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noviembre, 1975:

En el centro, Barbatona

 

Por toda la provincia de Guadalajara se extiende por los rincones; entre clamores de rojiza piedra, sobre la altura viril de los peñascos, en la umbría suave de las arboledas, sobre los páramos, incluso, mostrando sus humildes paredes de tapial, su campanil raquítico, su nave blanqueada en la que, al fondo, se distingue entro, flores y lucecillas de color, el rostro pequeño de la Virgen María, rodeado de un manto anchísimo de seda. Durante siglos de fervor mariano, cada pueblo de nuestra, tierra ha ido elaborando su leyenda, anotando milagros, celebrando romerías. Bien sabe de ello, y bien nos lo dijo no hace mucho en un libro recopilador de advocaciones marianas en Guadalajara, Jesús García Perdices.

El centro de todas las oraciones, de todas las peregrinaciones y reconocimientos milagrosos, está cerca de Sigüenza. En un otero al borde del pinar, asomada ya al alto páramo del ducado. En Barbatona, al borde de la carretera, se ven algunas casonas, una callecica corta y cuestuda, y un par de ermitas de distinta contextura. Aquello es el centro de una antigua y hoy todavía honda devoción. Es el santuario de Nuestra Señora de la Salud. Es Barbatona.

La devoción a esta Virgen tiene su origen remotísimo, nacido Con seguridad, en los tiempos medievales en los que tantas imágenes se «aparecían», cuando en realidad lo que se hacía encontrar, alguna talla escondida anteriormente, por miedo a las invasiones árabes, entre algunas rocas o zarzas. Quiere la leyenda, en este caso de Barbatona, que la Virgen se apareciera a un pastor entre las ramas de un pino, y así las gentes de la región indicaban un árbol ya viejo y desgastado con el nombre del «Pino de la Virgen». El hecho es que la talla de María pertenece a la baja Edad Media, posiblemente del s. XIII, pues en un estilo románico algo evolucionado aunque todavía sim­ple y esquemático, está hecha.

La primitiva ermita, de corte medieval y chata espadaña triangular de remoto origen medieval, fue, utilizada para el culto mariano hasta 1835, en que se comenzó a levantar la actual. En 1854 se puso el Pórtico metálico y se alzó la espadaña, y, finalmente, en 1865 se le agregaron las dos naves laterales. Una amplia barbacana o mirador sobre el paisaje circundante, se extiende ante el santuario, y en prolongación de ella la hospedería de peregrinos,  que fue levantada en 1881, y en 1925 se amplió con un segundo piso, él amplio salón, con que hoy cuenta. Quizás de todos los edificios del  caserío, sea el más antiguo relacionado con la devoción, mariana, la llamada «Casa de la Virgen», que la Cofradía levantó en 1766, y que, construida en sillar rojizo de arenisca, ostenta sobre la puerta un gran escudo del obispo Santos Bullón.

Al interior, destaca el gran retablo de corte barroco, con dos pares de columnas estriadas y rodeadas de voluta vegetal, sin gran mérito en cuanto a su razón artística, pero ostentando en el centro la imagen de la Virgen de la Salud, instalada sobre una plataforma giratoria, que permite ser vista de frente desde su Camarín. Se accede a éste por t4na escalera que parte desde las puertas laterales del retablo. El techo del Camarín se encuentra decorado con sencillas pinturas al fresco en que vemos los atributos y símbolos de la Virgen.

