Mudejarismo en Guadalajara
Nos reunimos en esta ocasión para exaltar un tema, un camino recorrido, una faceta recóndita paro elocuente, del arte y la cultura de nuestra tierra. Materializada en una construcción religiosa, personificada en un pueblo que ha sabido comprender, en este mundo de hoy que rinde diario homenaje al confusionismo, la misión preclara, trascendente y sublime que cada apartado rincón de la geografía hispana, y a sus habitantes, le cabe realizar. Ha sido la construcción de esta iglesia parroquial de Aldeanueva de Guadalajara, ya ocho veces centenaria, la que ha servido de espejo en nuestra provincia a las tareas, más bien escasas, de restauración de viejos edificios arquitectónicos y obras de arte, consiguiendo el primer puesto en la competición provincial que nuestra Institución Cultural “Marqués de Santillana” ha convocado con motivo del Año Europeo para la Defensa del Patrimonio Arquitectónico. Durante varios años, un hombre de ilimitada esperanza y de atinado juicio, amparado por su entusiasmo, y por el apoyo de la jerarquía eclesiástica y el propio pueblo fiel de Aldeanuela, -ese hombre es su párroco don Calixto García– ha llevado a cabo, con los escasos medio que la economía parroquial disponía, una tarea magnífica de limpieza, remozamiento y acabado de estructuras y detalles en este templo, que le han hecho colocarse, desde su oscuro puesto antiguo, en la primera línea de las obras de arte de esta provincia de Guadalajara. Catalogada esta iglesia en el escasísimo repertorio del estilo románico-mudéjar, nos da pie para que, en esta hora de júbilo como es la de entregar un premio por su atinado rescate, recordemos aunque sea por encima, la aventura total de lo que se conoce por “mudejarismo” en España, lugar único del mundo donde esta forma de vida y de cultura se ha dado.
Nos asalta desde el principio una duda. Y es precisamente la consideración de las posibilidades que existen para catalogar como “cultura” propia e independiente, éste que llamamos mudejarismo, y que para otros no es sino una situación social de características muy propias, que llega a dar sus manifestaciones culturales, en el ámbito general del país, bajo un prisma propio. Lo mudéjar no es sino la expresión de un determinado estrato social, creado en el curso de una situación histórica concreta. En pocas líneas, y con las salvedades que toda generalización demanda, podemos decir que los mudéjares son aquellos individuos de raza, religión y cultura árabe que no abandonaron el territorio que ocupan cuando es reconquistado por el Estado cristiano, castellano o aragonés, en ese proceso secular que como Reconquista. Quedan en una situación parecida a la de los cristianos que no abandonaron su territorio cuando la invasión árabe, y que conocemos como mozárabes. En ambos casos se respetaron vidas, haciendas, religión y cultura, con un admirable sentido de la tolerancia. Las condiciones especiales de sometimiento a que quedaron sujetos estos individuos, han sido las que han creado su nombre. Como constitutivos del Estado con el que durante siglos se ha guerreado, y a pesar del respeto de los vencedores, éstos les someten a unos impuestos o tributos. Estas características tuvieron enseguida un nombre entre los árabes, derivado del primitivo del “ahl – ad – dayn” (gente que permanece, gente rezagada), y fueron denominados, por parte de los que abandonaron los territorios ocupados, “mudayyan”, o sea: tributario, vasallo, sometido. De esta palabra, acuñada con seguridad en la región aragonesa-levantina, de mayor densidad de estas gentes, derivó la voz castellana de “mudéjar” que hoy usamos. Los castellanos sin embargo, no utilizaron esta palabra hasta mucho tiempo después de convivir con ellos, y hasta finales del siglo XV, en que tal ocurre, les denominaron “moros” simplemente.
