendo del Rey Sabio unos privilegios para los ballesteros briocenses (9). Del mismo modo, los siguientes prelados toledanos tuvieron clara querencia por Brihuega.

El cardenal don Gil Carrillo de Albornoz -figura señera en los anales de la mitra toledana y aun en la historia del papado pues fue quien consiguió quebrar el Cisma de Avignón, trasladando a Urbano V a su sede vaticana-, que subió al arzobispado en 1339, tuvo también un especialísimo cariño por este verde pedazo de Castilla. En 1340, fundó una iglesia en honor de San Blas, en el lugar cercano de Villaviciosa, poniendo allí monjes‑canónigos de San Agustín y tomando aquella atalaya sobre el Tajuña como refugio frecuente para sus estudios y meditaciones. En aquellos parajes, quizás en algunas de las ermitas monasteriales junto al río, en Covatillas o Palazuelos, dijo su misa de despedida antes de salir, sin regreso ya, de sus dominios, rumbo al exilio franco‑italiano (10).

En el siglo XV, fue el arzobispo don Juan de Cerezuela quien se dedicó a mejorar la villa levantando nuevas casas de canónigos junto al templo de San Juan. Y en la siguiente centuria por allí pasaron el cardenal Cisneros, quien descansó en Brihuega el verano de 1503; don Juan de Tavera (11), dedicado el año 1539 a mejorar y ampliar la iglesia de Santa María (le puso coro alto, puerta a poniente, y torre nueva). A fines de esta centuria, la villa fue enajenada, como tantos otros bienes arzobispales, monasteriales y de las órdenes caballerescas, pasando a la Corona. Pero en 1607 volvió a Brihuega «a donde solía», y el cardenal Sandoval y Rojas, reintegrada la villa a sus dominios con cedió unas favorables ordenanzas para el buen gobierno del pueblo y de su tierra. Mediado el siglo, en 1653, fue el cardenal­arzobispo don Baltasar de Moscoso y Sandoval a residir una temporada en su villa alcarreña, supliendo con su caridad muchas necesidades de sus vecinos (12). Aún en 1725 recordamos las nuevas ordenanzas que proclamó el arzobispo don Diego de Astorga y Céspedes.

De tan larga y multisecular estancia de Brihuega en el señorío de los arzobispos toledanos, son recuerdo no sólo el apuntamiento veraz y frío de la historia, sino la huella pétrea de esos templos maravillosos (San Miguel, Santa María de la Peña, San Felipe) que muestran lo grandioso de su pasado. Incluso, ya desde muy antiguo, quedó esta feudal dominación marcada en el escudo de armas de la villa, que en documento del siglo XIV mostraba estar integrado por un castillo de tres torres, más alta la central, y entre ésta y las latera les sendos báculos arzobispales, sobresaliendo de las almenas, apareciendo encima una imagen de la Virgen María con el Niño en brazos y frase laudatoria en latín (13). Sin duda debió la villa de Brihuega su crecimiento, fortificación, cuidado y progreso a su condición de lugar mimado y muy querido de los señores arzobispos toledanos.

Estos tuvieron también desde muy temprano la posesión en señorío de Alcalá de Henares, la antigua Complutum de los romanos, clave también en el camino de Castilla a Aragón, y centro de una rica campiña que allegó a los graneros toledanos miles de toneladas de grano.