El interior, muy recientemente restaurado lo vemos ocupado en sus paredes con decenas de lápidas en que se inscriben los nombres agradecidos de quienes recibieron la salud de la Virgen. Antiguamente, la profusión de exvotos y cuadros votivos era ingente y llenaba los muros, las columnas y casi hasta las techumbres. Hoy se ha limpiado tal abundancia y sólo se mantienen aquellos más antiguos o curiosos. En otros ­pequeños cuadros de arte popular, que hoy rellenan dos paredes del templo mariano, vemos retratado el problema incesante de las desgracias, los accidentes y las enfermedades que acechaban a los pobladores de la tierra seguntina. Sobre, una cama pequeña o rica, junto a los familiares atribulados, yace el enfermo. Y en un ángulo de la escena, resplandeciente y coloreada, la Virgen se aparece trayendo la salud perdida. Sería curiosísimo hacer la nómina, uno por uno, de todos estos cuadros votivos. La mayoría de ellos son de un popular aire barroco. De los más antiguos es el que dice: “Año de 1737. Estando Esteban Arauz y Cámara mui a las últimas de una grabe enfermedad, le ofrecieron sus Padres a Esta Santa y Milagrosa Ymagen. En breve fue sano”. En otro de 1755 se retrata la primitiva ermita en su interior, pues se va a una madre y sus hijos ante un pequeño altar, y debajo se lee: «Allándose Francisca Yturmendi cuatro meses baldada y Manuel y Ramón de Aguas gravemente enfermos, se ofrecieron al mismo tiempo sus dos hijos a Nuestra Señora de la Salud, por cuia yntercensión fue su Magestad servido concedérsela y vinieron a su santa ca a dar las, devidas gracias el Año de 1755». En estos cuadritos, se ve desfilar la patología, un tanto oscurecida por la ignorancia, de aquellos días: fiebres de sobreparto, tabardillo, calenturas, vómitos de sangre, carbunclo, dolores de costado… Y cientos de dolencias y desgracias desaparecían tan sólo hacer advocación y ofrecimiento a la Virgen de la Salud. Los cuadritos eran pintados por profesionales del tema, que daban a su arte un cariz de infantil llaneza, y un colorido que gustaba a quien lo pedía. Se sabe que en el s. XIX era un señor apellidado Gómez, vecino de Sigüenza, quien se en­cargaba de esta tarea.

Existe todavía una institución que cuida de la, devoción a esta imagen. Se trata de la Cofradía de la Virgen de la Salud, que se fundó en 1734, en Sigüenza, y allí tiene hoy su sede. Se rige por un abad y tiene un número limitado de cofrades que se encargan de cuidar el santuario, administrar sus caudales, y dar solemnidad a su fiesta, que tiene lugar el domingo siguiente a la fiesta de la Natividad, en septiembre. Esta cofradía ha sido la que, desde su fundación, ha hecho las obras de ampliación y arreglos, ha adquirido mantos, coronas y otros utensilios para el culto. Incluso el retablo, la reja, el púlpito y todo cuanto adorna el santuario fue costeado por esta institución. Que llegó a contar entre sus cofrades a don Francisco Díaz y Santos Bullón, obispo de Sigüenza en el siglo XVIII, nombrado en 1756 hermano mayor y protector. En 1955 se celebró con gran solemnidad, la Coronación de la Virgen de la Salud de Barbatona, y es todavía hoy, en los meses de mayo Y septiembre, que las gentes de Sigüenza y de la provincia toda dan una muestra de su devoción por esta advocación mariana, con las grandes peregrinaciones que desde la Ciudad Mitrada al Santuario se realizan, en las miles de personas participan con su cántico y su oración. Cuenta, pues, esta Virgen de Barbatona, con el mejor lugar, con el más céntrico en pechos y en canciones, de todas las Vírgenes de Guadalajara. Y el Santuario, al borde de la pinarilla, anclado en la propia tierra seguntina, da cada día su palabra de honda devoción mariana de estas gentes.