También este detalle es ilustrativo de otro aspecto de la cuestión mudéjar, y es el tipo de gente, la condición social de los que constituyeron este grupo: sabido es que la invasión de Hispania por parte de gentes africanas, el año 711, se llevó a cabo por un escasísimo número de soldados, árabes y sirios principalmente, que no sobrepasaron el número de 20.000. Durante el transcurso de los siglos la sucesiva entrada de gentes beréberes y norteafricanos fue consolidando un pueblo, el hispano-árabe, en el que entraban a formar parte, también como estrato de inferior categoría social, los cristianos mozárabes, y en el que descollaban como dirigentes, por su mayor formación cultural y su prestigio de raza originaria, los árabes del próximo oriente. En los días de la Reconquista, es el pueblo bajo, el sustrajo berebere, el que se queda en territorio conquistado por los cristianos. Nada le mueve a seguir el paso de sus dirigentes, pues no tienen, como ellos el sentido práctico sobre el religioso. La jurisprudencia musulmana y el Corán condenaron siempre esta actitud. Ningún hijo de Mahoma debía quedar a residir entre los cristianos. Y a ninguno que tal hiciera le podía ser reconocido su carácter de creyente en caso de nueva conquista por parte de los árabes. Dejaba de pertenecer al imperio de la “dar – al – Islam”, y era consideraron, por unos y otros, como pobre de categoría moral. El mudéjar se alza ante nosotros, sin embargo, como un ser que ama su tierra, la única que ha conocido, y reclama su derecho a ocuparla, a trabajarla y disfrutarla. Levantado su razón vital por encima de las consideraciones sociales o religiosas que otros les hacen. El sentimiento nacionalista de estos individuos, ha sido probado por diversos autores que se han ocupado del problema mudéjar. Para Isidro de las Cajigas está claro este punto, incluso sustentado por el hecho de sur un estrato social bajo. Dice así este autor en su obra acerca de los mudéjares: “Entre mudéjares habría árabes o quienes pretendiesen descender de jefes orientales, para es indudable que en su mayoría fueron beréberes, mauritanos, que juntamente con los hispano-romanos islamizados, se apegaban al terreno seducidos indiferentes a la carencia legítima de un “imán” que los guiara, y un poco rebeldes a la tiranía fanática de su propia religión, que les imponía la huída. Ese nacionalismo y amor a la tierra española por parte de un grupo social, fue puesto de manifiesto siglos después, cuando la expulsión definitiva de los moriscos de España: los del pueblo extremeño de Hornachos llegaron a ofrecer a Felipe III la entrega de la poderosa “casba” de los Udaias de Salé la Nueva (hoy Rebata) a cambio de que les permitiese regresar a su tierra española y practicar libremente su religión.
Es el problema de la formación de lo mudéjar, como se ve, una cuestión meramente sociológica, de evolución de grupos étnicos o, por los menos, entramados por una razón de religión y de cultura, que se ven inmersos en una sociedad que los asimila fácilmente. La primara andadura de este concepto se da en el siglo XI, y es fácil centrarla en el año 1085, el de la reconquista de Toledo por Alfonso VI de Castilla. En ese momento cuando se puede decir que cambia el rumbo de la hegemonía sobre la península ibérica, y se pasa del case absoluta dominio islámico, la cristiano que encabeza Castilla. Repitiendo ideas anteriormente expuestas, vemos cómo una parta del pueblo musulmán, de raza diversa para centra en base coránica, queda reducida en aljamas abundantes y pobladas en el seno del territorio nuevamente conquistado por los reinos cristianos. Se ha querido ver en esos grupo un “espíritu de contradicción” que les lleva a creer la “cultura mudéjar” como una reacción hacia la mayoría predominante de los conquistadores. Creemos, sin embargos, que es radicalizar demasiado un asunto que consta de unas bases claras, unos mecanismos sencillos, y un resultado no demasiado llamativo. Ni podemos hablar, en último término, de “cultura mudéjar”, ni podemos quitar al mudejarismo, como amplia manifestación de vida, una fuerza y una originalidad incuestionables.
Más que un sistema de reacción y rebeldía, es un esfuerzo de acomodación y convivencia haba un destino común, si no de ideales, sí de la vida y de realización humana. Al provenir sus manifestaciones de un estrato popular, no existen muestras declaradas de lo que entendemos como base sustentadora de la cultura: un pensamiento, unos sistemas de expresión, una ciencia o una enseñanza. Asimilan, sí, y transforman lo asimilado, pero bajo el crisol de unas anteriores pautas totalmente islámicas. Y es en el terreno artístico donde se lleva a cabo esta simbiosis ejemplar e interesantísima y lo cristiano y lo árabe. El arte mudéjar como parte el mudejarismo dental, es lo que vamos a examinar en el territorio de nuestra actual provincia de Guadalajara.
