Nieve de Guadarrama para el duque del Infantado
Uno de los menos conocidos oficios que en el siglo XVI español ocupaban los caminos variopintos de la meseta, era el de recogedor y transportador de nieve y hielo. La existencia de estas gentes, en todo caso poco frecuentes, permitía que cierto número de personas, siempre las de la alta nobleza y los muy adinerados, se permitieran el lujo de beber en plena canícula el agua o el vino muy fresco, y mantener en buenas condiciones de conservación sus viandas por mucho tiempo. Había también almacenes de nieve y hielo en algunos centros, especialmente en los monasterios, donde la laboriosidad de los monjes daba lugar a la existencia de unos hondos fosos donde, durante el invierno, se ocupaban de meter e apisonar grandes cantidades de nieve, cubriéndola de paja por estratos, y de esta manera alcanzaba la masa de agua helada hasta el verano, en que se usaba para refrescar bebidas y alimentos, con gran contento de todos los usuarios. De este “pozo de las nieves” que tenía el convento franciscano de San Antonio, en nuestra ciudad, al otro lado del barranco del mismo nombre, ha llegado el recuerdo hasta nuestros días.
En nuestra rebusca por los viejos papeles de nuestra ciudad, hemos encontrado un par de curiosos contratos referidos al suministro de hielo y nieve a las casas del duque del Infantado, en la segunda mitad del siglo XVI.
El primer contrato, suscrito ante el escribano Blas Carrillo de Guadalajara, tiene fecha de 13 de abril de 1573. Un vecino de Guadalajara, llamado Pablo García, se obliga a traer y dar traídos a las casas del duque del Infantado, que a la sazón era don Iñigo López de Mendoza, quinto del título, toda la nieve que necesitara para su servicio, y conforme se la fueren pidiendo su Mayordomo o veedores. La nieve la recogería y traería de las sierras de Peñalara y Manzanares, lugares donde en abril todavía hay gran cantidad del blanco elemento. Y se obligaba a ponerla en las casas del duque en Madrid, en el palacio de Heras de Ayuso (junto al Henares, donde gustaban estos magnates de pasar largas temporadas, especialmente en verano) y en el palacio ducal de Guadalajara, concretamente en la dependencia que llamaban “la botillería” o despensa.
Es curioso que este contrato no se hace para una cantidad de nieve en concreto, fijando precio del total, forma de pago en fracciones, etc., tal como se acostumbraba, sino que se realiza por el método de la contrata por temporada, de modo que el tal Pablo García se obligaba a traer nieve a las casas del duque mientras este lo pidiera, y hubiera nieve en las montañas. Lo que se contrataba era, pues, la obligación de hacer este servicio, y se ponía precio para toda la temporada. En este caso, se estipuló para el año 1573 a dos reales y medio cada arroba de nieve, y se añadía la manutención para en caso de tener que llegarse hasta el palacio de Heras a llevar la carga: en esas circunstancias, el duque daría un pan, una libra de carnero y medio azumbre de vino a la persona que lo llevara, y añadiría un celemín de cebada para cada bestia que arrastrara el carro.
Posteriormente, el 16 de mayo de 1573, y ante el mismo escribano, se extiende contrato entre el duque del Infantado, y el vecino de Guadalajara Juan García, quizás hermano o familiar del anterior, para traer nieve a sus casas de Guadalajara, Madrid y Heras en las mismas condiciones que con el anterior.
Nos imaginamos a las grandes carretas, tiradas por bueyes de pesado lustre, cargadas de nieve y pedazos de hielo hasta lo inimaginable, cubierto todo de paja para evitar su deshielo, avanzando pesadamente desde el Guadarrama hacia Guadalajara y el valle del Henares, mientras los hermanos García, pensando en los reales que el veedor del duque les pagaría, voceaban con ánimo a las bestias para que aligeraran su marcha. Un oficio, en fin, poco conocido y hoy recordado.