Las marcas de cantería

 

Hay una faceta de la historia y el arte de nuestra provincia alcarreña que es sistemáticamente ignorada por cuantos lo estudian, o admiran. Problemática que se extiende al restó del país y aún diríamos que de Europa, donde aún no se ha abordado con seriedad y rigor este tema. Que por otra parte, es verdaderamente sugestivo, misterioso, quizás clarificador de muchas parcelas de la sociología y la cultura medievales hasta ahora oscuras. Se trata de las marcas de cantería que, observando atentamente, se ven en todos los monumentos levantados durante los siglos de la Edad Media. Son unas casi im­perceptibles líneas, círculos o di­versas figuras trazadas sobre la piedra sillar de los edificios, unas veces repetidas monótonamente; otras, muy variadas en su forma. Desde la catedral de Sigüenza al monasterio de Monsalud, y desde las iglesias románicas de Molina hasta el palacio del Infantado en Guadalajara, por toda la provin­cia se extienden estas marcas. Quisieran ser líneas, al mismo tiempo que, de divulgación de un tema poco conocido, heridoras de una curiosidad, y capaces de entusiasmar a quienes podrían llevar a cabo, en una labor plena, de sugerencias, el «corpus» general de las marcas de cantería en la provincia de Guadalajara, paso previo para poder comenzar a elaborar teorías acerca de su significado.

Este es el tema más difícil, quizás, de la interpretación del arte medieval. Más oscuro aún que el de la iconografía de los «bestiarios», de los capiteles románicos de fondo mitológico oriental o del orden de los ventanales en los paramentos de las catedrales. Hasta el íntimo significado de las marcas de cantería, tanto en un orden general, como en el particular de cada monumento, nadie ha llegado. Fue don Andrés Pérez Arribas quien, en nuestra provincia, primero publicó un trabajo sobre este tema. Estudiaba y anotaba por épocas y monumentos las marcas de cantero de diversas edificaciones románicas y góticas del sur de la provincia: iglesia de Alcocer, monasterio de Monsalud, parroquia de Millana, etc. Aportaba algunas ideas acerca de su interpretación que no carecían de interés. Muchos otros autores, con anterioridad, se habían preocupado del tema: Cruzada Villamil, Mariategui, Martínez, Salazar, Pamo, Simancas y Viriato  Pérez‑Díaz, en España, y gran cantidad de extranjeros también lo han hecho, como, Didrón, Ainé, Kletz, Forrester, Raczyrisky y Bernardo Lopes. Hubo una época, en los finales del siglo pasado, en que el tema apasionó, y muchos historiadores del arte se lanzaron a las suposiciones. Para Viriato Pérez-Díaz estaba clarísimo el significado franc‑masónico de estos signos, pues muchos coincidían con letras del abecedario de estas sectas, y aún podían encontrarse los mismos signos en edificios de cualquier parte de Europa, lo que sería confirmación de haber intervenido en ellos gentes de una misma Hermandad o secta.

Quien ha hecho más modernamente el más cabal y desapasionado estudio del tema de las marcas de cantería, da sido el arquitecto español don Vicente Lampérez Romea, quien ha dado un repaso completo a su historia, localización y posibles significados. En realidad, la costumbre de marcar con algún signo las piedras sillares de los edificios, es antiquísima y ya usada por los caldeos, egipcios, persas y romanos. En las murallas de Tarragona he visto personalmente algunos grandes signos grabados. En la Edad Media se generaliza su uso, coincidiendo con el auge de los gremios y corporaciones obreras. Son los siglos XII al XV los que más abundancia muestran de ellos, y en el XVI prácticamente han desaparecido. De su posible significado no queda más que decir algunas de las principales, teorías que sobre ellas se han dado. Es la primera la que los cataloga como signos de un claro sentido esotérico y mágico, pues frecuentemente aparece la cruz esvástica, el macrocosmos o, sello de Salomón, el microcosmos o figura pitagórica, etc. Vemos muchos de éstos en las paredes del monasterio de Buenafuente, monumento construido en el siglo XII por canónicos franceses, que podían haber traído consigo sus propios albañiles, canteros y constructores. Si es cierto su entronque y pertenencia a logias masónicas constituidas por los canteros (no olvidar que el nombre de masón proviene del francés «maçon», que significa albañil, hombre que casas, «maisons») estos signos o marcas serían puestas por sus miembros como prueba de su existencia y mensaje perpetuo de su actividad. Más fácil es admitir otras posibles teorías. Así, la que propone sean estas marcas como firma de cada cantero o cuadrilla de ellos, para así justificar su trabajo y cobrar luego por el sistema de destajo: tantos sillares tallados, tanto se cobra. De todos modos, es difícil admitir esto, pues en todas las construcciones donde vemos estas marcas, en unos sillares aparecen y en otros no. De todos modos, existen incluso documentos que prueban haberse usado de este sistema de trabajo y cobro, y es la teoría más lógica.