La extensión del fenómeno mudéjar es muy amplio, aunque, lógicamente, reducido al ámbito de la península ibérica. El arte diamante del mismo ha sido catalogado, por tanto, como el más puramente hispánico de todos los estilos. Dentro de nuestra geografía, son las zonas de ambas Castillas, con centro en Toledo y Tierra de Campos, Aragón, con centro de Zaragoza y Teruel; Valencia y toda Andalucía, las que registran la huella, más o menos amplia, del estrato mudéjar. El reino de Aragón es, sin embargo, el de más profunda mudejarización, teniendo en cuenta que la persistencia de la vida islámica, con gobierno propio, duró mucho tiempo después de la reconquista de amplias zonas de Castilla, y habiendo estado regia por monarca árabes muy influidos de su entorno cristiano occidental, y en grades relaciones con él. Guadalajara, especialmente en su parte norte y serrana, apenas registra la presencia de mudéjares, dado que esa zona fue fronteriza mucho tiempo, y por tanto poco apta para el asentamiento reposado. Lo contrario de las partas bajas del territorio, los valles del Jarama, Henares y Tajuña, en que la feracidad del suelo y la antigua tradición romano-visigótica hizo poner numerosos núcleos urbanos.
El tema del mudejarismo en Guadalajara lo vamos a ver desde tres puntos de vista, quizás fragmentarios, incluso en algún detalle, pero en todo caso aleccionador de lo que este modo de vida supuso en el devenir de nuestra historia, nuestra literatura y nuestro arte.
Quedaron muchos musulmanes en las tierras bajas de Guadalajara, tras su reconquista en los siglos XI y XII. La conquista misma de nuestra capital, hecha mediante trato de Alvar Fáñez de Minaya con los dirigentes árabes que la ocupaban, es una prueba de ello. En tal ocasión no se derramó una gota de sangre, y el cambio de dueños se realizó porque las condiciones puestas por el castellano serían blandas y aceptables por los árabes. De ello no da confirmación el hecho de que fueran gran cantidad de estas gentes las que quedaran a seguir viviendo y laborando junto al Henares. Todavía en tiempos de Alfonso VI, los caballeros que estaban al mando de Hita hicieron una correría hasta Guadalajara, donde mataron algunos moros en ella habitantes ya bajo la protección del rey. Lo refiere el cronicón de Grimaldo, y añada que el rey castellano tuvo mucho disgusto de ello y castigó a los de Hita. La aljama mudéjar de Guadalajara fue muy importante y numerosa. Sus individuos siguieron dedicándose a los oficios artesanos, muy especialmente a la alfarería o “alcallería”, poblando la parte baja de la ciudad, cerca ya del río, en lo que hoy se conoce como “cacharrerías”. Hacían cacharros, y también cerámica y ladrillos. Su otra profesión más ejercida, fue la de “alarife” o albañil, trabajando en múltiples obras que los cristianos emprendieron durante los siglos XIII al XV. Especialmente en iglesias, murallas, etc., dando a todas esa construcciones el aire mudéjar característico. De estos alarifes hay prueba incluso con nombres, de que a finales del siglo XV trabajaban varios de ellos en las obras del palacio del Infantado, traía de aguas a la ciudad, etc. También existen pruebas documentales de la presencia de maestros carpinteros, ensambladores y rejeros, tanto en la misma ciudad como en los pueblos cercanos. Los batidores de metal tenían su asiento en la calle de “caldereros”, con que se conoció durante mucho tiempo a la que hoy denominados del “museo”. Incluso se dedicaron los mudéjares a los oficios de zapateros, curtidores y pellejeros, de lo que no nos ha quedado recuerdo gráfico. Se sabe, no obstante, que tenían su pequeña mezquita en el llamado “Almajil”, más o menos donde hoy se alza el convento de las Carmelitas de Abajo. Hasta el mismo año de la expulsión de los moriscos, en 1609, tuvo Guadalajara abundancia de ellos, y hasta hoy ha llegado su recuerdo.
