La Hoz: Tradición y realidad

sábado, 29 septiembre 1979 0 Por Herrera Casado

 

Bajando el río Gallo desde Molina, junto a los caseríos, antiguos molinos, huertas y arboledas, surge a un lado el pueblecillo de Ventosa, y a otro algo más alejado, el de Corduente que en verano se infla de gentes y ganas de vivir. Poco más allá, el viajero entra en uno de los más impresionantes espectáculos que le puede ofrecer la Naturaleza en la provincia de Guadalajara: bella sobre toda ponderación es la Hoz del río Gallo entre Corduente y Torete. Es el llamado «Barranco de la Hoz», por donde el río cangrejero discurre, torrencial o manso, límpido y frío, entre densas choperas y altos y caprichosos murallones de rojiza roca arenisca. A lo largo de varios kilómetros, serpenteando las aguas por donde el gran tajo geológico las manda, se crea un paraje que ha sido siempre justamente alabado, y que hoy sigue gozando del merecido entusiasmo con que muchos se dirigen a él.

En tal marco de agreste naturaleza, no es extraño que hasta apariciones milagrosas y sobrenaturales se hayan producido. Suelen ser estos entornos de desusada grandiosidad los que la tradición utiliza para centrar sucesos de orden milagroso y trascendental, ejes de una posterior y larguísima devoción. Baste recordar, dentro de este mismo territorio del Señorío molinés, las apariciones y santuarios de la Virgen de Montesinos, en Cobeta, o de Nuestra Señora de Ribagorda, en Peralejos. Ríos estrechos y saltarines, barrancos de misteriosa silueta, de grandiosidad sin límites: bosques y praderas, grutas húmedas. Esos son los puntos donde sucede el prodigio.

Vamos a recordar cómo fue el de la Hoz de Corduente.

Discurría uno de los años medios del siglo XII. Un vaquero de Ventosa, que había pasado el día apacentando su ganado por los alrededores y montes del pueblo, notó que le faltaba una res. Se apresuró a buscarla, yendo a internarse por la espesura del barranco de la Hoz, entonces densamente cubierto de vegetación y poblado de alimañas. Se hizo de noche y se creyó perdido. Y cuando ya flaqueaba en sus esperanzas de salir con vida del difícil trance, vio un gran resplandor junto a la basamenta de un alto grupo de rocas. Guiado por la luz, llegó hasta un lugar donde encontró, sobre un pedestal rocoso, una pequeña imagen de la Virgen, tan perfecta que casi parecía de carne y hueso.

Corrió al pueblo, donde contó el hallazgo, y las gentes en romería se acercaron a ver el prodigio. Entre unas soberanas rocas de increíble altura, sobre una especie de altarcillo natural, allí estaba la Virgen María tallada en la madera de la comarca teñida con los colores de sus cielos y sus aguas. Las gentes, entusiasmadas quisieron llevarla a lugar seguro y poblado: unos decían que a Ventosa, y otros, que a Corduente. Al fin se decidió trasladarla a la iglesia mayor de Molina. Y en su altar principal se puso. Pero ante el asombro de los molineses, al día siguiente vieron que el altar estaba vacío y la Virgen había volado, concretamente hasta el mismo punto donde se apareció al vaquero. Vuelta a llevar a Molina y puestas guardas para evitar una posible sustracción, nada pudieron hacer por impedir que, milagrosamente, la talla de la Virgen volviera a su lugar primero, a lo más abrupto del barranco del Gallo. Fue claro indicio, milagrosa urgencia proclamada de que la Virgen quería quedar en la espesura de la Hoz. Así fue que las gentes, en el lejano siglo XII, decidieron levantar en aquel lugar una ermita que, con el paso de los años y los siglos, fue tomando auge, en lo espiritual y material, pues allí se instalaron canónigos regulares de San Agustín, pasando luego a ser propiedad del obispo de Sigüenza y más tarde de los monjes cistercienses de Ovila y Huerta, que administraron largos tiempos los beneficios que un lugar de peregrinaje tan nutrido ofrecía.

La devoción de los molineses hacia su Virgen de la Hoz es general y es invariable. Durante siglos se han acercado, en romería, las gentes del Señorío, en solitaria o agrupadas en cofradías y aun municipios enteros. Pueblos como Corduente, Ventosa, Rillo, Lebrancón, Herrería, Canales, Rueda y Tierzo han hecho de siempre manifestaciones devotas hacia su Virgen de la Hoz. Una de las más sonadas y multitudinarias romerías fue la del pueblo de Odón, que, aunque hoy es provincia de Teruel, fue siempre parte del Señorío molinés. El segundo día de la Pascua de Pentecostés se acercaba el vecindario entero: hombres, mujeres y niños, montados en carros; una vez llegados a Molina, en el arrabal de San Juan se organizaba al grupo, que iba precedido de banda de música, y al día siguiente de su llegada al Santuario celebraban una solemne fiesta religiosa, tras de la cual se representaba por los mismos vecinos de Odón una loa de «moros y cristianos», que terminaba con originales danzas de «palos y espadas», similares a las que los de la «hermandad» de la Virgen de la Hoz, de Molina, solían celebrar el 8 de septiembre.

Milagros y favores dispensó de continuo la Virgen a los que con fe la suplicaron. En su santuario, prendido y abrigado entre los grandes riscos, junto al río, aún se ven hoy las huellas de una fidelidad y un continuo ir y venir de gentes, de estilos artísticos, de ex‑votos y leyendas. Un viaje a la Hoz, para un molinés, supone un encuentro con sí mismo y con la espiritualidad, añeja y tradicional, de su tierra. Para quien no lo sea, para aquel que simplemente busca encontrar nuevos lugares significativos, el barranco y el santuario de la Virgen se le meterán muy dentro en sus retinas y en su corazón, y lo tendrá por bien usado, el tiempo y el latido que en llegar hasta ese hermoso rincón del Señorío ha utilizado.

Breve relación es ésta de méritos y grandezas. Quien desee entrar más a fondo en la materia, debe buscar los libros que sobre el Santuario y sobre sus tradiciones escribieron autores como Moreno y Abánades, o el más reciente de García Perdices en torno a las advocaciones marianas en la provincia de Guadalajara. Será, de todos modos, lo voz y el verso de José Antonio Suárez de Puga la que pondrá el tono justo de poesía que aquel lugar inspira a cuantos llegan. Sobre el muro de la ermita se leen los poemas de este autor alcarreño:

A ESTA PARRA

Con qué dulce volar la rama espesa

de tu parral, ¡Oh, Virgen en clausura!,

por un delgado pámpano se apura

a hacerse vino de tu Santa Mesa.

La vieja sangre de la Biblia ilesa

dentro del dócil vegetal madura

y en el silencio de la estancia pura

derrama, peregrino, su promesa.

Promete, ¡oh, tierno tallo de esperan

un día darte la cosecha entera (za!,

de su primer racimo transparente.

Enseñándotela, pues no te alcanza,

dentro de la sagrada vinajera

de algún misacantano adolescente.