Otras explicaciones para estas marcas de cantería podrían ser las que las explican como señales que faciliten, posteriormente a su talla, la colocación en los muros del edificio a que se destinan. Serían marcas de asiento en los sillares. En algunos casos, sin embargo, está demostrado que las marcas se tallaban cuando Ya la pared estaba colocada. De todos modos, aún pueden considerarse a estos signos como marcas personales de un obrero (inicial de su nombre; monograma), como relativo a sus creencias o, devociones, al estado social o profesional que, tiene aparte del de cantero, (una ballesta, una bota, unas tijeras), etc. Incluso podrían ser, en otros casos, explicativos de la persona que mandó labrar el edificio, del donante o fundador de un ‑templo o monasterio. En algunos edificios gallegos vemos confirmada esta teoría. Lo que sí es muy claro, tras estudiar muchas marcas de cantería de toda España, es que éstas no sirven para clarificar las épocas de construcción de los monumentos, pues marcas idénticas aparecen en construcciones de muy dispares cronologías e, incluso, estilos artísticos.

El repaso y colección de las marcas de los edificios de la provincia de Guadalajara, insisto, sería una tarea de verdadero interés para cuantos gusten de estas investigaciones. Como aportación inédita, facilito aquí la serie de marcas que aparecen en un edificio de nuestra ciudad, que se sale un poco de las corrientes normales en que se estudian estas marcas. Tanto por su época tardía de construcción (finales del siglo XV) como por su destino civil, el palacio del Infantado es un ejemplo curioso como poseedor de estas marcas. Junto a estas líneas se reproducen las que aparecen en los sillares inferio­res de la fachada.

Don Bernardo, conquistador y obispo

 

La figura de don Bernardo de Agen ha sido siempre venerada en Sigüenza como la de un valeroso y benemérito varón que dio a la ciudad el sesgo de reciedumbre y de categoría que desde entonces ha tenido. Aunque natural de lejanas tierras norteñas, su vocación apasionada de guerrero y fundador le hizo viajar a la Meseta, con otros hermanos y compañeros suyos, donde desarrollaron la lucha Contra el moro, y pusieron las bases de un empeño socio‑cultural de cristiana razón.

De don Bernardo queda hoy cumplido recuerdo en la catedral de Sigüenza: sobre el muro de la girola, iniciando su recorrido desde la nave del Evangelio, entre las puertas de la sacristía menor y la de «las cabezas», se ve un sepulcro tallado en pálido mármol, donde se contienen sus restos, aparece su imagen yacente, y se lee larga frase relativa a su vida y obra. No es contemporánea de don Bernardo esta sepultura. En dos lugares diferentes reposó su cuerpo, uno de ellos en la capilla de San Agustín, una de las absidiales del primitivo templo románico, que desapareció al abrir la actual girola. De allí se trasladó a este lugar, siendo ‑ realizada su estatua y sepulcro por Martín de Lande en 1499, y luego, en 1579 retocada por Luís Usarte.