Repartidos por la provincia existieron otros núcleos importantes de mudéjares: hasta el siglo XVI hubo almas en Almoguera, Hita, Brihuega, Pastrana y Zorita. Aunque este último pueblo fue poblado en 1156 con gentes mozárabes venidas desde Calatayud y Zaragoza, a lo largo de los siglos, y por sucesivas reconquistas de los árabes, se asentó geste de esta raza y religión en el lugar, quedando luego a vivir. Confirma esta noticia el fuero de Zorita, donde se les mencionas, lo mismo que el de Brihuega, del que sabemos existía un fueron para los cristianos, que se conserva, y otro especial para los moros o mudéjares; que se ha perdido. En Pastrana existe todavía el barrio del Albaicín, en el que residieron numerosos moriscos traídos de las Alpujarras para ocuparse en la empresa textil de la Pangía, junto al Tajo.
Pasando al terreno de lo puramente literario, es necesario comentar aquí alado de lo que es ha dicho acerca del origen mudéjar del “Libro del Buen Amor”, del Arcipreste de Hita. Ha sido fundamentalmente Américo Castro, “La realidad histórica de España”, quien apunta estas ideas. Una de ellas es la planamente árabe de que “vivir en la carne no significa necesariamente alejarse del espíritu, ni viceversa”. Al igual que Iben Hazam. El Arcipreste escribe “por dar ensiempro”, e porque sean todos aprcebidos”, y tiende un continuo puente, en sus versos, entre moralidad y sensualidad. Otro detalle en el que se ha querido ver una claro influjo musulmán, es la censura en el uso del vino “de cómo el Amor castiga al Arcipreste que aya en sí buenas costumbres, e sobre todo que se guarde de bever mucho vino blanco e tinto”, pues no procede del Evangelio tal recomendación, sino del Corán. Su comparación al libro de Hazam “El collar de la paloma”, hace del “Buen Amor” un espejo de la concepción vital musulmana. La experiencia erótica de Juan Ruiz, su doble vertiente de impulso sensual-freno ascético, loco amor-buen amor, es de procedencia islámica. Para Américo Castro, incluso los temas básicos de la literatura española, como son las figuras del pícaro, del don Juan y de la Trotaconventos, que tienen en el Arcipreste de Hita su inicio, son típicamente islámicos. Aunque se han hecho valiosas críticas a esta teoría, la formación mudéjar del arcipreste es indudable. La vega del Henares, de tradición árabe en la baja Edad Media, donde nace y se forma el poeta. Su convivencia con gentes lectoras del Corán. Sus estudios en Toledo, en aquella escuela que llevaba la tradición de los Traductores, de la simbiosis de tres razas, de la filosofía de Gunsilavo, ejemplo cultural todo ello único en Europa y muy atractivo para cuanto en aquella ciudad del Tajo se formaron luego.
Como un apéndice a es entronque de la literatura con lo mudéjar, sólo citaremos los retazos de “literatura aljamiada” que han quedado, consistentes en poesías o zéjeles escritos en idioma castellano, pero servidos con los caracteres del alifato o alfabeto árabe. El “poema de Yuçuf” y las “Coplas y poemas en alabanza de Mahoma” tuvieron amplia resonancia en la España de los siglos XII al XV, y demuestran, una vez más, la íntima y familiar mezcla de culturas, cristiana y árabe, dando por resultado “lo mudéjar”.
