El Casar de Talamanca

sábado, 4 octubre 1975 0 Por Herrera Casado

 

Mañana celebra Guadalajara entera el «Día de la Provincia» en uno de sus enclaves más distinguidos por el trabajo y la constante voluntad de superación de sus habitantes. En el Casar de Talamanca, donde también cabe la razón histórico-­artística para cuantos en una u otra visión deseca contemplar la villa, se fundan muchos años de evolución, histórica, no siempre favorables, y un decidido afán de mejora por parte de sus actuales moradores. No por azar ha sido escogido este pueblo alcarreño para llevar en su seno todo un día completo de exaltación y valoración de la provincia: el año pasado obtuvo el primer premio de «promoción municipalista», y en esa tarea de mejora urbana y social ha seguido, alcanzando un puesto en el concierto provincial muy destacado. En su Plaza Mayor, que tiene, como todo el pueblo, un aire manchego, franco y limpio, escoltada de casas sencillas con yeso o ladrillo revestidas, y de un Ayuntamiento antañón y venerable, se dirán las palabras y las razones del caminar alcarreño. Después de la entrega de premios para los diversos concursos convocados en esta ocasión, y de las distinciones honoríficas a cuantos han merecido galardón por su desinteresado laborar en pro de la tierra de Guadalajara, nuestro presidente de la Excma. Diputación Provincial el ilustrísimo señor don Francisco López de Lucas, dirá su palabra. A la tarde, un magno festival, en el mismo sitio que por la mañana, pondrá un aire popular al día.

La historia del Casar de Talamanca es silenciosa y poco hinchada de aconteceres. Fue conquistada a los moros, según leyendas, por los caballeros de Sepúlveda, que le dieron el Fuero de aquella tierra como guía social. El hecho real es que por donación del rey castellano pasó a los dominios de los arzobispos de Toledo, y ya en 1127 estaba en esta situación, pues el Papa Honorio confirmó al arzobispo Raimundo esta donación, junto con otras cercanas que el rey le había hecho. En esta forma, estuvo varios siglos, bajo la dependencia directa de la villa de Talamanca, de la que recibió apellido. Ese natural despego, por no llamarlo odio declarado, hacia el lugar que se le anteponía, hizo que, cuando en el siglo XVI el monarca Felipe II la sacara de la mitra toledana, y la eximiera de la jurisdicción de Talamanca, los del Casar cambiaran de nombre, pasando a llamarse el lugar el Casar de Monte Albir, con el que fue conocido mucho tiempo. A los del Casar les costó mucho dinero apartarse o eximirse de la jurisdicción de Talamanca.

Las viejas crónicas nos dicen que pagaron entre todos los vecinos dos millones seiscientos treinta mil maravedises por ello. Y en 1580, el rey Felipe vendió el lugar para sacar dinero con que hacer sus guerras. Fue comprador, y recibió nombramiento de señor del lugar, el licenciado Carlos Negrón, que regentó el Casar durante una docena de años. En 1592 el lugar se hizo nuevamente propiedad de la corona, y poco después, el 18 de junio de 1596, con un nuevo esfuerzo económico de todos sus vecinos, compraban mancomunadamente su propia jurisdicción, recibiendo en esa fecha el título de Villa que aún hoy tienen. Tiempo después, el 5 de marzo de 1713, Felipe V reconoció sus derechos, y aún les añadió otros nuevos, como eran los de elegirse ellos, mismos sus propios, regidores y alcaldes. Como se ve, no es nueva esta razón de esfuerzo y trabajo que caracteriza a los habitantes del Casar. En las rutas de la historia tienen sus claros precedentes.

El pueblo asienta en terreno llano, a una altura de unos 900 metros sobre el nivel del mar. Campos de trigo y cereal apuntan en todos los horizontes. Alguna ermita perdida, y ahora muchos hotelitos de urbanizaciones diversas, dan el complemento constructivo y humano al paisaje. La plaza mayor del Casar está dominada por la silueta ingrávida de la torre de la iglesia. A sus pies, el templo pesado y macizo. Es una construcción muy sabrosa del siglo XVI esta iglesia parroquial, construida toda ella con el pobre material de los contornos: piedra de río, ladrillo, adobe y algún es caso sillar. En la torre hizo su nido la cigüeña, y el atrio rodeando los muros sur y occidental tiene un aire denso de intimismo y cordialidad muy difíciles de en­contrar en otros lugares. Una serie de vanos arquitrabados con columnas de piedra y capiteles sencillamente renacentistas, mientras que el suelo se cubre de cantos rodados formando dibujos. Un bancal corrido se adosa al muro y al final del mediodía, apare­ce la puerta.

