La iglesia de Santa María del Conde, en Molina

sábado, 17 diciembre 1977 0 Por Herrera Casado

 

Llevados de la mano y el decir de antiguos cro­nistas molineses (Núñez, Sánchez Portocarrero, López de la Torre) vamos a recordar algunas de las carcterísticas que conforman la historia de este templo, que es con toda se­guridad el más antiguo, en cuanto a su fundación se refiere, de Molina. Lo levantó el primer señor y conde de Molina, don Manrique de Lara, para presidir la plaza más inferior de la villa, puesto que en la Edad Media el pueblo todo se hallaba completamente pegado al castillo, yendo a crecer paulatinamente hacia el río. La iglesia de Santa María, apellidada del Conde por haber sido él su fundador, fue levantada en la mitad del siglo XII, y, por lo tanto, tendría todas las características románicas de la arquitectura y escultura de la época. Es lástima que de todo lo construído en aquella época sólo haya quedado la iglesia del hoy convento de Santa Clara, y al­gún detalle románico en San Martín, aparte de la planta de la iglesia del castillo, recientemente excavada, pequeña construcción de la misma época. La portada y detalles varios de Santa Clara nos dejan entender que la ar­quitectura románica en Molina durante el siglo XII tuvo unos caracteres muy peculiares, como lo confirma la iglesia del Monasterio de Buenafuen­te, de la misma época. Pero, desgraciadamente, de Santa María del Conde en su primitivo estado no nos ha quedado nada. Su ruina paulatina hizo que fuese levantada de nuevo en el siglo XVII y es esta edificación la que hoy vemos, recientemente restaurada y añadida con estancia de uso municipal.

Fue, durante los siglos de la Baja Edad Media y aun del Renacimiento, la mas importante iglesia molinesa. En su parroquia residía la alta nobleza del país. El primer conde, don Manrique, otorgó su curato al obispo de Sigüenza, quien, para administrar sacramentos, colocaba un teniente suyo. Todo cuanto en ella se recaudaba, así diezmos como rentas, tercias reales, etc., era íntegro para el obispo seguntino. Esto hizo que con frecuencia se levantaran pleitos contra esta parroquia por parte de las otras, del cabildo de clérigos e, incluso, de los arrendadores de las Tercias Reales del Obispado. Así ocurrió hacia 1550, en que don Gonzalo Núñez, por entonces abad del Cabildo molinés, sostuvo fuerte pleito por defender estos derechos del obispo.

Esta iglesia tuvo desde el principio la preferencia de los señores terri­toriales y feudales de Molina: los condes de Lara. Dejaron en ella diversas memorias, mandas y aniversarios, dedicándola donativos y riquezas. El altar mayor lo sufragó el obispo don Fadrique de Portugal, en 1540, por lo que suponemos sería una buena pieza de escultura y pintura renacentistas. Po­seía también numerosas indulgencias papales, obtenidas gracias a uno de sus curas, llamado Durando. Hacia 1570, el obispo de Sigüenza, cardenal Diego de Espinosa, la regaló cruz de plata (labrada, quizás, en uno de los muchos talleres de platería que florecían por entonces en Sigüenza) así como un rico terno y otros ornamentos. Este mismo prelado, en 1572, cuando por seguir las normas elaboradas en Trento, procedió a la unificación de diversas parroquias molinesas, unió la de San Juan del Concejo a esta de Santa María del Conde. La iglesia de San Juan ocupaba parte del espa­cio que hoy sirve de plaza mayor, y estaba frente al Ayuntamiento o Con­cejo. Por estar tan juntas las dos parroquias, desapareció la de San Juan, siendo derribada para dar mayor amplitud a la plaza del Ayuntamiento. Entonces pasaron a Santa María varias rentas nuevas y, sobre todo,

valiosas obras de arte: el retablo mayor de San Juan, que el obispo quería lle­var al monasterio de monjas de San Román de Medinaceli, y que gracias a las gestiones realizadas por el licenciado Núñez se quedó en Santa María; otros dos retablos laterales, dedicados a San Bernardo y a San Jerónimo: la cruz de plata, que, pues ya tenía Santa María la suya, fundieron para hacer una custodia y unos vasos de plata; una casulla riquísima de tercioplo rojo; las campanas y otras cosas valiosas. En 1593, el licenciado don Francisco Núñez costeó el gran órgano, y, por entonces, el obispo don fray Lorenzo de Figueroa y Córdoba hizo también notables aumentos en esta iglesia.

Como a todos los edificios notables de Molina, fue la invasión francesa y en especial la jornada memorable del 2 de noviembre de 1811 con el incendio y la devastación sistemática de la heroíca villa que entonces ganó su título ciudadano, la que destrozó y dejó abandonada y sin culto a la iglesia de Santa María del Conde, que durante tantos siglos había sido el centro de la vida religiosa y social de la capital del Señorío. Es ahora que, con su reciente restauración y conservación, y su uso habitual para temas culturales y concejiles, se ha afianzado aún más su recuerdo en el noble y ancho cajón de los pechos molineses.