Ello nos lleva a tratar, finalmente, el tema del arte, tanto arquitectónico como ornamental, que este modo de vida de la Edad Media Española nos dejó bajo la impronta del mudejarismo. Se ha discutido mucho, especialmente en el reciente Congreso Internacional sobre Mudejarismo que tuvo lugar el mas pasado en Termal, de la auténtica dimensión del arte y la plástica mudéjar: incluso de su existencia o inexistencia. Cuestión tan radical se planteó al examinar a fondo las aportaciones verdaderamente originales del pretendido arte mudéjar: la toma de detalles de las construcciones y ornamentos árabes y cristianos, hacen ponerse a muchos críticos en la línea de negar la existencia de esta estilo en cuanto a tal. No es este lugar de tomar una postura sobre el problema, pero creemos que un arte no lo constituye solamente el conjunto de facetas originales, y sus ejemplos más notables, de una determinada forma de tratar la materia: un arte existe desde el momento en que es expresión clara y concreta de una sociedad también muy delimitada. Y tanto más puro cuanto de un grupo de características muy peculiares proviene. El arte mudéjar, pues, es para nosotros algo real, muy extendido y dador a la historia del arte español, de sus ejemplos quizás más autóctonos, y, desde luego, de entre los más bellos y significativos. Su extensión territorial llega a regiones muy distantes y de vario fondo social: desde la Tierra de Campos en Castilla la Vieja, al Algarbe portugués, y desde el Aragón pleno a la Andalucía sevillana y onubense. Pasando, es obvio, por esta tierra de Guadalajara, donde quedaron piezas magistrales, de las que hoy sobreviven ante nuestros ojos y sensibilidades, algunos que trataremos de recordar. Los campos en que con mayor amplitud se desarrolla el mudejarismo artístico, son los de la arquitectura, en todas sus facetas, paro especialmente a considerar los templos cristianos y judíos, los palacios comunales y torres civiles o militares. En la escultura es de destacar la aportación general en la cubrición de techumbres, con artesonados de madera, creando una tradición que duró hasta la época del barroco, y se extendió hasta América. Y la pintura, con elaboración de conjuntos pictóricos iconográficos muy valiosos e interesantes, de los que cabe destacar entre todos el artesonado de la catedral de Teruel.
Muestras del arte mudéjar en Guadalajara, ha habido muchísimas, y otra aún quedan para nuestra admiración. De entre lo desaparecido, demos recordar ahora la serie de iglesias que adornaban la ciudad de Guadalajara, desde los siglos XIII y XV en que cobró mayor auge y crecimiento la población, aportando dinero gentes cristianas inmigradas, y dando la base del trabajo, y, en muchos casos, la vena del ingenio, el pueblo moro que aquí se quedó tras la reconquista. Nadie puede dudar, tras conocer, en somero repaso, el cómputo de edificios de este tipo que Guadalajara poseyó, del aire auténticamente mudéjar, tan denso como hoy lo pude presentar Toledo, Teruel o Tarazona, hasta los últimos años del siglo pasado, tenía Guadalajara. Cosa que puede extrañar hoy, cuando después de varios siglos de reformas urbanísticas, esta ciudad se va casi huérfana de manifestaciones artísticas del estilo morisco. Como muestra de lo que el arte mudéjar tenía en Guadalajara de cumplida manifestación, cabe recordar la ya desaparecida iglesia de Santiago, junto al palacio de los duques del Infantado, construida en el siglo XIV, y muy pronto cubiertas sus naves de capillas y mausoleos. Fue derribada al comienzo de nuestro siglo, y sabemos que estaba construida y revestida al exterior totalmente de ladrillo, con figuras geométricas abstractas. La iglesia de San Gil fue otro ejemplo magnífico de construcción morisca, con una puerta a poniente formada por gran arco de herradura apuntado, enmarcada en alfiz, totalmente similar a los ingresos del actual templo de Santa María. La puerta, soberbio ejemplar mudéjar, sobrevivió hasta los años veinte, en que a pesar e estar declarada Monumento Nacional, fue derribada por necesidades urbanísticas, quedando su terreno estéril hasta ahora. Sólo resta hoy de este templo las demacradas ruinas de una parte de su ábside, en el que se ven algunas ventanas cegadas formadas por arcos semicirculares en degradación, todo en ladrillo. Al interior, destacaba la capilla de los Orozco, totalmente revestida sus paredes de yeserías policromadas en alborotada conjunción gótico-mudéjar, en la que podían leerse largas frases en alifato, mezcladas con escudos nobiliarios de la castellana familia, envuelto todo en la decoración totalmente islámica de la tracería abstracta. En ningún de nuestra provincia podía verse tan íntima conjunción de dos culturas, tan prístina muestra de auténtico mudejarismo.