Es un nicho de la pared, sin base ni peana, enmarcado por dos pilastras que sustentan un arco escarzano, con intradós de casetones. Bajo la estatua se ven tres arquerías ciegas, de florido gótico, con sendos escudos nobiliarios en los extremos. El obispo va revestido con dalmática, casulla y capa, escasas de adorno, excepto la tira central de la casulla, que desarrolla un tema ornamental de entrelazos que recuerdan a una de las arquivoltas de la puerta románica de la catedral. Las manos cruzadas, en la izquierda porta manípulo, y en la derecha el anillo episcopal en forma de roseta. Apoya la cabeza, con mitra decorada vegetalmente, sobre un par de almohadones, más grande el inferior. A sus pies aparece un perro, signo de la fidelidad. Sobre el fondo o tímpano de ese arco que le cobija, vemos una curiosa y mixtilínea composición en relieve, en la que, encuadrada por sendos angelillos de rudo estilo renaciente, portando la cruz y el cáliz, vemos un encantador Calvario de tono gótico tardío, con un breve Cristo crucificado a cuyos pies dos angelillos sostienen un paño. A su derecha aparece la Virgen y a la izquierda San Juan, con su evangelio en la mano.

La leyenda, en caracteres del siglo XVI, dice lo siguiente:

«Aquí yace don Bernardo, natural de la ciudad de Aquino, del reino de Francia, fue capiscol de Toledo, y des / pues que España se restauró de los moros cuando el Rey don Rodrigo la perdió, fue el primer obispo de Sigüenza. Ennobleció y cercó esta ciudad. Reedificó y bendijo esta iglesia en el día de San Esteban del año 1123. Instituyó en ella pila y canónigos seglares de San Agustín. Hízoles donación con otras muchas / de los diezmos de esta ciudad, siendo Sumo Pontífice Calixto Segundo, reinando en Castilla y León, don Alfonso / VII que fue el llamado emperador. En esta era estaba de la otra parte del Tajo ocupada de moros / y por tradición antigua se refiere que este prelado fue a la guerra y dejó ordenado que si en ella muriese le traxesen a esta iglesia y en ella le enterrasen en la forma que lo hallasen muerto. Falesció / siendo electo arzobispo de Santiago año de 1143. Hallose en su antiguo sepulcro la cabeza hacia oriente y de la misma manera se trasladó y se puso aquí en el año 1598, siendo pontífice Clemente / VIII reynando en España don Felipe III deste nombre y siendo obispo y señor desta ciudad / Fray Don Lorencio de Figueroa y Córdoba y en este mismo año sé acabó la obra de este trascoro» Debajo de ella hay dos fragmentos mucho mas antiguos seguramente traídos de su primitivo enterramiento, en los que se lee, respectivamente: «El obispo don / Bernardo», y «su madre del obis / po don Bernardo»

La biografía, escueta de este hombre precisa corregir algún error de dicho epitafio, y así podemos saber que nació hacia el año 1080, en la ciudad de Agen, por entonces perteneciente al ducado de Aquitania, unido a la corona de Aragón. No era, pues, un extranjero. Su tío ocupó la silla episcopal de Segovia. Sus padres residieron en Castilla, donde otro hijo, don Pedro, ostentó la diócesis de Palencia, y la hermana de ambos obispos, doña Blanca, fue casada con un tal Sancho de Peñaranda, luego, señor de Moratilla y Séñigo.

Comenzó su carrera eclesiástica don Bernardo como capitular de Toledo, en su calidad de chantre. Nombrado obispo de Sigüenza en 1121, cuando aún estaba gobernada por gentes árabes, que desde Cuenca se asomaban por las serranías del Tajo y del Ducado hasta esta orilla del Henares, peleó junto, al rey Alfonso VII durante unos años, hasta que en 11124, el día de San Vicente, culminó su propia, ofensiva conquistando de manera definitiva la ciudad que a partir de ese momento, regiría espiritualmente. Años después,  en 1138, el mismo emperador Alfonso daba a don Bernardo el señorío y gobierno de la ciudad baja, añadiéndole el de la alta, con su castillo, en 1146, con lo que desde entonces los obispos vinieron siendo auténticos señores de toda la ciudad de Sigüenza y grandes territorios a ella anejos.