Pero sigamos en la Alcarria de Guadalajara. Y cerca de Brihuega nos encontramos con otro enclave, más recóndito pero no menos fuerte y valioso: el de Fuentes, que en principio perteneció al concejo de Atienza y luego quedó como aldea de Hita, pasan do finalmente, en 1255 a poder de los arzobispos de Toledo, por cambio realizado entre el prima do don Sancho y su hermano el Rey don Alfonso X. Este entregó el reducto alcarreño y recibió de aquel el castillo de Suferruela, cerca de Calatrava. También recibió Fuentes un Fuero propio otorgado por el arzobispo don Gonzalo García Gudiel y en poder de estos prelados estuvo, villa y castillo, alzados en retadora estampa sobre el profundo barranco del río Ungría, que le rodea, hasta finales del siglo XVI, en que fue enajenado por la corona, y vendido a la familia de los Barrionuevo de Peralta (14). Sobre la orilla izquierda del río Jarama, que aún joven e impetuoso baja de la Somosierra, álzase desde muchos siglos atrás el enclave de Uceda, que en los tiempos de la reconquista de esta baja meseta castellana fue codiciada presa, por lo estratégico de su situación, de moros y cristianos. Su conquista definitiva es de 1085, cuando Alfonso VI la puso bajo el escudo del león y el castillo. Y a comienzos del siglo XIII, el rey Fernando el tercero, tal como lo había prometido, la entregó a su hijo, el arzobispo‑infante don Sancho, para que a él y a sus sucesores en la archidiócesis de Toledo perteneciera la Villa, el castillo y la tierra toda que en forma de Común la rodeaba, sobre la meseta cereal que va del Jarama la Henares. Los arzobispos cuidaron con mimo este señorío. Como en otros lugares de la Alcarria ya había hecho, don Rodrigo Ximenez de Rada cuidó de fortificar la villa, reparar el alcázar y mejorar el habitáculo de Uceda, levantado a su costa la Iglesia de Santa María de la Varga, obra magnífica de transición entre los estilos románico y gótico, con el aire inconfundible de lo que en otros lugares, con su personal atención y cuidado, había mandado edificar. De esta iglesia quedan hoy sus cuatro muros y la cabecera compuesta de tres semicirculares y extraordinarios ábsides (15). El castillo de Uceda fue núcleo de un poder férreo, y, como decía una antigua crónica «era una fortaleza de importante y muy buena», que mandaba largas murallas en torno de la villa toda. En ella se encerró el arzobispo Carrillo, violento enemigo de los Reyes Católicos, y en ella encerró este arzobispo a Ximénez de Cisneros, encarcelado una temporada por contrariar al señor omnipotente. En el siglo XVI, las enajenaciones masificadas que realizó Felipe II dieron con Uceda en la faltriquera de la Corona, que la vendió a don Diego Mexía de Ovando, pasando luego a otras manos legas y banales este señorío de tan añeja memoria (16).

La presencia de los arzobispos toledanos en la Alcarria, a título de señores y alentadores de una repoblación y un empuje social indudable, nos ha servido para rememorar nombres y hechos, lugares y fechas que pudieran resultar de interés y utilidad para algunos.

NOTAS:

(1) Bejar, Fr. Francisco de: Historia de la milagrosa imagen de Nuestra Señora de la Peña, patrona de la villa Brihuega, Madrid 1733; Pareja Serrada, A.: Brihuega y partido, Guadalajara 1916; Herrera Casado, A.: Brihuega, Jardín de la Alcarria, Zaragoza, 1974

(2) Biblioteca Nacional de Madrid; sección manuscritos; colección del Padre Burriel, tomo DD 41.

(3) Layna Serrano, F.: Castillos de Guadalajara, 3ª. ed., Madrid 1962.

(4) Alfonso X el Sabio, Crónica general de España. Tomo V de la Nueva Biblioteca de Autores Españoles; Madrid 1906.

(5) García López, J.C.: El Fuero de Brihuega, Madrid, 1888.

(6) Layna Serrano, F.: La arquitectura románica en la provincia de Guadalajara, 2ª. Ed. Institución Marqués de Santillana Guadalajara, 1971.

(7) Torrés Balbás, L.: La Capilla del Castillo de Brihuega y las edificaciones de don Rodrigo Jiménez de Rada, Archivo Español de Arte (1941) pp.  279 y s.s.; García López, J.C.: Pinturas murales recientemente descubiertas en el castillo de Brihuega, «El Arte de España», VII (1868) pp. 48-49.

(8) Biblioteca Nacional de Madrid; sección manuscritos; colección del Padre Burriel, tomo DD 56.

(9) Ídem, tomo DD 121.

(10) Porreño, 8: Vida y hechos hazañosos del Cardenal don Gil de Albornoz, Cuenca 1626; Herrera Casado, A.: Monasterios y Conventos en la provincia de Guadalajara, Guadalajara, 1974, pp. 264‑271.

(11) Salazar y Mendoza, Crónica del Cardenal Tavera.

(12) Jesús María, Fr. Antonio de: Don Baltasar de Moscoso y Sandoval, Madrid, 1680; Passano de Haro, A.: Ejemplar eterno de prelados. Toledo, 1670

(13) Benavides, Historia de Fernando IV.

(14) Memorial Histórico Español, Tomo XLI, Madrid 1903, pp., 326 y s.s.

(15) Layna Serrano F.: Arquitectura románica…

(16) Layna Serrano, F.: Castillos…