De la iglesia de San Miguel del Monte, a la que era neja la capilla del doctor Luís de Lucena, aún existente, sabemos también que fue construida en la Baja Edad Media, y restaurada en los comienzos del siglo XVI, siendo derribada en 1859. Por un grabado de Villamil inserto en la obra de Escosura “La España artística y Monumental”, podemos hacerlos idea de este templo, que presentaba un atrio porticado orientado al sir, en el que se abría dos puertas: una a la iglesia, y otra, formando ángulo con la anterior, a la capilla. Le de Villamil un aire románico a esta atrio, con capiteles tallados sobre finas columnas, que no creemos correspondiera exactamente a la realidad. La torre de este templo no reunía interés especial. De los también desaparecidos templos mudéjares de San Andrés, San Julián y San Esteban, nos han quedado muy escasas referencias. Asió como del de Santo Tomé, actual santuario de Nª Sra. De la Antigua, del que tan sólo resta primitivo el ábside, con tres ventanas polilobuladas, muy altas, de graciosa traza morisca. Incluso entro lo que sabemos desaparecido del estilo mudéjar en Guadalajara, aparece un templo de construcción civil, con amplias arcadas delante, y un par de torres flanqueando su fachada.
Aún hoy nos quedan en Guadalajara capital tres maravillosos ejemplos de arquitectura mudéjar, que valen como sombra de lo que fue el conjunto de estas construcciones. Es la más antigua, sin duda, la iglesia, hoy concatedral, de Santa María la Mayor, iglesia cristiana desde sus comienzos, y no aprovechada de interior mezquita como se ha dicho. Ello es evidente considerando la estructura del templo, incluso teniendo en cuenta posterior ampliaciones y reformas, pues, la colocación de fachadas, vanos, torre e incluso orientación general del templo, con su ábside a levante, coinciden en todo con los cánones de la arquitectura tradicional cristiana. Los talles, sí, son de honda tradición islámica. Y en esta composición se fragua el verdadero arte mudéjar. Tres grandes puertas tiene esta templo, una de ellas cegada, consistente en grades arcos de herradura apuntados, bajo alfiz y apoyados en sencillas jambas, en un trazado netamente siriaco. La materia es el ladrillo, y aún añada una de ellas el detalle de tres vano sobre el alfiz, típico de la arquitectura califal e islámica en España, y en ambas se ve el detalle de las enjutas de los arcos, de un rizo del ladrillo que incluye sendas piezas de cerámica verde que se han querido interpretar como símbolo del “dar – al – Islam”. La torre del templo de Santa María es cuadrada, de recio aspecto, con espilleradas ventanas, y unas cornisas en las que el ladrillo juega un honroso y magnífico papel ornamental. Modernamente se añadió un chapitel apuntado que le quita gran parte de su encanto medieval. Le sigue en antigüedad el templo de la actual parroquia de Santiago, antaño del convento de Santa Clara, obra mudéjar con ribetes y guías de goticismo acusado. De tres naves alargadas, cerrado presbiterio cubierto con cúpula gallonada, toda de ladrillo visto, ofrece unas columnas prismáticas de piedra, con basas gotizantes, y un exterior y un ábside, bastardeado ya, de gran sabor mudéjar. La tercera muestra de esta arquitectura tan castiza es la capilla de Luís de Lucena. Con ella se rompe la apretada línea de popularismo que el mudéjar tuvo siempre, y se abre un capítulo del estilo que tuvo poco continuación; la utilización cultista y en simbiosis con el manierismo post-renacentista, entro del humanismo de clave hondamente romano-florentina. Esta capilla, perfectamente conservada al exterior y en necesidad de urgente restauración en su interior, estuvo adosada al templo parroquial de San Miguel, ya desaparecido. Fue levantada a expensas del humanista alcarreño Luís de Lucena, clérigo, médico, arquitecto y escritor, residente durante muchos años e Roma, asistiendo la salud de los Papas, y dando tono hispánico a las reuniones de la Academia Colonna. Con el nombre de Capilla de Nª. Sra. De los Ángeles, diseñó y levantó este monumento en 1540, fecha traída para lo puro