La obra de este prelado fue inmensa, dedicándose desde un primer momento en construir una catedral digna, comenzada pues en severo estilo románico; también desde el primer momento se ocupa en fundar y organizar el cabildo de hombres que le asistan y ayuden en tan difícil empresa. Y es en 1144 cuando la institución cobra un matiz de ascética vida religiosa, al aceptar por suya la regla de San Agustín. Incluso el mismo don Bernardo confiere todas sus posesiones a este naciente Cabildo de reglar contextura. A diversos concilios, españoles y europeos, asistió el prelado, y nunca cesó de conseguir donaciones para la ciudad, de dictar normas urbanísticas y comerciales para hacerla más rica y más habitable. Dice la tradición que murió en el lugar de Huertahernando, junto al Tajo, aún peleando contra los árabes. El hecho ocurrió en 1552, y desde entonces su cuerpo y su recuerdo reposó entre los pardos y fríos muros de esta catedral seguntina que él iniciara. Su recuerdo, símbolo de un par de fuerzas, militares y religiosas, común a la Edad Media hispana, prevalece aún entre nosotros.

Nuevos datos sobre Fray José de Sigüenza

Fray José de Sigüenza, monje jerónimo, en un cuadro al óleo conservado en la biblioteca del Real Monasterio de El Escorial

La figura de fray José de Sigüenza, monje, Jerónimo del siglo XVI y su, importancia capital en la historia de la cultura española, ya ha sido destacada en repetidas ocasiones. Pero no podemos dejar de hacerlo hoy nuevamente, ante la aparición de algunos datos que completan el nuevo aspecto humano de este sabio. Aunque muchos tratadistas le incluyen en la nómina de los historiadores hispanos, no puede olvidarse la frase con que le calificaba don Marcelino Menéndez Pelayo, de que fue «quizá el más perfecto de los prosistas españoles, después de Juan de Valdés y de Cervantes» Su primera obra, la «Instrucción de maestros, y escuela de novicios» (Arte de perfección religiosa y monástica), es ya, una pequeña obra maestra. Pero es en realidad su gran «Historia de la Orden de San Jerónimo», la que le sitúa en lo más alto de los decires españoles, pues en ella utiliza, no sólo la técnica y el buen arte del historiador, sino la prosa más sabrosa y elegante del siglo. La figura de fray José se agiganta, incluso, en el campo de la religiosidad y de la historia del pensamiento espiritual. Son apreciaciones más modernas las que, a partir dé su obra, y estudiando cuidadosamente su biografía, le sitúan en uno de los puestos más destacados del erasmismo español. Discípulo y amigo íntimo de Arias Montano, formó en El Escorial, de donde llegó a ser prior en el grupo de los preocupados por la nueva religiosidad que en el siglo XVI se planteaba cómo respuesta a tanto vacío boato de la Iglesia, y como culminación de un camino iniciado en el Quatroccento italiano y flamenco, que fundamenta el edificio espiritual del Renacimiento todo. Por ello, no pudo escapar fray José a las investigaciones de la Inquisición, que le llevó a formar un expediente o proceso del que finalmente salió ileso. Hay quien dice que le fue formado por la envidia de otros monjes escurialenses, aunque lo cierto es que, según las premisas utilizadas por el Santo oficio, los dichos y manifestaciones de fray José eran susceptibles de ser considerados en el Tribunal encargado de mantener la puridad religiosa. Sólo el favor del rey, de su protector Felipe II, le pudo salvar de ser condenado.