Es una puerta grande, oronda, casi maternal ésta de la parroquia del Casar de Talamanca. Sobre la madera se extienden los clavos de hondo vientre, las alguazas gigantes, los llamadores de duro hierro forjado. En el cancel, una cerraja del siglo XVII cuelga con su filigrana de metal. El interior del templo es todo luz. Por las tres naves corre un hálito de blancura que se desprende de las paredes y las columnas. Estas son macizas y rematan en un capitel de anchas dimensiones, formándose arcos de medio punto entre unos y otros. Al fondo, el gran retablo. Se construyó en el siglo XVII, en sus comienzos, ir debió ser verdaderamente llamativo y espectacular. Las mutilaciones que sus partes inferiores sufrieron en la pasada guerra, le han dejado un tanto huérfano de sus primores. Es obra del escultor alcalaíno Antonio Herrera, y le doró Martín de Ortega. La predela ha desaparecido. En la franja superior muy deteriorados aparecen sendos paneles con la representación del Nacimiento de la. Epifanía de Cristo. Sobre ellos, la Resurrección y la Pentecostés. Encima, Dios Padre, y a sus lados en dos pequeñas pero, muy bien conservadas tallas, San Miguel Arcángel pesando las almas, y San Isidro Labrador, al que tanta devoción se le tiene en la zona. Uno se queda extasiado mirando para este retablo, que debió ser magnífico en su día, y hoy ya sólo es una sombra.        

Pero aún quedan muchas cosas que admirar en este templo. Al lado del altar mayor hay una capilla grande, cerrada por verja metálica. Es la capilla de Nuestra Señora de la Antigua, patrona del pueblo que se festeja, y cómo se festeja, el 8 de septiembre.

Allí cuelga del techo una gran lámpara de plata que lleva el punzón de un orfebre alcalaíno del siglo XVIII. En la nave de la derecha, una buena talla de la Virgen con el Niño en brazos, obra del siglo XVI, merece ser admirada con atención. Y aún nos queda, a los pies del templo, el gozo supremo, de ver la talla mudéjar, policromada y restallante de minucia decorativa, en el antepecho del coro. La viga maestra se cubre de ornamentación en estrellas y entrelazos, lo mismo que otras vigas laterales. La escalera de subida a este coro, aunque obra moderna, es también buena muestra de arte. Y, finalmente, queda por admirar escondida y oscura en un pequeño cuarto bajo el coro, la gran pila bautismal, obra del Renacimiento, aunque con un «oleaje decorativo,» muy propio del arte románico, pues consta de arcos de medio punto, inclinados en una misma dirección, y cubiertos sus huecos con motivos simbólicos diversos.

Dejamos la iglesia parroquial y nos echamos al camino, al que desde hace pocos años está urbanizado y orlado de árboles, que lleva hasta el extremo de la meseta, donde se alza el Calvario, y donde la vista se encuentra con un panorama sorprendente. A los pies se extiende, montuoso, y bravío, el valle del Jarama, que aún por aquí es joven y bullicioso. Por su, telón de fondo, se alzan las sierras centrales en gris algarabía: desde el Guadarrama remoto al Ocejón, alto Rey y toda la Somosierra, en invierno es colosal esta vista, que quizás no tenga pareja en ninguna parte de Europa, pues si montañas más altas y bellas hay, es difícil abarcar tan gran cantidad de serranía de un solo golpe. Como siempre, la provincia de Guadalajara descubriendo paisajes y posibilidades que creíamos imposibles. Pero aquí, en este extremo, es otro el motivo de nuestra admiración Desde el siglo XVII se alzan unas ruinas de patética estampa: el Calvario que llaman en el Casar, y que consiste en una edificación de ladrillo, abierta por numerosos vanos altos y semicirculares, que fue concebida para tener techumbre, y que actualmente encuentra así, abierta a todos los aires serranos. En su interior se ofrece el espectáculo de tres estatuas en piedra representando a Cristo crucificado, y a los dos ladrones a sus lados. Aunque modernamente se han hecho nuevas estas estatuas, aún yacen en el suelo, desgastadas totalmente, las  antiguas, y al pie del Cristo se lee, tallado en la piedra primitiva: «Este Calvario y Vía Sacra hizo a su costa el bachiller Diego López Canónigo de Santa María de Arvas presbítero del Casar a Gloria y honrra de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo Ruegen a Dios por él 1648 año»

Son, pues, muchas notas de arte y de historia las que se acumulan por el dintorno del Casar de Talamanca. Además casonas nobles, rejas de buen hierro forjado, ermitas por el campo, y un pueblo y unas gentes de probada honradez y sana alegría, que se disponen a ser, mañana domingo vasija clásica y a la vez moderna para este nuevo Día de la Provincia que ya tenemos en puertas.