de su razón mudejarista. No quiere ello decir que fuera levantado este edificio por artesanos y alarifes moriscos, aunque cae dentro de los más probable, sino que el fundador y constructor se inspiró en el estilo más abundante y representativo de la arquitectura de la ciudad: todo el edificio está construido en ladrillo, que consigue, especialmente en frisos y alero, unos efectos sorprendentes. Sus paramentos, orientados al Norte, Sur, y a Poniente el más amplio, muestran las huellas de sus arcos, que en tiempos fueron descubiertos, conformando así uno de los escasísimos ejemplos de “capilla abierta” de los que se tiene noticia en toda Europa. Reforzado las esquinas, así como el centro del muro accidental, se levantan unos cubos cilíndricos que rematan en almenadas cupulillas, sustentadas a su vez por modillones. El pronunciado alero reposa sobre un complicado friso de mocárabes, en el que se abren algunos huecos apuntados para dar luz al piso superior. La decoración de ladrillo consigue, en los huecos que entre sí forman los modillones, representar cruces y otras figuras ornamentales. El interior es, en las pinturas de sus techumbres, obra de Cincinato hacia 1590, un amplio mundo de iconografía religiosa, que homos descrito y analizado recientemente como un “camino en el Cielo hacia Cristo”, articulándose en una serie de escenas bíblicas escoltadas por figuras de virtudes, profetas y Sibilas que recuerdan en todo caso, y a reducida escala, la Capilla Xistina del Vaticano.
Todavía en la ciudad de Guadalajara nos queda un magnífico ejemplo de arquitectura y arte mudéjar, velado en su apreciación por la máscara del estilo gótico que en su espíritu se desarrolla: me estoy refiriendo a la fachada del palacio de los duques del Infantado, obra de Juan Guas hacia 1480, y para la que hemos revindicado recientemente su pleno sentido hispano, mudéjar en esencia: esa distribución de las cabezas de clavo de su fachada, colocadas en 13 hileras, cada una en el centro de una imaginaria red de rombos, como la decoración de “sebka” árabe, o el efecto de “arquitectura suspendida” de la galería alta de ventanas y garitones, que, a pesar de su detalle gótico-florido, la disposición es heredada claramente de las portadas árabes de Córdoba y Granada. La influencia estructural mudéjar, por lo tanto, cobre en este monumento una razón poderosa de existencia, logrando, como arte verdadero, ser trasfondo de una ornamentación distinta y más moderna. En el interior de este palacio del Infantado se encontraban magníficos ejemplos de artesonados mudéjares, los más ricos del mundo, sin duda alguna, ya no existen.
Fue en esta faceta constructiva, la de grandes artesonados y decoraciones en madera para sustentar coros, puertas, etc., donde los artesanos carpinteros mudéjares pusieron también su empeño más alto, y no dejaron, en la actual provincia de Guadalajara, ejemplos notables. Abundan estos ejemplos, y fueron mucho más numerosos hasta la pasada guerra civil, en la parte baja de la provincia, centrada por los ríos Henares y Tajuña con sus afluentes. De estructuras sencillas, en forma de artesa con tirantes y decoración de entrelazos más o menos complicados, podemos señalar los artesonados, aún existentes, en las iglesias parroquiales de Hontoba, el Cubillo de Uceda, Valdenuño Fernández, Aranzueque, o los soportes del coro del Casar de Talamanca y Málaga del Fresno, todos ellos construidos con seguridad en el siglo XVI, pero en un estilo mudéjar puro. También del siglo XVI y heredados de este código ornamental, aunque ya con un aire inconfundibles de platerequismo , son los diversos artesonados del palacio ducal de Pastrana y el de la escalera del palacio de don Antonio de Mendoza, antiguo Instituto de Guadalajara, así como los de algunos salones del palacio de los Dávalos o de otra casa en la plaza de la fuente de los Cuatro Caños en Pastrana. También en este capítulo de la ornamentación, cabe reseñar la gran chimenea del palacio ducal de Cogollado, obra realizada en estuco por alarifes moriscos, de un efecto sorprendente y riquísimo.