Y es precisamente este, proce­so inquisitorial, hasta ahora no conocido totalmente, el que, al ser descubierto, nos ha aportado nuevos datos acerca del fraile jerónimo José de Sigüenza. El descubrimiento se ha hecho en la Universidad de Halle (Alemania), por el profesor español don Gre­gorio de Andrés y Martínez, de la Universidad Autónoma de Madrid, quién piensa editar en un libro su importante hallazgo. Como era normal en el interrogatorio previo al proceso inquisitorial de todo español que a tan alta y difícil prueba era sometido, fray José declara algunos datos de su vida que nos eran hasta ahora totalmente desconocidos. Y con­ firma algo que de siempre había sido sospechado, con fundamento como ser ve. Era natural de la ciudad de Sigüenza, en la que fue nacido  en 1544.  Su nombre completo era el de José Martínez Espinosa, y era hijo de Asensio Martínez, natural también de Sigüenza, y sochantre de su catedral. Su madre, Francisca de Espinosa, era natural de Espinosa de los Monteros, provincia de Burgos. Por su origen natural (hijo de un eclesiástico), utilizó solo el apellido de la madre, y así en los documentos de su vida civil, aparece con el nombre de losé Espinosa. Con él se matriculó y estudió artes en la Universidad de Sigüenza, en 1566, tomó el hábito jerónimo en el monasterio del Parral en Segovia. De estos últimos datos referentes a sus estudios, dio cuenta brevemente fray Francisco de los Santos, ­en la «Vida del V.P. fr. Joseph de Sigüenza»

Tal descubrimiento es capital para la historia de este escritor. Por una parte, porque aporta sus datos breves, pero muy explica­tivos, de su origen y naturaleza. Y por otra porque nos muestra el proceso inquisitorial completo de fray José, con lo que tiene ello de revelación y complemento en el conocimiento de la espiritualidad reformista que, alentaba en un grupo de monjes escurialenses, aquellos que más fielmente, siguieron al bibliotecario del centro, Arias Montano. La causa de hallarse tan importante documento para la historia de España, en una institución alemana, es cosa que ignoramos. Probablemente se trate de uno más de cuantos papeles se dieron por Inútiles, desperdigados o robados, cuando la Desamortización de Mendizábal, en 1836, y vendido por alguien a cosavejeros extranjeros que tantas cosas de interés, obras de arte, incluso documentos y libros, se llevaron fuera de nuestras fronteras. Quizás este hallazgo venga a colmar, aunque ya después de muertos, los afanes investigadores de tantos alcarreños que se dedicaron infatigablemente a la busca de la auténtica identidad de fray José. No pode­mos olvidar, pues, en esta hora, a don Juan Catalina García, don Román Andrés de la Pastora, fray Toribio Minguella, incluso al propio don Juan‑José Asenjo Pelegrina, quien en nuestros días ha estudiado al detalle, la vida y la obra, dé esta importante figura.

Que ahora queda, ya definitivamente y con verdad comprobada, en la ancha nómina de seguntinos ilustres. Sube, pues, fray José de Sigüenza, a esta galería del recuerdo, hoy más, alcarreño que nunca, y con su carné, de identidad en regla para cuantos quieren saber, de los hacedores del pensamiento, su primera razón vi­tal que les encuadre  en un momento y un lugar exactos de la historia.

Acto cultural en Aldeanueva

 

El pasado Viernes, día 24 de octubre, tuvo lugar en, Aldeanueva de Guadalajara el proyectado acto de entrega a su parroquia, del premio obtenido por la misma en el Concurso provincial convocado por la Excma. Diputación para premiar la mejor tarea de restauración y conservación del patrimonio histórico‑artístico de nuestra tierra.

Situada en plena meseta alcarreña, a 14 kilómetros de la capital, Aldeanueva de Guadalajara es una villa de carácter eminentemente agrícola, de la que muchos vecinos han venido a residir o trabajar en la ciudad. Su iglesia parroquial forma ya entra, las obras de arte más interesantes y meritorias de toda la provincia. Se trata de un magnífico ejemplar del arte románico-­mudéjar, de semejantes características a la parroquia de Santiago de Guadalajara, pero de más reducidas dimensiones. Un cuerpo único, con atrio al sur, donde se abre la puerta de ingreso al templo, abocinada y, enmarcada en alfiz de ladrillo con pequeños lazos en el centro y las enjutas. Dentro, el presbiterio es de un efecto inolvidable: un grande y alto arco triunfal le da entrada desde la nave. Primero es una bóveda de medio cañón, toda cubierta de ladrillo, y luego una cúpula de cuarto de esfera, tapizada de lo mismo. Este magnífico edificio, se encontraba con tan señalada ocasión iluminado tanto en su exterior como en el interior. Los servicios de la, Excma. Diputación Provincial consiguieron realzar por medio de luces y sombras la silueta rural de este templo, que podía contemplarse desde la distancia, en la noche otoñal y tranquila, como un ascua de luz. El interior había sido también extraordinariamente iluminado.