Para terminar, sólo recordar otros varios ejemplos de notable arquitectura mudéjar en nuestra provincia, de carácter netamente popular y rural, pero que dan el necesario contrapunto y complemento al estilo. Destacan las iglesias del Pozo de Guadalajara y de Aldeanueva entre las de origen románico, por haber sido levantadas en los siglos XII o XIII bajo esta pauta arquitectónica, pero ornamentada conforme a los cánones utilizados por los alarifes mudéjares. Fruto de la primera oleada de población cristiana, en ambos casos se adoptan soluciones estructurales puramente románicas: nave única de bóveda de cañón; fuertes muros, atrio al sur con puerta de medio punto en el caso de Aldeanueva y de arco de herradura apuntado en el Pozo. Al interior, un presbiterio semicircular, con semicúpula que alcanza aquí en Aldeanuela una fuerza y un resultado plástico difíciles de superar. Puesto que es a este templo de Aldeanueva de Guadalajara al que en este día venimos a homenajear, y, después de dar vueltas y vueltas acerca del fenómeno mudéjar, cumple dedicarle una atención mayor: al exterior construido de hiladas de ladrillo alternando con otras piedras y tapial, ello se funda en la carencia de piedra sillar en toda la zona de la Alcarria. Gran paramento de poniente en el que aparece una pequeña puerta de pureza morisca, que en origen estuvo abierta. Sobre el muro norte, en el que vemos un curioso alero de ladrillo, se sitúa la torre, más moderna. Hacia levanta aparece el humilde ábside, semicircular, con modillones sustentando el tejado, y al sur, protegiendo la entrada, el atrio de razón popular, con vanos cerrados por arquitrabes y sustentados por columnas de madera. La puerta del templo está formada por un par de arquivoltas de piedra que descansan sobre sendas jambas. Se enmarca por alfiz decorado en ladrillo, presentado a ambos lados le típico rizo morisco. No es demasiado rico el exterior de este templo, pues en cuanto al ábside es indudablemente mejor el del Cubillo de Uceda, obra también románico-mudéjar, pero en Aldeanuela se supera todo conocido penetrando al interior, a este recinto sin par en toda la arquitectura religiosa provincial, sólo igualado por algunos templos toledanos o leoneses. Hiladas de ladrillo y sillarejo en las paredes, cubierta de madera, y este presbiterio, elevado ligeramente, escoltado por sendos pares de columnas en las que aun se ven, por remate, otros tantos capiteles románicos de sencilla decoración vegetal. El recinto semicircular, cubierto de cúpula de cuarto de esfera toda en ladrillo, con tres ventanas al fondo, es, no nos cansamos de repetirlo, un ejemplo digno de figurar incluso en las más resumidas antologías del arte mudéjar. Para remate, aquí a la izquierda aparece la puerta de entrada a la sacristía, realizada también por artesanos moriscos, siguiendo un complicado tema ornamental de tracería en estrellas y entrelazos, y que presenta aún restos de decoración pictórica.
Estamos seguros que aún quedan otros ejemplos de mudejarismo repartidos por nuestra provincia. Algunos todavía ocultos bajo capas de yeso y reformas de siglos, como pasaba en el templo que nos ocupa. Otros, como los de Albendiego, con sus celosías absidiales de corte judeo-morisco, los restos del templo de San Simón en Brihuega, el antiguo claustro del convento de Lupiana, la torre de Cabanillas, y otros muchos, mereceros de estudio más detenido. He abusado de vuestra atención y ya termino. Solamente quiero, ahora, señalar y resaltar, una vez más, el magnífico ejemplo que Aldeanuela de Guadalajara ha dado en el campo del arte y de la cultura. Desde nuestra primera autoridad eclesiástica hasta su párroco incansable, pasando por el pueblo todo que ha sabido comprender, apreciar y aceptar esta reforma imprescindible y magnífica, han merecido justamente este premio que ahora se le entrega, con motivo del Año Europeo para la Defensa del Patrimonio Arquitectónico, y el agradecimiento y la admiración de cuantos amamos el arte y nos ocupamos de defenderlo.
Muchas gracias.
Leído en Aldeanueva de Guadalajara el 24 – Octubre – 1975, en el acto de entrega del premio provincial del Año Europeo del Patrimonio Arquitectónico, a la iglesia de Aldeanueva.