A las siete y media de la tarde llegaron las autoridades que presidieron el acto. Se contó con la presencia de nuestra primera autoridad provincial, Excmo. señor don Pedro Zaragoza Orts, gobernador civil y jefe provincial del Movimiento. Con el Excmo. y Reverendo señor obispo, doctor don Laureano Castán Lacoma; presidente de la Diputación, Ilmo. señor don Francisco López de Lucas; vicepresidente de dicha Institución, don Luís Rodrigo Arribas, delegado de Información y Turismo, Ilmo. señor doctor don José MartiaIay San Antonio; procurador en Cortes por la provincia, doctor don Félix Calvo Ortega; alcalde de Aldeanueva y conceja­les, y gran número de personas del ámbito cultural de Guadalajara y Madrid. Un numerosísimo público, que rebosaba los, límites del templo y se extendía por el atrio y proximidades de la iglesia siguió por medio de altavoces el discurso del mismo.

Abrió la serie de intervenciones don José Antonio Suárez de Puga, presidente de la sección de Historia de la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana», quien en breves palabras justificó el acto como una colaboración, a las intenciones del Año Europeo del Patrimonio Arquitectónico. A continuación el señor López de Lucas hizo entrega al que como párroco de la iglesia dirigió sus obras de restauración, don Calixto García, el premio consistente en 25.000 pesetas y un artístico diploma. Glosó el señor presidente de la Diputación Provincial la tarea magnífica de restauración llevada a cabo, y manifestó su apoyo total a estas tareas de cuidado por lo que de mayor interés tiene nuestro patrimonio artístico. Fue luego don Calixto García quien habló acerca del proceso de restauración de su iglesia, de las escasas ayudas encontradas, y de su fe y si tesón porque aquello legara a realizarse dignamente. Como intervención central del acto, tomó a continuación la palabra este cronista, quien a lo largo de cuarenta minutos desarrolló el tema del “Mudejarismo en Guadalajara”

Como segunda parte del programa, actuó luego el Orfeón «Santa Teresa» de la Sección Femenina del Movimiento de Guadalajara, dirigido por don José Simón, obsequió al público con ocho canciones de tema religioso y popular, acabando con una Salve acompañada por Iodos los asistentes, cerrando el acto el señor obispo con una oración. A continuación, el Ayuntamiento de la villa obsequió a las autoridades y asistentes con una copa de vino español.

De completo éxito puede calificarse este acto tan simpático y tan trascendente al mismo tiempo, pues tuvo, dos protagonistas principales: el pueblo entero de Aldeanueva de Guadalajara, a el asistente en masa, gozando de una «fiesta como no la habían tenido nunca», según manifestaban algunos vecinos, y, el otro protagonista fue don Calixto García, ese sacerdote entusiasta e inteligente que supo cargar, y salir airoso, con un trabajo titánico y difici­lísimo, cual era poner, en su ori­ginal estado de mudejarismo una iglesia que había sido desfigurada en todos sus aspectos, durante largos siglos. El aire popular, y a un mismo tiempo altamente in­telectual de la jornada, se quedó como modélico para las actuaciones de la Institución de Cultura «Marqués de Santillana», pionera hoy por hoy, en las atenciones culturales y de calidad que se dan en nuestra provincia de Guadala­jara.